Devolverle a todas mis palabras la deuda que tengo con ellas
por el sitio de dónde vinieron y la calma que puse yo en buscarlas. A pesar de
todo el tiempo transcurrido con ellas, buscándolas y hallándolas a costa de
esos ojos, como los del poeta, cansados de café, me sigo asomando con ellos, a
buscar más historias a través de las ventanas que me ha abierto la vida.
Me queda por hacer seguir la búsqueda y el encuentro con
ellas. Eso se convierte en la manera de contar cualquier libro; en los miles de
registros que he formado con ellas, en pedazos de páginas que no fui capaz de
escribir nunca. Me queda quizá por hacer pienso lo mejor. Nunca tuve demasiada
imaginación para el futuro, ni apenas me importó, me impuse a la fuerza ser un
hombre de hoy, para eso nunca me ha faltado voluntad. No es que me sienta
desengañado por el camino que he tenido que recorrer para llegar hasta aquí
cada vez, es un tránsito, ya lo sé y cualquiera tiene su precio y hay que
pagarlo.
Me quedan, cómo no, los libros por leer. Ese aire que tienen
al estar por estrenar, ese olor tan puro y tan posible de recordar cada vez que
los tengo en mis manos; saber de la inmediatez del libro siguiente; ser débil,
absolutamente débil, cuando alguien con el suficiente criterio para decírmelo,
me deja un nuevo libro a mi alcance, conoce mis gustos y mis debilidades, me lo
pone con la proximidad que tiene mi mano y asegura que debo leerlo, que me
gustará. Otros muchos esperarán entonces. Entre opiniones ajenas y
descubrimientos propios qué pocas equivocaciones, en qué escasas ocasiones,
dejé un libro sin terminar por completo su lectura. Sería un poco, como algo
que tuviera pendiente y no terminara de hacer.
Me queda pendiente también,
poder frenar de una vez el desasosiego que produce dejar de hacer –igual
que la lectura de un libro de que hablaba antes- aquello que miro sobre la mesa,
de un trabajo hermoso y voluntario como siempre ha sido la ocupación plena, no
dejar desaprovechada ninguna hora del día que ya no me devolverá nadie. El tiempo
avanza solitario y perfecto, imposible detenerlo, tiene una exigencia y un
poder que nunca me sirvieron para llamarle experiencia.
Le tengo tanto respeto al tiempo que cada vez entiendo mejor
las palabras de Juan Cruz: "Se me está haciendo de noche/ en la mitad de
la tarde/ no quiero volverme sombra/ quiero ser luz y quedarme." Es el tiempo, la derrota más verdadera y
contra ella no he encontrado mecanismos de defensa válidos. De ahí que vaya
inventando, acorde con la estación, con el estado de mi cuerpo, con el espacio
que voy ocupando cada vez, modos pendientes, cosas que hacer.
Antes comentaba mi insistencia de apoyarme en las palabras, ajenas
primero, propias luego. Incluso me he impuesto obligaciones que ni debiera
pensar en ellas, pero que pueden ser una tremenda obligación de mesura y buen
entendimiento de futuro. Ya que me sobra sitio y a la vez infinidad de cosas
que o nunca encontraré o que no tendrán utilidad ya posible, ir deshaciéndome
de ellas: como si uno repasara infinidad de líneas escritas y se diera cuenta
que ya no tienen sentido en la actualidad, expresaron entonces aquello que era
necesario que dijera, pero que no tienen razón de ser ahora.
Sobran tantas cosas de la vida, que si esta se ha hecho
estrecha o se va a acabando la voluntad de qué hacer con ella, utilizaré la
propia limpieza de utensilios e intenciones para sentirme así luego más cómodo
en el marco siempre de las cosas que tengo todavía pendientes por hacer.
Tenerlas me exige vivir.
Cada vez que se cumple la típica fecha de cumplir un año
más, sólo pienso en una cosa: que se haga corto el tiempo que falta para llegar
al siguiente, igual que con un hermoso libro entre las manos anda uno pensando
en el que va a leer inmediatamente. Cumplo años adrede, con la intención
siempre de volverlo a hacer como si el siguiente fuera a ser más grande, no ya
porque lo imponga el guarismo sino por la fuerza que yo le pongo adrede.
Lo que me queda todavía por hacer, es como una naturalidad
propia que yo mismo he creado, una interpretación de mí mismo. No obstante la
incertidumbre que me ocasiona el paso del tiempo es para mí como una
interferencia y una taza de café. Mientras voy a ver si escribo de una vez lo
que tengo pendiente, como una remota música incumplida, por sonar.