miércoles, 22 de diciembre de 2010

UNA ESTÉTICA ARRIESGADA


Metido de lleno, cómo no, con las cosas que más me gustan, que me proporcionan placer, ando ahora con el quinto tomo de “Pequeñas Resistencias” con cuarenta cuentos a cuestas, "ríos de indómita tinta", con los hombres y mujeres, en muchos casos en la balanza ya segura de tener tan solo treinta años, he arrancado de este libro una estética propia y arriesgada, con su amor y su lectura, lo he convertido en la regla: cuando uno hace una cosa, lo hace toda su vida, por eso advierte Eloy Tizón: “al cuento se lo ama o se lo rechaza”, "tiende a los colores fuertes, la fiebre y lo adictivo". Y mira por donde, yo ando siempre así viviendo; me apunté como si fuera a estar siempre leyendo un cuento cada día, dedicado al amor con su hermosa estética arriesgada y su ética profunda. Amo desde ese mismo cuento de mi vida, mi manera de estar, mi práctica bien aprendida



Amo,  porque el amor es como mi tierra, mi lugar de origen, mi cobijo, con forma de pecho y de cadera, destino y vivienda, un punto sin retorno porque no quiero volver, me quedé en él, es mi buena noticia al empezar el día, mi permanente compañía. Cual una bufanda necesaria para los fríos del invierno y la quietud de un libro sobre las piernas, a la vista está junto a mis palabras. Más allá qué importa, qué más da.


Amo a quien tuvo la paciencia de entenderme todos los días –y ya son muchos días- para que la entendiera yo a ella; a quienes pusieron sus palabras en este taller de escritura benévolo y tierno; quién cuenta los días que pasaron hasta que fui a por más amoxicilina en la botica de toda la vida; o quien sus maneras fueron el oficio incalculable de encontrarme el libro, en ocasiones sin aportarle los diez dígitos del International Standard Book Number, o cuando ni estaba editado pero iba pronto a estarlo. Mi "servicio de novedades" de ex librero es una manera de anticiparse a los deseos igual que cuando pregunto si me quieren.


Amo, porque es una actividad de permanente rejuvenecimiento ya que supe elegirla libremente como una manera de entender la vida. Amo, hasta convertirlo en eso, mi estética arriesgada, me conocen desde lejos, me ven venir, ya saben lo que voy a pedir. ¿Dónde está el riesgo? En querer lo mejor y poder obtenerlo luego con el equilibrio que me aportan las “Pequeñas Resistencias”, cinco tomos para leerlos despacio, y como está uno de acuerdo en amar el cuento, estar también favorecido para amar todas las cosas que me ofrezca la vida.


Me vale para apuntarme a lo que más me gusta y poder disfrutarlo luego: quiero las blusas con escotes imposibles donde sueñas poder llegar más tarde; que cada vez que me preguntan, ¿te gusta que te toque? no me quede posibilidad de respuesta porque viene enseguida otra manera de tocarme; desmontar las horas de la noche cuando ocupan el hueco de la propiedad de tu cama y luego quieren saber, si podían cambiarse de sitio. Así no me hago viejo, tengo como una petición de servicio permanente, de sorpresa recordando el brillo que puede tener el pómulo derecho que ande viendo, casi igual al reflejo de un collar de perlas.


Igualmente no me desparece el deseo, la comodidad de mezclar en la reglamentación del amor al cuento que estoy leyendo como un libro siempre abierto, con el amor que me favorece, me conviene, me aproxima a las personas que me quieren, me devuelve la voluntad de la propia prosa.


Hace escasos días me enviaron un vídeo precioso como felicitación navideña para hacer que en el año próximo se me olvidaran las penas del amor. A falta de penas, no obstante, es un hermoso homenaje de la Asociación Gayarre de Pamplona en el Día Europeo de la Ópera 2010, una demostración que la ópera la ha creado el pueblo y es para el pueblo, forma parte de esa cultura popular y sólida. Me la hizo llegar mi mejor psicóloga ya que no tengo otra psicóloga. Le añadí junto a las bellas romanzas de la ópera, tener un libro cerca.


Al verlo, al fijarte en las expresiones de la gente que llena el inolvidable Café Iruña de la Plaza del Castillo pamplonesa en una tarde de primavera, gente mayor, tomando sus cañas de cerveza, su bocadillo, gente joven con los niños al cuello de sus padres, todo representa a la vez que el asombro al escuchar la música cantada por los camareros del café, entre sus gestos, el amor de unos y otros.

http://www.youtube.com/watch_popup?v=NLjuGPBusxs&vq=medium


martes, 14 de diciembre de 2010

AMOXICILINA, COMPRIMIDOS DE LIBERACIÓN PROLONGADA


Menos mal, eso tomo, antes del desayuno, de la comida y de la cena. Ya no solo para que elimine de la vieja cicatriz en mis isquiotibiales, sin bisturí ni nada, algún cuerpo extraño que se quedó ahí dentro y no quiso salir cuando era su turno. Menos mal, además, porque con la amoxicilina me palia un poco ese rastro final que tenemos los hombres: ¿qué queda de nosotros cuando andamos medio acabados, sino una ranura de disculpa? Uno tiene que recurrir a lo que tiene aún de hímnico como dije el otro día, hasta que me lleguen las palabras que se esperan un poco porque la gente se va y a veces pasa eso, que de pronto se pierden las señas.



Hoy he recobrado sin embargo una dirección que tenía en una carpeta llena de hermosas imágenes; hoy mejor que en un banco en el viejo cauce del Turia, aquel que veía desde la finca de mi madre, a la bajada del Puente del Mar –la finca más hermosa de Valencia, con sus dos torreones, con su amplio mirador y las habitaciones de la entrada donde el ilustre doctor ejercía la medicina de curar las pieles-. (¿Habéis visto alguna vez, me hacía pensar, lo que es la piel de una mujer?)


En las palabras de mi conversador “Correveidile” celebraba que haya recobrado mi “Taller de Privilegio”. Mejor recuperación será con un escrito de él, en que no sabe si ponerse a servir o tomar criada. Yo vendré a colocar junto a sus palabras las mías que siempre reclamaron compañía. No, Correveidile, no necesité meter ningún “pet” en casa y jamás me daré por vencido.


Descenderé cuerpo abajo pero con mi taller de privilegio siendo yo solo su privilegio; con mi página que habla de los libros, acercándome a ellos; borrando si es preciso el camino que recorro y que quizá lo hímnico sea recuperar unas viejas caricias de la propia esencia, que nacieron con genes parecidos. Daré de nuevo dentro de escasos días un abrazo inolvidable a quien ya tuvo sitio en estas páginas para explicarlo.


No regresaré del todo, me quedaré hasta donde me lleven los comprimidos de liberación prolongada, pero súplicas, testimonios inolvidables para lo ajeno con consentimiento porque no tenía precio, no lo volveré a dar. Es imposible mejorarlo. Aunque siempre quedarán –y allí están- al igual que hago con “Las Pequeñas Resistencias 5” en la Antología del Cuento Español: o se le ama o se le rechaza, como una amante mal llevada. Probablemente, igual que citaba Vargas Llosa a Flaubert en la toma de posesión del último Premio Nobel, es verdad, “el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia”, que yo no tuve nunca. He sido más bien corriente, me defiendo con mis lecturas en el comienzo solitario de la mañana que me duran para todo el día y que hacen que me parezcan, como ya dije alguna vez, algo ilícito y precioso.


Sin talento ni paciencia, quizá, pero con café verdadero (hasta en mis estancias en los Hospitales, no tomaba Malta, engañaba a las enfermeras en cuanto se daban la vuelta con el café que me traían de casa). No, no quiero sucedáneos, quiero sólo lo verdadero, viejo amigo “Correveidile”, tú que también tienes tus entretenimientos, “de la que me haces gracia” cuando hablamos de la salud, que es lo que importa, lo único que ya me importa.


Me tendré que valer, como es siempre verdad reconocida, con el misterio inaugural de mis mañanas. Y a ratos, escribiendo, sacaré entrada de la vida, con una referencia ineludible a mi título de cabecera. Porque escribir también puede ser un vicio que te lleva hasta el fondo del que no puedes salir jamás, una mínima costumbre, como una mujer que cuando tiene un hombre cerca, hace algún gesto siempre, muestra un poco.


Ya me vale, escribiendo me muestro, me aporta calma, aunque es irregular (hímnica o de liberación prolongada) como en el amor en que alguien anda siempre corto y el otro largo sin explicarlo nunca.

NO SÉ QUE ME HAGA, SI PONERME A SERVIR O TOMAR CRIADA


Por Correveidile

Escribir, de por sí, es algo funéreo, sí, guarda concomitancias con la muerte, en tanto es la antítesis de la vida; vivir es otra cosa, está vinculado a la acción, al ser desnudo de los aditamentos, de la lencería femenina que vienen a ser las palabras.

La exigua minoría de los que viven “en directo”, no escribe ni lee, ni va al cine, ni deja que se lo cuenten, lo protagoniza; mientras una abrumadora mayoría saca entrada, entra y se sienta a verlo, a que se lo den “en diferido”, envasado, muerto.
Sucedáneos: el que tiene prohibido el café se contenta con un remedo vulgar: malta. Para suplir las carencias del que es para poco y se acobarda de cualquier cosita, se le cuentan cuentos, leyendas mitológicas, hazañas bélicas o de cualquier superhéroes, romances de amores de estrellas cruzadas. A falta de pan, buenas son tortas.
Bien mirado, las religiones al uso no son otra cosa que sucedáneos. El que ejerce dominio y guarda control sobre su propia vida, no necesita ponerla en manos de ninguna deidad.
Quien no se entiende con la mujer y/o con los hijos, mete en casa un “pet”, restableciendo algo de lo poco que dábamos por vencido: la esclavitud. Sin saber que el remedio no es la mascota, sino vivir solo, no poder ejercer crueldad sobre nadie –ni que la ejerzan sobre ti.
Así que estoy en duda, de si seguir con esto, o mandarlo todo a rodar y poner pies en polvorosa.
Entretanto, salgo a la calle y, de pronto, oigo el tris tras de un desusado trajín, alguien que huye del edificio de Capitanía, tropa que corre detrás, oigo una explosión, veo la deflagración, le ha estallado encima la bomba que llevaba destinada al cuartel, o la ha hecho estallar, se ha inmolado para no ser torturado.
Un atentado frustrado, me entero por los corrillos, un chiquillo, que ni pinta tenía de terrorista, pudiera ser que un sicario pagado por peces gordos, quién iba a sospechar, con esa pinta de querubín, cuando entró en Capitanía sorteando al centinela con una panera de ensaimadas en la cabeza y con aire despistado de repartidor de horno.
La policía había detenido el tráfico en las dos direcciones, provocando un atasco. Bocinazos de protesta.
Vuelve la luz verde, se reanuda la marcha, que es la hora de entrada y hay que fichar. Salen todos zumbando, sin otra preocupación que no sea no encontrar ningún fuego, toda la avenida en verde; han olvidado por entero lo que acababa de ocurrir, a mí que me registren, de mis viñas vengo, ya se apañarán.
Y el chiquillo, ¿qué? ¿le estalló la bomba encima, o se inmoló, buscando del mal el menos? Nos quedamos con la duda, es nuestro sino fatal, no ver nunca claro, se lleva cada cual su secreto a la tumba. Y así andamos, dando palos de ciego, huérfanos, sin padre ni madre ni perro que nos ladre.

viernes, 10 de diciembre de 2010

SER HÍMNICO, FESTIVO Y PANTEISTA


Lo volveré a ser de nuevo, sembrando algún poema hacia delante llenándome de euforia al sustituir todos los eufemismos de mi lengua y sin ningún disfemismo. Lucharé en el ámbito del dolor contra la propiedad de cualquier dolencia, la impaciencia de las palabras que vendrán detrás, borrar las etapas que no quise trazar para que no me vuelva a doler la vida como tensa y maldita.



Será otra vez un himno nuevo leyendo entre los renglones del corpus literario de Manuel Rivas –“A cuerpo abierto”, “El lápiz del carpintero”- hasta su último silencio cuando al hablar te juegas casi la vida si no aciertas el sitio que tienen escondido los gallegos, esas calas que cuando las encuentras se abren como una concha con todo su misterio, su lealtad, su memoria explícita, su tierra incógnita.


Me aposento en el modo de querer insistente y tierno, en la fiesta propia de perder el juicio, la cabeza loca, el cansancio incansable de mi cuerpo. Hace poco le leía a Paul Auster que el cuerpo humano no puede existir sin otros cuerpos humanos, necesita que lo toquen porque siempre tiene la piel reclamando la caricia hasta desde lejos. Me quedo, pues, para siempre con la energía corporal que me da la vida porque la energía es necesidad y placer.


¿Dónde tuve yo esa energía que me puso de pie? En mis lecturas cada día que me parecían algo ilícito, obsceno por su desbordante belleza. La tuve además en empeñarme por tenerla, en sentir tal necesidad de ella que sin ella no podía vivir, no tenía ni el suficiente aire para respirar lentamente en cada instante en que hace falta precisamente el aire. La tuve festivamente, como digo, acercándome a los libros hasta prematuramente, tenazmente, con una infinita paciencia que quizá me ha faltado luego. Por eso es necesario cantar el propio himno de nuevo, insistir otra vez en ser yo mismo el que era, el que fui, el que supe ser, produje placer al menos quince días, quince orgasmos, quince palabras antes y después.


Es como el desnudo del cuerpo que mencionaba antes que no puede vivir sin otro cuerpo. Aunque ahora tengan arrugas los contornos de mis ojos, seguirán siendo redes de pesca semejantes a los pliegues de las sábanas de las noches sin sueño. Le tengo tan pocas ganas a ser viejo que la ternura no se me ha hecho vieja, la puedo dar de nuevo soñando con un ceja fina de mujer y el hueco infinito que tienen sus axilas. Tengo algo de todo todavía: gestos, cosas, hablar del libro que estoy leyendo, las palabras, las emociones. Me queda lo mejor, querer ser hímnico como el gallego Manuel Rivas y contarlo luego en un taller de privilegio, propio,con una fundación inolvidable.


Devolveré lo que me dieron, explicaré en qué consiste el magisterio de mis ganas, las ganas de vivir, el cariño. Será al final justa la medida porque si algo callé entre medio escribiré mis emociones, casi desnudo, hasta reventar de nuevo con la audacia previa exacta al desabrocharme y quitarme la ropa con el permanente perfume de saber vivir, intacto y resistente, humano con una emoción imprevisible pero suficiente.


Más me vale, me parece, vivir ardientemente, pieza a pieza con la vida, cada contacto, cada muestra, cada anatomía, cada imagen. Más me vale sentirme siempre fuerte, con ánimo todavía de aprendizaje de la vida, jamás concluida, todavía pendiente. Ese es al fin y al cabo mi argumento escandaloso, mi asombro de cómo se resisten mis caderas a plegarse; notar como una aparición llegada, plena de historia, súbita, profunda, carnal y milagrosa.


El andén de la vida donde no se me hará de noche, mi calor más íntimo, el que siempre tuve como un arrebato postergado pero aún visible, una especie de sudor propio, mi peso, la edad que no aparento porque se me olvida apuntarla cada año.

lunes, 29 de noviembre de 2010

AL MENOS, BUENA GENTE


Me dijeron, al menos, buena gente, pero he decidido seguir haciendo por los demás lo que sea, pero negándome a ser excesivo. Me lo ha dicho varias veces con su estilo habitual una Princesa que siempre tuve lejos –que si América, que si Burdeos- me lo viene pidiendo, mientras ella ha decidido no tener ninguna prisa en crecer y mientras llamarme otra vez con su wifi porque le gusta oír mi voz, lo que menos cambia de las personas. Eso dice ella.



Pues menos mal que me ha llamado tesoro, el tesoro escondido que le dejó mi hermano antes de irse, cuando a veces aquí por estas pistas interminables, uno se siente mercancía de segunda mano, pero a la vez, se acuerda de esos comportamientos que siempre he tenido ofreciéndolos de forma gratuita, como una especie de proletariado que puede tener de bueno, que no se acaba nunca.


Por eso no me pienso terminar nunca para explicar que sin otro traje ni consecuencias, voy a seguir contando todo lo suficiente, sin pistas ni acelerar olvidos con tal de poder practicar como advertí hace días el sendero de los cursillos rápidos hacia la tranquilidad de ser comprendido.


Una vez ya aquí, con las comodidades que me da mi hogar, trabajadas desde hace mucho tiempo podré llegar indudablemente a niveles mejores de buena gente. Palparé siempre –eso sí- mi fruta propia de mercado, ese frutero único donde puedes saber la que ya está madura para comértela. Hasta en pleno invierno sudaré con cara de estar agradecido entre los seres que tengo y que tuve esperándome siempre, casi intimidado por su belleza tranquila y única.


Me quedarán fuerzas todavía para llevar sobre los hombros el bulto de las cosas no hechas y que acabaré haciendo, sin prisa, con el color del pelo que te exige la edad pero con la abundancia que me dejó mi padre; con el tabaco negro que fuman los hombres y que testimonian luego, los dedos amarillos, el sarro de los dientes. Así como cuando eres joven todo te gusta tanto que nada dura, ahora en cambio sí, porque si no dura no llegas, tienes que tomártelo todo en serio, aunque te salga regular, porque te falla luego la memoria, la que pones a elegir de las cosas que quieres acordarte, y dejas de hablar seguido, como hablabas antes y te acordabas a la vez de los nombres de entonces y de ese momento.


Necesito el sueño de la segunda oportunidad para ver como salen las cosas, las madrugadas con las ventanas abiertas para que vengan los amigos y siempre alguno te deje el consuelo, la caricia, el sueño. Y en esa segunda oportunidad necesito entender las tristezas y las vergüenzas ajenas como las propias. Ya lo sé que no es cierto eso de que las generaciones van pasando y no se hacen viejas. Hay que pensar que cualquier cosa nos sobrevivirá, pero que en ese tiempo hasta el final es hora de recibir los abrazos ciertos, las llamadas de una Princesa que no se hace mayor, las fotos que no hemos sido capaces de darle la suficiente dignidad, el fotógrafo lo hacía mucho mejor, siempre lo intentaba, pero nadie está a la altura de sus fotografías.


Y hasta junto a mis letras noto la falta de las fábulas de aquel Correveidile que traía aquí sus mejores cuentos. Me he dejado por el camino muchas veces lo mejor aunque no es tan malo echarlo de menos, es conveniente empezar a hacerlo cuanto antes.


Pero afortunadamente en mi casa no ha faltado un instante la luz infinita y bella de cada hora y todos los minutos. Siempre tuve mi sitio, mi turno y estuve donde tenía que estar cada vez, como soy, como era, porque el embellecimiento no se elige, quizá no se llega al escalón siguiente, pero al menos sí, el de buena gente.

sábado, 20 de noviembre de 2010

DE GUARDIA EN UNA BANQUETA


Mientras se me destrozan las lumbares, es incómodo y nunca más lo haré, porque estoy matriculado en necesitar la tranquilidad para ser comprendido, en unos cursillos rápidos que te dejan como nuevo para saber mirarle luego a una mujer la mejor postura de poner sus muslos.



Dicen en la primera lección, total desalojo, no a la ocupación para el provecho de nadie, si alguna vez lo ofrecí, lo retiro, como una apuesta que va a ser mal pagada en cualquier casino al uso. Pueden convertirse en supuestas pertenencias ajenas que al final ni te dan para pagar el pan del exquisito banquete que vienes ofreciendo. Porque todo consiste en imaginarte lo que de cierto no te han dado nunca, es a base de imaginaciones y la mía la tengo ya cansada; allí en los cursillos, predican realidades, hasta esas que existen para las personas de edad avanzada, una modalidad, que es un cúmulo de satisfacciones, hermoso y desbordante.


Hasta voy a cambiar la ruta del pequeño paseo de caderas desquiciadas y peligrosas: un camino que sin darme cuenta, por real y conocido, recorro a diario mientras me van dando al hacerlo obsequios sin tener que hacerlos yo antes: las amistades de calibre, sin explicaciones, al mismo tiempo que yo y con las mismas intenciones. Dará a lo mejor la impresión por tratarse de una ruta, por conocida, donde me desean menos; nada más lejos de la realidad, lo llevan escrito en la cuartilla abierta porque saben que leo. Dejémonos, pues, de imaginaciones, sino vayamos a casos concretos y cosas hechas.


De guardia nunca ya y no me oprimirá ninguna otra madrugada. Disfrutaré como lo vengo haciendo del amor en tiempo quieto, hermoso y tierno, arrancando los sujetadores sin ninguna ceremonia, la que he tenido siempre, la que te pilla desprevenido cuando no eres tú el que toma la iniciativa, la que es capaz de admirarte hasta mientras duermes, casi de lado, en la almohada contra las cervicales para que tengas la sonrisa de siempre.


Sentiré las ansiedades que me convienen, parecidas a las que siente cualquier mujer bajo la falda, pero no se me notará cómo me siento, no lo voy a contar, seré entero pero inaudible, desde el enorme patio interior donde dan las ventanas de mi casa, ni un jadeo, ni una conversación familiar de viejos amantes.


Ya sé que el verdadero amor provoca su dosis de desesperación y sufrimiento, por eso, cuando es verdadero cambiamos nuestro personaje de vez en cuando, como un turno admitido y querido, tras la última caricia que cuelga del más deshonesto sitio en un cuarto amueblado sin prisa y con saliva.


Y sabré ser cuando haga falta rotundo y firme sobre una cama bien vestida o en el sofá de cuero donde me voy haciendo viejo; una cama agrietada y permanente, que ha sabido ya de cómo salvar las discusiones con una autoridad pactada y rodeada de los mejores cimientos desde el principio. No hace falta pregonarla, sino usarla.


Es que ya lo sabéis –de ahí el título- no debo estar demasiado rato de pie y cuando me siente, necesito comodidades para todas las partes de mi cuerpo. Estoy haciendo esos cursillos de los que hablaba, donde de mí todo se me entiende por las calles hasta llegar al aula donde tienen lugar ellos, todos contentos, como si fuera un barrio nuevo. Me ha costado darme cuenta de la necesidad de mudarme para encontrar el banco en donde más tarda en ponerse el sol, en llegar más tarde la tarde, más soluciones a mis manías de siempre.


Y en casa –ya lo explicaré otro día mucho más largo- mi cuarto de trabajo, para mi mejor trabajo, mi sitio y mi postura de lectura como el mejor placer que aún me queda, infinito, rotundo, prolongado y largo, haciendo un poco ya el amor en entreactos para que no se me olvide el entusiasmo y su falta de ceremonia.


sábado, 13 de noviembre de 2010

ESTOY LEYENDO Y FUMANDO SIN CENICERO Y SIN PAUSA

y, mientras, voy soportando el atropello de los años, las ganas que te impone la vida cuando la procuras hacer a la vez donación y propia calma. No pasa nada especial nunca, pero hay muchos momentos en que alquilaría una habitación para poder gritar porque no llego bastante a donde quiero llegar aunque no deba ser yo quien calibre mi persona ya que cada uno saca de la vida lo que puede sacar y lo que le damos a los demás también debe tener valoración ajena.



Ya lo sabéis que cada mañana estreno mañana, huérfano de muchas posibilidades, ofreciendo entre las páginas de cada libro que ando leyendo mi abrazo siempre libre y promiscuo, descarado y tierno, como el grito de que hablaba antes. Es la única postura qué sé saber hacer: me dieron pronto la capacidad de entender y soportar el dolor, sin medirlo, porque eso no lo sabe medir nadie (¿le duele mucho?, me preguntaban los médicos y siempre contestaba, ah, pues no lo sé). Me he concedido a mí mismo cuando escribo el problema y el placer a la vez y al no darme pausa, lo hago con café, humo, dedicación y melancolía. Es mi forma de ebriedad, mi búsqueda constante de algún ser salvaje, adorable e inquietante, para ver si me calma o aumenta mi embriaguez.


Estoy siempre en la etapa de esa captura de un sentimiento asimétrico, con un año tras otro de caricias gratuitas porque las palabras que no vengan ya vendrán detrás; así las debilidades propias y ajenas, que a pesar de todo, aproximan. Es como expresar mi necesidad de ayuda porque el nivel de exigencia siempre me parece poco. La justificación que a nadie le salen del todo bien las cosas, no me sirve, qué más da, si existe la posibilidad de hacerlas mejor.


Esta mañana lo hablaba con un ser querido, familiar, yo le llamaría en cierta manera, propio, al que quiero acercarme porque me quedará tiempo de sentirlo más cerca que lo tuve –una mujer que siempre llevó hasta en la ropa de ir por casa los bolsillos llenos de belleza insistente y una inteligencia trabajada y rica- porque Mariate tiene esa rica sabiduría que siempre acompaña. Lo hablaba con ella, con el Wifi por en medio pero con un tono dulce de decir las cosas, que hasta casi me convence en que no insista demasiado en el esfuerzo propio, en la autoestima, en el derrame.


Pues no le voy a hacer caso: yo nunca le di demasiado valor a la experiencia, es una cualidad sobrevalorada; prefiero la cercanía de pieles que se quieren, de dar y entregar sin derecho a la devolución ni al retorno en caso de avería; lo que dije del grito primero y el abrazo luego sin sentir ciertamente a quién estás abrazando. Esa es la belleza de la promiscuidad. Ese es mi proyecto para poder defenderme, a ver qué tal os parece: o amor o quiebra.


Porque me quiebro cuando quiero a alguien, me hago pedazos para dormir mal de noche y andar medio dormido luego durante el día. Yo mismo me siento raro, raro pero tierno. Así en mi forma de vida, creo como en la publicidad, un espacio propio que no le dejo a nadie, o se lo doy o me lo quedo para siempre escribiendo.


Y dentro de ese espacio, Mariate, –ya que fuiste la culpable de que enhebrara las palabras esta mañana- seguiré esforzándome, eso que no me lo quite nadie. Me aguanté los dolores –y tú lo sabes- pues eso hice, aguantarlos, llevándole la contraria a los médicos; leyendo mucho, dejando todo el cuerpo mientras tanto como los iPods, en modo de espera.


Le dije a tu hermano una tarde entre foto y foto que sentía dentro de mí la ineludible sensación de no haber hecho nada bien. Y es verdad aunque “nadie sea un perdedor tan absoluto -como dice Nick Hornby- para no poder contar alguna historia sobre el hecho de perder.” ¡Las que yo contaría, las que me quedan por contar! Quisiera haberlo hecho mucho mejor y dentro de esa sensación de derrota que todos tenemos a veces, se vuelve siempre a intentar algo superior en muchos sitios: se vuelve, digo, a la ciudad los que se fueron; a la cama los que perdieron el amor; a la caricia, al menos aunque sea tibia y lejos los que nos hacemos viejos; a la enorme seguridad que dan las intenciones; a esa impresión de eternidad que siempre le otorgo al cariño aunque vivir degrada y desgasta.


Mientras, sigo escribiendo en este taller de auto escritura con la palabra que destruye y que separa cuando es lo único que les queda a un hombre y a una mujer: quien escribe y quien lee.

viernes, 5 de noviembre de 2010

HE DESCUBIERTO, SIN MIRAMIENTOS


Con esa placidez a deshora que me viene a veces donde me quedan restos de cuando estuve bien, escribiendo aquí, o en cualquier sitio público sin miramientos. Sigo, pues, escribiendo en una especie de búsqueda y de testimonio de una continuada lectura de un libro de cómodo y pequeño formato. Y al hacerlo, me siento cada vez más convencido que tengo una vocación de hondura para poder contarla luego. Es mi ruido de fondo, el eco de mi fiesta; es mi atracción y la que brindaré gratuitamente, sin pudor alguno.



Pero ya son muchas veces las que lo he dicho, me estoy cansado de hablar de libros, para contar los que leo como una especie de imprudencia. Voy a ver si por fin, leo para mí solo, o para alguien que me siga siempre; voy a leer de las dos o tres maneras que sé hacerlo: la de lápiz y libreta, casi siempre; la que encierra esa inevitable promesa para inducir a leerlo a alguien luego; la simple, la sencilla, la relajada de la sala o de la cama, yo que sé, dónde me pille, a veces con frecuencia en algún ambulatorio donde no lee jamás nadie.


Ya está bien. Tengo el cansancio que tienen a veces los poetas pero sin ser capaz de escribir ningún verso. Los post que cuelgo en mi blog ya no me importa si nos los lee nadie, yo los escribí con la seguridad de tenerlos dentro, como dije antes, sin miramientos.


Pero voy notando entre libro y libro el temblor de mis tejidos que envejecen a conciencia, hasta a veces con reacciones de cuerpos extraños en antiguas cicatrices en las isquiotibiales. A esa piel bien curtida que traje de la vida, nadie supo estrujarla con una palabra completa, rotunda, bien dicha, de esas que no admiten dudas.


Me gasta la vida y me viene gastando ya demasiado Internet, con voces que debieron llamarme antes. Yo vengo desplegando junto al hábito sedentario y hermoso de la lectura, el de la petición y el acercamiento, como advertí, sin dudas, y carezco de él. Son muchas veces las que lo supe todo y lo admití todo sin tener en cuenta que luego viene el cansancio que nos viene a los adultos de la vida creando espacios huecos, que en el mismo lugar debieron estar llenos.


Me duelen cosas que no le dije a nadie, me duelen cosas que acepté siempre; echo en falta barbaridades que tampoco me hizo nadie, lo mejor que repartieron para otros, no sé si con más merecimientos, pero con menos paciencia. Me urge ya un presente mucho mejor, antes de dejar esto: ni la reseña de un libro, ni copiar unos versos, ni soñar con un beso. Me urge lo que urge, lo que aprieta, lo que no engaña a nadie; necesito querer sólo a quién me quiera de verdad sin decírmelo quizá jamás.


Sin haber tenido nunca afición a la fotografía, qué permanente es el flash del momento, deja en tu retina, la hermosura de quién ofrece su belleza gratuita y generosa sin llevar nada puesto sino una verdadera gratitud o la honradez de dejarte pasar de largo que es otra forma de ser generoso; o de llamarte en todo caso, hablarte un rato y luego yo seguir en mi butaca de siempre y para siempre, leyendo, buscando de una vez esa placidez a deshoras que comentaba al principio y que no me la da nadie.


Ya va siendo hora que cierre yo puertas que siempre tuve abiertas. Es un derecho al descanso, aunque sea para lo que sea, ni tan siquiera quiero volver a ver a ningún médico que observe mis cicatrices de antaño, cuando todavía me quedan actuales por falta a veces de un calor humano que sacie, que reviente por todas las partes de mi viejo cuerpo.


He dado demasiado placer en muchas ocasiones, en demasiadas páginas sueltas, en correos que se leen sin fijarse del todo en la exigencia que tienen, el vicio que llevan. He hablado demasiado de libros, de todo, y es como enseñar la piel con el paso de los años y la ropa cómoda pero demasiado usada.


Ni me cambiaré de ropa, quizá baste seguir leyendo en cualquier sitio el último manojo de versos y no contárselo a nadie. Sin miramientos.

miércoles, 20 de octubre de 2010

LA AMISTAD, ESE PLACER PREVIO Y EXQUISITO


Hablar de la amistad puede parecer situarse en un entorno menos importante cuando a diario nos movemos en márgenes que necesitan el cariño exigente y manifiesto. Pues hoy me vienen a la boca reacciones más infrecuentes pero que con su expresión acogedora y cándida, hacen que me fie más de la vida, me proporcionan un placer exquisito y previo para cuando sientes algún vacío, te lo cubre, a pesar de no contar con la presencia siempre, con su envergadura.



Hay veces que esos momentos huecos que te vienen de repente, te los callas o los cuentas. Yo prefiero casi explicarlos pero como en un ambiente de diálogo, de esa conversación que puedes tener cualquier tarde, en cualquier momento, esa reanudación para saber cómo estabas sin que te lo hubiera preguntado explícitamente nadie, que es la mejor manera de saber el estado de alguien, de algún amigo o amiga que sientes lejos, como si estuviera en una fila de la vida muy separada de la tuya.


Me he encontrado unos días necesitado de esas pocas pero imprescindibles miradas que las llevo encima desde antaño; me he sentido más seguro, para decir, quiero a los que me quieren; he recogido así el intento de caricia en una simple y poderosa amistad; he guardado esa imagen, como si contara formas de placer, la parsimonia de no moverse para que me vaya llegando lo mejor. Viví como consecuencia de mi propia torpeza el flash de los mejores momentos posteriores, esa extraña posibilidad de sentirte sin nada pero como imaginando que vendrá luego alguna coquetería que has soñado siempre.


Debajo no llevo nada, el ángulo de la esperanza y la ansiedad, debajo soy más yo mismo, mi calor humano a la espera de otro calor humano con las maravillas que se producen en esos casos. Fui un enfermo de mentira, una delicia para quien quisiera proporcionarme a su vez, su propio encanto; notaba más que nunca la piel, lo que no puede ocultar el paso de los años ni de las páginas de los libros que estoy leyendo. ¡Qué más daba! Era una madurez bien pensada a raíz de una insensatez, la ilusión del regalo diario de una mañana nueva, lo mismo que la ropa vieja que terminé poniéndome para poder presentarme otra vez, si acaso me encontraba con alguna amistad necesaria.


Busco ya hace mucho tiempo de la vida la belleza que proporciona la tranquilidad, saber estar con unas cuantas personas con un poder incalculable. No tienen nada que ver con los seres propios, es una conquista recordarlas, y una belleza cada vez que se acuerdan de ti. Hay una obscena generosidad gratuita detrás que sostiene esa sofocante partida de la vida, precisamente, cuando te viene algún sofoco sin esperarlo, sin saber por qué, con el gozo de explicarlo luego a unos pocos amigos o amigas, aquí no importa el sexo, sino el propio roce.


Esas amistades que cuento son como una conquista que conseguió uno un día con la exigente certeza detrás. Sería una metáfora obscena contar que te metes en la cama cada vez con ellas, que duermes los recuerdos en una alfombra tierna y única. Qué conquistador me siento cada vez, dueño a medias de los momentos que compartiremos, juntando las palabras hasta encontrar ese silencio voraz de dar a entender que estás bien. Casi uno huye del caos de las palabras, ya las lees, ya las dices necesariamente luego.


En este caso se trata del más hermoso patrimonio que puede tener el ser humano cada vez que triunfa con un amigo. Esto ha sido también como mi pausa, está siendo, aunque menos de lo que quería en las tintas de la paredes de la red. Estoy hablando estos días con amigos, han cruzado las piernas frente a mí y el tiempo así se nos ha hecho más corto o más inagotable, no se sabe.


Eso hago cuando guardo silencio, cuando no hablo de las letras que leo, cuando dedico las tardes ya insistentemente a juntar dos butacas leyendo, a esperar que alguien llame y regale la belleza imposible de preguntarme cómo estás.



lunes, 11 de octubre de 2010

CEDERÉ MIS DERECHOS DE AUTOR


Y me apoyaré otra vez en el sitio que tuve y sigo teniendo porque las palabras propias, las hice precisamente demasiado hondas para quedármelas a solas. Será suficiente para volver a añadir algunas nuevas, que su lectura -como me dicen aquí mismo- “apacigüe y levante el ánimo”. Porque precisamente de ánimos no andamos nadie demasiado sobrados.



Voy a ver cómo me las arreglo para calmar cualquier mar de tristeza, para que vuelva a haber de nuevo, algún rato, precisamente un mar de tranquilidad que a todos nos hace falta. Ando ahora metido con los versos de un novelista que en “Cháchara” asegura donde escribe: “se está bien aquí, en la intemperie del ahora/sin sitio a dónde ir y sin memoria de dónde estuvimos.” Y además añade después que es un sitio “donde no vamos a morirnos. No se puede.”


Sin embargo yo estos días casi sentí de cerca la sensación de cómo era lo más parecido a morirse. No tuve dolencias graves, solamente un desarreglo, un olvido, un pequeño parche para mi organismo. No poder interrumpir la propia vida con algo de sueño, esas horas que necesita el cuerpo, esa manera de acercarse a estar , dormido, pero sntiéndose bien.


Ya lo tengo arreglado y por eso al leer que alguien que no tiene más apaciguamiento que esta especie de cuelgue producida por la expresión de mis sentimientos, las palabras que suelo recoger de cualquier libro, por eso, vengo un rato de nuevo, al mismo sitio. Mi literatura tendrá el suyo propio, aquí es cuestión de tacto, del roce de la piel con alguien, de la poderosa imagen de la imaginación, de volver a vivir como lo he tenido que hacer yo mismo en mi propio terreno. También yo necesitaba de alguna manera apaciguarme.


Ya estoy de nuevo por los sitios, por las calles que me son propias; he empezado -ya que el poeta dice que no vamos a morirnos- a hacerle caso a él. He empezado por irme a mi espacio inevitable donde me venden los libros, para que a cambio de este libro de versos que os hablo, o de unos deliciosos cuentos de Le Clezio por fin me han dicho que me dan un beso donde quiera o como el poeta si es preciso “me regalan un tatuaje en cualquier sitio”.


Quiero que sea suficiente para quien me vuelva a leer, que se quede sin ansiedad, que el mar vuelva a ser el mar que era. Mis palabras son públicas y sirven fácilmente, hasta como he dicho, estaba necesitado yo de ellas; como pienso de nuevo será siempre este papel ya bastante usado, esta misión, este empeño de volver a explicarle a cualquier mujer que me esté ahora leyendo que necesito yo también que me eduquen de nuevo, hasta lo que todos necesitamos: lo proporciona copular con el amor todas veces que se pueda.


Ya sabéis que siento cerca la turbiedad que ponen los años en la propia memoria; que siempre que escribo aquí es para explicar como dije hace días aquí mismo, sintiendo el abrazo inexplicable de alguien con genes propios, que es imposible sospechar que exista la tristeza con esos condicionantes. No me hace falta ni el derecho del lenguaje, que lo ponga cualquiera en cualquier respuesta; me comentan lo que no tiene comentario posible: es mi tacto, mi ternura, lo que se nota en la espalda con el abrazo.


Tendré, pues, que intentar brillar de nuevo de alguna manera, sobrevivir aquí más cerca, no apartarme del todo si le hace daño a alguien. Tenderé la mano, abriré la ventana de mi cuarto y lo primero que se nota, es que está lleno de libros y entre ellos el cariño que siempre puse con la gente. Quiero que mis momentos se noten, sean de nuevo los momentos de alguien que pueda necesitarlos.


Total, ahora que yo mismo me estoy leyendo, pienso que es una manera de guardar y hacer notar mi silencio, que se note, lo mismo que se nota el amor –lo he dicho varias veces- cuando no dices nada.


No tengo más derechos que aquellas palabras que escriben los demás.

jueves, 9 de septiembre de 2010

CARMEN


amartinezfotografia.com

Dije que había vuelto y que iba hacer una pausa en mí cuaderno de escritos, pero alguien me la ha interrumpido. Se llama Carmen, tiene los genes juntos y directos, hija de un hermano médico que la vida me lo robó como avisándome que iba hacer lo mismo luego, más de cerca todavía.



Siempre hablo cuando me preguntan por mi familia de ese grupo tan unido que forman las chicas y el chico, con el apellido de mi mujer, que son ya familia mía también.

 De mi ramal me olvido –y os pido perdón a todos- de las ingenierías, las biologías, el arte y las enseñanzas y me quedo enseguida y la aprieto entre mis brazos con la menos cultivada pero que en cambio siempre ha aportado cerca de mí, lo que no enseñan en ningún sitio: la alegría.


Se llama Carmen, es la prohibición de estar triste, la generosidad de las sonrisas que no tiene nadie; se llama la vida, eso que a veces no encuentras, y lo tengo bien fácil: llamar a Carmen. Nos vemos muy poco, perdió a su madre y un momento antes necesitó tenerme junto a ella. La vimos morir juntos y abrazados.


Y ya que lo nombro y por eso la traigo aquí, en esta pausa a mi pausa, posee una particularidad que forma parte de mi vida: Carmen abraza como no me ha abrazado nadie jamás, lo trajo aprendido para poder practicarlo conmigo las veces que nos viéramos. Aprieta, la condenada, te viene a dejar sin aire, pone la cara donde solo hay sitio para ponerla, ajusta el cuerpo, empieza ya su risa suelta y desenvuelta, te aparta, te mira para estar segura –no sea caso que se haya confundido en el abrazo- y te vuelve a abrazar para que no dudes jamás, que se llama Carmen y que a ratos su recuerdo es lo mejor que te puede pasar.


De verdad que lo he estudiado, me he preguntado, ¿cómo abraza esta mujer que no es posible que lo haga igual nadie? Cuando lo hace, es mi hermano, que fue médico para ordenar que me cuidaran, antes de irse; es la bondad de él, su entrega y su generosidad, la exigencia para que Carmen me quisiera de esta manera.


He roto la pausa de este foro, he colgado el post más sentido que he notado dentro porque hace unos días junto a ella, cuando vino casualmente a mi ciudad que también fue la suya, estuvimos juntos, nos reímos juntos, tuvimos la alegría juntos, prohibimos a la vez cualquier tristeza que nos viniera.


Me diste, Carmen, esta mañana en un correo, las gracias por mi compañía y la de mi mujer y sólo te he pedido como respuesta, no me dejes nunca, no me abandones.


Ya lo sabes, puede surgirme en la vida la ineludible necesidad de que me abrace alguien como sólo tú sabes hacerlo.

sábado, 4 de septiembre de 2010

RETORNO Y PAUSA


He vuelto a lo que llamaba mis comodidades pero alguien muy certeramente me ha explicado que se trata de mis necesidades del cuerpo y del espíritu. Puntos de apoyo que durante este verano echaba de menos, pero los he notado ausentes de una manera especial, de la misma manera que inesperadamente una amiga común, una tarde desde su punto de veraneo me envió un sms con tan solo cuatro palabras: os echo de menos. Eso ya era empezar a recuperarlas. Trivialidades aparentes de una cerveza en una terraza, pero como reclamo de nuestra presencia, los besos de amistad comunes y repetidos pero importantes, vernos, estar un rato juntos de vez en cuando, llamarnos con diminutivos creados por la antigüedad con que nos queremos.



Fue esta buena amiga quien me insistió para que recobrara mis necesidades. He llegado a casa de nuevo con más equipaje que me llevé, pero ni más cosas, ni más ropa, menos libros era ya más difícil. Pero junto a ello me he traído un deseo que voy a cumplir. He ocupado mi tiempo este verano, en la convivencia familiar y la lectura, he escrito poco y peor, pero he reflexionado más sobre lo que escribía, mi necesidad de no repetir al menos por un tiempo mis mismas palabras, idénticos sentimientos, la misma manera de decirlos y responderlos. Me siento orgulloso de ello, pero junto a esa riqueza personal –quizá sea el cansancio, verme siempre el mismo rostro- necesito provocar en mis escritos una pausa, un reposo, un punto y aparte, un ahora vuelvo.


Mi tiempo lo he absorbido –eso sí, creo que brillantemente, hasta ahí llega mi orgullo- en trasladar a los demás (conocidos y amigos a quienes les aviso que otra vez está en la red www.acercatealoslibros.com) y ese boca a boca desconocido y abundante ya de quienes pinchan esa página y yo nunca sabré quienes fueron. Me ha permitido esta presunción comentarios por correo a mi página con un tono literario y a la vez cariñoso de incalculable valor. Hasta una catedrática de latín ha calificado mis recomendaciones como “ánimos” y que “reconforta saber que estás ahí, leyendo para compartir con todos los que te seguimos.”


Este es mi punto de descanso, es mi única razón válida para colgar algo en la red: mi lectura y al comentario ajeno cuando llegue saber mezclar en mis pequeñas referencias literarias todo lo que siento, lo que me cuenta aún la vida y no sabía y me he estado atreviendo a escribirlo. Mi pausa y mi tiempo van a estar ahí, quizá un día aparezca de nuevo aquí hambriento del cariño ajeno, sobrado en mis planteamientos y hasta en mis propias respuestas que a veces eran excesivas, festivas, como un escritor con genes propios se atrevió a decir con razón, rompen el tono de la pieza triste, de la soledad mal llevada, de posibles riquezas acumuladas, efectuado por ti mismo.


Me vais a permitir que mi cómodo retorno a necesidades inevitables, como he dicho, del cuerpo y del alma, lo ordene un poco en casa, donde hay demasiada abundancia de lo que no merezco.


Me vais a casi a dejar o a ayudar en la difícil tarea del esfuerzo del lenguaje. Ya sabéis que primero busco el ajeno abundantemente y luego con el propio mezclo sentimientos, hasta hondas vocales y comunes metáforas. Intento siempre como un cálido encaje de anatomías entre las palabras, me duelen ya los pocos años que me quedan por leer. He leído poco porque soñé leer mucho más.


Se me escurren en esos esfuerzos del lenguaje imágenes del amor que acosan mi espíritu porque soy y siempre he sido un hombre enamorado del amor. Se envejece y se madura a la vez con él. Es muy fácil, ante una caricia de menos quedar a cambio con un intercambio de lugar y de sitio con la persona amada para darle tu comodidad para su comodidad.


Os lo advierto. amar casi de viejo, es saber callarse, es tener sitio, haber dejado huella y seguir dejándola de la manera que ahora puedas. Es un acomodo, un estilo que todavía no conoces, un amanecer especial, saber escuchar, dejar de tener razón.


Retorno y pausa o cambiando el orden de todo y ante todo lo que me voy encontrando, dedicar mi tiempo más plenamente para que me puedan volver a decir muchas veces casi en una lengua que siempre quise saber y no fui capaz de aprender: que reconforta saber que estoy leyendo.


No me voy de ningún sitio y menos de donde ha sido mi privilegio, simplemente saber que estoy en casa leyendo.

HEMBRA BRAVA



Imagen elegida por Fran

Por Correveidile

Nacida Palmira, según su abuela –el nombre del árbol que extiende su copa en lo alto como la palma de la mano, sus ramas a manera de dedos, se le colgó muy pronto en el pueblo el sobrenombre de “sauce llorón”; por su destino aciago que conlleva sin querer el llanto –como el árbol de Babilonia.



En sus juegos infantiles, andando aún como quien dice a gatas, se reservaba siempre el rol de hacer “como si fuera mamá”; de no ser así rompía la baraja y se daba vuelta. De modo que bien pudo decirse de ella que no fue nunca niña, sino madre en ciernes, llamada a hacerse cuartos.


No más llegar a la pubertad quedó preñada de un lugareño acomodado. Y a lo largo de doce años concibió cuatro hijos, de los que sólo uno le vive –le mal vive. Pero no he venido aquí a ocuparme de los frutos, sino del árbol, ni siquiera de las ramas, únicamente del tronco, de la hembra brava.


En su primer embarazo concibió gemelos; y cantaron Aleluya antes de Pascua, echaron las campanas al vuelo, aguardando que nacieran los dos con alas –como los hijos del Viento Boreal. Pero sólo uno vio la luz con vida, siendo el otro mera semilla que dicen, cuajarón de nieve, que se esponja en el agua y se disuelve y se va en humo sin dejar rastro. Como cuaja la leche con la flor del cardo. Que todo es cuestión de suerte, donde unos hallan la vida, otros la muerte.


La devastadora hecatombe que debió producirse en el útero materno al segundo mes de gestación –como una presa que se raja y asola con sus aguas tormentosas la campiña y el poblado, debió afectar en gran medida al feto sobreviente, que salió como hecho a oscuras y por los rincones, lo que explica sus carencias y trastornos consiguientes, que le han dejado varado en los lindes de la anormalidad: su visión –por dar un rato, le quedó reducida al cincuenta por cien torpe y desaliñado al andar, desangelado –que si era disléxico, decían. Hizo falta ese caos para echar al mundo una estrella fugaz. Pero hoy es la madre que me quita el sueño y me dicta este canto de mineros arrastrado y triste.


Frustrada la pareja por la pérdida de la mitad de la cosecha, no tardaron en acudir al reclamo y probar por segunda vez fortuna. Y poco más de un año después destejiendo por la noche lo que se teje de día, se produjo el segundo parto. Con la criatura emponzoñada, muerta. Como el vino que se tuerce o la carne se corrompe, igual que fuera el olivo manzano, que basta con arrimarse a su sombra para acabar envenenado. Lo que cayó como una losa funeraria sobre el ánimo de ambos, que les hizo amilanarse, volver al hogar con las manos en la cabeza y desistir de plano de buscar más descendencia.


Pero quien no se arriesga no pasa la mar. Hay que dar tiempo al tiempo, que todo lo siega y sosiega, que va saturando y forma callo. Y diez años después del segundo alumbramiento, Palmira se sometió a minuciosos exámenes médicos, a toda suerte de análisis químicos y bacteriológicos, a la detección por el escáner , acudiendo al Juez para que ordenara el Municipio autorizar la exhumación de los restos de los dos fetos, con el fin de consultar a los arúspices, quienes predicen por el examen de las entrañas de las víctimas. Olvidando que se dice que náufrago que vuelve a embarcar o viudo que reincide castigo pide.


Mal aconsejados, asidos a las crines y llevados por el afán de desquite y la contumacia en torcer el curso de las cosas y dar vida a los dos niños muertos, sino el tercer embarazo y el tercer entierro con cajita blanca. Lo que no fue sino mera repetición de empeños bajo el infausto influjo de los astros o la maldición del plenilunio, retablo de duelos. Que porfiar en demasía trasluce pactos con el diablo.


Sin caer en la cuenta de que los destinos de la Naturaleza son insondables y no se la debe tentar, que es justiciera y se reserva siempre la última palabra para dejar la balanza en el fiel. Que el bien y el mal primero que vienen dan señal.


En un principio, como un volcán lanzando espumarajos por la boca, tentada estuvo Palmira de alzarse contra el cielo y pedirle cuentas de semejante iniquidad. Pero el que escupe en alto a la cara se le vuelve, llegando los cónyuges a cargar recíprocamente sobre los hombros del otro y la responsabilidad del descalabro, vapores negros que suben al corazón y a la cabeza, sacando a flor de piel enemistad antigua e ira envejecida, que acabaron con el vínculo hecho trizas.


Una vez pasa la cólera, el que amenaza se reporta, a la ira y al enfado darles vado. Así que, víctima propiciatoria, la mujer acabó llevándolo en paciencia, como hace el animal o el árbol; que de alegría y contento han muerto muchos, que de la aridez salió el manjar y de la acritud dulzura, que con el mismo aliento de la boca con que se calienta uno las manos, se enfría el caldo.


Si bien se mira, más triste es el designio de la higuera estéril o el aljibe seco que Palmira, mal que bien, dio fruto, que cada cabello hace su sombra en el suelo. Porque un hombre sin hijos es poco, una mujer sin ellos es menos todavía lo que no se dice en menoscabo de la hembra, sino bien al contrario ensalzando su destino impar de hacerse a trozos.


Dien de ella que no acaba de cuadrar y anda errática, con los dos labios heridos del espíritu, diciendo su pena a quien no le pena. Que los hay tentados de saber lo oculto de nuestros pechos y hasta, a veces, lo que Dios se reserva en el suyo. Que pasa los días sin comer apenas, pensando en penas, desbabando el hilo de su vientre se va consumiendo como gusano de seda, y si le hiendes la corteza mana una lágrima o licor viscoso, humor cuajado, su destino infame de dar a luz media vida y tres cuartos.

sábado, 28 de agosto de 2010

SIEMPRE HAY UN ACTIVO Y UN PASIVO


Es lo que pienso escribiendo una última mañana del verano frente a este mar, desde esta terraza. ¿Último con relación a qué? ¿Tan solo a una estación de un año? ¿Última mañana, sin saber cuántas me van a quedar? No está nada claro que cualquier fragmento de nuestra vida sea precisamente una historia cerrada con un principio y un final. Quizá esto que siento ahora, mirando al mar, sea tan solo un gesto, un temor a cualquier final, como si hubiera pasado este verano con unos cuantos días, una docena de aguardientes y un millón de palabras por decir.
Me vengo callando muchas adrede, por eso en familia valgo tan poco, me notan más los de fuera, los que se dan cuenta de mi necesidad de comprar un libro, de mirar obscenamente a una amiga para no terminar nunca con la obscenidad en mis entrañas, con mi voz precipitada que no se entiende bien adrede. De ahí mis silencios gratuitos pero hermosos y propios, cuando todos van demostrando así cuánto más saben, que atrás me voy quedando.
Tengo, no obstante, la lengua húmeda y caliente, la infinita riqueza del lenguaje de los sentimientos con su registro, con las sutiles señales de la carne, del intento. Pero dije muy poco este verano, viví como siempre la barata felicidad diaria que me voy construyendo a base de mañanas como esta, desde aquí, mirando lo propio, viviendo la verdadera libertad, que es sin duda alguna eximirse de las obligaciones que a uno le atan en la vida, le implican necesariamente. De ahí mi desprestigio colectivo y mis antojos de hacerme la vida a la medida del libro que tengo entre las manos. Hasta, es curioso, cuando se habla de libros, me callo, me los leo yo solo, los cuento en Internet o hasta a sus propios autores, finjo como que no me interesa el tema, que no sé apenas nada, qué más da que salga en la conversación el poco valor del cuento que suele darle la gente, cuando llevo años enamorado de ellos y este mes próximo todas las páginas de mi propia página van a estar dedicadas totalmente a su cultivo.
Como con eso, me pasa con muchas cosas. Ya luché por mis razones mucho tiempo, ahora paso la palabra al que me sigue, asuma la posible ignorancia de muchas cosas que todos tenemos y prefiero mi sitio de silencio elegido, que ese sea mi pasivo, porque mi activo ya lo puse con todas mis capacidades en el foro difícil de la vida muchos años, cuando la estuve construyendo para aquellos que vinieran detrás por razón de vida, tuvieran así su comienzo, arrancaran más fácil, encontraran más puertas abiertas.
Aquí y ahora si hago cuentas del activo y el pasivo que tenemos todos no sé si me salen bien o mal, prefiero no hacerlas, ya dije muchas veces que soy hombre de letras, que se me dan mal los números y si se trata de entender las conductas, ahí puede que durante muchos tiempo no haya salido peor parado. Activo y pasivo, por si no tengo ocasión de volver a plateármelo en otro periodo, hoy es la última mañana, el penúltimo mar al menos que me queda por mirar porque justo antes de irme lo miraré de nuevo. Me llevo el aroma de su tiempo, su humedad hermosa, mi dolor insistente de huesos, el cansancio que produce la resistencia a hacerse viejo, mi ética de lector todo el verano, mi "engagement" moral con los libros, mi sonrisa contenida con que he sabido siempre responder a la ternura que notaba en cualquier mujer madura que fue mi amiga tantas veces, tantos veranos.
Ayer, os confesaré, me devolvieron un piropo, luego de mirar insistentemente a los ojos: -te quiero ver el verano que viene, le dije, siempre me harás falta. Antes de su respuesta, surgió un abrazo espontáneo, sincero y la lentitud con que supo responderme: -tampoco faltes tú y ni una sola palabra de las que dices a una mujer.
¿Será cierto que los buenos propósitos detienen a la muerte? Eso opina “El bailarín ruso de Montecarlo” del cubano Abilio Estévez.  No lo sé, la muerte no debe poner fin a la vida, debe darle conformidad a todos esos propósitos que tuvimos, debe hacerlos ciertos, con su activo y su pasivo, el que me llevo a a casa hoy mismo para seguir construyéndolo de nuevo sin tener este mar delante. Vuelvo a casa porque además se hace más corto ya el día, me tarda en llegar la mañana y al contrario la noche viene antes y me admira, me asusta.
Además la belleza del mar que tengo tan cerca, su riqueza, la siento más cuando no puedo verlo en la ciudad, como si fuera la seguridad de la orilla.

domingo, 22 de agosto de 2010

LEO PARA BUSCAR EL LÍMITE

Por eso lo único que necesito es más tiempo para seguir leyendo. Y no lo encuentro, ni en la mejor biblioteca de la tierra, ni en el campo, ni en la playa, ni en el vientre de una mujer, ni en un polvo caliente, despacio, abierto. Leo libros buenos, me los compro sufriendo porque no tengo bastante dinero para todos los que quiero, los elijo con tiento, sé antes de ellos cómo son, qué tienen, mis libreras conocen qué me gustará, hasta a veces me preguntan -adivinando un problema- ¿qué buscas? y me lo encuentran y eso que antes le he avisado a la chica que lleva el vaquero más hermoso de la tierra, gastado y viejo, lleva cuidado, porque si eres capaz de encontrarme un buen libro de cuentos que sea el primero que haya escrito su autor, soy capaz de besarte de tal manera que sea una forma inequívoca de habértelo agradecido luego.



Hay otro apartado, y es descubrir autores nuevos, buena literatura que anda esperando su punto de salida, es un blog “con la boca abierta y derrotada” como en “Los recuerdos para Olga” de Lara Moreno, por ejemplo: un post con las uñas de ella amenazándome, para acabar luego derrotado una vez leído, y decir ya no escribo más, porque así voy a tener más tiempo para leer, voy a encontrar el límite y podré morirme luego. Con los recuerdos aparte porque vienen solos luego, por todos los orificios del cuerpo. Por ejemplo, los del cuento de Lara cuando pierde él una tarde el equilibrio: “para que la follara sin ruido y sin prisas, y sin tripas, y yo lo hice, -dice- me dejé llevar por su vientre, que me atrapó y me masticó el sexo.” Ese es otro apartado que por mucho que lea a mí nadie me ha masticado el sexo ni me ha follado con la boca abierta y derrotada. Es un fallo, por eso necesito para todo más tiempo.


A Inés Mendoza le leía que “la fantasía es un lugar donde llueve.” A mí me llueve cada vez más esa fantasía pero necesito la más estricta honestidad de quién la lea y si no la tengo quiero que el menos me recuerde siempre bien. Dice Eloy Tizón que hacen falta las palabras para decir la pena y para inventar la vida, pues eso me pasa, escribo cuando algo me pena porque la felicidad no da para la escritura, escribo cuando busco, invento la vida que me queda que va siendo ya poca.


Y aquí he sabido ofrecerme como el hombre más entero que tengo dentro. Necesito a tope como una metáfora urgente y necesaria, la calidad de la mujer más tierna, es la literatura más rica que pude haber leído y que necesito leer todavía. El libro es mi delirio, mi sueño obsceno, la manera de prolongar esto. Quizá por eso este mes dedicándome de lleno al mejor cuento joven de la literatura española del siglo XXI, me he sentido feliz, lleno; así, si me venía una derrota me iba a pillar menos cansado, más preparado. Hace días comentaba con un corredor de fondo amigo, de los dolores que sentía y me trajo a la mesa en donde estábamos hablando aquella frase de un buen corredor: “el dolor es inevitable, el sufrimiento opcional”, el que quieras, hasta donde estés dispuesto a tolerar, a sufrir.


Tengo niveles, pero da la casualidad que me falta tiempo para el más rico empeño, lo que ha dado siempre vida a mi vida: tiempo para leer. No insistas, me dijo un día Josefina Aldecoa, nunca leerás un ápice de lo que quieres leer. Ni un ápice, ¡qué cruel y exacta fuiste! mientras te notaba en la boca los cientos de cuentos de Ignacio antes de morirse, porque él mismo hizo por morirse.


Al menos, pues, hasta donde llegue, nadie añadirá más derrota a mis derrotas. Las leeré antes en las páginas del libro que ando leyendo; ni sacará lo peor de mí para obtener su beneficio. ¡Ya hubo bastantes! Entregas gratuitas ninguna, todo previo limpio pago de una caricia sana, de un gesto que no admita la peor forma de situarse.


De momento ahora, me quedaré, buscando el límite, con el delirio de un libro que añada más delirio, más sueño, detrás de mi gesto más honesto. Lo que tiene de bueno buscar el límite al libro es que resulta al fin como una pasión, y las pasiones te las tiene que palpar alguien hasta que terminen verdaderamente apasionándote. Sin remedio, para percibir por ejemplo el eterno misterio femenino que siempre tienen ellas intacto como un “canalillo profundo y firme” que diría Andreu Martín. Aunque uno va notando ya gastada su elegancia o que de tanto darle vueltas a los sentimientos, el cerebro va teniendo poco que hacer.


Sigo librando mi propia batalla aunque de otra manera, siempre prácticamente desde el libro. Desde su límite, o el mío propio leyendo.