Necesito sellar como una especie de pacto donde cuente a la
vez mi lujo y mi indecencia hasta poder convencer a quién me lea y dejarme
convencer a mí mismo con una especie de encanto en que me quede a medias bañado
a la vez de ternura y de temores. Todo no vale lo mismo, ni lo que tienes, ni
lo siguiente que puedes ofrecer. Dejando ya casi de tomar café para entender de
verdad las posibilidades que me quedan. Aunque del todo me resulta imposible.
Pacto, pues, a medias. De una parte el aroma inconfundible
del lenguaje gastado, tan usado que sabe un poco demasiado a metáfora y herramienta,
a la palabra cuando ha sido dicha reiteradamente, a tiempo malgastado o quizá lo contrario, al
goce incontenible de la oportunidad aprovechada. Suena a intervalo, a una
manera para convocar de nuevo la imaginación que anda suelta por los libros,
empachado de ellos en una especie de borrachera, de gozosa poesía que puede encontrar
para su entrepierna, por ejemplo, cualquier mujer.
Yo mientras, es como si convocara la fuerza que no tengo con
el placer y la resistencia: un lujo, una pretensión muy indecente. A base de
acercarme completamente a las palabras para encontrar antes las que dijeron los
demás, que de esas sé un "puñao". Acorralarlas con mis entendederas, en la cima
más íntima de mis sentimientos como una especie de valentía que quizá no tuve a
tiempo con la vida. Pero aún conservo mis encantos en la punta de la lengua y
con ellos sellaré cualquier pacto.
Habrá que empezar por orden y definir dónde tuve mi lujo y
cómo lo mantengo. Me van quedando pocas oportunidades, de ahí que siempre vaya
buscándolas por los mismos sitios. Hay una especie de compañía por la vida,
sorpresiva e indecente. Te la puede dar cualquiera, todo depende del encanto y
la insistencia que pongas en buscarla. Hay que arrojarle buenas dosis de
naturalidad, como si no lo hubieras hecho nunca ni tampoco atrevido a buscar el
cariño insistente, de nuevo. Es un lujo, seguro, que te viene sin poner ni
siquiera antes en entrenamiento un conjunto de habilidades, el intervalo, la
seguridad que es preciso demostrar por lo que llevas callado tanto tiempo.
Siempre tuve avidez de ello y cierta habilidad que en boca de Pepa Úbeda en sus
cuentos para guisos y vinos eróticos, afirma que “bien conducida, precipita.
Incluso vestidos”.
No es necesario, me he conformado muchas veces con una
fantasía que no era fácil inventársela, ni tan siquiera a medias con alguien.
Me hace aguas la voluntad, me falta intensidad y siento vergüenza, pero no deja
de atraerme porque se trata de un lujo a medias con la indecencia. Es verdad,
creer que amar hace milagros de convivencia y dejarlo entrever con cuatro
palabras ajenas, es algo digno de tener en cuenta.
Por lo tanto, el aviso está dado. Cuando tenga un lamento le
buscaré la elegancia de no poder evitar el contarlo; si es la filigrana
desvestida, seguiré lentamente el escueto y lento proceso de la desnudez.
Cuando venga el sosiego luego, cancha abierta aunque contándolo me llene de
lugares comunes como si tuviera delante a adversarios.
Pero pienso derrotarlos. Existen todavía caminos
indescriptibles que han sido siempre propios y lo siguen siendo. Trazaré entre
ellos mis mejores silencios y las maneras más ricas de expresiones que sepa,
que me vengan a la boca, sueltas. Escribiré metido de lleno con la debida ceremonia
que siempre tengo, atrevida, con la máxima audacia que tiene la caricia de una
mano abierta. Eso es lujo, eso es indecencia, eso es insistencia, la propia
como la de una falda breve que haga de incitación y de metáfora.
No hace falta que se moleste nadie en contestarme, es
necesario tener mucha riqueza en medio de la soledad que siente uno a veces.
Como si fuera otra manera de vivir que nunca he explicado suficientemente. No
tiene parte de atrás, la llevamos delante quienes la hemos sentido muchas veces
aunque estés con quien te la reste. Suele ser a medias, bastante similar. Hay
que saber hacerlo y tener suerte, más de la que parece para llegar a acuerdos
con tu propia vida y que no se noten.
Todo esto, todo este lujo y toda esta indecencia en la hora
de los últimos cuartetos, de la imposible simplificación de Paniker, cuando
andamos buscando siempre signos que nos unan a algo o a alguien. ¿Por qué siento como siento?, Debe ser porque soy
lujoso e indecente.