viernes, 30 de marzo de 2012

LA RED, EL TIEMPO QUE ME QUEDA




Voy a ver si explico lo que hace mucho tiempo debía haber explicado y todavía no sé muy bien cómo hacerlo. A estas al turas mi caché de lector, como esa memoria antigua que tiene por ejemplo cualquier ordenador, nadie me lo niega. Sin embargo no sé bien porque estoy escribiendo en este paraninfo anónimo, que muchas veces da miedo y te obliga a disimular identidades propias y ajenas, ignoro las razones, y ahora que me debiera sobrar más el tiempo ando  escaso para lo que me queda por decir y por hacer

Soy incapaz de dejarlo pasar inútilmente, tengo energías todavía para adquirir sabiduría que en este caso, bañada como en la antigüedad de un casco viejo, cuesta más incorporarla, pero nadie me la puede quitar ya. Para todo eso la red se ha convertido en un lujo, en un vicio, en una manera de esconder los amantes y no declarar todos tus bienes, es como una Hacienda pública que en determinados momentos te obliga al silencio y en otros a tus propios desacuerdos.

He dejado huellas y tengo seguidores. Les gusta de mi palabra, la palabra, porque como dijo Burroughs, “la palabra hablada y escrita, actúa como un virus. Se trasmite, se contagia.” Y con la palabra he narrado ese tiempo que he tenido escondido en tantas ocasiones, Allí están mis formas, mis deseos, mi importancia, me gusta a mí también lo que he dejado dicho, no me arrepiento de nada, no borraría nada, ni hasta cuando parece que me he estado dando importancia, ni la propia insistencia con los libros que he leído para inducir a que lo lean otros, a ver si los sienten parecidos.

Qué extraña me ha parecido muchas veces la red en mi propia cama cuando me acordaba de ella luego, me parecía casi ajena, aunque fuera sólo unos instantes para entender dónde me encontraba, qué es lo que quise decir de mí para que todos me entendieran. Pero siempre considero que he sido generoso en muchas ocasiones y con muchas personas. Para todos, pedir nos resulta complicado, pero dar no es nada fácil y yo he intentado hacerlo de múltiples maneras sin que me pidieran.

Ahora, cuando noto  la rapidez con que se me pasan los días frente a la lentitud que tenían cuando uno de joven casi hacía fuerza para que pasaran, ya no me queda la posibilidad de hacer proyectos, sino el más importante, sentirme mejor hoy, no importarme cómo me sentiré mañana. Y cuando llega la noche tengo un descanso muy hermoso y  muy sencillo: sentir el aliento próximo de quien ya duerme. Tiene un valor incalculable, una serenidad gratuita, una manera de estar cómoda y tranquila. Convivo todavía, comparto, en eso estamos.

Ya sé que después vendrá lo mejor que tiene el día: el día. Antes hay que hacer muchos esfuerzos para haber terminado el anterior dignamente. Hasta llegar a ese nuevo, hasta ver desde el principio qué han escrito en la red, está la medianoche, y es difícil –siempre lo ha sido para mí, por eso he insistido que nunca me moriré de día. Esa transición, como dice Barrueco de Lavapiés o de cualquier sitio, los hombres “sienten que es más fina esa delgada línea entre la vida y la muerte.” De ahí la razón de que le tenga tanto miedo a la noche.

Por eso necesito llegar por la mañana nuevamente a mi sitio en el café, en el libro, en la red, para poner cualquier palabra, contar algo sobre ese libro que acabo de leer, cómo sobrevivo, la fuerza que me hace llegar al alba más pronto que nadie. No es que madrugo más, ni tengo ninguna hora de descuento, es que busco tener que levantarme antes con pasión, con mucha insistencia. ¿Dónde vas tan pronto, me preguntan a veces? A la vida, al tiempo que me queda, al libro que he dejado entre medias, a contestar dos líneas a quienes hayan leído las mías.

No me voy de vacaciones, siempre estaré en la democracia de la red, sin importarme que alguien me considere importante o que piense que no vale la pena leerme. Voy a tener, eso sí, siempre, como una aureola de deseo, escribiendo como he hecho muchas veces en aquellas ocasiones que pueden provocármelo. Es mi estilo, mi postura, mi salvación, mi forma de ser permanentemente amante.

Y aquí voy a seguir el tiempo que me quede. No me iré hasta que la vida me elimine de Internet. Bien me vale llevarle la contraria a la frase de Rilke que ese gran novelista gallego que es Ramón Reboiras, utiliza en uno de sus libros para llegar hasta el fin del mundo, como un hombre de este tiempo y de estos años: “”¿Quién nos volvió al revés,/ para que siempre/por más que hagamos tengamos el gesto/del que se marcha?”

Pues yo me quedo el tiempo que me queda. Esto viene a ser como un vicio público, o una virtud en privado, ¿verdad, Ramón?


jueves, 15 de marzo de 2012

"COMO UN POLVO FURIOSO, MEMORABLE"



A veces puede ser hacer cualquier cosa para sentirse  necesariamente mejor. El título es explosivo, las capacidades destruidas, y la única reacción posible es precisamente eso, pensar que somoscapaces de darle a nuestras conductas en la vida, subrayada, grandiosa, maneras que no era posible dejarnos insatisfechos.
¿Dónde tenemos ahora los suficientes recursos para quedar dignamente en cualquier tarea en la que estemos metidos? Ando demasiado quieto porque me cuesta cada vez más dar los pasos, pero debo darlos, es camino de mantenimiento, de conservación, hasta de admiración ajena. Voy eliminando menesteres propios, zonas de cultura, que debe uno –al contrario- ampliarlas cada día. Me doy cuenta, pero no lo hago.

Necesitaría que me lo gritara alguien, que me recordara zonas de satisfacción, momentos inolvidables y lo costoso que resultara ahora volver a repetirlos, pero si es posible, hay que hacerlo como ese polvo furioso y memorable de una novela de guerra de Almudena Grandes, a quien le he robado el calificativo. Pero es justo lo que necesitaba contar ahora para entrar claramente en zona de reclamación desde dentro y hacia los demás.
Recuerdo, releyendo el beso del libro, que las bocas necesitan acoplarse, sin otro sentido ni otro destino. Ese es el secreto, dedicarse a ello todo el tiempo posible, ver si podemos arrancarle al día alguna hora extra que tenga un número superior a 24. (En mi caso, ojos bien abiertos –lo contrario que en el beso- brazos arañando porque necesito siempre agarrarme a algún sitio: o la intencionada sujeción de la cabina de ducha cuando dejo el cuerpo limpio: o ese pequeño escalón que tienen las aceras, que no necesita mirar casi nadie y yo los veo siempre; el marco de la puerta, conocida y propia, de la casa de casi toda la vida, llevando siempre –eso sí- las manos libres y  con todas las luces encendidas.)

Parece contradictorio pero no lo es. Igual que tengo que agarrarme a la dificultad conocida del tiempo que me queda, a cualquier punto de apoyo necesiito igualmente mi intención de no perder intensidad, son muy válidos los ejemplos del polvo y el beso, cualquier sensación que me traiga la calidad de un recuerdo que le puse la etiqueta de presente para siempre. Son imprescindible, para el tipo de vida organizada que tengo, los amores imprudentes que me producen los libros, pero a la vez es necesario acostumbrarte con lo que me va quedando.
Necesito y necesitaré siempre –por eso tantas veces he pregonado el afecto a la gente, y acabo recientemente de hacerlo- como un círculo de abrazos para medirme con la gente. No hace falta mucha precisión, sino confianza, atrevimiento, la insistencia de estar muchos años ya sobreviviendo.

Y para hacerlo en buenas condiciones, para que cualquier cosa a estas alturas pueda parecer memorable has que sacarle partido a las cosas cordiales. Esforzarse –lo tengo decidido- más que para hacer mejor cada paso en la calle, saciarme, encadenarme cada vez más en todo aquello que me produce placer interno. Luego, quizá, tendré la audacia de contarlo, pero lo que es necesario es hacer las menos preguntas posibles, responder siempre que estás bien aunque no estés nada bien, la vieja y mágica ley, evitar uno mismo las preguntas porque suelen tener, a tiempo vencido, una respuesta que no conviene. Si preguntas, si te preguntan y tienes que responder que sea como una caricia, que dice quédate.
Voy a ver, pues, cómo me las arreglo, con 24 horas más o menos, emplear cada uno de los ratos: o leyendo, por el vértigo irremediable que tienen las palabras, esa literatura “intocable” de que hablaba Umbral, que ahí tenía su gloria y su ventaja. Voy a ver si me hago estudiante otra vez, pero mejor estudiante porque me pondré delante de aquello que realmente me interese inmediatamente, urgentemente. No escatimaré el tiempo aunque he comprobado que no puedo hacerlo largo, tengo las neuronas cansadas y viejas, las antiguas se acuerdan de lo antiguo y las nuevas tiene precio de haberlas comprados en alguna tienda de los chinos.

Poca calidad, la clase la he poner yo a base de insistencia, aprovechando el tiempo como si el tiempo se pudiera aprovechar. Buscaré alguna ventana inesperada por donde me entre ese aire limpio y joven de cuando dormía como un niño. De las palabras que me atreva a escribir encontraré por cualquier parte su mayor densidad.
Y finalmente, aquello que puede parecer poco conveniente, el hecho de envejecer, habrá que hacerle caso a Esther Bendahan: que hay que vivir al día, sin proyectos ·porque ser viejo puede ser –y de hecho lo es- una conquista."

Dice Bendahan “sin proyectos”, me quedaré simplemente, eso sí, haciendo cualquier cosa “como un polvo furioso, memorable.”








miércoles, 7 de marzo de 2012

ESA AMISTAD DE RENTA ANTIGUA



Como una forma de hacerle caso a nuestra vejez, tuvimos la otra tarde un rato de compañía, de lenta conversación, sin tener que preguntarnos antes las pausas, porque esas las llevábamos puestas tanto nosotros, mi mujer y yo, como Carmen, nuestra amiga. Las hicimos y seguimos sintiéndonos cómodos, como antiguos amigos.
Y nada más irse yo pensé en contarlo un rato aquí, que es el sitio de mis desahogos, pero he preferido dejar reposar unos días esa conversación de amigos que tuvimos -entre amigos de siempre- que nada nuevo teníamos que decirnos pero que sin embargo siempre evitaremos despedirnos. Porque eso es lo que pasa, con aquellas personas que quieres no te despides nuca, nada nuevo ha ocurrido y siempre tienes algo que decirle, lo notas cada vez que la miras, que comentas algún libro, o que su propia compañera tantos años, hablando un rato, vuelve a ser compañera.

Sí, nos hizo mucho caso, y eso cuando nos hacemos lo que se llama “más mayores”, te das cuenta enseguida. Lo recibes igual que te lo dan, sin esfuerzo, con complacencia. Y la verdad es que ahora escribiendo de lo que nos dijimos esa tarde reciente, no tengo nada especial que contar, sino que estuvimos con un entrecomillado en la presencia, en el tacto de la llegada y la despedida, hasta otro rato, cuando lo vuelva a permitir ser amigos hablando, recordando.
¡Qué riqueza de recuerdos tenían esas dos mujeres! Fueron comunes en su trabajo, fueron compañía, paciencia y ahora queda con los recuerdos la viveza actual de una renta antigua, como decía. Todo ello dentro de una alcoba espaciosa pero en donde, sin embargo, tropezábamos al cortarnos nuestro afecto, al recordar a otros amigos.

Pero sobre todo hablamos del presente, eso que tiene la capacidad –no sé cómo se las arregla-  de abarcarlo todo. Si es algo antiguo lo convierte en festivo, decimos cómo fuimos y coincide en cómo somos. Con una amistad de la que hablo nos uniformamos, no hay que hacer nunca borrón y cuenta nueva, porque en este caso es como si rebotara en las paredes y la sintieras de nuevo con la riqueza que tuvo y que tiene.

Es curioso, si quieres, puedes hacer marcha atrás, nada te lo impide, para saborear la riqueza que tiene algo que empieza, por ejemplo, volver a ser amigos. Los principios siempre tienen indudablemente mucho más entusiasmo que los finales, estos entristecen por la causa que sea. Pero igual que el otro día dije que quiero vivir otros cien años, me pueden  servir para seguir siendo mucho tiempo muy amigo de Carmen.
Yo hace años que vivo un largo proceso de recuperación con contrato de mantenimiento incluido. Y en todo este periodo he sentido la fortaleza prestada que te aporta una persona tan amiga. En el caso de Carmen, dos líneas de ella siempre contienen enseñanza y sabiduría. Yo luego de leerlas dejo dormir con una larga pausa sus palabras, igual que cuando leo un libro bueno o cuando casi me aprendo un poema de sentimiento obligatorio.

En la amistad y en el afecto cada uno pone de su parte lo que sabe, sin darse cuenta de cual es precisamente su parte y la intensidad que tiene. Esas amistades constituyen como un día verbal que no sabe de medidas, sino de una predisposición, por ejemplo, a sentirte tan bien un rato de una tarde y notar que te hacen caso adrede porque no pueden evitarlo.
Pero a estas alturas –precisamente cuando uno ha perdido altura entre otras muchas más cosas- te queda ese recuerdo con forma de presente verdadero. Además sientes dentro la comodidad de no tener que dar las gracias porque a lo mejor te las están dando antes, se dividen a medias, en este caso era entre tres personas. Yo callaba muchas veces, iba aprendiendo.

Al final no lo pude evitar hablar también de libros, de tecnología nueva para leerlos, de formas de intentar aparcar más deprisa el regalo que supone esa vieja amistad tan permanente que además me mantiene joven. Fue precisamente esa gran amiga quien un día me elogiaba con palabras inolvidables la juventud por la que sigo luchando. Que me la den los medios, las personas capaces de enseñarme, quienes tengan verdaderamente esa “permanente y necesaria juventud en la mirada” que hablaba de mí Carmen.

Ojala pueda mantenerla con viveza, como dijo. Que forme también parte de esa amistad de renta antigua que tenemos mientras nos hacemos más mayores.