Ahora ya siento, a la vuelta de un largo viaje a la inmensa
ciudad de Berlín, como una especie de confirmación que mi propia resistencia es
un punto y seguido, un largo renglón, una forma de sujetarme al último destino
de mi vida.
No, no me equivoco cada vez por mucho que luego le tenga que
devolver a la vejez, mi vejez; al cansancio la necesidad del dolor que traje puesto desde
allá, desde Berlín. Allí hubo días en que hice realidad la propia definición
de Muñoz Molina: “La caminata es una forma de conocimiento y una manera de
vivir, un ejercicio permanente de aproximación y lejanía.” Estos días han sido,
mi forma de vivir, mi testimonio aunque cada uno descansa luego como puede ya
que antes se ha buscado la ruina y el éxtasis como la ha podido entender.
Aunque parezca ya muy tarde no es suficiente tantas horas
con un libro entre las mano esperando una especie de revelación que lo explique
todo. Quedan aún casi todas las cosas por ver. Lo he notado muchas veces en que
no me eran válidas las defensas para sentirme bien, el dolor tiene su dominio,
su espacio libre y en ocasiones parece que se queda sin drenaje.
Da lo mismo, he estirado mi capacidad de resistencia
pensando que era la misma que la de cualquier persona joven que caminaba junto
a mí. Me esperaba, me sonreía, mientras yo irónicamente le decía ¿estás
cansado? La quietud tiene en el fondo un trasfondo de derrota, y en cambio en el
movimiento están las pasiones más asiduas, pasamos mejor las páginas de la vida,
vamos construyendo la memoria para cuando necesitemos luego de ella.
He traído suficientes recuerdos en forma mezclada de
satisfacción y agotamiento, he hecho posible todo aquello que aún me emociona,
saber sobre lo que no sé, que me seduzca el paisaje aún sin ver, prolongar así
mi propia edad con la necesidad de conocer. A la nada despreciable edad de
seguir vivo conviene unirle las emociones que siempre tuve al pisar tierras
nuevas, conocer gentes extrañas con extraño lenguaje. Estando allí eran del
todo ciertas también mis ganas de volver, pero quise cada día prolongar lo que debía
terminar, le supe negar al cuerpo su reclamo ante la belleza de la
desesperación.
Estos días, casi sin darme cuenta he utilizado la
herramienta del conocimiento a base de la nueva cultura a la que le buscaba
sitio. He juntado a la vez el libro abierto por la misma página más o menos
como si fuera mi derrota, mi lujo y mi júbilo. Y al final de cada tarde, con
ese indudable axioma que cada cual descansa como puede, me costaba encontrar el
reposo, ni acostado me sentía quieto. En permanente doble fila, fuera de los
hábitos, de los sitios de todos los días, de los rincones de casa entre los
libros, de esa extraña constancia que tienen los hábitos de los días de venir
uno tras otro. Siempre lo mismo.
Me he dejado, pues, lo mismo estos 8 días, me ha gustado
mucho Berlín, lo que he podido saber de una ciudad dividida muchos años por un muro
duro y vergonzoso. No he entendido muchas veces lo que me decían, otras en
cambio, camareras argentinas me
explicaban, me decían cómo ir a donde quería ir.
Salir tanto de casa, tan fuerte y tan profundo para mis
hábitos, mis maneras, mis dolorosas formas de ir hasta los sitios, ha tenido a
la vez la brusquedad y la belleza de lo que uno a veces piensa que ya no lo
puedes hacer. Sí que se puede, no me planteo si se debe, si puede suponer una equivocación. Porque todavía no quiero
tirar la toalla de la vida. Sé que hay una dura distancia que separa la
realidad del deseo. Mi deseo era viajar de nuevo, largo y convencido que iba a
llegar a los placeres que tienen los demás, que tuve tantas veces hace muchos
años.
No hay excusa, ni vejez ni equivocación posible, hay una
extraña complicidad entre lo que puedes y lo que quieres. Sigo pensando como
Paniker que el mundo pertenece a quienes juegan fuerte. No dudo que lo he hecho
porque resistencia y fortaleza deben entenderse.
Estos días me queda el sedimento que detecta mi edad, mis
posibilidades. Pero me he quedado, como todas las veces con los ojos abiertos a
la belleza de los sitios hermosos, la que no se calcula, se pisa una sola vez y
te la quedas para siempre.