domingo, 1 de junio de 2008

EL REFECTORIO DE LOS FRAILES BLANCOS


Por Limón Ceutí


Era el único niño que comía en el Refectorio. Al mediodía, se disparaban los timbres y la chiquillería huía dispersa como hormigas de un nido aventao. Yo, en cambio, atravesaba la puerta cancela de la clausura y me adentraba por entre los muros del Convento, El Claustro gótico de arrayán y boj, limoneros y naranjos bordes cuajados de naranjitas silvestres, de esas que no son de comer, algún que otro pájaro muerto flotando siempre en la alberca, el Refectorio, vacío y penumbroso. Me cruzaba, a veces, con algún fraile leyendo el breviario, medio oculto, apostado –diría yo ahora, al rebusco de sabe Dios qué cosa.

Treinta monjes con el hábito blanco de estameña burda de la orden de Santo Domingo y un niño trigueño, de corto, colorado el rostro como el besuguete, vergonzoso y de buena crianza, un dibujo, sentado en medio de la larga tabla, el único laico, infringiendo la prohibición de las Constituciones de la Orden. Y he tenido que llegar a viejo para comprender que, más que por los cuartos, se permitían la indulgencia como reparo al frío que entraba por las troneras y se te acomodaba en los huesos, para no sentarse solos a la mesa de aquel aquelarre fantasmal de hombres frustrados y sin hijos. Ya tenían a quien mondarle la naranja.

Durante la comida, el Hermano lego leía a los religiosos en voz alta un libro piadoso, a fin de evitar que se intercambiaran palabras de quemazón, de ahuyentar del subconsciente el obsceno pájaro de la noche; que del espinazo del hombre dicen los naturales engendrarse una culebra, que su saliva en ayunas mata al dragón. Y, una vez terminada la pitanza, se permitían al salir alguna licencia políticamente correcta con la criatura –a pagarlo poca ropa. Y subían a encerrarse en sus celdas, yo me lo guiso y yo me lo como caiga quien caiga, cada uno en su casa y el diablo en la de todos.

Un día servida ya la menestra, la campana de la torre tocó a rebato, se pusieron todos en pie, salieron al claustro: se había detectado un fuego, desde allí se veían las llamas salir del piso alto, de la pieza habilitada para desván donde almacenaban, tiempo ha, toneladas de desecho. El Hermano lego, un cabrero tosco del Tremedal de colmillo retorcido, me apretaba contra él para acallar mi pánico, o el suyo, o ve tú a saber si la mira puesta en dos cosas, que el lobo hace entre semana por donde no va a misa el domingo. Me queda sólo el olor a lejía de su faldón negro, a ropa sucia puesta a remojar. Yo no pasaría entonces de los seis años, ni al bajo vientre que le llegaba.

En un santiamén los bomberos se ventilaron aquello, asistidos por la lluvia con sol que se desató al tiempo. La comunidad se quedó en el claustro, a espaciarse y tomar fresco, volvieron las aguas a su cauce, respiramos de nuevo el salitre del mar, el soplo apacible de mitad de junio plagado de manilos de los plátanos de sombra, la luz rosada del atardecer. Era hora de volver a casa y aquietarse.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Y he tenido que llegar a viejo para comprender que, más que por los cuartos, se permitían la indulgencia como reparo al frío que entraba por las troneras y se te acomodaba en los huesos, para no sentarse solos a la mesa de aquel aquelarre fantasmal de hombres frustrados y sin hijos. Ya tenían a quien mandarle la naranja.



querido amigo, lo importante es llegar y llegar como usted ha llegado, más sabio que viejo, yo sólo recuerdo el miedo que me daba esos espacios, esos pasos lentos y el olor a sudor de las sotanas, las negras, las de color del carmen, no sé si es mejor vivirlo desde dentro, o desde fuera pero de las dos maneras quedan interrogantes.



un besote, Ley.

Anónimo dijo...

No sé si consigo integrarme con la imaginación en un comvento de monjes, estudié en convento de monjas, ahhh, que dolor, que dolor, que penaaaa, pero tambien he de decir que ..... mi educación es de las buenas hoy en día, se respetar, se cuando respetar, y se hacer que me respeten, se apreciar al ser humano, lo que significa serlo, se lo que supone tener unos padres que quise mucho y sé lo es perderlos.
Conoci el valor de las humanidades gracias a un profesor que era cura, un mirlo blanco la verdad, con tres carreras, y una capacidad única para la enseñanza, le recuerdo con mucho cariño, no asi a otro tipo de religiosos-as, que mas que personas consagradas a Dios, parecían consagradas al cotilleo, las envidias y la fustración mas absoluta.
Su escrito Limón Ceutí, me ha recordado esos colegios, uno malo, nefásto, otro mejor, mas humano.
Una vez más su piscina milagrósamente está con agua.
Gracias por su relato.
un saludo
Garanza

Anónimo dijo...

Siempre me ha gustado saber del interior de los conventos.... quizas porq no fui a ellos, quizas porq no tuve la oportunidad de conocerlos a fondo, mis monjitas eran de Queretaro (Mexico)y su enseñanza era primaria,dulce dedicaciòn en un lugar muy lejos de su pais y una de las cosas q màs recuerdo, era la forma de festejar la Navidad,la espera pidiendo posada, tras la puerta de las clases con sus cantos, hasta llegar el dia de la Natividad.Posiblemente por ello soy una enamorada de su pais, lo amo y en su momento me sentì comprendida y desterré de mì, lo q me estaba minando la salud.Mi recorrido por la vida ha sido de todo como en botica.
No deje de acercarme a Queretaro, ver la imagen de la Virgen Niña (Divina Infantita)visitar su Orden y conversar con ellas placidamente, todo muy cambiado ya no visten el habito q tanta inquietud nos daba y curiosidad por saber como irán vestidas dentro de el.Recuerdos q nunca se olvidan y nos transportan a los años de infancia.sin dejar de tener esas inquietudes, solo q de un color diferente.
Besos maria dolores.

Fran dijo...

Limón Ceutí, lee vuestros comentarios muchos días después en mi ordenador. Ya procede poco la respuesta y más en él que es hombre de bella creación propia y larga historia.

Pero no quiero menos, a todos y todas los que respondéis a sus escritos, daros las gracias.

En todas las ocasiones, le he captado una sonrisa y muchas coincidencias, más de las que pensáis. Hasta puede que esa sonrisa la tenga más fácil que yo.

No os lo puedo explicar, pero en este momento me siento muy triste. Entre medio había un lápiz, un simple lápiz para escribir.

Fran