domingo, 29 de junio de 2014

MEZCLO LITERATURA Y CARIÑO


 
Como una segunda piel, igual que un profundo abrazo porque cada vez la literatura me sirve más para soportar la perversa locura de la vida. Es un invento viejo que se junta conmigo porque los libros que he leído saben lo que he sido. Mi manera de contarlo luego, tiene preferentemente eso, un profundo cariño a quienes los leen después, a aquellas personas amigos y amigas, que un día me dejan en un simple pero tierno correo, su opinión, en ocasiones su coincidencia.

De eso se trata siempre. La literatura es mi acto de fe, mi creencia de cada momento, puede ser mi excusa y a la vez mi esperanza y mi fundamento. Robaré una cita de Mallarmé: “el universo existe para llegar a un libro.” Pues ya tengo desde tiempo ese amplio mundo ajeno y propio. Llevo leyendo desde tiempos antiguos, y como recuerdo al alcance de mis manos los lomos de esos libros poblando las paredes de mi casa, la que he venido construyendo, como digo, con literatura y cariño.

Las palabras que voy anotando forman a la vez mi única y gastada piel, no constituyen un disfraz entre comillas que puede uno ponerse o no, se convierten en propias allá donde hagan falta, donde convengan. Me dieron su permiso los autores al escribirlas y mi licencia es, durante una vida entera ya, una prolongada base de datos de miles y miles de registros, el cariño y el abrazo que puse primero al leerlas bien despacio y luego al escribirlas como si fueran mi propia ficción que fui incapaz de construir con ellas.

¿Qué he hecho, pues, leyendo tanto? Nada menos que ir viviendo. Mi sorpresa cada vez puede estar en la solapa de cualquier libro todavía por leer, en la sinopsis que me explica lo que es, que me dice de qué trata. Pero no me suelen engañar, tan solo quiero, me basta con eso, que me cuenten cómo vivir. Tras su lectura, el final ha sido mi placer, mi forma de querer. Porque luego, ya lo sé, lo escribiré para que los demás sepan qué es.

Las páginas que he ido leyendo han sido como una manera de quitarles la ropa a quienes las escribieron, para saber de su piel, sin engaños, aunque estén llenas de ficción, porque la ficción es una manera de creerse algo para siempre, una especie de prolongación, un festín inexplorado y cálido.

Y cada nuevo día, cada nueva portada es parte añadida de vida para una especie de construcción definitiva a la cual no le quisiera ver el final nunca. Alargar la mano, poner sobre la mesa más cercana, casi sin orden ni concierto, pero sabiendo cuál será su sitio luego la última o la primera novela que ha llegado a mis manos nunca por sorpresa, sino a sabiendas que iba a ser necesaria, es parte de una costumbre que nunca es rutina y siempre será placer.

Nada menos a la vez, que literatura y cariño, sin saber por dónde empezar es una forma estática pero vivaz de emprender y mantener los avatares que te trae la vida.

De los libros ya no me separa nada, primero creaban aprendizaje y madurez y ahora ya forman parte de mi mejor vejez. Vivir degrada, desgasta, hay que buscar, pues, una forma de resistencia análoga a la que muchas veces tengo que emplear para otros menesteres como el deterioro general del mismo cuerpo. Qué sencilla parece a veces la salida de la vida entre las páginas de un libro. Se me escapan ya otras posibilidades muy hermosas e ilustrativas. Lugares que no conozco, que siguen ahí hermosos, esperándome como me esperaron aquellos a los que fui llegando.

Me pasa igual que lo dije un día refiriéndome a la compañía de una mujer: con los libros me siento enseguida mejor, son un mutuo homenaje que rindo a quién los han escrito y a mí mismo al leerlos. Es mi amor, son mis posibilidades para siempre. Saco de ellos casi todo lo que tienen, no me queda ni una oculta riqueza por descubrir.

Vale ya, me siento para seguir leyendo. Soporto lo que tengo y lo que pueda venir luego. Es el enorme poder y la inmena riqueza que tiene la palabra. Ya da casi lo mismo, ante cualquier dolor, no hay duda, hay un estado previo y poderoso que tiene el lenguaje. No quiero deudas con él, a cambio sólo tengo el cariño dentro de la mayor ternura.

lunes, 2 de junio de 2014

MI RECIENTE LECCIÓN DE ANATOMÍA


 
Estoy leyendo una novela de Marta Sanz donde devuelve a su escritura el derecho a esa lentitud para contarnos cómo su personaje se desnuda, cuenta su propia biografía lentamente, su lección de anatomía, casi como una posición del cuerpo fuera de las sábanas.

Necesito esa misma lentitud para leer cada tarde, para sacar de cada libro entre mis manos lo mejor que tenga. Acumulo ya tanta lectura tantos años que es momento de aplicar el reposo que me exige mi propio cuerpo para otros menesteres, buscar las necesarias pausas para dejar firme la lente intraocular situada detrás de mí cristalino. Se apoyó en tantas palabras ya que está un poco fuera de su sitio.

Me ha avisado temerariamente hace días, desplazándose lo suficiente para que una zona turbia me dijera claramente que quizá haya algo que hacer para recuperar la visión con la claridad que necesito las horas de mi vida que pretendo seguir dedicando a la lectura. Lo necesita mi ego de lector, insólito, intransitivo.

Me preguntó una doctora, puesta en antecedentes de mi incidencia, ¿lee usted mucho? Creo que mis ojos ya le habían dado, con la advertencia del desplazamiento de mi lente, la respuesta. Estaba bien explícita en el fondo de ellos.

¿Qué hacer sino? Si no puedo cumplir la imperiosa necesidad de vivir la vida que deseo y necesito, no tiene cabida ninguna posibilidad ajena a ello. La vida que uno quiere, la vida que ha elegido, la vida que es tu vida, ya está asentada y nadie te la puede tocar.

Es como en la novela de Marta Sanz mi lección de anatomía. Igual que cuenta ella cómo hacía el amor pegando cabezazos sobre el cuerpo del otro, yo lo hago cada vez que me entrego plenamente a la lectura. Me basta este libro que tengo ahora entre las manos, pero necesitaré el siguiente, “como una profesión o un auto de fe”.

Me ha dejado ya la vida las mejores sensaciones, he agrupado en mis palabras lo mejor que pude dar de mis sentimientos. Pero para seguir en ello necesito que llegue hasta mi vista la mayor luminosidad posible. Que nada me la merme, es mía la distancia justa hasta la página de un libro, tuve la mejor mirada también para los seres que quise y todavía mantengo la cercanía más hermosa que me la da precisamente una mano cerca siempre.

Poca riqueza más para añadir a mi propia lección de anatomía. Amo ya una imagen que he convertido en estática para tenerla cada día más cerca. Amo a quien me amó, a quien me fue ayudando cada vez a salvar las contrariedades que vinieron a destiempo insistentemente. Poca riqueza aparente pero singularmente difícil y hermosa.
 
Yo fui poniendo lo demás, lo que faltaba, la tremenda dificultad de la resistencia, esa ha sido mi victoria, como un triunfo sin cálculo previo. Todo se fue  deshaciendo y yo en cambio me fui manteniendo. Es cierto que ahora necesito ampliar las pausas porque se han convertido ya en una patología de descanso necesario apoyado en las mismas palabras que estuve leyendo.

Hasta un colirio cuida de mi ojo con la lente desviada, para darle precisamente reposo. Va como conservándome el camino para poder seguir leyendo al tiempo que acariciando, que buscando ese enorme descanso que pide mi cuerpo, que es ya parte de mi necesaria anatomía. Le da como más lentitud a las tareas emprendidas que van siendo cada vez menos.

Antes tenía como una previa planificación del ocio esparcido durante todo el día. Le robaba a ser posible horas al sueño, me producía rechazo demasiadas horas en la cama, me levantaba a esperar que llegara la mañana. Siempre he sentido hacia ella como una especie de fidelidad, de bien estar, de predisposición para arreglar las cosas pronto. La mañana era empezar el día, estrenarlo cada vez de mi propia vida y estar como más seguro, más defendido para que en esas primeras horas todo fuera a ser mejor. Encajaba ese espacio de tiempo como un oleaje benefactor de mi cuerpo. Acariciaba la mañana con la calidez que la caricia tiene para obtener el resultado perseguido.

Pero ya está casi todo dicho. Es tiempo para llevarlo todo más despacio, mirar más lentamente obligado por el desvío de esa lente intraocular que me resta algo de la claridad que necesito. No es cuestión de desgana, es falta de posibilidades.

Por eso reivindico ya el derecho a ser quién era. Si la vida ya no me puede aportar más beneficios de los que me dio, que al menos me mantenga lo que tengo. Si uno va perdiendo monedas, fuerza y salud, necesito conservar sino las ilusiones que llegan ya a destiempo, las propias, las que tenía. No me hacen falta nuevas, mi anotomía es mi manera de querer, de buscar las mejores palabras con su extraña cualidad sedante hasta el fondo del cuerpo con su olor ya a antiguo, a tiempo.