domingo, 21 de diciembre de 2014

LOS HUECOS QUE DEJA EL CUERPO



Hace ya demasiados días escribía en estas páginas sobre mecanismos de defensa para intentar con ellos volver casi al que era. ¿Para qué si no he dejado de ser el mimo? Sencillamente para saber cómo solventar el eterno problema de los huecos que deja el cuerpo con el transcurso de los años. Explicaba que estaba recurriendo a lo de siempre: mi café de la mañana, mis libros en la mano frente ya mi cada vez más defectuosa vista, mi capacidad de sentimiento, mi mano buscando la misma mano de hace tantos años, reforzándose así con el rito de querer a una mujer. Y como una imposición de actividad  seguir manteniendo en la red mis sugerencias de libros, nunca con el atrevimiento de recomendarlos. Un libro se debe de coger en las manos, olerlo, ojearlo como la  vieja profesión que patrocinaba Azorín y terminarlo leyéndolo por tu propia decisión y criterio.

Pero entre el aquel post de hace más de un mes y este de ahora el cuerpo ha dejado sobre el mismo cuerpo demasiadas huellas añadidas de golpe, difíciles de encajar aunque uno sea capaz de combatir. A quién se lo iban a decir que hace ya más de veinticinco años me senté frente a un ordenador que no sabía casi ni manejar para que fuera capaz de seguir comunicándome con los demás a través de foros y blogs y asomarme así a un exterior que por mi pie no era casi capaz físicamente de recorrer.

Es verdad nos vamos reconociendo no solo por el rostro y nuestro compartimiento sino por los huecos que se van produciendo en nuestro cuerpo. Son negaciones, limitaciones que nos manda la vida y que en mi caso no valoro sólo por su importancia -que la tiene- sino por su insistencia. Resisto, pero tengo ya a estas alturas el derecho a la queja. Son negaciones a mis propias posibilidades. A una mente amueblada, mi cuerpo le pone trabas, no tengo cancha libre, ni seguridad, se van apoderando los temores de tener que irse con lo que me queda por hacer. La vida no es solo presente, sino extensión por recorrer. Igual que el hoy tuvo un pasado está la incógnita del futuro y quiero hacerlo bien. El extraño y variado contenido de los libros que leo, me aleja a veces el pensamiento porque nadie es capaz de leer solamente, nos toca pensar a la vez.

Me quejo de eso, me vengo quejando cada vez más, con mi pensamiento de lo que hacía y de lo que puedo hacer. Los límites son gratuitos pero los noto por momentos, cada vez más, insistentes y crueles, con la vejez. Estamos rodeados de ellos, no podemos ignorarlos por mucho que queramos porque la propia vida a secas ya es un límite. No he aprendido todavía a vivir de esta manera, quiero y no llego, antes lo hacía todo mejor. El tiempo te pesa y te rodea de fracasos que hace que se vayan cayendo pedazos de vida sin querer, piezas imprescindibles. Me duelen los huesos hace más de veinticinco años, pero me quejo de no poder correr con ellos como hice generosamente. No me duele el dolor, me fastidia más saber que va a venir.

Menos mal, aunque suponga para ello una gran parte de destrucción que no le correspondía, que tengo mi mejor revés: vivir con alguien como lo vengo haciendo es ser derecho y envés. Le basta a la otra mirada verme un gesto para notar lo peor de mí, lo que llevo tanto tiempo dentro, mi capacidad de resistencia, mis mecanismos de defensa como dije hace poco que se van debilitando, ya no son ni mucho menos lo que eran, pero una mirada de ella me hace volver a intentarlo, soportar este momento demasiado largo y traer con la memoria todas la buenas épocas porque uno, como dice Javier Marías, no borra la memoria a su gusto. Hay una memoria constante, insaciable de recuerdos y actitudes. Me agarro a los mejores. El bienestar que produce estar leyendo juntos un hombre y una mujer que siempre encuentran tiempo tanto para la lectura como para quererse. Tengo junto a la cercanía de esos momentos el fervor a la caricia de una mano, la continuidad de la palabra o el lujo del silencio.

Pues no quiero nada más, con esos silencios muchas veces basta el roce de la piel para obtener el resultado perseguido. Ahuyentar la desgana que me produce otro hueco en el cuerpo. Si viene de nuevo, saber levantar la cabeza, acordarme de otras posibilidades que tengo. Todos llevamos dentro nuestra debilidad y al mismo tiempo nuestra fortaleza. Aunque la vida humana sea indisociable a la desdicha muchas veces, ésta hay que aprender a apartarla, a dejar de preguntar igual que cuando eres feliz no preguntas.

Tengo muchas horas elegantes esperándome, muchos libros por leer. El infierno del cuerpo o el paraíso de la felicidad en determinados momentos, según cierta frase hecha no dura eternamente, todo es efímero, como la vida. Poder saber vivir bien como viejo es una especie de conquista, en ello estoy, lo estoy intentando aunque puede ser un estado sin proyectos. Intentaré admitir lo que el cuerpo traiga aunque no pueda dejar de admitir la insuficiencia de los gestos de derrota. Saborearé si es preciso las nuevas hendiduras, madurando mejor con lo bueno. Siempre me queda una rara resistencia.





jueves, 2 de octubre de 2014

"MECANISMOS DE DEFENSA"




 Entrecomillo este título porque son palabras ajenas de una buena amiga aplicadas a mí. Determinadas causas detuvieron mis actividades y no bastó la pausa de las mismas para volver a hacer lo que hacía. Parece fácil y que va a ser de inmediato, pero no es así. Es necesario echar mano de viejos mecanismos de defensa hasta para mantener la mirada cuando te miran, si lo días se te hacen más lentos es que se alarga un poco el tiempo que nos queda como una especie de derecho que tiene la vejez. Uno casi no escribe como habiéndose quedado sin el recurso de las primeras palabras. Pero se trataba de poder llegar otra vez al mismo sitio. No sé de su calidad, pero era lugar propio y compartido. Es un mecanismo de defensa.

Tienen el mismo lugar que tenían, el mundo de los afectos, andadura diaria y válida. Y de las entrañables rutinas: busco de nuevo el bienestar del café cuando creo que no se lo ha tomado nadie todavía, ese café espeso, poderoso para poder tener siempre un libro abierto, poder estar leyendo. Pues si eso ha sido soporte de una vida, dedicación, profesión utilizada para acumular placer, ni puedo ni debo dejar al margen el pequeño colectivo acostumbrado a lo que yo llamo mis sugerencias.

Ha sido un camino válido y público desde hace años como besos entregados a la vez a ese personal anónimo de la red. Allí todo está a la vista, lo toma quien le place, lo hace suyo cuando era mío antes de colgarlo. En cada manera de comentar un libro he puesto siempre como la calidez de una caricia por el placer que tuve leyéndolo, seguro en evitar el posible fracaso de mis propias palabras al lado de las de los escritores.

Me defiendo como puedo, empeñándome. Fui corredor de fondo y entonces corría para aguantar lo que no se aguanta, igual que cuenta esta mañana en un periódico, Leila Guerriero. Como antes me acerco con placer para cumplir el rito de la próxima elección al montón de libros que me  están esperando para cumplir el rito inevitable de mi vida, no es mecanismo de defensa su lectura, es plena defensa.

Pensé, como una manera más de defenderme igual que he hecho otras veces: fingir que nada haya pasado, hacer cosas que venía haciendo antes aunque sólo planteármelas me produzcan una tremenda pereza. Pero si no en ese momento, luego, lo haces, y te atreves a decirte a ti mismo, pues no era tan difícil, estaba bien, no habían caducado porque las caducidades suele ponerlas uno mismo como la etiqueta que casi no se entiende de los medicamentos.

Voy a hacer pues lo mismo. No, no se trata de un periódico del día anterior. Cada mañana, muy de mañana, me trae un moderno mecanismo, digitalmente las noticias de lo  que aún no ha terminado casi de pasar, así me cuesta menos esfuerzo que cuando luego, al mediodía el periódico impreso, loa deja más seguras aunque se hagan viejas en pocos momentos. Empiezo pues, desparramado de noticias.

Cumplo de nuevo mis pasos obligatorios, de “agente de bolsa propia”, como me definió un día un fisio. Me cuesta esfuerzo –es otra forma de defensa- cada paso que doy, corto y temeroso para ir llenando mi bolsa de un par de periódicos, añadido a la debilidad de comprar ese libro que tendrá que esperar su tiempo de lectura pero amparado por mi satisfacción ya de tenerlo. Recorro los turnos de mi entorno, me esfuerzo por ser el último  y que no se cuele esa señora silenciosa que llega tan fácilmente al mostrador y nunca guarda. Compro motivos de capricho para poder cenar sin que me hagan la cena. Y vuelvo para casa, lo que constituye mi más feliz disponibilidad prolongada.

Defenderse es estar dispuesto a que no acabe nunca nada, nada de lo que teníamos, nada de lo que hacíamos. Defenderse es volverlo a empezar cada día como si se me hubiera olvidado lo que he aprendido tantas veces y no quiero que se desplome de las manos. Sé que a estas alturas de la vida no puedo ir de ganador, pero tampoco seré perdedor. Me ejercité ya tantas veces en reconstruirme que es como un tratado propio que me halaga que alguien lo aprecie.

Voy a ir teniendo a medida que vayan viniendo, insuficiencias admitidas. Son ya una inevitable historia. Pero al menos hasta el penúltimo límite me pondré en pie de nuevo. Dejaré que lo pasado inmediato que fue malo, sea eso, pasado, y buscaré mi mejor rito de iniciación y de innovación como una imagen de la vida que me fuera a dar su mejor reflejo.

Sí, ya he convertido mis defensas en una manera de desafiar las reglas del cansancio. Engaño así a la vejez, la llamo de otra manera para no tener que encontrármela. El dolor tiene un lenguaje prioritario que es duro de entender.. En cambio volver a hacer lo mismo, o casi lo mismo que venía haciendo es una manera de darme cuenta que no pienso irme de ningún sitio para mantener el orgullo de mi propia maquinaria vieja.

viernes, 15 de agosto de 2014

CONTRA LA ESTATURA DEL DESASTRE


 
 
Lo dijo antes de marcharse definitivamente el poeta Panero: “Todo hombre tiene la estatura del desastre”. Pero habría que añadir de inmediato para su justa  medida, la capacidad de su resistencia.

Eché mano de ella en muchos momentos porque he sabido en muchas ocasiones que aporta una riqueza que compensa, que remedia el desastre inesperado.

Amigo casi de la amenaza de la ruina fui dejando pasar cada día con la dosis medida de angustia, pero era consciente una vez más que podría volver a esa especie de capricho que me ha ido formando el amor a la vida. Me mantuve aferrado a la vieja rutina del libro abierto  para llegar de nuevo a estos momentos en que yo mismo me asombro, con pausas más largas, con silencios de espera que me llevaban a lo que los demás llamaban “pruebas”, capacidades de respuesta, y en cambio para mí se trataba de esa resistencia propia que he nombrado antes para mermar la estatura del desastre.

Ya voy notando la llegada de pausas reconfortantes, viviendo de nuevo lo que para mí puede ser riquezas habituales. He caminado de nuevo en mi viejo y confortable coche para recorrer caminos breves, despacio, la mirada en el paisaje abierto de nuevo a lo más parecido a la felicidad. Se trata simplemente de comodidades simples y cómodas: vuelvo a desayunar de nuevo robando la alegría que tiene la mañana muy de mañana; a saber lo que está pasando en el mundo entre 9 pulgadas; a irme de compras luego sin saber tan siquiera cual sería mi compra.

Poco a poco, partido a partido de la vida, pero reduciendo así a cada paso la estatura que tuvo el desastre. Tuve además la compañía necesaria para poder calificarla como el más imprescindible medio de resistencia que llevo teniendo toda mi vida y hasta también el infrecuente gesto de una mujer doctora que mientras su sabiduría le llevaba por los caminos necesarios hasta localizar mi ruina y poder remediarla, mientras tanto, vencía mi gesto de posible temor y derrota, con sus manos –desconocidas hasta entonces-con una dosis de ternura que fue capaz de llevarla hasta la mejor curación posible: devolver la sonrisa y la confianza.

Pues ya estoy aquí de nuevo, aferrado a todas y cada una de las palabras que me dieron el tono más humano, más resistente que fui capaz de conservar como respuesta a la estatura del desastre del momento.

domingo, 29 de junio de 2014

MEZCLO LITERATURA Y CARIÑO


 
Como una segunda piel, igual que un profundo abrazo porque cada vez la literatura me sirve más para soportar la perversa locura de la vida. Es un invento viejo que se junta conmigo porque los libros que he leído saben lo que he sido. Mi manera de contarlo luego, tiene preferentemente eso, un profundo cariño a quienes los leen después, a aquellas personas amigos y amigas, que un día me dejan en un simple pero tierno correo, su opinión, en ocasiones su coincidencia.

De eso se trata siempre. La literatura es mi acto de fe, mi creencia de cada momento, puede ser mi excusa y a la vez mi esperanza y mi fundamento. Robaré una cita de Mallarmé: “el universo existe para llegar a un libro.” Pues ya tengo desde tiempo ese amplio mundo ajeno y propio. Llevo leyendo desde tiempos antiguos, y como recuerdo al alcance de mis manos los lomos de esos libros poblando las paredes de mi casa, la que he venido construyendo, como digo, con literatura y cariño.

Las palabras que voy anotando forman a la vez mi única y gastada piel, no constituyen un disfraz entre comillas que puede uno ponerse o no, se convierten en propias allá donde hagan falta, donde convengan. Me dieron su permiso los autores al escribirlas y mi licencia es, durante una vida entera ya, una prolongada base de datos de miles y miles de registros, el cariño y el abrazo que puse primero al leerlas bien despacio y luego al escribirlas como si fueran mi propia ficción que fui incapaz de construir con ellas.

¿Qué he hecho, pues, leyendo tanto? Nada menos que ir viviendo. Mi sorpresa cada vez puede estar en la solapa de cualquier libro todavía por leer, en la sinopsis que me explica lo que es, que me dice de qué trata. Pero no me suelen engañar, tan solo quiero, me basta con eso, que me cuenten cómo vivir. Tras su lectura, el final ha sido mi placer, mi forma de querer. Porque luego, ya lo sé, lo escribiré para que los demás sepan qué es.

Las páginas que he ido leyendo han sido como una manera de quitarles la ropa a quienes las escribieron, para saber de su piel, sin engaños, aunque estén llenas de ficción, porque la ficción es una manera de creerse algo para siempre, una especie de prolongación, un festín inexplorado y cálido.

Y cada nuevo día, cada nueva portada es parte añadida de vida para una especie de construcción definitiva a la cual no le quisiera ver el final nunca. Alargar la mano, poner sobre la mesa más cercana, casi sin orden ni concierto, pero sabiendo cuál será su sitio luego la última o la primera novela que ha llegado a mis manos nunca por sorpresa, sino a sabiendas que iba a ser necesaria, es parte de una costumbre que nunca es rutina y siempre será placer.

Nada menos a la vez, que literatura y cariño, sin saber por dónde empezar es una forma estática pero vivaz de emprender y mantener los avatares que te trae la vida.

De los libros ya no me separa nada, primero creaban aprendizaje y madurez y ahora ya forman parte de mi mejor vejez. Vivir degrada, desgasta, hay que buscar, pues, una forma de resistencia análoga a la que muchas veces tengo que emplear para otros menesteres como el deterioro general del mismo cuerpo. Qué sencilla parece a veces la salida de la vida entre las páginas de un libro. Se me escapan ya otras posibilidades muy hermosas e ilustrativas. Lugares que no conozco, que siguen ahí hermosos, esperándome como me esperaron aquellos a los que fui llegando.

Me pasa igual que lo dije un día refiriéndome a la compañía de una mujer: con los libros me siento enseguida mejor, son un mutuo homenaje que rindo a quién los han escrito y a mí mismo al leerlos. Es mi amor, son mis posibilidades para siempre. Saco de ellos casi todo lo que tienen, no me queda ni una oculta riqueza por descubrir.

Vale ya, me siento para seguir leyendo. Soporto lo que tengo y lo que pueda venir luego. Es el enorme poder y la inmena riqueza que tiene la palabra. Ya da casi lo mismo, ante cualquier dolor, no hay duda, hay un estado previo y poderoso que tiene el lenguaje. No quiero deudas con él, a cambio sólo tengo el cariño dentro de la mayor ternura.

lunes, 2 de junio de 2014

MI RECIENTE LECCIÓN DE ANATOMÍA


 
Estoy leyendo una novela de Marta Sanz donde devuelve a su escritura el derecho a esa lentitud para contarnos cómo su personaje se desnuda, cuenta su propia biografía lentamente, su lección de anatomía, casi como una posición del cuerpo fuera de las sábanas.

Necesito esa misma lentitud para leer cada tarde, para sacar de cada libro entre mis manos lo mejor que tenga. Acumulo ya tanta lectura tantos años que es momento de aplicar el reposo que me exige mi propio cuerpo para otros menesteres, buscar las necesarias pausas para dejar firme la lente intraocular situada detrás de mí cristalino. Se apoyó en tantas palabras ya que está un poco fuera de su sitio.

Me ha avisado temerariamente hace días, desplazándose lo suficiente para que una zona turbia me dijera claramente que quizá haya algo que hacer para recuperar la visión con la claridad que necesito las horas de mi vida que pretendo seguir dedicando a la lectura. Lo necesita mi ego de lector, insólito, intransitivo.

Me preguntó una doctora, puesta en antecedentes de mi incidencia, ¿lee usted mucho? Creo que mis ojos ya le habían dado, con la advertencia del desplazamiento de mi lente, la respuesta. Estaba bien explícita en el fondo de ellos.

¿Qué hacer sino? Si no puedo cumplir la imperiosa necesidad de vivir la vida que deseo y necesito, no tiene cabida ninguna posibilidad ajena a ello. La vida que uno quiere, la vida que ha elegido, la vida que es tu vida, ya está asentada y nadie te la puede tocar.

Es como en la novela de Marta Sanz mi lección de anatomía. Igual que cuenta ella cómo hacía el amor pegando cabezazos sobre el cuerpo del otro, yo lo hago cada vez que me entrego plenamente a la lectura. Me basta este libro que tengo ahora entre las manos, pero necesitaré el siguiente, “como una profesión o un auto de fe”.

Me ha dejado ya la vida las mejores sensaciones, he agrupado en mis palabras lo mejor que pude dar de mis sentimientos. Pero para seguir en ello necesito que llegue hasta mi vista la mayor luminosidad posible. Que nada me la merme, es mía la distancia justa hasta la página de un libro, tuve la mejor mirada también para los seres que quise y todavía mantengo la cercanía más hermosa que me la da precisamente una mano cerca siempre.

Poca riqueza más para añadir a mi propia lección de anatomía. Amo ya una imagen que he convertido en estática para tenerla cada día más cerca. Amo a quien me amó, a quien me fue ayudando cada vez a salvar las contrariedades que vinieron a destiempo insistentemente. Poca riqueza aparente pero singularmente difícil y hermosa.
 
Yo fui poniendo lo demás, lo que faltaba, la tremenda dificultad de la resistencia, esa ha sido mi victoria, como un triunfo sin cálculo previo. Todo se fue  deshaciendo y yo en cambio me fui manteniendo. Es cierto que ahora necesito ampliar las pausas porque se han convertido ya en una patología de descanso necesario apoyado en las mismas palabras que estuve leyendo.

Hasta un colirio cuida de mi ojo con la lente desviada, para darle precisamente reposo. Va como conservándome el camino para poder seguir leyendo al tiempo que acariciando, que buscando ese enorme descanso que pide mi cuerpo, que es ya parte de mi necesaria anatomía. Le da como más lentitud a las tareas emprendidas que van siendo cada vez menos.

Antes tenía como una previa planificación del ocio esparcido durante todo el día. Le robaba a ser posible horas al sueño, me producía rechazo demasiadas horas en la cama, me levantaba a esperar que llegara la mañana. Siempre he sentido hacia ella como una especie de fidelidad, de bien estar, de predisposición para arreglar las cosas pronto. La mañana era empezar el día, estrenarlo cada vez de mi propia vida y estar como más seguro, más defendido para que en esas primeras horas todo fuera a ser mejor. Encajaba ese espacio de tiempo como un oleaje benefactor de mi cuerpo. Acariciaba la mañana con la calidez que la caricia tiene para obtener el resultado perseguido.

Pero ya está casi todo dicho. Es tiempo para llevarlo todo más despacio, mirar más lentamente obligado por el desvío de esa lente intraocular que me resta algo de la claridad que necesito. No es cuestión de desgana, es falta de posibilidades.

Por eso reivindico ya el derecho a ser quién era. Si la vida ya no me puede aportar más beneficios de los que me dio, que al menos me mantenga lo que tengo. Si uno va perdiendo monedas, fuerza y salud, necesito conservar sino las ilusiones que llegan ya a destiempo, las propias, las que tenía. No me hacen falta nuevas, mi anotomía es mi manera de querer, de buscar las mejores palabras con su extraña cualidad sedante hasta el fondo del cuerpo con su olor ya a antiguo, a tiempo.

 

martes, 13 de mayo de 2014

NADIE ME AVISÓ




 
Nadie me avisó de cómo iba a ser esto, de que iban a caminar sin compás alguno el deterioro físico con la intención, con el esfuerzo mental para tener mejor ordenadas las posibilidades del cerebro. También sufre daño la mente cada día, pero menos, o será quizá que constituye ya el único capricho que me puedo permitir.
Se lo acabo de leer  a Elena Medel: “nadie me avisó de madurar así, junto a la vida.” "Madurar era esto:/no caer al suelo, chocar contra el suelo, contemplar el pudrirse de la piel/igual que un fruto antiguo." Cambiaré de verbo para ser más exactos, nadie me avisó de envejecer así. Te viene más de pronto de lo que te imaginabas porque te resistes, no te lo acabas de creer, y luego sin embargo, cuando lo has aceptado quienes tienes más cerca, mejor saben de ti, más te quieren –quizá por ese motivo- ellos no lo acaban tampoco de admitir. Eres su antecesor y si nada sumamente grave pesa sobre ti, es que estás bien, casi como estabas, cuando fuiste poniendo los cimientos para que ellos llegaran al mejor espacio posible de la vida.

Tampoco me advirtieron que tenía voluntariamente que ir reduciendo mis posibilidades, las simples ganas de seguir haciendo las cosas que me más me ha gustado hacer siempre. No quieras aprender más, viene a ser. Lo que aprendiste, ya se quedó fuera de tu alcance. De todas esas cosas, uno lo ignora porque no estaba avisado, saben los demás. Haberlo aprendido antes. Me quejo, pues, de lo poco que sé, lamento lo escaso que ya aprenderé.

Las pausas, los descansos voy necesitando hacerlos mucho más largos. Y se puede cometer el error de dejar para mañana lo que no tenga mañana. Me dan pena tantos libros acumulados todavía por leer. No puedo perder la curiosidad de llegar hasta ellos, de saborear a medias con su autor su placer de haberlos escrito con el mío de leerlos. Sigo escuchando voces de bibliotecarias de casas públicas de lectura, que cuando reciben determinados libros, antes de ponerlos en la vitrina de novedades, saben que deben avisarme para poder leerlos. No puedo, les tengo que decir, voy un rato a ojearlos, a acariciarlos, a tenerlos incluso unos días en casa, como en tiempos de espera que no van a poder llegar.
Por eso el otro día decía que voy tan solo ya a acercarme para contárselo a los demás, a diez o doce libros inmortales, maravillosos, que llenen el tiempo que me queda, que impidan la tristeza de dejar tantos fuera, esperando eternamente.

Todo eso es consecuencia de que nadie me avisó “de madurar así junto a la vida.” Nadie me ofreció la manera de hacerlo sin que apenas se note, acompañados cuerpo y mente, disciplina propia y posibilidades, cercanías como si fueran sueños y distancia ya por el imperativo de los años.

Habérmelo dicho y me hubiera dado más prisa. No me sentiría así como un invitado amargo de mis propias posibilidades. Hubiera hecho más largos los momentos de felicidad, habría disfrutado más, no notaría ahora tanto las ausencias de conocimientos que no tengo tiempo de cubrir. No puedo reconstruir, ando escaso ya de medios y de memoria.
Ni tan siquiera por la pretensión sana de ganarle la partida al cuerpo, me saldrían tan mal las cuentas. Por eso, porque nadie me avisó y porque ahora si lo cuento no se lo acaban de creer.

Pero de todo ello, no obstante, me compensa percibir detrás del último libro que acabo de leer, del posterior aprendizaje que termino de intentar, el reconocimiento de personas capaces de entender mi esfuerzo y mi dedicación. Así es posible, sin que nadie me avisara antes, poder madurar junto a la vida con las personas que son inmejorable compañía para compartir su cariño y su sabiduría.

 

domingo, 13 de abril de 2014

SIEMPRE ESCRIBE A MANO


 
 


Con un viejo lápiz, para mantener inevitablemente la lentitud, igual que un fruto antiguo que recupera así cada vez la memoria de las emociones. Siempre entendí su letra porque aporta su empeño en mantener la dignidad que tienen sus creaciones. No le importa la propia, ni tampoco la ajena. Eso debe ser cosa de viejos, y no va con él, no va con nosotros.

Escribe a mano hasta sobre sus propias piernas, sin casi apoyo, el título de sus escritos. Es capaz de pegarlo, en un pequeño trozo de papel, como una pegatina sobre la imagen elegida, en un ángulo, porque se le debe de haber olvidado que puedo luego titularlos antes de insertar su texto, con una letra de mayor tamaño.

Han pasado casi cuatro años cuando juntos insertábamos cada cuento, cada narración, en mi cuarto, delante inevitablemente del ordenador. Ahora en cambio, no es lo mismo, ya que el cuarto es el suyo, aunque sea prestado. Me leyó este cuento con su voz gastada, grave, como si el sonido le saliera del final del cuerpo. Apenas le oigo, pero da lo mismo porque sus escritos  van a fondo perdido, como si ya no tuvieran remedio las historias que lleva dentro. Le entiendo sobre todo cuando sus últimas palabras las carga con la cortesía de recuperar las emociones.

Me llevé su propia emoción, con la imagen que había elegido, esa calavera que consideraba tan hermosa, tan acorde con que “ningún amor se acaba del todo, ninguno, tampoco, permanece.” Y junto con su emoción, quiero aquí apuntar, que jamás le abandonaré porque sería dejar fuera, esa perseverancia en la vida que es mi mejor parte propia. No le busquemos final a lo que no debe tenerlo porque siempre supone una derrota, se mire por donde se mire.

NINGÚN AMOR SE ACABA DEL TODO, NINGUNO, TAMPOCO, PERMANECE


 
 POR CORREVEIDILE
 
El amor no es nada, sino una mera transformación de las circunstancias. Pero algunos dejan cicatriz. Otros, en cambio, se esfuman como humo de paja –por lo poco que dura y no dejan rastro. El amor no es nada, si, no merece las lágrimas de un chico.

 Pero al menor descuido, uno ya es viejo, se amontonan entonces los recuerdos y te demoras en los gratos que te hicieron feliz y que ahora te dejan el corazón alborotado.

Jorge Patricio era un inmigrante ecuatoriano de 18 años, al que, por un tiempo, di clases de inglés. Era pequeño y de linda presencia. Vivía en una casita modesta –una “escaleta”, le llamamos nosotros. El primer día estábamos solos cuando llegué y me llamó la atención una sillita de esas de bebé, para que el nene llegue a la altura de la mesa y poder comer.

 -¿Esto es para tu hijo?- le dije en plan de coña.

-Sí.

O sea que yo había ido a dar clase a un nene y me enfrentaba a dársela a un nene con un nene.

Solía yo llegar antes que él, que volvía de dejar al niño en la guardería. Me abrió la puerta del zaguán una vecina y le esperaba en la escalera, a la altura de su piso. Un día desde la baranda, vi que al entrar él, levantaba la cabeza con avidez hasta la escalera para haber si había llegado ya. Eso fue todo lo que bastó y sobró para que ahora me salten las lágrimas. Porque poco después dejó de abrirme la puerta.

En su piso quedaron todas mis pertenencias, una gramática muy valiosa y agotada, la película del asesinato de Romero, mis vídeos, casetes, libros, escritos, mi humilde paga, desorden de flor, mi ser hecho pedazos, me volví llorando como un crio por el mismo trayecto de siempre que no parecía serlo, Dios, qué desastre, me decía.

Ahora ves que tampoco fue para tanto. Todo termina, las cosas hay que tomarlas tal y como vienen y no preguntarse nunca el porqué. Todo acaba por ausentarse y encontrar su fin. Que el tiempo cura las cosas y traerá las rosas.

jueves, 13 de marzo de 2014

MUNDO TÁCTIL




Vivimos un mundo guiado por el tacto, para dar órdenes cotidianas en la vida cuando hasta ahora quizá le habíamos otorgado un estilo, una dedicación para saber más y mejor de aquello a donde queríamos llegar. Tacto era una forma de dejar huella, de recuerdo, una capacidad de seducción, una demostración de la mejor ternura.

Ahora es el aviso para comunicarse, hasta un intento de respuesta a donde queremos llegar. Tacto es situarnos, tomar sitio sin saber quizá lo que vendrá después. Le hemos quitado a la palabra tacto, su más hermoso significado, su aire de placer porque ahora es cotidiano su uso, su necesidad. No necesita ni un umbral de calma, no proporciona previamente disfrute alguno. Es posibilidad y necesidad.

Necesitábamos eliminar el tejido previo, ganábamos así un precioso terreno que serviría de paso para otros logros muy hermosos, una posterior  fascinación, una rendición para darnos derecho a la felicidad que venía luego. Era un pequeño coto, no un mundo entero como lo es ahora donde tantas cosas a nuestro alrededor ofrecen la posibilidad de ejercerlo.

Pero a pesar de su amplia aplicación, me lo quisiera reservar para lo que siempre constituyó la belleza de su éxito: que siguiera siendo el anticipo para que dos personas lo necesitaran luego, entre sí, como la forma más hermosa de manifestación íntima. Reservármelo para los grandes acontecimientos propios, a la vez que para los pequeños detalles seleccionados voluntariamente.

Es un éxito el roce de una mano, ese intransferible tacto puede permitir saber ya de las entrañas mismas de su propietaria porque si ambas manos siguen juntas luego, año tras año, se trata, sin duda, de no haberse equivocado, significa el triunfo de una vida, su prolongación, su apoyo. Porque no podemos olvidar la razón del poeta José Manuel Díez, ..."el tacto se perturba en lo que toca."

Una mano en la mano, no suele ser sitio equivocado. Una mano que cede a otra mano, a lo mejor es como abrir el pliegue de una falda, el aviso de la capacidad para la caricia. O tener la fortuna de ser convexo para una mano cóncava porque te sentías algo perdido, sin saber qué hacer con ella. Una mano lenta y voluntaria, bien utilizada, representa quizá la mejor parte de la anatomía humana.

Porque a lo táctil, a ese mundo tan amplio que nos ofrecen ahora se llega con las manos, con los dedos de cada una de ellas, pero insisto, renuncio a muchas aplicaciones para seguir reservando lo táctil a lo que hasta ahora ha constituido atracción o hasta perversión, pero nunca distracción, mera conversación gratuita.

Rechazo, por ejemplo, la constancia habitual en todos los rincones de la tierra del empleo de los dedos de nuestras manos en ese empleo de comunicación inmediata que la tecnología ha puesto –precisamente en nuestras manos- a través de los teléfonos móviles digitales. Para acceder a ellos ya no piden consignas abreviadas de caracteres, basta la huella de un dedo para reconocernos.

Pues no quiero que sepan tan fácilmente de mí. Mejor que me pregunten más para identificarme. Mis huellas me las seguiré  reservando como huecos privados de mi piel, han de ser reclamo  y ofrecimiento de caricias, andan por ellas casi hasta los mismos nervios de mi cuerpo.

Queda claro, pues, definitivamente claro, que el mundo táctil propio, nada menos que el de mis manos han de seguir teniendo el sitio reservado para la más digna utilización. Me valen los ejemplos que he puesto, y no debo olvidarme tampoco de la belleza que tiene mi tacto cuando paso despacio la última página del último libro que acabo de leer.

No haberlo tenido en cuenta aquí, hubiera sido desentonar de mi hábito diario, de mi palabra más común.

jueves, 20 de febrero de 2014

"LA BUENA NOVELA"


 
 

 
Con tantos años leyendo pensé que era difícil encontrar la idea que vengo arrastrando entre miles de páginas ya, el intento para colmar una vida: nada menos que existiera una librería que vendiera sólo buenas novelas. Hay un sitio para cualquier actividad excelso, único, hay una cima difícil de llegar, una certeza, una dimensión. La idea expresada por Laurence Cossé en “La buena novela”, es precisamente esa: Van y Francesca se juntan para llevar a cabo el sueño de sus vidas, montar una librería que sólo venda obras maestras, seleccionadas por un comité de expertos, anónimo, ocho grandes escritores bajo seudónimo.

Nada menos que “libros escritos para nosotros que dudamos de todo, que lloramos por nada; años de trabajo donde los autores hayan depositado, su dolor de espalda, sus crisis, su temor a veces a la idea de perderse, su desánimo, su valentía, su angustia” ["libros que nos demuestren que el amor obra en el mundo al lado del mal, muy cerca, a veces de forma indistinta.” […”buenas novelas”, “libros que no eludan nada de lo trágico de la condición humana ni de las maravillas cotidianas; libros que nos devuelvan el aire a los pulmones.”]

Tantos años, tantos libros, tantas búsquedas para tener entre mis manos esos libros. No desprecio el valle, el terreno que otros siembran para llegar hasta allí, pero necesito la cima, cada vez, cada momento, para decir esto es bueno, esto es nada menos que bueno, para esto sirve la buena literatura, encontrarte a salvo en la vida y de la vida, en busca siempre de la esencia verdadera. Ahí está, hay que encontrarla y luego dejarle sitio para siempre en tus mejores horas, en la más amplia estancia que aún te queda.

Uno muchas veces busca las compensaciones para cubrir los huecos que todavía tiene pendientes. La buena literatura puede ser una de ellas, una fuente de placer, una alegría inagotable. No es ficción, es camino para recorrer o vivir en él. Cossé me lo ha hecho ver a través de sus dos personajes. Puede ser perfecta esa aventura que cuando se llega a ella puede uno convencerse, era eso, era ese mi riesgo, mi posibilidad de perderme. El gusto por la aventura, que se tiene o no se tiene.

Los busqué siempre, libros que estén ahí como seres queridos. Todos lo fueron en cualquier momento: porque llegaron a mis manos para formar parte del abrigo necesario que reclaman de cualquier ser humano, paredes de una casa, préstamos que no devolveremos, como en un idilio perfecto.

Libros capaces al terminar de leerlos de provocar con quién comparte contigo lo mejor que quizá sepas hacer, te pregunte, qué sientes, qué sientes, cuéntame. Porque si no estaba sintiendo algo no me  sirven, ni me entretienen, ni me distraen, ni me quitan los malos pensamientos ni me devuelven el aire que me va faltando ya o me enseñan las manera de ponerme para estar bien o casi bien.

Que me lleven a la noche despacio, sin aspavientos, hasta quedarme dormido en la última página mal leída. Pero estoy seguro, no obstante, que me volverá al día siguiente la energía para verbalizar de nuevo, para que aquella metáfora de la mujer con un escote diez, se me escape letra a  letra en la línea siguiente que me atreveré a escribir.

Necesito que esa buena novela me proporcion la calentura que no tengo, la palabra que me falta cada vez, en cada momento, la memoria cobarde, perversa del instante, nada menos que del instante. Me hace falta ya que cada libro me mate por dentro, sentirme luego en el equipo de los elegidos, de los afortunados que encontraron su mejor oportunidad cuando casi no me quedan.

Para eso tengo que apartar tanto libro que tengo y que no leo, que no llego a leer porque lo peor de caer en la abundancia de coleccionar libros es que luego hay que leerlos. Pues prometo las dos cosas, leerlos, pero saber antes con certeza que son los buenos y dejar fuera el resto.

Y si no sé hacerlo, que me miren los libros, por favor, y me digan soy bueno. Es fácil, un libro es bueno si ejerce, si te llama y te espera, si te encuentra, te reconoce como buen lector porque siempre le respondes cuando te dice, acércate, acércate.