martes, 18 de junio de 2013

NO ME EQUIVOCO CADA VEZ


 
Ahora ya siento, a la vuelta de un largo viaje a la inmensa ciudad de Berlín, como una especie de confirmación que mi propia resistencia es un punto y seguido, un largo renglón, una forma de sujetarme al último destino de mi vida.
No, no me equivoco cada vez por mucho que luego le tenga que devolver a la vejez, mi vejez; al cansancio  la necesidad del dolor que traje puesto desde allá, desde Berlín. Allí hubo días en que hice realidad la propia definición de Muñoz Molina: “La caminata es una forma de conocimiento y una manera de vivir, un ejercicio permanente de aproximación y lejanía.” Estos días han sido, mi forma de vivir, mi testimonio aunque cada uno descansa luego como puede ya que antes se ha buscado la ruina y el éxtasis como la ha podido entender.

Aunque parezca ya muy tarde no es suficiente tantas horas con un libro entre las mano esperando una especie de revelación que lo explique todo. Quedan aún casi todas las cosas por ver. Lo he notado muchas veces en que no me eran válidas las defensas para sentirme bien, el dolor tiene su dominio, su espacio libre y en ocasiones parece que se queda sin drenaje.

Da lo mismo, he estirado mi capacidad de resistencia pensando que era la misma que la de cualquier persona joven que caminaba junto a mí. Me esperaba, me sonreía, mientras yo irónicamente le decía ¿estás cansado? La quietud tiene en el fondo un trasfondo de derrota, y en cambio en el movimiento están las pasiones más asiduas, pasamos mejor las páginas de la vida, vamos construyendo la memoria para cuando necesitemos luego de ella.

He traído suficientes recuerdos en forma mezclada de satisfacción y agotamiento, he hecho posible todo aquello que aún me emociona, saber sobre lo que no sé, que me seduzca el paisaje aún sin ver, prolongar así mi propia edad con la necesidad de conocer. A la nada despreciable edad de seguir vivo conviene unirle las emociones que siempre tuve al pisar tierras nuevas, conocer gentes extrañas con extraño lenguaje. Estando allí eran del todo ciertas también mis ganas de volver, pero quise cada día prolongar lo que debía terminar,  le supe negar al cuerpo su reclamo ante la belleza de la desesperación.

Estos días, casi sin darme cuenta he utilizado la herramienta del conocimiento a base de la nueva cultura a la que le buscaba sitio. He juntado a la vez el libro abierto por la misma página más o menos como si fuera mi derrota, mi lujo y mi júbilo. Y al final de cada tarde, con ese indudable axioma que cada cual descansa como puede, me costaba encontrar el reposo, ni acostado me sentía quieto. En permanente doble fila, fuera de los hábitos, de los sitios de todos los días, de los rincones de casa entre los libros, de esa extraña constancia que tienen los hábitos de los días de venir uno tras otro. Siempre lo mismo.

Me he dejado, pues, lo mismo estos 8 días, me ha gustado mucho Berlín, lo que he podido saber de una ciudad dividida muchos años por un muro duro y vergonzoso. No he entendido muchas veces lo que me decían, otras en cambio, camareras argentinas me  explicaban, me decían cómo ir a donde quería ir.

Salir tanto de casa, tan fuerte y tan profundo para mis hábitos, mis maneras, mis dolorosas formas de ir hasta los sitios, ha tenido a la vez la brusquedad y la belleza de lo que uno a veces piensa que ya no lo puedes hacer. Sí que se puede, no me planteo si se debe, si puede suponer  una equivocación. Porque todavía no quiero tirar la toalla de la vida. Sé que hay una dura distancia que separa la realidad del deseo. Mi deseo era viajar de nuevo, largo y convencido que iba a llegar a los placeres que tienen los demás, que tuve tantas veces hace muchos años.

No hay excusa, ni vejez ni equivocación posible, hay una extraña complicidad entre lo que puedes y lo que quieres. Sigo pensando como Paniker que el mundo pertenece a quienes juegan fuerte. No dudo que lo he hecho porque resistencia y fortaleza deben entenderse.

Estos días me queda el sedimento que detecta mi edad, mis posibilidades. Pero me he quedado, como todas las veces con los ojos abiertos a la belleza de los sitios hermosos, la que no se calcula, se pisa una sola vez y te la  quedas para siempre.