domingo, 16 de enero de 2011

PERTENEZCO A LA CUNA DEL ESFUERZO


Y jamás me derrumbaré de bruces porque ese es mi reglamento. Incluso podría ser que mantener una herida abierta a la altura del trocante fuera rentable hasta el punto de vista artístico, pero habría otra razón, los que arrastramos algún daño desde piel para fuera o desde piel para dentro, aguantamos así, con todo abierto. Mientras, no ha pasado nada, que me ido haciendo viejo.



Cada mañana siento luego una segunda piel con la mecha dentro, pero a veces aviso el recuerdo, la recomendación de agarrarme a lo bueno, de establecer una dependencia que puedes notarla en ese momento: la cura la compensas con una lágrima además dentro. Es mi forma de acudir al llamamiento, establecer una intimidad con el expresivo encuentro de las coincidencias.


De ahí me viene todo: quedarme con lo bueno es la mercancía que llevo puesta, el almacén del tiempo, hasta incluso también tengo mi libreta y mi poética de los versos con los libros dentro, ese desierto sin soledad al hablar tanto de ellos. Junto, pongo mi esfuerzo y en muchas ocasiones me vale el reino de la cosas tal como empezaron siendo, tal como siguen siendo, no se sabe muy bien si se trata de una recomendación, sin que se note apenas, o una dependencia.


A pesar de todo, ya lo dije, tengo esa involución crepuscular de los que nos hemos hecho viejos, “ebrios en los bares de moda” con algún poeta, con la copa en la mano leyendo en voz alta a una mujer, llegando con la lectura a hacer que se sintiera apenas violada de cariño y se trataba simplemente de alcanzar alguna certeza para andar por la vida. Pero nos alimentábamos de la contundencia de ese instante como si nos hubiéramos extraviado y aquello fuera un acierto además de un hallazgo.


He sentido todo eso, así me he fortalecido, he encontrado las palabras para lo sencillo, que no es fácil decirlo y menos sentirlo. El otro día anotaba esta cita de Cohen: “Cada hombre está solo y a nadie le importa nadie.” Pero está lo que te trae cada día, está nada menos que la vida con su belleza y el misterio imperturbable de lo que a cada uno le dura. Y puedes importarle mucho a alguien, por eso yo mientras voy enterándome de las historias que tiene la gente, de hasta dónde llegará su resistencia, de la verdad del esfuerzo si lo llevas desde la cuna puesto.


Entretanto voy engañándome con las cosas a las que yo les voy a poner el final, a la altura de cualquier trocante; aferrándome hasta llenarme de anécdotas de la mano de alguien sin poder hacerlo todo al instante con los momentos que vienen, que enfrían el ambiente pero frente a los que me impongo, por aquello de la cuna, del reglamento, agarrado a la victoria, luchando contra la aspereza si viene, pero firmes para hacer memoria, saber que donde estuvimos, por donde pasamos dejamos la huella del esfuerzo, la aprendimos antes, fuimos a cualquier escuela humana, donde únicamente al salir dimos las gracias.


Esto me está pasando, me seguirá pasando porque los huesos no miran el calendario. Pero los míos van a acabar enamorados hasta de mis vaqueros cuando me los bajo para que puedan curarme, porque los vaqueros –ya lo dijo Marzal- “no son una simple prenda de vestir. Son un logro civilizador, una dádiva entregada a los hombres del mundo.” Los míos al bajármelos (a lo mejor mientras, se me cae el iPhone del bolsillo e Irene me dice, toma, esto es tuyo) son un aviso cada mañana de que voy a tener otra mañana.


Me frotaré de nuevo con el día, con la fortaleza y la ilusión de que es un nuevo día y yo una criatura, tan viva y tan sencilla que emprendería al instante el idilio de amor que tiene la mujer; la mujer en singular, ese extraordinario ser humano del que vengo aprendiendo en pleno idilio, casi respirando boca a boca, beso tras beso, convexo para una mano cónica.


Mi carácter es así, entregado y provocativo, con los argumentos necesarios siempre para que en cualquier momento sepan perdonarme. Siempre mantengo el nivel de la piel, de la mirada, donde está la otra piel o la otra mirada para crear eso, la intimidad. Mi dureza de hombre frágil, os lo puedo asegurar que es un descubrimiento de una capacidad juntas de gozo y resistencia, igual que hace tantas veces brillantemente la noté en la carne.


Así me reconozco ante un pequeño acontecimiento, una herida abierta a la que no le negué el permiso a tiempo, que lo cuento porque eso sí, siempre me llegan las palabras en su debido momento, debe ser de la misma cuna, del mismo esfuerzo.

6 comentarios:

BB dijo...

Lo que dices hoy, me ha llegado tan hondo, tan de cerca, que no encuentro la palabra para hablarte de todo lo que el sentimiento demanda.
Transito por tu palabra hermosa y llena de matices, que siempre me deslumbra, me encanta, me fascina.
Y sólo veo al hombre enamorado de la vida, enamorado del amor, a ese que nada podrá derrotar, o menguar.
Y en esa segunda piel que renuevas cada día, te aferras a la vida, porque perteneces, como dices, a la cuna del esfuerzo.
Y jamás estarás solo, porque yo también creo que sí importas, que eres, incluso, necesario para muchos o para algunos, como yo...
Y yo te abrazo, totalmente conmovida por esa, tu palabra hermosa, que dice tanto, que nos habla de ti.
Un beso
BB

Anónimo dijo...

Aprendices del esfuerzo. Somos eso, querido Fran, porque es del esfuerzo de donde se extraen las energías que nos suben, esas que nos mantienen ahí donde pretendemos llegar. Somos aprendices de todo, del dolor, del esfuerzo, del amor, de la propia vida y es ese aprendizaje constante el que nos enseña a soportas esa herida abierta que como un panfleto nos arenga a permanecer, a saber estar a pesar de todos los pesares.

Somos aprendices de la vida y la vida es una mera escuela del esfuerzo y del camino hacia todo lo que amamos.

Como una vez escuché decir a Antonio Gala : "... hay que estar enamorado del amor..." A lo que yo añado : y de la vida. Tú lo estás de las dos cosas, eso te mantiene ahí arriba, donde tienes que estar.

Como dice BB, tus textos cada vez nos engullen más en la marea de tus sentimientos y nos dejas sin respuestas válidas. La mía es muy torpe pero sabes que también mana del esfuerzo y que me he leído ahí, entre líneas.

Un abrazo tan grande como tu sentimiento.

Bolboreta

Fran dijo...

Siempre escribo, BB, con la intención de llegar a la gente. Mi palabra es sencillamente muy propia, de mis cosas, de mi segunda piel.

Gracias por ofrecer motivos para mitigar la soledad que muchas veces entra dentro de mí, por ser lo que dices, generosamente, necesario para gente que me lee con cariño como tú.

También tienes mi abrazo.

Fran dijo...

Empezaré por el final, Bolboreta de mis sentimientos volando sobre ellos: tu respuesta es muy hermosa porque puedes perfectamente apoyar tus palabras en las mías ya que estás leyéndote, leyéndote con mi escritura.

Hablas que todos somos aprendices del esfuerzo, y es cierto, pero tú me enseñaste tantas veces, tú eres a la vez persona firme y tierna, enamorada de todo, de la VIDA con mayúsculas. En tu escuela, de tu mano...

¿Es bastante para sentirte entre líneas reconocida?

O abrazada, como ahora de nuevo hacemos los dos.

Anónimo dijo...

Eres un ser excelente Fran.Siempre se aprende algo en esta vida,de ti aprendo a ser persona sensible,amante del esfuerzo diario.
El valor de aprender nos convierte en personas que tienen más herramientas para avanzar en la vida y para ser mejores seres humanos.
Con cariño.
Ana

Fran dijo...

Cariño es lo que hay en tus palabras, Ana, y eso no se aprende, se regala porque se tiene y se quiere que lo disfruten los demás.

Compartamos, pues, la sensibilidad, la capacidad humna, los dos la tenemos.