domingo, 29 de enero de 2012

LO QUE VA QUEDANDO DE MÍ



Las paredes de mi propia casa: aquellos libros que he leído, mi vocación porque he compartido siempre como ciertas las palabras de Jouvet, citadas por José Luis Gómez, “que la vocación no existe hasta que no se convierte en un “choix persistent”, una elección insistente”, lo que ha sido durante toda una vida. Y a estas alturas va quedando poco más, un mantenimiento para todo lo demás a base de los más antiguos esfuerzos, porque si no, los espacios son difíciles de llenar sin que te vaya venciendo el cansancio.
Puede ser una muestra: una página de literatura en la red, un contarle a los demás los libros que he leído, los libros que me han gustado, desde de el verano de 2004 en que lo vengo haciendo, aunque falten algunos libros nuevos este mes, que estén todavía sobre el prolongado estante de libros “pendientes”, esos que me dijo un día en Segorbe, Josefina Aldecoa, que a lo mejor no leería jamás porque otros irían ocupando su lugar.

Nunca es falta de tiempo, lo tuve siempre para cada página como una ceremonia de obligado cumplimiento. No me lo restó el trabajo, ni las obligaciones personales, ni el ocio, porque leyendo lo he ido enriqueciendo minuto tras minuto. El tiempo siempre es nuestro y lo empleamos para lo que más queremos ¿Qué me pasa, pues?

Hasta fallo a veces en algo tan sencillo para mí: saber qué libro debo leer, cual debe hacerse sitio en las paredes de esas estanterías que veis y algunas que oculta la propia intimidad. Siempre supe antes por su autor, su temática, su tiempo de caución, diría yo, leyendo las hojas de cualquier libro entre mis mano, unas líneas al azar –mejor siempre que una sobrecubierta del propio editor- que ese era mi libro casi para el día siguiente, sin pausa y sin enmienda. Hasta tuve muy presente más que el contenido como decía antes, el poder de una narración que está más en cómo se cuenta que en lo qué se cuenta.

Busco que cada libro sea el mejor, inolvidable, que me deje la piel en él leyéndolo, hasta que no me importe en las manos en que terminarán luego. Conmigo ya ha cubierto su ciclo, tiene sitio porque no existe un solo hogar en el mundo donde no quepan los libros que hagan falta.  A mí me han hecho falta todos siempre pero me cansa hablar ya tanto de ellos.

Pido perdón anticipado si me acerco un día al silencio, a que esa elección insistente de la lectura sea tan propia que no necesite divulgación alguna. Pido perdón si me fallan las fuerzas para sostener un libro como algo persistente, terminar de mezclar los deseos ajenos con mis ecuaciones y emociones interiores. Es que queda menos de mí, de todo y para todos; es que cansa el cansancio, apenas ya ni de estar seguro que un libro es bueno.

 La vida se termina siempre a pedazos, no es frecuente que sea de una vez. Mientras, yo voy leyendo los libros más despacio y estoy dudando que sirva al interés y a la cultura de nadie, la que yo me ido fabricando, pero estas han sido mis huellas, mis pasos, la forma con que vivo mejor acompañado. La única manera que tengo de seguir de alguna manera resistiendo.

domingo, 15 de enero de 2012

NO PUEDO LLEGAR A TODO



Ya ha pasado el ruido de estos días, el ruido que muchas veces tiene la vida y que detrás, en cuanto te das cuenta, sólo queda eso, quizá lo que menos te satisface. Ha transcurrido y para hacer más real y llevadera mi actitud de espera, he procurado ir leyendo más despacio. He palpado más el idioma, la voz, la sintaxis que como decía Valery es una facultad del alma, del alma que ha ido enriqueciendo antes, la palabra, el adjetivo suelto, la metáfora que anda siempre uno buscando.

Pero he llegado a la conclusión de que intento demasiadas cosas, voy a tener que poner en fila todos mis anhelos para ver qué puedo hacer más pausadamente como cuando se hace el amor con cada poro, cada pliegue, para terminar en una ceremonia larga y pausadamente practicada y que permite no olvidar ni el olor ni el tacto, hasta los mismo gestos. Tengo que elegir, como si tuviera frente a mí ese dilema que siempre me planteó el tiempo y elegí sin dudarlo: la mañana a la madrugada.

Es curioso, mi intento de velocidad de ocupación supone una merma importante en mi tranquilidad. No es que busque al final de mis actos de cultura y de ocio o de enseñanza ajena la maestría del aplauso. A mí ya no me aplaude nadie hace ya mucho tiempo, quizá tanto que llego a preguntarme si es que mis actos merecieron alguna vez beneplácito ajeno. Cuando hago cualquier cosa, callo, o me lo digo a mí mismo para dentro, no pregono, ni busco la mirada ajena satisfactoria y plena. No soy hombre de éxitos porque no me gusta el éxito ya que pienso que nunca fui capaz de obtenerlo ni tuve casi intención de conseguirlo. De verdad.

Y en este tramo final tan corto, tan escaso, en que cuentas muchos días lo que dura el día, yo lo lleno intentando cubrir las carencias físicas, añadidas a la edad, por una hornada de pan recién hecho, muy pronto, por la mañana; lo entiendo necesariamente como un aviso para no entretenerme, para no dejar escapar ni que se haga mustio o mal utilizado un solo minuto si es posible. Hay que llenar las horas hasta que estén bien llenas. Si leo quiero leer el mejor libro, si escribo de él aspiro a saber luego poder contar a los demás la razón del placer que sentí leyéndolo; si la escritura es propia e íntima, que no tiene más cabida que el hueco noble de cada sentimiento donde contamos lo mejor o lo más tierno o lo que más nos ha estremecido, que eso tenga además la metáfora suelta en que se sepa nombrando lo propio poner al lado la comparación de lo ajeno.

Me mantengo vivo, activo e imbatible. Pero esa vida que enriquezco a diario como puedo me aprieta muchas veces por los lados, tampoco es eso. Debo buscar los resquicios de tranquilidad que dejan las pausas voluntarias, por lo tanto habrá que crearlas, dar lugar a la posibilidad de vivir la vida sin sentir los propios límites porque los hemos asumido, los damos por supuesto. A cambio, para combatirlos deben bastarme tres o cuatro cosas: lo reitero a diario, una literatura basada en el gobierno del adjetivo como un hambre insaciable de palabras que llevan detrás las mejores actitudes porque pertenezco antes al lirismo que a la propia literatura.

Y cada una de las demás actividades tomarlas como una convocatoria sin exigencias, sin que haga falta un resultado perseguido. Nunca vendrá ya el fracaso porque no hay puntuaciones que obtener; a la desgana del cansancio sólo cabe rendirle el descanso como un roce en la piel que me alivie la desgana de mis caderas con demasiada historia, antigua y deteriorante. Deben mandar ellas, o cuando sea el cerebro, ese país grande y poderoso quien diga bastante, no habrá pasado nada peor de lo que ha pasado otras veces. Es que está cansado, ya no puede crecer más hacia arriba, sino que va para abajo y las pausas que pide son como una advertencia, un testimonio que no puede uno disimular.

Era mucho mejor antes, dónde vas a parar. Entonces me agobiaba la ilusión por hacer algo importante para mí mismo, mí peor castigo o mi mejor sostén. Ahora es como si me estuviera inventado otra segunda vida que ya no tuviera plazo pero que la quiero extender tanto, enriquecerla más de lo que suele hacer la gente ahora, que me impide llegar, no a terminar las cosas, sino a seguir un cumplimiento que yo mismo me he fijado.

No, no puedo llegar ya a todo, y necesito ocupar el lugar del descanso como lo hacía antes, libre, sin pensar en el día siguiente, sin miedo, con seguridad, esa vieja seguridad que te da los años que aún no tenía, poderosa, enérgica y hasta importante en las ocasiones en que fue equivocada.

No voy a llevar la cuenta. Desde el comienzo del día voy a hacer lo que pueda. Voy a encontrar en mi propia calma una elegancia sensual y arrogante si es que fuera necesario. Las tres o cuatro cosas que habré hecho, los tres o cuatro libros van a ser los mejores para mí porque los he elegido yo. Y voy a escribir  -será suficiente- para escucharme, para contarme, para decirme.