viernes, 28 de enero de 2011

LA PACIENCIA DEL DOLOR


El dolor exige su paciencia. algo tengo, pero a la vez lo sustento en un importante pedestal de salud que me ido fabricando utilizando esa misma paciencia. El dolor reclama, es a veces exigente, pero te obliga a tener una calidad propia que no tienen quienes apenas sienten señales del mismo. Mi calidad me sirve para sonreír y poder decirle a quien puede provocármelo, no te preocupes, el dolor es cosa mía y la resistencia es mía para siempre, densa y profunda. La practico ya de mañana, como mi perfume de salir de casa, mi estirpe propia, casi mi apellido a medias entre los que traje desde mis padres y me ido haciendo con tantas letras ajenas.



El dolor, mi dolor en este caso, físico y pertinaz, no es de grandes ocasiones ni de solemnes proporciones, es ese diario hasta con recordatorios de medianoche, pero que encierra entre los libros que estoy leyendo su forma poética, la línea de cualquier verso para que me lo vaya dulcificando. Y sobre todo aspiro a sacarle partido al cuerpo fuera de su sitio. Necesito, su barniz, su gravedad, como una belleza que nunca tuve y que ahora a base de paciencia puede adornarme hasta la propia vejez mal llevada.


No pasa nada, porque esté escribiendo como una elegía al dolor bien hecho. Tantas y tantas personas en el mundo, en este momento, lo estarán sufriendo con niveles lo suficientemente importantes para que sintamos hacia ellos una generosidad con el cariño que antes no tuvimos. El mío ya lo siento propiedad y usura como un descubrimiento que hace más de veinte años vengo padeciendo, complacido en el intento de alcanzar con él su calma, su espacio, su derecho.


Es como haber creado una intimidad que nunca dejará de haberla ya, como el límite que tiene la piel.Hay momentos que parece que se difumina, se aletarga, como si se quedara más quieta, pero donde hubo un día, un momento, esa intimidad, siempre queda, ya la tengo en propiedad. Lo que llamo intimidad puede ser muy bien una especie de conjunción como dos cuerpos que han copulado y siguen notándolo cada vez que se encuentran. El dolor es la encarnación ya en mi vida, el pasado, el presente, su insistencia futura.


Tampoco querría darle demasiada importancia, como a tantas cosas de la vida, al dolor que duele. A fin de cuentas formará parte del resumen de mi propia vida, acumulará momentos, de esos peores, pero nunca decisivos. Lo que se tiene luego en cuenta es aquello que se encarama con nosotros, provenga de donde provenga. Hasta doliéndonos algo pesa en la queja, su por qué, se busca su razón principal, su raíz, eso que digo, su importancia. Habrá, pues, que guardar silencio de él, callárnoslo a solas a pesar de la insistencia a veces. Lo dicho, es cosa de paciencia, más que de importancia.


De lo que sí que me acuerdo es de su debut corporal, como si fuéramos a ser pareja para siempre. Me fui documentando, preguntado a unos y a otros, esto cuánto dura, cómo es, cuáles son sus límites. Y supe, de acuerdo con la necesaria intimidad que mencionaba antes que para hacerla completa, rica y voluptuosa, alguien me explicó que vendría a ser como los besos de boca, o te convences antes o nunca sabrás darlos. Era, nada menos que el reinado del cuerpo, su humedad, su mundo entero. Parecido a estar con una mujer admirando su boca, sus pómulos quietos, el punto acre de su exigencia tantas veces. Matrimonio perfecto para ser matrimonio, sensorial, prolongado. El debut para casarse fue como la carne cruda de las murmuraciones, ¡qué mal tenía hecho el cuerpo!


Por eso, traspasado el umbral del debut, su belleza, su resistencia está en el cimiento de la paciencia, porque hay detrás una capacidad de gozo, una propiedad que me otorga así el derecho a contarlo, a saberlo. Algo sé del dolor, algo voy aprendiendo.

domingo, 16 de enero de 2011

PERTENEZCO A LA CUNA DEL ESFUERZO


Y jamás me derrumbaré de bruces porque ese es mi reglamento. Incluso podría ser que mantener una herida abierta a la altura del trocante fuera rentable hasta el punto de vista artístico, pero habría otra razón, los que arrastramos algún daño desde piel para fuera o desde piel para dentro, aguantamos así, con todo abierto. Mientras, no ha pasado nada, que me ido haciendo viejo.



Cada mañana siento luego una segunda piel con la mecha dentro, pero a veces aviso el recuerdo, la recomendación de agarrarme a lo bueno, de establecer una dependencia que puedes notarla en ese momento: la cura la compensas con una lágrima además dentro. Es mi forma de acudir al llamamiento, establecer una intimidad con el expresivo encuentro de las coincidencias.


De ahí me viene todo: quedarme con lo bueno es la mercancía que llevo puesta, el almacén del tiempo, hasta incluso también tengo mi libreta y mi poética de los versos con los libros dentro, ese desierto sin soledad al hablar tanto de ellos. Junto, pongo mi esfuerzo y en muchas ocasiones me vale el reino de la cosas tal como empezaron siendo, tal como siguen siendo, no se sabe muy bien si se trata de una recomendación, sin que se note apenas, o una dependencia.


A pesar de todo, ya lo dije, tengo esa involución crepuscular de los que nos hemos hecho viejos, “ebrios en los bares de moda” con algún poeta, con la copa en la mano leyendo en voz alta a una mujer, llegando con la lectura a hacer que se sintiera apenas violada de cariño y se trataba simplemente de alcanzar alguna certeza para andar por la vida. Pero nos alimentábamos de la contundencia de ese instante como si nos hubiéramos extraviado y aquello fuera un acierto además de un hallazgo.


He sentido todo eso, así me he fortalecido, he encontrado las palabras para lo sencillo, que no es fácil decirlo y menos sentirlo. El otro día anotaba esta cita de Cohen: “Cada hombre está solo y a nadie le importa nadie.” Pero está lo que te trae cada día, está nada menos que la vida con su belleza y el misterio imperturbable de lo que a cada uno le dura. Y puedes importarle mucho a alguien, por eso yo mientras voy enterándome de las historias que tiene la gente, de hasta dónde llegará su resistencia, de la verdad del esfuerzo si lo llevas desde la cuna puesto.


Entretanto voy engañándome con las cosas a las que yo les voy a poner el final, a la altura de cualquier trocante; aferrándome hasta llenarme de anécdotas de la mano de alguien sin poder hacerlo todo al instante con los momentos que vienen, que enfrían el ambiente pero frente a los que me impongo, por aquello de la cuna, del reglamento, agarrado a la victoria, luchando contra la aspereza si viene, pero firmes para hacer memoria, saber que donde estuvimos, por donde pasamos dejamos la huella del esfuerzo, la aprendimos antes, fuimos a cualquier escuela humana, donde únicamente al salir dimos las gracias.


Esto me está pasando, me seguirá pasando porque los huesos no miran el calendario. Pero los míos van a acabar enamorados hasta de mis vaqueros cuando me los bajo para que puedan curarme, porque los vaqueros –ya lo dijo Marzal- “no son una simple prenda de vestir. Son un logro civilizador, una dádiva entregada a los hombres del mundo.” Los míos al bajármelos (a lo mejor mientras, se me cae el iPhone del bolsillo e Irene me dice, toma, esto es tuyo) son un aviso cada mañana de que voy a tener otra mañana.


Me frotaré de nuevo con el día, con la fortaleza y la ilusión de que es un nuevo día y yo una criatura, tan viva y tan sencilla que emprendería al instante el idilio de amor que tiene la mujer; la mujer en singular, ese extraordinario ser humano del que vengo aprendiendo en pleno idilio, casi respirando boca a boca, beso tras beso, convexo para una mano cónica.


Mi carácter es así, entregado y provocativo, con los argumentos necesarios siempre para que en cualquier momento sepan perdonarme. Siempre mantengo el nivel de la piel, de la mirada, donde está la otra piel o la otra mirada para crear eso, la intimidad. Mi dureza de hombre frágil, os lo puedo asegurar que es un descubrimiento de una capacidad juntas de gozo y resistencia, igual que hace tantas veces brillantemente la noté en la carne.


Así me reconozco ante un pequeño acontecimiento, una herida abierta a la que no le negué el permiso a tiempo, que lo cuento porque eso sí, siempre me llegan las palabras en su debido momento, debe ser de la misma cuna, del mismo esfuerzo.

miércoles, 5 de enero de 2011

SOMOS LO QUE HEMOS SIDO


Le sigo la advertencia al novelista y poeta Carlos Marzal en la colección de cuentos “Los pobres perros desgraciados hijos de perra”, con la previa cita de Stevens: “-No hay que sacar conclusiones morales. La gente se limita a hacer las cosas lo mejor que puede-.” Y explicaré la confirmación de lo que he hecho y por lo tanto lo que soy. No hay distancia dentro de mí, ni negativa en la vida, me lo han hecho ver carca de 200 maravillosas imágenes de la página “Magnum Photography”, la elección en su temática, la lectura, hecha magistralmente por un fotógrafo de voz, de gesto, de intención, Antonio Martínez, que ha puesto, dentro de un CD, un regalo de luz y respuesta a mi vida, esa misma vida mía que una tarde yo le contaba a la que no le encontraba la luz ni su rigor más verdadero.



Habría naturalmente que cerrar ya este post de todas las palabras que me vinieran aún por aquello de que son “mi perfume y mi lepra” diaria”. Pero cariño por cariño, hoy tan solo veréis quienes me leéis la imagen de la portada, “Leyendo”, y con ellas pretendo que esté el testimonio de mi gratitud a Antonio.


Él se calla y mira, roba la imagen en silencio, la trabaja luego en las mejores horas de su tiempo y la imprime -como la permanente “Cenicienta” para mí, en un papel al que hay que tenerle un enorme respeto para poder tocarlo- para poder tener la imagen que representa, entre nuestros dedos. Fue portada de mi página literaria del mes de noviembre pasado.


Somos lo que hemos sido y poco más alguna vez. Si me pongo a repasar me entra como una especie de miedo, de cansancio antiguo a esta altura de la vida. Es verdad, a veces todo es cuestión de un poco más de suerte, no sólo nuestro esfuerzo, la capacidad de resistencia, el tono del amor cuando amamos. Y luego van sucediendo las cosas y nosotros las vamos narrando con una capacidad propia e innata que no puede negarnos nadie.


Leo, Antonio, para eso, para contar lo que nos ha pasado a unos cuantos ya que nuestra capacidad narrativa nos la guía y nos la ilumina el opiáceo de la palabra. Tú lo sabes de mí, tú me lo explicaste aquella tarde cuando te decía en uno de esos momentos verídicos de derrumbe que todos tenemos a veces en la vida, que no había hecho nada. Casi te enfadaste, por eso ahora, desde tu mundo imperdonable y bello de la imagen me lo has ido buscando en “Magnum Photography”, y la otra noche me lo diste en forma de esas imposibles fotografías que son la vida, que son mi vida. Quienes me leéis, iréis viendo algunas porque son 174 maravillas.


No lo he tenido fácil, sabes, lo único leer, me vino pronto el rostro del dolor y tuve que convivir con él, por eso de alguna manera leía tanto para no hacerle caso, para tener que contar el dolor ajeno y ser generoso con él. A la vez me resultó conveniente apuntarme a la figura del amor, al triángulo de su umbral, a su música, a su armonía. Qué bello cuando cuenta Carlos Marzal en sus “Tierras hondas” luego de hacer el amor en los escasos segundos de vestirse una mujer “ese siglo de esplendor gestual, la más antigua danza ejecutada con movimientos de gracia absoluta”; su manera de descubrir el sexo, la carne absoluta de todas las mujeres, la carne del mundo que era la de su amor.


Ves, Antonio, tienes que entenderlo, sin los libros poco queda de mí, sin haberlos leído; luego ya puedo con casi todo, ya me da lo mismo los cuerpos extraños de una vieja cicatriz en amigable compañía mensual del Aumentine Plus, ya no abandono, ya reconozco que soy lo que he sido, lo poco que haya sido, en esas imágenes donde en todas, en todas hay alguien leyendo, cumpliendo el más hermoso rito de la vida.


Así luego igual que me vendrá la fuerza, tendré palabras para todo, les dedicaré estas a quien supo reconocer el valor de mi profesión, lector, ni más ni menos, quizá porque no pude llegar a otra cosa mejor. Huelo siempre a libro, ese es mi denso y perenne perfume como el que forman la estirpe de las hembras fuertes. Y escribo si es posible con el más importante erotismo que encuentre: mi cultura histórica es la forma del cuerpo de una mujer.


Y después de cada lectura me quedaré con las palabras como el único patrimonio que tengo y que no puede heredar nadie de mí. Son mi fuerza, mi conciencia, la última herida que me queda, mi goce al verme en cada foto de las que me has regalo, mi única manera de darte las gracias, Antonio Martínez Carrau.