Me viene a cuento esta legislación árabe del amor para pensar en cómo debe uno sentirse, saber acercarse y sobre todo mantenerse. Para ello me considero capaz de inventarme una mujer y sé hacerlo a partir de sus vocales, de lo sobrada que ande de ellas, por cómo se mueve, cómo te llama, por cual es su tendencia, hasta como diría la fantasía del casi poeta, “su pubis a partir de sus silencios” para amarse luego y hacer un poema con los cuerpos que son quienes tienen la autoridad y el prestigio.
lunes, 22 de septiembre de 2008
Escuchar cinco veces el cuerpo de la amada
Me viene a cuento esta legislación árabe del amor para pensar en cómo debe uno sentirse, saber acercarse y sobre todo mantenerse. Para ello me considero capaz de inventarme una mujer y sé hacerlo a partir de sus vocales, de lo sobrada que ande de ellas, por cómo se mueve, cómo te llama, por cual es su tendencia, hasta como diría la fantasía del casi poeta, “su pubis a partir de sus silencios” para amarse luego y hacer un poema con los cuerpos que son quienes tienen la autoridad y el prestigio.
miércoles, 17 de septiembre de 2008
El silencio de intimidad adulta
Lo practico cada día, la convivencia callada, cómoda. Puedo estar al lado de una mujer y tener sólo olfato para ella, ya inventadas las palabras que le dije muchas veces. Me las oiría de nuevo con agrado, pero me callo, le regalo el silencio, ni tan siquiera lo cotidiano que he escrito, le busco la mano para nada especial, quizá igual que en estas líneas como una metáfora insolente.
Tengo muchos motivos de conversación: contarle cómo fue y cómo es mi talento para el dolor; casi como una conversación practicar el ruido de los besos y la risa luego; darnos cuenta de la constancia que tenemos viniendo un día luego de otro. Y nosotros contándonoslos algún rato, pero otros muchos callándolos. En suma nos comprendemos y la comprensión no exige respuesta, ahí está si la tienes y la tiene el otro.
Haría lo mismo con la mujer de paso. Yo aporto siempre mi literatura, no ésa que sólo sirve como literatura, sino la del “vicio impune” según Larbaud. Los libros que leo me dan una calma de biblioteca pública. Tengo un toque personal de acercamiento, pero luego viene el entendimiento y el silencio. Hasta en los momentos en que el erotismo es un sueño como una cremallera en la espalda tan fácil de bajar, con soñar que me sueña y la sueño.
Todo esto con las justas palabras ni de más ni de menos, es difícil y hermoso, deja huella, te sientes cómodo, no hay cosas que no debiste mencionar, fueron las necesarias porque así practicas la intimidad adulta, y dentro del silencio y de esa convivencia, después vengo aquí y lo cuento con la insolencia de sentirme poeta.
Junto a una mujer a la luz, con el foco de ese silencio se le ilumina el escote y el pasado. Pero ambos hemos decidido hace tiempo con un pacto sagrado ignorar ya el pasado porque tenemos hoy y futuro hasta donde llegue, porque hay seres nuevos, anécdotas tan recientes que casi no tienen calendario y entre quienes los hemos creado con el hoy se distinguen limpiamente los adverbios del olvido.
Del pasado me olvido, pues, adrede, y el hoy que me fabrico tiene una belleza que muchas veces al haberlo creado ni hay que contarlo, más bien tenerlo en silencio. Con ese silencio se aguantan muchas veces las grandes y difíciles respuestas porque el silencio es lo que se siente cuando aún no te has atrevido con las palabras. Me quiero, pues hacer más adulto, sabiendo guardar esas pausas como un tempo de minueto lento, una manera. Hay que callar porque en el silencio tuvimos el origen, el lugar del que procedemos, la salida de dentro de una mujer y luego viene lo que hacemos, cómo somos, lo que no debimos decir.
Hay un verbo silencioso y quieto, áspero, en las despedidas, pero otro muy hermoso en la permanencia prolongada, entendida y quieta. Sobre todo, adulta sin hacerse vieja, una especie de vacilación antes de hablar que muchas veces nos hace callar hermosamente.
NIÑOS HASTA 18 AÑOS MEDIO BILLETE
He sido siempre muy infantil, fuerza es reconocer que, en cualquier etapa de mi vida, anduve con retraso, hasta los 40 niños grandes. Por eso no me extrañó en lo más mínimo leer el cartel de los “niños de 18 años” en la estación de autobuses de Tánger. Lo encontré normal. Porque a los 18 años en la estación de autobuses de Tánger.
No creo haber llegado a la pubertad antes de los 13; y los sábanas húmedas se alargaron más de lo corriente. Aún me veo en el cuarto de baño escudriñando en mi cuerpo los arcanos de la biología; y al ceñir espada igual, preguntando con uniforme militar en el puerto de Algeciras si era chicle los paquetitos que vendían -en vez de preservativos, si las mesuras de polvo blanco que arrojaba el cocinero en las perolas del cuartel eran sal, en vez de “bromuro, idiota para que no os folléis unos a otros”.
Así que aquel Otoño, no habría cumplido aún los 13 que, una noche, la abuela, acabado que hubo de cenar y sentada en su mecedor de siempre de espaldas a la televisión, me colocó de pie entre sus piernas, me miró a los ojos y cogiéndome las manos, me dijo:
-como regalo de cumpleaños, este año la abuela te llevará a la otra orilla.
-¿A la otra orilla?
-Si; para que veas lo que hay detrás de la muerte.
Yo cumplía años al comienzo del invierno.
Pero la promesa no llegó a ramos de bendecir. Porque el 14 de diciembre, el día en que yo nací, 13 años antes, la abuela ya estaba muerta. La Naturaleza va por libre y se renueva a sí misma sin pedirnos parecer.
Fantasioso como era no me había disgustado en lo más mínimo la idea del regalito. De tiempo atrás y siendo todavía un niño, que me había planteado la pregunta, replanteada al morir el abuelo. Yo albergaba mis propias sospechas, claro está que muy lejos de coincidir con las tonterías de los frailes blancos, se la había formulado a mi amigo del alma:
-¿Tú qué crees que viene después de la muerte?
-Pues nada, que vuelves a nacer
-Lo mismo que yo
Pero distaba mucho aquello del acomodo y sosiego que conlleva la certeza. Y la abuela, a quién tuve siempre por medio bruja, podía haber aportado claridad. Por medio bruja, sí, con poderes extraños, exacerbada que llevaba siempre:
-No os peinéis antes de acostaros, hijas mías -les decía a mis hermanas, que desorienta a los navegantes, se lo leí a Gabo
Y al anochecer, cuando salían los animes del aljibe -esas minúsculas arañitas que viven en el agua estancada y nadan como si fueran ranas:
-Ya van a hacer de las suyas: a oxidar las cerraduras, cambiar el color de los ojos de los niños y hacer que tengas sueños enrevesados. Lo dice Gabo.
Cuando a mi madre se le caía algo al suelo y decía “parece que estén vivas”, invariablemente contestaba:
-Es que lo están
Para ella, lo que fuera que fuese que existiese albergaba un nivel de conciencia. Todo cuanto nos rodea es frágil y dura poco. ¿Por qué, pues, ser crueles?
Sí; mi abuela era medio bruja y me pregunto ahora cual será la diferencia con ser bruja entera. Así que cuando murió, me quedaba sin saber a ciencia cierta lo que te pasa cuando cierras los ojos para siempre.
Durante muchos años alimenté la esperanza de que se me apareciera en sueños, dejaba sobre la mesilla de noche un ramito de espliego -que vinculaba yo a su memoria. O incluso despierto, ¿por qué no?, cuando volvía del colegio, anochecido ya, al rancio caserón de la Plaza de América y, si no había nadie en casa y sin encender la luz, levantaba de inmediato la vista a donde muere la escalera -que era donde a ella le gustaba demorarse. Pero no vi nunca nada que no fueran los aspavientos de mi imaginación. Había que rendirse a la evidencia: mi abuela se había ido para siempre sin decir adiós ni al diablo.
Y así se me ha venido escurriendo la vida entre los dedos. Y sigo dando palos de ciego sin saber nada a carta cabal.
La otra noche, sentado en mi sillón de siempre de espaldas a la televisión y una vez acabada la cena, me cogí a mi nieto -que tiene 9, pero es púber, me lo puse de pie entre las piernas y agarrándole las manos, le miré a los ojos y le dije:
-Este año, el abuelo, como regalo de cumpleaños, te llevará a la otra orilla
-¿A qué otra orilla?
-A donde se ve lo que hay detrás de la muerte.
Pero queda mucho trecho aún hasta el 14 de junio en qué, a las puertas del verano, nació mi nieto, va a hacer ahora 10 años. Y me angustia la sospecha de que se cumpla el destino fatal y desparezca antes de que llegue el día -como le ocurrió a mi abuela.
Y me va venciendo el mismo adormecimiento de los gusanos de seda en tiempo de niebla, que es como morirse un poco para ir haciendo boca. Al fin y al cabo ya se verá cuando llegue el momento de partirse en dos y que miles de oropéndolas silvestres alcen el vuelo desde tu interior. Que los hay tentados de saber lo oculto de nuestros pechos y hasta lo que Dios guarda en el suyo. En esto creo y espero, ni del todo en calma, ni tampoco atosigado.
viernes, 12 de septiembre de 2008
Necesito un clásico de mujer
¿Y por qué me hace falta ese clasicismo? La entereza de mis sueños, se desmorona a veces, quedan restos de lo que fui capaz, pero voy a aumentarlos porque tengo un valioso don: mantengo las querencias intactas, si hicieron hueco, lo seguirán teniendo, siempre fui capaz de hacer sitio. Tengo la sociabilidad que da el intento reiterado del amor, clásico -como os decía- intacto cada vez que intento la magia de un escrito.
sábado, 6 de septiembre de 2008
"La jodida costumbre de vivir"
miércoles, 3 de septiembre de 2008
Llegar hasta la lujuria del suelo
No leo nunca los manuales de instrucciones y no sé qué hacer ahora. Me siento como embarazoso, a la búsqueda de instantes sueltos de felicidad, de esa que no se relata, según dicen algunos. Yo jamás supe contarla, mejor buscarla. Volver a escribir aquí, cada vez, cada sueño, me va resultando como en familia, ésa que hay que conocer por el camino, no basta que te la den, luego verás tú mismo cómo resulta. Sin ninguna indicación frente a cualquier mujer, descubierta, como pasa siempre que se mezcla la saliva de ambos, la de ella y la mía.
Precisiones ninguna, cobardías las que hagan falta porque hace mucho tiempo ya que vengo escondiendo las verdades en este rincón, propio y escrito para que lo lea casi nadie. En él seré lo cobarde que haga falta, pero lo rotundo, lo osado, no me contradigo. Quiero escribir como en estado de shok, ir buscando cada vez lo mejor a lo que puedo aspirar: el instante de un seno desnudo; el fastidio de no quitarse las ilusiones de encima; el amor que te elimina la capacidad de hablar cuando ni siquiera puedes ni respirar; eludir la soledad en plena soledad para que pueda bastarme una felicidad unilateral.
Llevo arrastrando cobardemente –como un prodigioso personaje de novela mal leída, los excesos increíbles, la ropa arrancada, la súplica que tiene el placer, la saliva de los dos, el semen, los besos, casi todo, casi todo lo que quise tener y no tuve. Mi cobardía aquí va a consistir en amar demasiado, de cualquier manera para ver si luego en los momentos de calma, me entero de qué es eso de la calma.
Por lo tanto no habrá nada definitivo, no puede haberlo en un viejo que se empeña en decir que es viejo. Porque voy a darle la vuelta a todo. Empezaré –como me recomienda mi entrañable amigo “inalámbrico”, poder llegar a cimas más altas, pero mi problema está en aspirar a tener tanto y no arreglarme con las cuatro cosas de siempre en el armario. Si lo tenía bien fácil: un libro siempre abierto, ese lápiz permanente para arrancarle los registros entre las páginas que tienen todos, todos los libros; su engranaje, la ternura que tengo al contarlos, cómo sé acariciarlos.
No me hacía falta nada más que ir leyéndolos, tener ese placer que cuesta, esa excitación lenta y segura de verlos amontonados. No necesitaba, no necesito más que convivir con las caricias y poder destinarlas luego. A mí me gusta el verbo, encontrar entonces quien ponga la boca amada; me urgen las miradas para ver a quién destinarlas, estrenar sus ganas de gozarlas para luego perturbarla. Perturbar a una mujer es mejor que seducirla, tiene una espera amplia, aplazar el placer hasta que ella quiera crea un amplio y heroico erotismo. Entonces, seguro, el placer ya no aumenta, aprieta, no cede, sirve la lujuria del suelo.
Y buscando más cosas cuando podía ser capaz sin manual de instrucciones de calcular el mundo, de saber dónde llegaba, de ignorar si se me terminaba me he dado cuenta que no hacía falta plan de ataque, bastaba mi lenguaje como un veneno para expulsar la tristeza. Quiero hacerlo para poder beber, morder, gozar, y hacer así que nada sea definitivo, tenga al menos la cobardía del intento.