jueves, 31 de julio de 2008

Miento cuando digo que voy a dejarlo todo

Miento cada vez que lo digo, que me quiero aferrar únicamente al instante anterior. Y no es cierto porque no hay tiempo mejor que el que no se ha vivido. Me dan miedo las antiguas agendas de la soledad y buscar allí una anotación es una falsedad. Dejarlo todo es estar dispuesto a conseguir lo siguiente. Pasa igual que con el amor de pronto te das cuenta de la sorpresa de haber amado y vas a ver qué pasa en el amor venidero.

Pues con nuestra conducta ante la vida ocurre otro tanto, el tiempo es algo más que tiempo y enamora la voz del poeta Colinas:
“Comprenderme estoy hablando de ese/ que nunca he sido y que quise ser.” Porque cada uno de nosotros tenemos instantes en la vida en que con aparentes signos de abandono anterior queremos ya ser el que seremos y esos pasos acelerados que hay que dar nos equivocan y hacen que puedan confundirse con nosotros aquellos que nos quieren y a quienes queremos.

Luego, cumplo cada mañana, parece como que me sonríe el mar desde lejos y me impone ese mandado: sigue siendo, ya te vendrá el tiempo venidero pero no dejes nada de lo hecho, renuncias ninguna, serán la fidelidad bien pagada, la manera de sentirme a gusto con lo que hice, como lo hice, en cada instante que lo hice.

Vamos a ver, si es así ni me van afectar lecturas ajenas por muy convincente que sean. Sé que empiezan a hacer daño ideologías del consumo hasta de los sentimientos como si no hubiera “otra opción –en expresión de Boris Groys en su obra “Bajo sospecha”, para disentir que "reivindicar la infelicidad, la enfermedad, el fracaso, la ruina.”

Vamos a ver –insisto, cuando vienen esos momentos de infelicidad, cuando piensas en ese radical dejarlo todo, en no tener más en cuenta que el tiempo venidero, lo siguiente, haces cuentas y tampoco estuvo ni está tan mal. Hay ruinas en muchos sitios a tu alrededor que te son propias pero junto a ello, como en el amor sorpresas de haberlo hecho, simplemente, y nada menos que eso y te abrazas a ese presente como tantas veces he escrito sobre la forma de los abrazos y me lo han contestado: el amor humano practicado frente a frente; un tacto recogido apoyándose en la espalda, no sé, una forma de negar la renuncia.

Pues habrá que sacar conclusiones de por qué estaba dispuesto a mentir: a mi tiempo alguien le llamó “el oro quedado de la edad”, no contabilizar demasiado bien algo tan sencillo como es verdaderamente el tiempo o darle unos valores que no tiene aunque sea como morirse a ratitos; que cada historia apoyada en el tiempo tiene el mismo valor del siguiente. Luego no debe ser tan cierto –cosa de poetas, eso que no haya nada mejor que lo que no se ha vivido todavía.

No dejaré nada, no renunciaré a nada, mentiré rotundamente cuando diga lo contrario, me quedaré: con el amanecer de este momento –hasta tengo la luz encendida sobre el teclado porque apenas lo veo, me viene el recuerdo de algún truco que quedé en contaros, la hermosura invencible de unos brazos levantados, borronear con mis dedos sobre su piel: la “b” alrededor de sus pechos, una “a” a lo largo de sus brazos y una “s” entre sus piernas.

No es un truco: hecho y pensado, ojala pudiera quedarme toda la vida entre aquellos brazos, móviles como una mariposa pero quietos en su hermosura. Luego, no puedo dejarlo todo. Aunque siempre cada línea que escribo, cada entre línea en que dejo espacio es para comprobar si puedo de nuevo llorar de gozo.

Siempre me queda, no obstante, una frontera por cruzar.

LA LLAVE ESTÁ EN LA PORTERÍA

Por El Gavilán de Rumbau
El era así. A lo largo, a lo ancho y hasta el sedimento mismo: amargao, las tres dimensiones del resentimiento.- Decía ser un niño de la piedra, de los que la madre abandona al nacer sobre la losa, a la puerta de la Iglesia, al cuidado del cielo; bastardo, nacido de una noche de amor, sin las componendas ni cambalaches de los sedicientes “legítimos”. Se quejaba de que la gente no habla. Y así nos cunde; cuando vienes a enterarte de qué va esto, se oye la voz del director de escena: “telón”; en el primer tercio de la vida andas ciego; en el segundo, aquejao de cataratas; y al ver la luz al final del túnel, te das cuenta que te has equivocao de plano y nada tiene remedio. Es el vicio nefando de buscarle explicación a todo, de empequeñecerlo, cuando no hay que preguntarse nunca el por qué, no pedir nada a la vida y tomar las cosas tal y como vienen.

De tiempo acá que se sospechaba que el bien y el mal tienen el mismo origen, son la haz y el envés de una misma y sola cosa, es cuestión de cómo lo tomes, ni del todo amargo, ni tampoco el empacho de lo dulce. Mira, si no: cuando la lluvia arrecia, los hombres se embarran y los cerdos van quedando limpios; y con el mismo aliento de la boca con que me caliento las manos, se enfría el caldo –de donde se extrae su moralidad.

La Primavera anda metida en agua, toda la noche lloviendo, un estrépito sobre la madera carcomida de la galería acristalada. Agua, viento y cuchilladas desde la cama. Y así debía de ser todo, estar a verlas venir, que las ves pasar, nunca hubo nublao que no escampase; que no te tienes que mover: el pez te lo trae el rio. Habría que suprimir el sujeto: al igual que se dice “llueve” o “hace mal tiempo”, decir también “se sufre”. Necio error el de teólogos y zoólogos que pretenden hacer del hombre el eje sobre el que gira el universo, cuando no pasa de ser un mísero componente molecular infinitesimal de los billones de especies que lo pueblan. Se te suprime de golpe y todo sigue igual, no hay nadie que se dé ni cuenta, que nada se seca tan pronto como una lágrima.

Nos decía que deplorar un solo hecho real es blasfemar del Universo, que la palabra clave es aceptar, compartir –que la vida empieza de dos en adelante. No hay, en cambio, sino amor propio, el amor no es nada, no merece las lágrimas de un chico. Que nada hay tan parecido a la felicidad que echar de menos; si lo logras, lo malogras; el amor, o es imposible, o no es.

Y andaba siempre igual, dando vueltas y más vueltas a lo mismo, erre que erre, que dicen que el caballo ciego es el preferido parala noria; que de Demóstenes se cuenta que, al final de su vida, se cegó de su propia mano, para mejor comprender los misterios de la humana naturaleza. Y Empédocles, obsesionado por las erupciones del Etna, se arrojó al cráter en plena ignición del que salió despedida una de sus sandalias de bronce.

Nunca pretendió aleccionar a nadie, que en la vida hay los que saben arreglárselas y los que no; y los que no saben, moralizan. Y menos aún asumir un credo: veía la creencia como la antítesis de la fe, algo que genera ansiedad en lugar de complacencia, que te retiene en lugar de dejarte en libertad. El que ejerce control y dominio sobre su vida, no precisa ponerle en manos de ninguna deidad.

Anoche, cuando fuimos a pedirle parecer, nos lo encontramos muerto. No contestaba al teléfono y, cuando llegamos, tuvimos que entrar con el pañuelo en la boca. Tanto cuento, el hombre y luego sólo sirve para juntar moscas. La Iglesia de Roma le vetará el Camposanto- Como si hubiera habido alguien que no haya ido quitandose la vida que le negaron los demás, poquito a poco, ejerciendo el sagrado derecho a desautorizar a quien le trajo al mundo sin pedirle parecer.

En la mesilla de luz había dejado una nota que lo explicaba todo sin decir nada: “me voy y no vuelvo; la llave está en la portería”. Al buen entendedor las palabras le vienen sobrando.

Vale. Te seguimos. Detrás de los que nos precedieron, guiando a los que nos van a relevar –que no hay nadie que no pueda ser de provecho, y no es poco si no hace daño. Sin escatimar esfuerzo ni alivio del viaje, que ya descansaremos bien a bien cuando estemos muertos. Poca es la ventaja que nos puedes haber sacao. Ves haciendo sitio y espaciando, que a menos bultos más claridad. Y que no tarde, que me muero de ganas de saber lo que viene después, de ser otro sin dejar de ser el mismo, sin que nadie me toque la noche estrellada, el goce, llegar con la mano el sueño.

sábado, 26 de julio de 2008

Tengo la carne para la ternura

Con una ropa de distancias cortas, una aproximación a lo que me atañe y a lo que quizá no es preciso pero como no se parará el corazón nunca –víscera gratuita para los demás, todo me sigue produciendo asombro, esa categoría de la cotidianidad, de lo que parece más común, a veces la simple casualidad pero yo la interpreto apretada y tierna y la suelo contar, ya lo veis.

A veces importan más los que pasan y no los que se quedan, identificarnos con aquellos casi como una vanidad de la derrota, por eso he explicado ya en muchas ocasiones que asumí el papel de derrotado que otorga la vida y no me hace daño. Detrás siempre tengo ternura en esta vieja etapa de notar más las cosas, las cosas que se me van haciendo precisamente viejas.

Cada situación me crea una clave de lectura y tratándose de ello, leo a gusto. Tengo muy reciente, una voz que me dijo: “ven te necesito” y acudí a convivir los duros momentos del final de una vida. Me importaba, sobre todo, más allá de cualquier viviente que se extinguía en ese momento, quién me había pedido la ayuda. Genes había, pero aunque no los hubiera habido en el reclamo noté de inmediato la necesidad de un abrazo y lo aporté generosamente, hasta el final, hasta donde no me quedaron brazos.

Luego me vine a donde estoy, desde donde escribo a todos quienes me leen porque es mi orgullo tener un solo lector o unos cuantos –tanto da, junto a mí al deslizar mis más íntimas palabras frente un mar azul y quieto que nunca responde, simplemente está y es suficiente. La distancia es muy corta, el poder de su belleza enorme, tiene precisamente pinta de ternura como la de mi carne.

Es una manera de de amueblar una vida que cada vez voy sintiendo más inmóvil. Debe ser verdad lo de Joyce: “el silencio, el exilio y la astucia”. Yo me dejé la astucia fuera desde hace años o quizá nunca supe qué hacer con ella, pero vivo mis silencios desde aquí como una especie de exilio, de final, de despedida aunque haya a quien no le guste que lo escriba.

Mientras tanto voy contándolo como una especie de sacerdocio voluntario con las palabras: hace días ese abrazo por causa de posiciones póstumas de la vida; hoy, en cambio, noto más la piel, como si estuviera más cerca de una mujer. La piel del ser humano necesita un gran número de besos todos los días como un estómago su alimento, y en cambio cada vez va teniendo menos o le rozan ya apenas.

Con una carne para la ternura, echo en falta muchas veces de ese imperativo como una paranoia de la piel a la que le faltan labios porque no tenemos la droga de los cuerpos jóvenes y bellos, una mínima ración de mil besos mojados en el cuello mientras nos giramos, al buscarlos, al necesitarlos. Hay una expresión de Beigbeder que adoro: “Danos hoy nuestros besos de cada día.“ La he leído varias veces adrede, ahora la estoy leyendo para que llegue hasta la lejanía del mar que os conté que tengo tan cerca.

Enamorado, pues, estoy de la ternura, del amor, del reclamo húmedo del beso, de una pose, de un gesto, del recuerdo de unos ojos, y en estos días quietos tengo que escribir menos porque me produce placer hacerlo y para los demás podemos parecer de lo más vulgares cuando gozamos.

Hasta me he estudiado algunos trucos para la carne insistentemente tierna: morderme los labios, acercarme a la nuca de quién tiene algún beso, que uno de los dos levante los brazos, tener la boca abierta más que para el beso para verificar lo que es una mujer. Muchos trucos, que son necesidades.

Ya os cuento...

domingo, 20 de julio de 2008

Los dos verbos más antiguos del hombre


Son sin duda amar y recordar. Me lo trajo a mi rostro el amor de los genes cuando una mujer escasa aún de ser mujer, recién levantada se traía todavía la sonrisa estampada en la almohada y dejaba en mis labios su principio y el mío que iban a ser bien distintos: su juventud insistente en la orilla del mar que yo solo me atrevía a mirar de cerca, pero bastante lejos para la hermosura que tiene.

Y eso que era presente me traía cada vez la memoria de lo que he amado y he recordado. Verbos antiguos, idiosincrasia similar, relación de biyectivmismo, daba lo mismo que no tuviera futuro, eso lo inventan los que no tienen futuro. Y con este presente, con un beso que no se podía estampar más cerca he comenzado a pensar que me lo he creído del todo lo de amar y recordar, su prestigio, su antigüedad.

A lo que iba: esa chica me invitó a que viniera al mar que tengo tan cerca, yo le dije me cuentas, sólo me cuentas porque del mar tienes que saber tú más porque tú edad posee los sentimientos más intensos. Me dijo luego que siguiera con mi cercanía hacia todo aunque era diferente a la de ella, -56 años menos, pero se lo va sabiendo ya casi todo, hasta cuando me ve leyendo, entiende que voy a ir recordando, el otro verbo, el otro verbo de qué hablábamos.

Porque todos luego escribiendo contamos algo de la vida, pero habrá que estudiarla primero, habrá que saber qué vino primero y qué vino luego: cientos y cientos de libros, otros cientos esperando, siempre algo estudiando porque si no te lo sabes ni te vale el amor ni el recuerdo. Igual que la felicidad, la tenemos antes de empezar a buscarla. Y ayer por la mañana me la trajeron en forma de beso, hasta me miraron más cerca imposible: lo más hermoso de este verano.

Algo de recuerdos siempre tengo: me vino al pensamiento deprisa: la sombra de una axila perfecta cuando aún no era casi de noche, la bondad de alguien que busco porque la necesito junto a cualquier recuerdo, amarguras en la región oscura que queda de los olvidos y el beneficio de esa duda que siempre tuve de aquella otra chica de los besos mojados y tiernos cuando me hice novio, novio de la vida por primera vez.

Me siento pues a gusto, aunque a veces con la quietud o con una especie de templanza inventada, duras cuatro días. Hace que vivas el estrés que te buscas cada vez: unos senos que parece que van a desmoronarse entre los dedos; la exacta simetría perfecta que tienen casi siempre los pechos y todo lo ajeno al sexo el creerme mis palabras porque son las que me han proporcionado mil veces el camino perdido. Con todo lo que abandone hasta el tiempo que reste aprenderé, eso, a perder, que es una cuestión de principios.

Porque no quiero ser ganador de nada. Ya me fui una vez pero antes habían sido capaces de darme lo mejor. Perder, porque es lo bueno de la edad, ser capaces de todo, quedarme con el resultado que tenga, no juzgar nunca, es como una lección que aprendí de niño.

Voy a poner todo mi genio de persona en que una niña, bella y tierna, una niña en la frontera preciosa de los dieciseis años, vuelva a darme el beso que me dio el otro día, me lo ha de ir repitiendo a medida me voy haciendo un poco más viejo.

Nada más, tengo bastante, forma parte de los verbos antiguos del hombre. Ayer me lo recordaba El Gavilán de Rumbau: “sólo llevo el corazón y aún me estorba.”

Agua


Colaboración de Rubén


Después de miles de kilómetros surcando la piel verdemar del océano, la ola demostraba toda su sabiduría agonizando sin fuerzas en las piedras redondeadas de la playa, hilachas blancas del perfume de algas adherido de su barba se desprendieron de su historia abandonándose entre los granos de arena de la orilla. Las lágrimas de la lluvia caían por su propio vértigo, algunas gotas decían que era un deseo irrefrenable, volver a tierra, fundirse en ella, continuar el ciclo que empezó cientos, miles de millones de años atrás. Y sí, la brisa balbuceó un suspiro, así pareció escucharse, como una exhalación no mas, sinceramente apenas hubo tiempo para mas, el que tarda el universo en contraerse y expandirse y empezar un nuevo ciclo, sí, y todo en el más hermoso de los silencios. Quien sabe porque, pero esa mañana cuando el sol elevaba su adagio sobre el vientre azur del océano, la gaviota levantaba de nuevo el vuelo, con sus alas acariciaba la seda de las nubes y sin que nadie se diera cuenta, de veinte veces que se zambullía en el agua por alimento, diecinueve era por mero placer. Y de tierra adentro llegaron las golondrinas buscando el verano y no hacían sino inundarse una y otra y otra vez en el infinito océano del cielo, como hilos azabaches enhebrando la filigrana de las nubes, buscando confeccionar un hermoso velo blanco de textura de arrecife, siluetas de arabescos.


Sobre el acantilado dos almas gemelas estiraban sus sombras a sus espaldas en la hierba y, al susurro de la brisa, un diálogo casi sin palabras.
-Cuando hacíamos el amor llorabas. ¿Recuerdas?-.
Y yo ciego de mi preguntaba inconsciente. -¿Qué es eso que brilla en tu cristalino?-.
-Estrellas-, me contestaste… Miles de ellas…

miércoles, 16 de julio de 2008

Amar y despedirse



A lo mejor queda eso solo, casi sin tocarse nadie pero con mimo y a la vez con audacia, sabiendo que dejaste capacidades a las que llegaron pocos y a la vez, sin ápice de orgullo, siempre esperando.

A ratitos mi destino será que me olviden, ya fui capaz de ir contando lo que me pasaba y cuando me enfrenté cara a cara con la necesidad de amar, la lección para sacar de la vida lo que saques. Es complicado, más o menos vas a acabar en derrota, pero tendrás que seguir teniendo en tus labios el sabor deshecho de algún corazón.

Mentir y mentirse cuesta, pero es inevitable: amo y miento pero seré capaz con una palabra de entrar en otra vida y una vez allí ni me puedo escapar ni dejarán que me escape, con un gesto dulce y sabio ando lleno de mujeres. Es mi mérito, es la evidencia de haber sentido. Ya me sale esta escritura: es que amo para poderme despedir luego pero sin salir nunca fuera de con quién estaba dentro.

Y quiero reclamar antes de despedirme de nada ni de nadie una enorme cantidad de carencias. Debieron darme más y de más, hubiera enriquecido mi lenguaje, un arma propia arrojadiza hasta para contar el sexo: follar sin tocarse. Por eso sigo teniendo la necesidad de un destino entendido, prólogo de una despedida, tierna, sin ambages como siempre lo hice.

No lo puedo callar, ni lo callaré jamás: hay una manera de estar junto a alguien sabiendo que no puedes permitírtelo; que un día vendrá un luego porque no puede ser y no será, por eso trae su final. Lo sigo recordando –miento, con la cara cambiada: ya no es recuerdo sino necesidad. Tuve un mimo, una codicia, sólo mirándole los ojos que se me han quedado de lleno entre un par de metáforas y las veces de silencio. Había un gesto, una palabra, una manera de imponerlo que imponía vergüenza hasta en la propia mirada. Era puro detalle, nada menos que detalle. A lo mejor es verdad, dice el poeta que sólo lo perdido se posee eternamente.

Envejezco y tengo que amar y despedirme, amar más de lo que amé y despedirme temblando por si acaso me estoy despidiendo. Amar mezclando las lenguas como hacen los amantes y cogiéndose las nucas porque allí está la insistencia, la seguridad de lo que haces. Envejecer como si no tuviera años sino las palabras que he dicho, los libros que he leído, las veces que no me han entendido.

Amar y despedirse como el destino del hombre en palabras de Neruda. Eso dice Juan Cruz en esos años que cuenta porque muchas veces se lo pidieron. A mí no me lo ha pedido nadie pero estoy en esa tesitura, ya lo he dicho antes que tengo que envejecer –no lo remedia nadie, y amar es un ejercicio físico que me permite mi cuerpo ya que otros muchos no me deja hacerlos. Será alguna postura o una manera de inventarse lo que va a acabar siendo una forma de ponerse cómodo con alguien a tu lado. Sin tocarse, bueno, casi sin tocarse.

Amar y despedirse -¡qué fastidio no consigo quitarme las ilusiones de encima. Amar hasta que pierda la capacidad de hablar, de decir lo que quiero decir: la nostalgia de una caricia, de una piel, de un después. Y despedirse porque todos somos un relato, hemos formado un cuento con las palabras que nos han acabado formando.

viernes, 4 de julio de 2008

Chus Visor me ayudó a indagar en mi vida

Hace días, leí un reportaje sobre ese editor heroico de poesía que nos trajo a los que se nos escapaban los sentimientos por la vida, la forma de indagar en ellos y en ella. Contaba en una entrevista con él, cómo levantó su negocio de libros de poesía. Él solo, a base de pasión, porque si no interviene la pasión, un desdén, una amargura, una mirada perdida ya no nos cabe ningún recurso, nada. Y él hace 40 años hizo de su oído verso, de su vida un tugurio de poetas y entre Adonaís y El Bardo que eran los únicos editores de poesía entonces, hizo su primera declaración de intenciones publicando “Una temporada en el infierno” de Rimbaud traducido por Celaya.

Cuatrocientos autores forman su catálogo ahora, y en las paredes de mi casa entre tanta novela, esos manejables libros negros, casi de bolsillo, duermen aún esperando quizá que algunos no pueda leerlos nunca. Con ellos he vivido que el lujo de la vida y el silencio son amantes, que es el tiempo el que avanza y no nosotros, con ellos a mi lado he hecho cierto una manera de hablar, de caminar, de querer indagar.

Sentado como estoy en mi butaca de cuero y de descanso cuando no tengo madrugadas impertinentes y me hace seguir acercándome a la vida, dejando estar ya el pasado que lo noto demasiado pasado, me duelen los libros de Chus Visor que todavía no he leído, que ocupan una estantería y que no tendré tiempo de leer jamás. Chus rebosa de libros en su casa, treinta mil volúmenes son bastantes libros para terminar al fin con la memoria. En la mía no quiero contarlos porque me dolería demasiado los que no voy a poder leer.

Los estoy tocando, os lo aseguro, unos cuantos pendientes de leer que tienen sitio cerca: Mario Cuenca, Arturo Tendero, Yolanda Castaño, Vicente Núñez, los que me va enseñando mi librera, “hay más cosas de Visor” ¡y ella qué sabe! O quizá me lo note que es verdad lo que dice su editor: que los que escriben poesía hay de dos estilos, los que escriben del amor y los que indagan en la vida.”

Yo he estado siempre entre el grupo de los que indagan en la vida, en su propia vida, rebuscan a ver qué encuentran, cómo fuí viviendo la juventud escribiendo poemas que no leería nadie afortunadamente. Recuerdo como si lo viera ahora, esas cuartillas que le robaba a mi padre de su despacho de médico y en ellas más que escribir, me escribía. Así fui llenando, por fechas, por ilusiones, sobres que se hicieron viejos y amarillos al mismo tiempo. Todavía me ha quedado tiempo de romperlos con cariño y entereza.

Umbral ya dijo que "escribir poesía, o simplemente leerla, es uno de los menesteres más arrasadores que pueden tentar al hombre.” Caí en la tentación una y mil veces, escribía y leía y siempre tuve a mano cuando había momentos en que todo me inducía al abandono, como una estirpe que no merecida, los libros de poesía de Chus Visor. Cuántas veces fue cierto, dentro de mi propia tristeza intransferible, la forma de llorar que nos cuenta Juan Cruz: “mi manera de llorar es estar a punto de llorar”.

Pero cuatro o cinco versos enhebraban los silencios y los convertían en huecos sonoros, en palabras, en la única manera de enamorarse del lenguaje.