domingo, 30 de agosto de 2015

LE HE DICHO AL MAR QUE VOLVERÉ



Como no lo puedo evitar mi tiempo en muchas ocasiones ya es de despedida, y por eso le dicho al mar, muy de frente, con una lejanía próxima, que volveré. Me ha dado todos estos días su mejor cara cada mañana durante mi comida favorita –denso café en la taza que sostiene mi mano en el bello momento de empezar un nuevo día-. Porque en mi casa de la ciudad, a pesar de tratarse de una ciudad muy cercana al mar hay que llegar hasta él y no lo tengo a la vista.
Aquí sí, a diario en estas tres semanas, me ha bastado asomarme a la terraza y sentirlo como cosa propia, parte de mi vida, igual que una costumbre sin libro de instrucciones. He tenido que renunciar a comodidades que tengo en mi casa de la ciudad, con una provisionalidad voluntaria pero que por esa razón he ido contando a medida pasaban los días.
La emoción no admite proyectos, por eso no debo hacerlo ya que en estas líneas hay una promesa en su título pero mientras vuelve a llegar el momento, necesito una pausa para eliminar cansancios antiguos. La vida siempre en los caminos que uno emprende exige esa especie de intermedios en que te dices a ti mismo lo que vas a hacer con el carácter mínimo, sino de previsiones, sí de ilusiones construidas a estas alturas de la vida llena de precauciones no menos necesarias. 
Fundamentalmente siempre he procurado y procuro tener metas que cumplir, si no como una obligación, sí como una presunción, una clara diferencia a esa lastimosa falta de ocupación con la que vive tanta gente quizá con mejores cualidades de las que yo he querido y podido cultivar.
Tengo todavía tanto que hacer cada día que lo primero es convertir esas ocupaciones en ilusiones. Novedades por estrenar con ese hábito con que estreno cada libro al empezarlo como si estuviera siempre con alguien contándome sus cosas mientras yo omito así contarle las mías a los demás.
Tanto que hacer cada día con la novedad que aportan nada menos que los días. Ocuparlos bien es una forma de quererlos, de devolverles su grandeza y su misterio, hasta su propia lentitud a veces que se alarga así el tiempo que nos queda. Yo le sigo encontrando al ocupar cada mañana una belleza terca y erudita que me obliga a no desaprovecharla como algo que se prolonga carente de palabras pero que yo voy a ocupar con mis letras escritas, con mis maneras de convertir las horas simplemente, nada menos, que en ocupaciones voluntarias.
Un buen rato le he dedicado esta mañana a despedirme del mar, a  enviarle un simple hasta luego con un contenido de miedo y de esperanza. Sí, le tengo miedo al tiempo, qué le voy a hacer, miedo, respeto y a la vez un enorme cariño. Es un regalo, un necesario regalo que exige repetición cada vez, cada mañana.
Mis palabras de hoy, casi sin idioma, son frutos de agradecimiento a punto de llegar desde el mar a mi sitio más habitual, mi butaca de cuero que siempre es un enorme descanso ocuparla y una carencia de esfuerzo levantarme de ella. De vuelta a las cosas que al hacerlas de nuevo, sitio, maneras, hábitos, traerán a mi memoria el dolor que siempre tienen los recuerdos, recuerdos que nunca se pierden, permanecen en hibernación para poder vivirlos de nuevo. Por eso hay que decir hasta luego. Volver a donde estaba, a lo que hacía siempre, que tiene cara de nuevas oportunidades porque en mi vida siempre me empeño en formarla con todo aquello que la hace mejor.
Hasta luego, pues, aquí también. Que nadie se mueva del sitio, o en todo caso que vuelva, como yo, con una sana intención de hacerlo a todas partes, que cada cual que me lea de nuevo lo haga como una especie de retorno que siempre exige la vida con el simple y extraño deseo de vivir.