Las
paredes de mi propia casa: aquellos libros que he leído, mi vocación porque he compartido siempre
como ciertas las palabras de Jouvet, citadas por José Luis Gómez, “que la
vocación no existe hasta que no se convierte en un “choix persistent”, una
elección insistente”, lo que ha sido durante toda una vida. Y a estas alturas
va quedando poco más, un mantenimiento para todo lo demás a base de los más
antiguos esfuerzos, porque si no, los espacios son difíciles de llenar sin que
te vaya venciendo el cansancio.
Puede
ser una muestra: una página de literatura en la red, un contarle a los demás
los libros que he leído, los libros que me han gustado, desde de el verano de
2004 en que lo vengo haciendo, aunque falten algunos libros nuevos este mes,
que estén todavía sobre el prolongado estante de libros “pendientes”, esos que
me dijo un día en Segorbe, Josefina Aldecoa, que a lo mejor no leería jamás
porque otros irían ocupando su lugar.Nunca es falta de tiempo, lo tuve siempre para cada página como una ceremonia de obligado cumplimiento. No me lo restó el trabajo, ni las obligaciones personales, ni el ocio, porque leyendo lo he ido enriqueciendo minuto tras minuto. El tiempo siempre es nuestro y lo empleamos para lo que más queremos ¿Qué me pasa, pues?
Hasta fallo a veces en algo tan sencillo para mí: saber qué libro debo leer, cual debe hacerse sitio en las paredes de esas estanterías que veis y algunas que oculta la propia intimidad. Siempre supe antes por su autor, su temática, su tiempo de caución, diría yo, leyendo las hojas de cualquier libro entre mis mano, unas líneas al azar –mejor siempre que una sobrecubierta del propio editor- que ese era mi libro casi para el día siguiente, sin pausa y sin enmienda. Hasta tuve muy presente más que el contenido como decía antes, el poder de una narración que está más en cómo se cuenta que en lo qué se cuenta.
Busco que cada libro sea el mejor, inolvidable, que me deje la piel en él leyéndolo, hasta que no me importe en las manos en que terminarán luego. Conmigo ya ha cubierto su ciclo, tiene sitio porque no existe un solo hogar en el mundo donde no quepan los libros que hagan falta. A mí me han hecho falta todos siempre pero me cansa hablar ya tanto de ellos.
Pido perdón anticipado si me acerco un día al silencio, a que esa elección insistente de la lectura sea tan propia que no necesite divulgación alguna. Pido perdón si me fallan las fuerzas para sostener un libro como algo persistente, terminar de mezclar los deseos ajenos con mis ecuaciones y emociones interiores. Es que queda menos de mí, de todo y para todos; es que cansa el cansancio, apenas ya ni de estar seguro que un libro es bueno.