domingo, 21 de diciembre de 2014

LOS HUECOS QUE DEJA EL CUERPO



Hace ya demasiados días escribía en estas páginas sobre mecanismos de defensa para intentar con ellos volver casi al que era. ¿Para qué si no he dejado de ser el mimo? Sencillamente para saber cómo solventar el eterno problema de los huecos que deja el cuerpo con el transcurso de los años. Explicaba que estaba recurriendo a lo de siempre: mi café de la mañana, mis libros en la mano frente ya mi cada vez más defectuosa vista, mi capacidad de sentimiento, mi mano buscando la misma mano de hace tantos años, reforzándose así con el rito de querer a una mujer. Y como una imposición de actividad  seguir manteniendo en la red mis sugerencias de libros, nunca con el atrevimiento de recomendarlos. Un libro se debe de coger en las manos, olerlo, ojearlo como la  vieja profesión que patrocinaba Azorín y terminarlo leyéndolo por tu propia decisión y criterio.

Pero entre el aquel post de hace más de un mes y este de ahora el cuerpo ha dejado sobre el mismo cuerpo demasiadas huellas añadidas de golpe, difíciles de encajar aunque uno sea capaz de combatir. A quién se lo iban a decir que hace ya más de veinticinco años me senté frente a un ordenador que no sabía casi ni manejar para que fuera capaz de seguir comunicándome con los demás a través de foros y blogs y asomarme así a un exterior que por mi pie no era casi capaz físicamente de recorrer.

Es verdad nos vamos reconociendo no solo por el rostro y nuestro compartimiento sino por los huecos que se van produciendo en nuestro cuerpo. Son negaciones, limitaciones que nos manda la vida y que en mi caso no valoro sólo por su importancia -que la tiene- sino por su insistencia. Resisto, pero tengo ya a estas alturas el derecho a la queja. Son negaciones a mis propias posibilidades. A una mente amueblada, mi cuerpo le pone trabas, no tengo cancha libre, ni seguridad, se van apoderando los temores de tener que irse con lo que me queda por hacer. La vida no es solo presente, sino extensión por recorrer. Igual que el hoy tuvo un pasado está la incógnita del futuro y quiero hacerlo bien. El extraño y variado contenido de los libros que leo, me aleja a veces el pensamiento porque nadie es capaz de leer solamente, nos toca pensar a la vez.

Me quejo de eso, me vengo quejando cada vez más, con mi pensamiento de lo que hacía y de lo que puedo hacer. Los límites son gratuitos pero los noto por momentos, cada vez más, insistentes y crueles, con la vejez. Estamos rodeados de ellos, no podemos ignorarlos por mucho que queramos porque la propia vida a secas ya es un límite. No he aprendido todavía a vivir de esta manera, quiero y no llego, antes lo hacía todo mejor. El tiempo te pesa y te rodea de fracasos que hace que se vayan cayendo pedazos de vida sin querer, piezas imprescindibles. Me duelen los huesos hace más de veinticinco años, pero me quejo de no poder correr con ellos como hice generosamente. No me duele el dolor, me fastidia más saber que va a venir.

Menos mal, aunque suponga para ello una gran parte de destrucción que no le correspondía, que tengo mi mejor revés: vivir con alguien como lo vengo haciendo es ser derecho y envés. Le basta a la otra mirada verme un gesto para notar lo peor de mí, lo que llevo tanto tiempo dentro, mi capacidad de resistencia, mis mecanismos de defensa como dije hace poco que se van debilitando, ya no son ni mucho menos lo que eran, pero una mirada de ella me hace volver a intentarlo, soportar este momento demasiado largo y traer con la memoria todas la buenas épocas porque uno, como dice Javier Marías, no borra la memoria a su gusto. Hay una memoria constante, insaciable de recuerdos y actitudes. Me agarro a los mejores. El bienestar que produce estar leyendo juntos un hombre y una mujer que siempre encuentran tiempo tanto para la lectura como para quererse. Tengo junto a la cercanía de esos momentos el fervor a la caricia de una mano, la continuidad de la palabra o el lujo del silencio.

Pues no quiero nada más, con esos silencios muchas veces basta el roce de la piel para obtener el resultado perseguido. Ahuyentar la desgana que me produce otro hueco en el cuerpo. Si viene de nuevo, saber levantar la cabeza, acordarme de otras posibilidades que tengo. Todos llevamos dentro nuestra debilidad y al mismo tiempo nuestra fortaleza. Aunque la vida humana sea indisociable a la desdicha muchas veces, ésta hay que aprender a apartarla, a dejar de preguntar igual que cuando eres feliz no preguntas.

Tengo muchas horas elegantes esperándome, muchos libros por leer. El infierno del cuerpo o el paraíso de la felicidad en determinados momentos, según cierta frase hecha no dura eternamente, todo es efímero, como la vida. Poder saber vivir bien como viejo es una especie de conquista, en ello estoy, lo estoy intentando aunque puede ser un estado sin proyectos. Intentaré admitir lo que el cuerpo traiga aunque no pueda dejar de admitir la insuficiencia de los gestos de derrota. Saborearé si es preciso las nuevas hendiduras, madurando mejor con lo bueno. Siempre me queda una rara resistencia.