viernes, 20 de abril de 2012

TUITEAR O NAVEGAR, UNA FORMA DE VIVIR



Casi de ser persona, de poder estar en el mundo de hoy. Eso enseña Ramón Reboiras en su novela “Visita a un extraño” para poder contar a medias nuestros vicios casi solos, aquellos que vamos encontrando por la vida.
Como si tuviera poco tiempo, ni tan siquiera para ensayar el gesto del que se marcha de que habla Reboiras, poco tiempo para navegando o tuiteando hacerme con una nueva forma de vivir. Quiero la que tenía, la de empeñarme a  hacerlo caminando de cualquier manera, son ya muchos años de esta otra manera, muchos libros leídos y por leer, muchos momentos en que le he dado las gracias a ese momento, al estar con él, al preguntarle como aprovecharlo, muchos años en la red pero siendo más importante que la red. No voy a tuitear ni a navegar sin motivo. En Internet siempre estoy buscando la referencia de un libro, leyendo un texto o una información que me vale la pena, me enseña, me cultiva. Muchas, muchas cosas por hacer para necesitar el vicio de contar mis vicios. Soy persona, vivo y cumpliré mi compromiso de vivir cien años más sin dejar la mente quieta hasta que se me quede así definitivamente.

En el libro que he citado me enseñan que llevo razón callando, lo que suelo hacer en la vida real. Callando y no preguntando: me gusta el médico que no me dice lo que tengo, que quien me quiere lo haga callando; que mis hijos sean mis hijos aunque parezca siempre a los padres que se les olvida que son nuestros hijos. Me gusta decirle a una hija de una hija al despedirla cada vez que la llevo al aeropuerto (veinte años recién cumplidos y una maleta llena de libros y apuntes de Derecho) “te quiero y todavía  no sé por qué te quiero.” Es el encanto de las verdades ocultas que se llevan dentro, de lo que se escribe a ratos mientras vas leyendo lo que han escrito antes otros más o menos parecido a lo que estás pensando. Tengo una metáfora formidable para ese cariño oculto: es mi recinto húmedo para pensar y no contar lo que estoy pensando, mi manera más hábil de evitar mis desasosiegos, la casa con goteras que todos tenemos, pero mi refugio. Hay que querer sin saber por qué quieres.

Pero tengo miedo de no llegar a tiempo porque me falte tiempo: para saber vivir mi destino, mi momento, mi manera de ser que ido contando, mi disciplina de los vicios, las poesías que he ido dejando en mi disco duro. No sé si es que tuiteaba sin saberlo, si soy tan viejo que fui cultivando el medio antes de inventarse en Internet. Pero lo que es viejo como la vida que vivimos es sufrir por las veces que no la entendemos. Por eso me sigo empeñando en lo mismo, bien sabéis aquellos que seguís mis pensamientos: el poder intacto de los sueños que no pude hacer, el goce del libro abierto por la misma página de la que supe sacar certezas y adicciones.

Y hasta todo el tiempo que me quede me repetiré con lo mismo: la pasión por el verbo antes que el pensamiento, la devoción a la palabra escrita que requiere el beso luego. No sé, lo pongo en duda, si tuitear permite eso. Yo prefiero hacerlo como a oscuras, a medias en silencio, como una especie de recuento conmigo mismo. Ya no escribo casi correos y ninguno que no valga la pena, que no lleve dentro parte propia y reciba algo ajeno. Es cierto que se me come el tiempo, el tiempo, que quiero poder seguir aprendiendo para evitar hacerme viejo, que mi memoria sin embargo es cada vez peor, pero es lógico, al empezar la mañana y encender mi Mac me pregunto por dónde empiezo, qué es lo que busco, lo mejor que quiero. Dónde está la forma de caminar que la vida me ha enseñado a hacer antes de que apareciera twitter.

De la memoria de hoy, mañana no me acuerdo, sin embargo sigue viva la de los libros viejos que duermen ya hace años en las estanterías de las paredes de mi casa. El pasado ha prescrito porque es pasado y para el presente se me está haciendo tarde.