viernes, 10 de agosto de 2012

SE ME VAN TERMINANDO LOS ESFUERZOS






Cualquier momento de la vida los requieren. Pero no me esperaba la sorpresa al asomarme a la puerta para que alguien me drenara lo que requería una simple incisión. Acudí al lugar adecuado donde las urgencias suelen prolongar las esperas. En mi caso no me importaba. He aprendido a hacerme menos viejo esperando. Pero el paso siguiente empezó a deshacer mis defensas. Hubo encanto, cariño, traducido cogiéndome las manos, pero la explicación que vino luego ya no fue un deterioro, sino un derrumbe. Se me quedaron dentro de aquel recinto para casos que quedamos que eran solamente de urgencias. Y sin embargo la propuesta que me hicieron, su mano –repito, entre mis manos- es que volviera luego, mucho más tarde, hasta habiendo celebrado la larga pausa con una cena para recobrar el aliento que estaba perdiendo y me quedara después allí dentro. (Ella, me propuso ir alternándome los antibióticos ya que llevaba la vena abierta; otro mucho más médico, en cambio, algo mucho peor: limpiarme los huesos y cambiar de asiento.)

Pero no se trata ahora de contar los sucesos, a cada cual más desafortunado, sino lo peor fue quedarme en aquella estancia de improviso, sin que nadie antes me hubiera avisado, que drenar simplemente una herida, suponía un ingreso sin aviso cuando uno sólo está preparado en la vida para ingresar hacia donde camina. Además, estando “apartado”, sin que tampoco estuvieran autorizados a manipular ni regar con suero fisiológico los bordes de una herida.

Fue pasando el tiempo, fue llegando la noche a la que tanto temo, con lo único bueno de estar lo mejor acompañado posible. Así se me cayó del todo la noche encima, víspera a una víspera de cumplir más años de mi propio calendario y a mi alrededor, por los pasillos de mi ya tantas veces conocido recinto, apenas un silencio, los pequeños ruidos de estar de guardia quienes estaban de guardia, y mientras yo, al dejar pasar así de mal mi tiempo, empezaba el recorrido de ir perdiendo el potencial de mis recursos, mis maneras de sacar refuerzos para los esfuerzos necesarios. Eso es lo que estoy perdiendo. En mi caso, de tanto ejercitarlos, más de veinte años, me voy sintiendo debilitado.

 Esa es la peor dolencia, para evitar esto es por lo que lanzo el grito que me queda dentro. Carencia de recursos, disminución en mi búsqueda de esfuerzos, no haber sido capaz ante el clima de susto que me dejó caer entre las manos dulcemente aquella joven y tierna mujer de bata blanca, de haberme resistido, haber sido capaz de decir no me quedo, prefiero sentirme con mi mínimo aliento como he venido haciendo hasta ahora, con pasos inseguros, con la debilidad de mis países bajos, pero la cabeza lo mínimamente amueblada para saber dónde estaban las personas que me estaban queriendo.

Fue más poderosa la voz enternecedora, ante el riesgo propio, de la joven mujer que se ocupaba de mí y acababa de conocer hacía tan solo unos minutos. Se llamaba Ana y hasta supo terminar sus palabras secándome las lágrimas con su beso, con sus palabras que anteceden al aviso de un estado de coma o la amenaza severa de “te la estás jugando”. Sentí su mejilla junto a la mía como para darme ese esfuerzo que ya no tenía. Todo me venció, todo acabó con lo más valioso que siempre he sentido, mi capacidad de lucha: le di la razón, sentí miedo, rendí mi resistencia.

Pero que nadie me lea con una capacidad de preocupación mayor de la debida, que eso sí, es suficiente. Bastaron 24 horas, lo que me duró aquella mala noche, una amplia explicación para confirmarme los serios peligros que tengo dentro de mi ser, partiendo de una vieja cicatriz, con el nombre propio de haberse fistulizado hasta el hueso, para salir de nuevo por la puerta por donde vine. Ya tendré tiempo si hace falta, de volver al camino donde he estado ya en tantas ocasiones. Que me lleven, que hagan como que camino lo que ya no pueda caminar. No voy a ser el primero, ni el último cuando me llegue ese momento. Mientras, seguiré leyendo, acercando a mis amigos esos libros, temblándome las manos con un libro de buenos versos.

A menos eso sí, que llegue todo un poco más tarde, que no tengan razón los que siempre le echan la culpa a mis huesos. Que me dejen terminar de viejo, siendo viejo, pero no como la otra noche “apartado”. Nunca lo estuve del mundo, aunque siempre me haya acercado a través de los libros. Mentiría si dijera que la otra noche no cogí ninguno. Al menos con los versos que me han servido en el título, siendo propio, además los que he leído de “Climax road” de Vanesa Pérez-Sauquillo: “Cualquier gesto en la vida/exige esfuerzo”…/“Merecerá la pena la batalla”. Porque es verdad, sus versos tienen esa belleza “antigua y agresiva”. De ellos me ocuparé en el sitio debido.

Me ha valido la pena todolo que he hecho hasta ahora, me va a seguir valiendo, hasta secando mis lágrimas en la mejilla de una médico residente en un momento de debilidad cuando sentí que se me iban terminando los esfuerzos. Iré a buscarlos de nuevo.