miércoles, 28 de noviembre de 2012

NO ES AMOR LO QUE SE PIDE


Sino las pequeñas cosas. Sin descanso. Sin programar que nada especial ocurra, tan sólo la emoción detrás de un punto y coma, receptivo a todo y a todos, paciente, interesado, emocionado. Y además constituye la mejor manera de cultivar los hábitos, de enamorarme de ellos como si alguien fuera capaz de asegurar que cualquier acto de amar constituye una confesión según dijo Camus. Con color a libro viejo, pero también en esas largas tardes de sosiego, un simple carraspeo, una puerta que se cierra sin hacer ruido, la proximidad de alguien que estás deseando, bastándote su compañía. A veces viene a ser como un libro cerca sin acabar de leer, el clic de la cerradura de esa otra puerta que produce quien vuelve al final de cada tarde a casa.
Sin preludios, pero cada gesto excedido si es posible de ternura. Puede parecer un cuento de Páginas de Espuma que acabo de leer, o cualquier razonamiento, de senos recién ascendidos, de palabras que tenía cada vez más escondidas. Siempre constituyen mi ropaje más brillante, los pensamientos siguientes como un vestido ceñido de mujer en “zonas estratégicas”. Esa es ahora ya la única manera que tengo de equivocarme menos, de pedir menos, de ir ignorando adrede casi todos los compromisos que no sean literarios.

Ya vivo ponderando cada vez más la importancia de los modales, las maneras naturales de dar las gracias a alguien que no conoces con tu cara amable aunque te noten viejo; de desearle buenos días a la gente a medida que te la vas encontrando, casi en ocasiones te da pena que ya sea por la tarde y no sepas realmente si ha pasado bien el día; o ese roce insignificante en una tienda a quien simplemente le estás preguntando cuánto vale aquello que tenemos en la mano. Modales de cortesía que son casi insinuaciones, algo de coquetería. Una especie de intimidad espontánea, atrevida, como si estuvieras notando una cintura de mujer entre tus manos y con eso tuvieras bastante.

Es mi acceso privilegiado a donde no suele llegar la gente o porque no sabe o porque no se atreve. Es eso, las pequeñas cosas que recibo y que puedo devolverlas; notar la delicadeza de toda existencia humana, la belleza insoportable de la vida sin leerla pero de la mejor manera para vivirla. De esa vida en sí misma y de todos los que transitan por ella. Los noto, me miran y me preguntan cómo formar de esta manera la próxima metáfora para escribirla luego.
Entre las cosas que me quedan está pues una amabilidad receptiva y paciente que desarrolla hábitos, interés, esfuerzo, la fluida belleza de cada gesto para compensar así la soledad que siempre tiene nuestro cuerpo. Ahí nunca valen remedios ajenos, ni una espalda unida a un pecho, ni el ruido ajeno. Cuenta esa eficacia propia que cuando la ponemos en marcha nuestra propia capacidad se alegra.

Me queda también actuar bien porque eso descubre los valores que no pasan, que tienes. Te acomoda a la vida y tú te ajustas mejor a ella. Me queda en el aire final de la vida pensar que al menos es el del medio, y así me sobrará tiempo plácido y lento para gozar como un lujo la derrota y el júbilo. Me queda intentar seguir queriéndome lo mismo que quiero a tanta gente.

Pero admitirme los descansos porque cada uno descansa como puede y busca el éxtasis de las palabras que más quiere donde puede y cuando puede. Me voy quedando como he dicho con las pequeñas cosas que me parece. Pongo cada vez el mantel de mis deseos sobre los que la vida me está siendo servida como quiero. Hasta me dejaría arrastrar en el fango de las palabras, todas te llevan a lo bueno, cada uno las empleamos de una manera luego, hasta en el fondo de la tristeza hay siempre una palabra que no te dijeron y que aún estás esperando escuchar.

A lo mejor sí que es amor todas las pequeñas cosas que tanto quiero. Y entre ellas esa tan hermosa y solitaria a la que dedico muchas horas de mi vida: cerrar un libro para abrir otro a continuación.

lunes, 5 de noviembre de 2012

AVANZO CON LO MISMO DE SIEMPRE


 
 
Que ya es mérito, una garantía de supervivencia, mejor o peor, pero una especie de guardia permanente. El limpio silencio de la ropa que se va haciendo vieja con su sombra en el suelo y el hábito de ponerse cada día la misma para no tener que pensar demasiado. La estrechez que tienen las palabras cuando las has usado demasiadas veces, el apoyo de quienes te escuchan más poderoso eco que la simple lectura.
Avanzo, y ando dándome cuenta que es mucha historia con escasos puntales para sostenerla y el empeño de enriquecerla. Es sencillo el recorrido, ese café imprescindible que voy mezclando a días entre una cápsula hermética y limpia y el aroma y el ruido que avisa que ya lo tienes, del de siempre. No es que uno sea mejor café que el otro, son diferentes y como todo lo diverso, necesarios

Los mecanismos de estudio que me quedan son, por ejemplo, la selección de la Cámara Alfa o el Mini Bridge de Photoshop;  mi primera Web de acérate a los libros de Dreeamweaver; o las novedades de Mountain Lion de Mac; y saber en esa doble maravilla encadenada de “Finales y Temas de Ajedrez” del argentino Copié dónde está el impulso ganador de ese Alfil en e5 cuando ya ni me acuerdo que en el mate Legal hay que sacrificar la Dama. Esos mis estudios son como una especie de compañía a la desnudez del libro abierto en las manos o sobre las rodillas, casi a veces en el ángulo quieto desde donde leo. He aprendido tan poco y me queda escaso tiempo para descubrir saberes que no sabía detrás del verbo transparente que tiene cualquier tipo de enseñanza. Viene a ser como un intento de acercarse a una compañía diaria y permanente. Aprender algo tiene caracteres de cariño, límites de entendimiento y cultivos del esfuerzo. Es mi rotunda negación a quedarme quieto ya que mis piernas me lo vienen pidiendo insistentemente.

En la elección diaria, en la manera de distribuir el tiempo, en el coraje que aún me queda cuando algo aprendo, en la envidia de poder saberlo hay detrás siempre una planificación previa. Por eso es bonito cada noche, estar dispuesto a regalarle al día que te venga nuevo, eso, un aprendizaje nuevo. Casi a punto de acostarme pongo en orden mi trabajo voluntario y costoso que luego –estoy antes siempre seguro de ello- se quedará incompleto. Da lo mismo, es hermoso pensar que mañana  voy a llegar más lejos antes de un final sin sentido.
Me apoyo sólo en eso, las sujeciones de mi vida las aportan mis esfuerzos casi como una manera de engañarme desde lejos y una compañía permanente, tantas veces enriqueciendo nuestros silencios. Estar con alguien casi totalmente quieto –lo he probado- sin tocarlo, apenas notando el aroma que tenemos todas las personas pero sabiendo que detrás hay un mundo de certezas, de maneras de entenderse, casi como si fuera nuestra silueta.

No hay otra, lo mismo de siempre cada día, cada una de las veces como si fuera el final de una correspondencia o de un silencio. Alrededor también las mismas cosas que me bastan o que me sobran muchas veces, las que durarán más que nosotros. Qué bien que permanezcan los libros donde están o en cualquier sitio; que los lean otros o que sean solamente una convivencia enriquecida creando  nuevos cauces de cultura y compañía.
Lo mismo de siempre porque me importa convivir y aprender con quien lo vengo haciendo y como lo vengo haciendo. Nada especial porque lo importante nunca se cuenta. De esa forma la vida que aún tienes es como una especie de madera envejecida por las conversaciones y los años. No, no se madura, se envejece y no he encontrado otra fórmula para negarle poderío y realidad al cuerpo que saber al final del día, una cosa más de la que sabía. Estoy en ese tiempo en que se analiza el tiempo, el revés de la vida.

Pero me sirve para poder cada día entretenerme, a mi manera, para oponerme a  la prisa con ternura; a que el sudor no me moleste porque puede tener forma de recuerdo; a poder demostrarme algo a mí mismo todavía ya que no tengo que demostrar nada los demás. Es mi propio desafío de la riqueza de las cosas de siempre que traen de nuevo sorpresa y creación.

En la hora de los últimos cuartetos, siempre quiero que no se me termine el libro que estoy leyendo, que permanezcan vivos  mis mejores signos aunque a veces supongan una simplificación. Detrás está lo mejor, lo que me queda como les pasa a los poetas que tienen el poder necesario del silencio en una intimidad adulta, la que tengo todavía como si estuviera ahora escribiendo en la mesa de algún bar con poca iluminación.

Pero de lejos el ruido de los besos  que le doy cada día a la vida.