No lo puedo evitar. Insisto una y otra vez, he llenado casi
todas las páginas que he escrito, he buscado en los demás las metáforas más
aproximadas para poder expresarme mejor. Hice principio y hará final, ahora que
lo voy tocando más cerca. No aporta novedad a mi vida, a mi costumbre diaria.
Pienso que cuando hablo de ello mi doctrina insistente no es sabiduría, es
simple conocimiento, es parte de mi piel, son paredes de una casa, anclaje
seguro.
Muchas veces lo he pensado: mi paso por la vida, la que doy
ya por cumplida, quizá para poder contarla está escasa de brillantez. No
fueron metas demasiado altas de aspiración primero y logro después. Martillea
muchas veces mi pensamiento explicar lo mejor que he hecho, y se mezcla con
lo poco que he hecho.
No obstante en cierta ocasión, quien me conoce bien, me
habló que es envidiable y al final es gratificante pensar que has hecho siempre
lo que te dio más placer como parte propia de uno mismo, de mi egoísmo y mi
alegría. Fue mi querer y mi forma de vivir, mi amor propio una forma de amor
siempre por en medio.
Reiterado placer que ha completado muchas horas de mi vida.
No sé si dejaré genes libres por recoger pero los recomiendo. Hace días en
estas mismas páginas donde siempre mi blog constituyó una forma descarada de
contar cómo soy, en esta bitácora digital, he ido contando mi historia plana y
fuerte –debilidades incluidas- pera lo más cierta posible. He dejado, con salud
quebrantada, girones de mi cuerpo, remembranzas, hábitos de vida que siempre
tenían la más misma referencia:” ellos”.
Ellos no tuvieron ni tendrán jamás tregua. La permanencia de
alguno entre mis manos me exige de inmediato saber la cercanía del siguiente. Y
es curioso, cuando los acompaño con sitio propio, con rincón habitual donde
dejarlos con rastro de ternura alargando la mano es como si fuera más justo, crea
una actitud que ya no necesita el adjetivo.
Con alguno en mis manos, ojeándolo, parece que ya escucho
como una voz que me dijera, ¡quédate! Me consta que lo he explicado en muchas
ocasiones, pero esa expectativa, esa duda siguiente forma parte de una especie
de perversión estimulante, casi creadora de oficio.
Confesaré que hasta en ocasiones cometo pecados con
ellos. Lo es simplemente, llevarme a casa, a formar parte de mí poder cierto
tiempo, recién recibidos en una Biblioteca pública, varios de ellos que van a ser una acumulación
en casi todos los casos, innecesaria porque acabaré devolviéndolos. Pero han
estado conmigo, no llego a todos ellos, pero anda vivo así también mi intento.
Tendré que decirlo, me refiero al paraíso de los libros:
porque "el amor a los libros, amigos, es el placer más grande, puto y
perfecto que Dios ha previsto para sus criaturas." No me preguntéis quién es
el autor de estas palabras, ya ni lo sé desde que pensé que podían ser mías. Ha
sido a la vez el medo para consumir mejor el tiempo para construir mi lenguaje,
hasta casi la manera de acercarme a las personas.
Voy poniendo necesariamente barreras a la vida porque me las
pone la propia vida. Aquí no puede impedirme nadie poder vivir con el
tatuaje que me queda siempre cuando leo un libro. Saco de ellos buscando en las
profundidades del lenguaje la intención del autor y su belleza. Lo voy dejando
en Acces, en una gran base de datos que es la indiscutible garantía de lo que
he leído. Allí está el sentido, la perversión, el delirio.
Mirar el ciclo, es evidente: casi me acabé de hacer hombre
en aquella propia librería de que os hablaba hace días. Cimenté con ella la
forma de hacer amigos, de vestir las paredes de mis cuartos, de llenar tantas
horas luego cuando mis piernas fueron perdiendo recorrido. Venzo la desgana de
mis caderas doloridas con esa especie de amor imprudente pero permanente. De las
palabras de los libros he podido sacar luego como una forma de ser, un
roce en la piel para cualquier abrazo luego.
Es de lo único por lo que nunca echaré la toalla sucia al
suelo, la que lleva insistentemente la
jerarquía de la vejez. Con un libro en las manos soy invulnerable mientras el cuerpo adquiere el meditado descuido de los cuerpos que esperan. Aporto todavía,
leyendo en compañía, una especie de zona altamente erógena. Da lo mismo,
entonces cuarenta que ochenta años, ya somos definitivamente jóvenes, con canas
vulnerables y las historias vividas, las derrotas y las veces en que uno le ganó
a la vida.
Yo he pillado el mejor sitio a la vida leyendo, hay un
tiempo opiáceo de sosiego y traslación, un instante eterno, una inmejorable
forma de perversión.