miércoles, 20 de octubre de 2010

LA AMISTAD, ESE PLACER PREVIO Y EXQUISITO


Hablar de la amistad puede parecer situarse en un entorno menos importante cuando a diario nos movemos en márgenes que necesitan el cariño exigente y manifiesto. Pues hoy me vienen a la boca reacciones más infrecuentes pero que con su expresión acogedora y cándida, hacen que me fie más de la vida, me proporcionan un placer exquisito y previo para cuando sientes algún vacío, te lo cubre, a pesar de no contar con la presencia siempre, con su envergadura.



Hay veces que esos momentos huecos que te vienen de repente, te los callas o los cuentas. Yo prefiero casi explicarlos pero como en un ambiente de diálogo, de esa conversación que puedes tener cualquier tarde, en cualquier momento, esa reanudación para saber cómo estabas sin que te lo hubiera preguntado explícitamente nadie, que es la mejor manera de saber el estado de alguien, de algún amigo o amiga que sientes lejos, como si estuviera en una fila de la vida muy separada de la tuya.


Me he encontrado unos días necesitado de esas pocas pero imprescindibles miradas que las llevo encima desde antaño; me he sentido más seguro, para decir, quiero a los que me quieren; he recogido así el intento de caricia en una simple y poderosa amistad; he guardado esa imagen, como si contara formas de placer, la parsimonia de no moverse para que me vaya llegando lo mejor. Viví como consecuencia de mi propia torpeza el flash de los mejores momentos posteriores, esa extraña posibilidad de sentirte sin nada pero como imaginando que vendrá luego alguna coquetería que has soñado siempre.


Debajo no llevo nada, el ángulo de la esperanza y la ansiedad, debajo soy más yo mismo, mi calor humano a la espera de otro calor humano con las maravillas que se producen en esos casos. Fui un enfermo de mentira, una delicia para quien quisiera proporcionarme a su vez, su propio encanto; notaba más que nunca la piel, lo que no puede ocultar el paso de los años ni de las páginas de los libros que estoy leyendo. ¡Qué más daba! Era una madurez bien pensada a raíz de una insensatez, la ilusión del regalo diario de una mañana nueva, lo mismo que la ropa vieja que terminé poniéndome para poder presentarme otra vez, si acaso me encontraba con alguna amistad necesaria.


Busco ya hace mucho tiempo de la vida la belleza que proporciona la tranquilidad, saber estar con unas cuantas personas con un poder incalculable. No tienen nada que ver con los seres propios, es una conquista recordarlas, y una belleza cada vez que se acuerdan de ti. Hay una obscena generosidad gratuita detrás que sostiene esa sofocante partida de la vida, precisamente, cuando te viene algún sofoco sin esperarlo, sin saber por qué, con el gozo de explicarlo luego a unos pocos amigos o amigas, aquí no importa el sexo, sino el propio roce.


Esas amistades que cuento son como una conquista que conseguió uno un día con la exigente certeza detrás. Sería una metáfora obscena contar que te metes en la cama cada vez con ellas, que duermes los recuerdos en una alfombra tierna y única. Qué conquistador me siento cada vez, dueño a medias de los momentos que compartiremos, juntando las palabras hasta encontrar ese silencio voraz de dar a entender que estás bien. Casi uno huye del caos de las palabras, ya las lees, ya las dices necesariamente luego.


En este caso se trata del más hermoso patrimonio que puede tener el ser humano cada vez que triunfa con un amigo. Esto ha sido también como mi pausa, está siendo, aunque menos de lo que quería en las tintas de la paredes de la red. Estoy hablando estos días con amigos, han cruzado las piernas frente a mí y el tiempo así se nos ha hecho más corto o más inagotable, no se sabe.


Eso hago cuando guardo silencio, cuando no hablo de las letras que leo, cuando dedico las tardes ya insistentemente a juntar dos butacas leyendo, a esperar que alguien llame y regale la belleza imposible de preguntarme cómo estás.



lunes, 11 de octubre de 2010

CEDERÉ MIS DERECHOS DE AUTOR


Y me apoyaré otra vez en el sitio que tuve y sigo teniendo porque las palabras propias, las hice precisamente demasiado hondas para quedármelas a solas. Será suficiente para volver a añadir algunas nuevas, que su lectura -como me dicen aquí mismo- “apacigüe y levante el ánimo”. Porque precisamente de ánimos no andamos nadie demasiado sobrados.



Voy a ver cómo me las arreglo para calmar cualquier mar de tristeza, para que vuelva a haber de nuevo, algún rato, precisamente un mar de tranquilidad que a todos nos hace falta. Ando ahora metido con los versos de un novelista que en “Cháchara” asegura donde escribe: “se está bien aquí, en la intemperie del ahora/sin sitio a dónde ir y sin memoria de dónde estuvimos.” Y además añade después que es un sitio “donde no vamos a morirnos. No se puede.”


Sin embargo yo estos días casi sentí de cerca la sensación de cómo era lo más parecido a morirse. No tuve dolencias graves, solamente un desarreglo, un olvido, un pequeño parche para mi organismo. No poder interrumpir la propia vida con algo de sueño, esas horas que necesita el cuerpo, esa manera de acercarse a estar , dormido, pero sntiéndose bien.


Ya lo tengo arreglado y por eso al leer que alguien que no tiene más apaciguamiento que esta especie de cuelgue producida por la expresión de mis sentimientos, las palabras que suelo recoger de cualquier libro, por eso, vengo un rato de nuevo, al mismo sitio. Mi literatura tendrá el suyo propio, aquí es cuestión de tacto, del roce de la piel con alguien, de la poderosa imagen de la imaginación, de volver a vivir como lo he tenido que hacer yo mismo en mi propio terreno. También yo necesitaba de alguna manera apaciguarme.


Ya estoy de nuevo por los sitios, por las calles que me son propias; he empezado -ya que el poeta dice que no vamos a morirnos- a hacerle caso a él. He empezado por irme a mi espacio inevitable donde me venden los libros, para que a cambio de este libro de versos que os hablo, o de unos deliciosos cuentos de Le Clezio por fin me han dicho que me dan un beso donde quiera o como el poeta si es preciso “me regalan un tatuaje en cualquier sitio”.


Quiero que sea suficiente para quien me vuelva a leer, que se quede sin ansiedad, que el mar vuelva a ser el mar que era. Mis palabras son públicas y sirven fácilmente, hasta como he dicho, estaba necesitado yo de ellas; como pienso de nuevo será siempre este papel ya bastante usado, esta misión, este empeño de volver a explicarle a cualquier mujer que me esté ahora leyendo que necesito yo también que me eduquen de nuevo, hasta lo que todos necesitamos: lo proporciona copular con el amor todas veces que se pueda.


Ya sabéis que siento cerca la turbiedad que ponen los años en la propia memoria; que siempre que escribo aquí es para explicar como dije hace días aquí mismo, sintiendo el abrazo inexplicable de alguien con genes propios, que es imposible sospechar que exista la tristeza con esos condicionantes. No me hace falta ni el derecho del lenguaje, que lo ponga cualquiera en cualquier respuesta; me comentan lo que no tiene comentario posible: es mi tacto, mi ternura, lo que se nota en la espalda con el abrazo.


Tendré, pues, que intentar brillar de nuevo de alguna manera, sobrevivir aquí más cerca, no apartarme del todo si le hace daño a alguien. Tenderé la mano, abriré la ventana de mi cuarto y lo primero que se nota, es que está lleno de libros y entre ellos el cariño que siempre puse con la gente. Quiero que mis momentos se noten, sean de nuevo los momentos de alguien que pueda necesitarlos.


Total, ahora que yo mismo me estoy leyendo, pienso que es una manera de guardar y hacer notar mi silencio, que se note, lo mismo que se nota el amor –lo he dicho varias veces- cuando no dices nada.


No tengo más derechos que aquellas palabras que escriben los demás.