Aunque jamás llegaré a poder apretarlos todos, es lo primero
, luego de olerlos, antes de su lectura, que te deslumbren y se queden a
vivir contigo. Les di paso un primer día, siendo niño y formaron para siempre parte
esencial de mi vida.
Por eso cuando leí el domingo un magnífico reportaje sobre
las mejores librerías del mundo, desde Manhatan hasta Barcelona, de la mano de
magníficos escritores como Muñoz Molina, Leila Guerriero, Guadalupe Nettel o
Juan Gabriel Vázquez, entre otros, no pude evitar recordar esa parte
maravillosa de mi vida que fue “Librería Romero”.
Mi cuna de libros, mi escaparate a la vida, mi rincón de
lectura para muchos escritores que me honraron con su visita a mi "rincón de lectura", para todos
aquellos que salieron de mi casa con un libro en la mano buscando un refugio,
una aventura, ese sueño ligero que es la literatura.
Es cierto lo que afirman en el prólogo del reportaje que
comento de El País, que a la tumba se lleva uno los amores, los amigos y los
libros, e igualmente cierto que en cada viaje debiéramos hacer punto de
encuentro en la mejor librería del país que estamos visitando. Dice Muñoz
Molina que en "Stran", en Manhatan, puede uno “por unos
pocos dólares llevarse cualquier novedad u obra maestra” para poder leerla luego
“sentado en la escalinata, o en uno de los bancos en los que se pasan el día
gratis los haraganes y los pobres.”
Hablando de dinero yo fundé mi librería sin un céntimo, con
libros en depósito, con los servicios de novedades que iban llegando y con la osadía
de ser luego, nada menos, que un buen librero. Acabó siendo mi Babel, mis
estudios de poeta, mi manera de ponerme luego, mis wiskis de madrugada con la
gente del teatro que acudía al final de sus representaciones a comprarme algún
libro que olvidarían pagarme con esa seguridad etílica y ese respeto hacia un
amigo que pone entremedio cualquier libro.
Apretado y obligado siempre a un atado de libros, leyendo
más que vendiendo. Todo libro es pasaje, un tatuaje permanente, un sitio para
estar siempre acompañado; es la mentira de los sueños que nos inventan otros.
Son las historias que nunca estamos hartos que nos las enseñen, es un placer
loco, renovable, incansable. Es aburrirse un domingo por la tarde en el sofá de
un salón con un libro abierto y tener tiempo para querer a una mujer hasta la
esquina de los labios.
Es lo mejor que he hecho en la vida, de lo que entiendo
porque me lo he aprendido entero: cómo estar mucho tiempo leyendo. Se te acaba
la vida ya casi cerca y siempre te preguntas, ¿qué he hecho?
Pues aquellos años como librero me sirvieron para enterarme
de lo que era la fantasía, para hacerla de mi familia y conseguir que mi tacto
tuviera siempre el rigor con que leo un libro, con la más sutil sensualidad que
tienen mis manos. Mi felicidad, escondida, inapelable, que a veces hasta da
miedo.
La vida te hace ir perdiendo ilusiones recientes que te va
negando el tiempo o tu propio abandono. Pero a mí me ha quedado, imborrable, al
leer el domingo el suplemento de las mejores librerías del mundo, el recuerdo
de ese largo pasaje de mi vida que dediqué como una hermosa profesión a lo que
yo llamaría el arte de ser librero. De poder ofrecer en tu mano un buen libro
que acabas de leer, de saber qué le gusta a quien tienes enfrente.
Aquello fue vivir, una fiesta completa y hermosa como una
historia de amor que no sabes cómo empezarla y jamás la terminarás. Quizá por eso el "acércate a los libros" que cuelgo en la red sea la mejor manera de no decirle adiós.