sábado, 29 de mayo de 2010

"EL PROGRESO LENTO DE LA EDAD"


Es verso de poeta, es realidad de los viejos. Pero exige ese trascurso un esfuerzo hasta el final para contestar a todas las preguntas que uno se viene haciendo. Aunque no me hace privarme de casi nada, a pesar que los códigos del deseo cuesta mucho saciarlos. Por eso me pregunto en ese camino invariable de la madurez que cuentan los poetas, ¿cuántos años todavía me quedan para hacerme viejo?

 
Voy a ver si esta vez leo un pie de página que sepa explicármelo, que me responda sabiendo que no voy a hacerle caso, malsana curiosidad, pues. Voy como a quemar una tarde todas las tarjetas de mi crédito en la vida aunque sienta luego la culpabilidad en sus cenizas, vaya placer aunque después me dañe el desaliento


Repasando un poco ese progreso lento de mi edad, insisto que tengo el derecho a esa lentitud porque empezó demasiado pronto y sin aviso previo. Me dejó excesivamente quieto, me armé entonces de todas las negativas que tenía, las justas para cada pierna y empecé a caminar de nuevo. Os lo cuento, se lo cuento a quién me considera a veces demasiado niño, fue de nuevo un comienzo, largo, costoso, lleno de esfuerzo cual la imagen de los hombres, con sus correajes fuera y dentro, estirando, negando a quienes lo pusieron en duda. Qué bien me viene la hermosa cita de Simone de Beauvoir: “Construiré una fuerza en la que me refugiaré para siempre.”


Ahora, con la compañía inevitable del dolor como parte necesaria de la carrera -símil de las que corría antes- ya le puedo a cada camino. La vida me lo va poniendo cada vez más complicado, más arduo, qué asombroso, es antiguo y pertinaz pero te quita el miedo. Siempre que estoy fuera, alejado de mis recursos, de mis propias posibilidades me lo creo antes menos, luego, en cambio, basta la ayuda de una mano, un gesto amigo y todo se convierte en llano.


Hago casi ya senderismo de mis cercanías, las estiro, me las convierto en riqueza de los años, de su propio progreso cuando debía de ser carencia. Es que me convenzo cuando vuelvo y nunca dejaré de intentar convencer a cualquiera, casi todo es cuestión de esfuerzo, de intentarlo más lejos, de quitarle límites. No me los quito yo, luego se los puede quitar cualquiera, me lo enseñan quienes están peor pero se empeñan en estar mejor.


Ya lo sé que parecen fáciles sentencias, pero es que las vengo practicando mucho tiempo, es mi patrimonio, mi carencia total de deudas, es mi pasión y la pasión no se puede ni explicar ni rectificar. La madurez me viene desnudando con una sociología que no es fácil de entender: me aguanto cada noche la noche que me fabrica la incomodidad de las nuevas posturas. Me traje de Galicia una belleza imposible de explicar, un paisaje tan seguro que parecía que lo acaban de inventar para la Historia tan hermosa que tiene ese pueblo, y al mismo tiempo como le robé cantidades de sol, tengo un tono moreno en el rostro parecido a la sombra de los pechos de una mujer antes de ser acariciados.


Me traje lo mejor que pude, por eso escribo sin cansancio, sin el dolor que debía tener, muy honestamente sé luego que mi esfuerzo me proporciona placer, es una ley de la naturaleza que no está todavía en ningún manual de medicina de asistencia primaria. Tiendo a lo mejor, aunque no sea posible poseerlo todo entero como se hace con las ciudades y las mujeres que me quieren. Es mi prenda corporal de las mañanas enseguida del café, hago que me dure lo más posible del día, que no me lo estropee nadie. Es la manera de salir de tantas páginas que he escrito en tantas ocasiones de duda y de quebranto, que ofrecieron ayuda y de poco sirvieron.


Se ve que salir fuera, me sirve para sentirme mejor luego dentro, sin pretextos, con un sentimiento libre, fogoso y tierno que se me lee tan pronto desde el pensamiento que hasta dejan de hacerme falta el gesto, la palabra, la duración de una mirada.


No me alargo porque voy a tener tiempo en este lento camino de mi propia edad, os diré que ayer para vencer una momentánea sensación de malestar, me bastó seguir tomando el sol en una terraza a donde me llegaba la invencible sensación mediterránea y comprarme una novela del argentino Sergio Olguín donde su personaje Julio Andrada rompe la monotonía de su recorrido habitual de su casa al trabajo, y se deja sorprender por una incontenible oleada de deseo que le produce una prostituta al cambiar de trayecto.


Yo de alguna manera lo vengo haciendo, detengo mi progreso inevitable, salgo fuera, donde no me conocen, me pongo más moreno y convierto mi esfuerzo como el de los hombres de la imagen en mi propia medida, que yo sólo la sé, que no la cuento a nadie pero que la voy prolongando como si las personas cuando hace falta, perdiéramos esa medida con una ternura desmedida.

domingo, 23 de mayo de 2010

GALICIA, DESTELLOS VERDES, RAZÓN DE ASIENTO


Galicia es un país al que si no puedes derrotarlo, debes rendirte a él como un amante crepuscular que vas a tener siempre. Parece que no va a anochecer nunca, para los relojes, toma asiento y se convierte en tu espera, en la más hermosa hecatombe a tu sistema de persona.


La visité hace muchos años ya con motivos de trabajo y de ocio compartido. El trabajo me tuvo sobre todo en A Coruña, nunca fueron mías sus gentes, en los negocios que iba a hacer con ellos, prefirieron una y otra vez preguntarme en lugar de darme la respuesta para que volviera poco tiempo después de nuevo. Ya recuerdo mal tan bella ciudad porque los años, a pesar de mi empeño en detenerlos hacen daño, dejan a destiempo los recuerdos aunque fueran brillantes en su momento.


Ahora ha sido un recorrido por sus Rias Baixas. Mis motivos han sido diferentes. He vuelto a Galicia a explicarle que no me he hecho viejo, que si en un viaje de grupo con todos sus miembros sin fecha de caducidad, una guía me otorga sus explicaciones con su mano en la bruma, la misma mano para hacerme más fácil la subida o bajada al vehículo de salida, iba destruyendo hacia atrás y hacia delante los espacios, me hacía comprender la razón de mi esfuerzo para caminar luego, igual que si fuera un peregrino del Camino de Santiago.


Galicia fue razón de asiento cuando estuve, ahora ha sido motivo como de planicie y belleza en cada Ría para comunicar los sitios, así lo hace la playa de La Lanzada entre Sanxenxo y El Grove, cuya importancia radica en la fertilidad de las Noches de San Juan: esa mujer que la mojan nueve olas en busca de su fertilidad como una búsqueda pienso yo –ignorante de cualquier historia que no sea el lenguaje- de la lujuria propia. Esas aguas pueden ser o un devorador de hímenes o un amante crepuscular, razón de sexo de asiento.


Acudí con miedo, os lo confieso, voy sintiendo cada vez más cerca limites que nunca quise yo, pero me los llevé conmigo, a nadie se los podía ocultar, son ya testimonio, como un rasgo o un tono de piel. A pie por ciudades como Vigo o Pontevedra, frente al bellísimo Parador del Conde de Gondomar en Baiona, que trajo mi recuerdo aquella inolvidable estancia en sus instalaciones hace años; a pie –digo- hacía imposible negaciones que ya tengo.


Se me van terminando los arreos, pero me fue devuelto al contemplar este increíble paisaje que puede hacerlo posible todo, ancho, agradable como el acomodo carnal de un hogar; en Galicia practiqué de nuevo la audacia de desabrocharme los hábitos; había tan hermosa agua en aquellas rías que eran por sí solas casi emoción: me explicaban aquella tierra y sus gentes, cómo seguir de nuevo. No me arrepiento, le volví a mentir a mi cuerpo, le dije si has estado, lo recorrerás despacio y te quedarás otra vez con su misterio.


Así fue, no quise aquí contaros ni lugares ni espacios con detalle porque me llevo yo dentro los detalles. Cuando caminas fuera de tu entorno, te conviertes en ser ajeno, ya no eres propio. Me bastó estos días la señal de la mano de la guía, y me fuera contando la vida y las historias de los demás por donde pasábamos, para que yo la siguiera, para que no me perdiera.


Y todo lo que vi me lo llevo conmigo, lo que traía en mi retina de antes y lo que he añadido ahora junto a la cosecha de mi esfuerzo, al intento de no quedarme fuera ya antes de tiempo. Me quedan sitios por ver, lugares por recordar, pozos de mi asiento en mitades pequeñas de recorrido.


En Galicia estuve muchas veces quieto, ante mi había un mapa que te mete dentro, que te enseña mucho más de aquello a lo que puedes aspirar. En tu propio entorno, con lo tuyo, con el breve recorrido diario, practicas una convivencia que suscita el descuido. Tienes que asomarte fuera, a la belleza en ocasiones tan imposible como ajena. He querido copular estos días con una necesidad más amplia, eliminar mis asperezas, los tonos equivocados de mi cuerpo.


Me he ido de excursiones, he salido como un rato prolongado de unos días donde estaba siempre; he roto hábitos, he cambiado horarios, he viajado estampando la madrugada sobre mis ojos bien guiado por un chofer y una guía, reflejados en la imagen de estas tierras.Lo que hice, lo hice nuevo para ver si es posible en alguna medida volverme yo más nuevo, como el amante que busca el estímulo inventado del cuerpo nuevo al que todavía le quedara todo por decidir.

martes, 11 de mayo de 2010

HE PECADO 21 VECES SIN INTERRUPCIÓN


Os dije que os iría contando lo que más me había fascinado de mi fascinación, no me puede ya a estas alturas de la vida servir de contrapeso o de mirada al porvenir, pero existe un hoy, un cada momento, una vuelta de página que sirve, estremece.



He leído 21 cuentos, casi 600 páginas de un libro, para leer quieto y obsceno ya uno mismo donde pecas seguro porque los personajes de Joyce Carol Oates viven “historias de transgresión”, válidas para absorber cualquier significado o temática. Hay en cada historia, amor, celos, poder, violencia, a lo ancho y a lo largo. Y así me di un paseo yo para alejarme de los hombres y mujeres corrientes pero que al mismo tiempo podías encontrártelos en la capa misma de tu propia tierra.


Yo también tengo, por qué no, la ambición de transgredir, me la dejo entre las letras para ayer casi le mandaba a alguien perder el sentido entre mis palabras. De todos los momentos que he vivido con la prosa de Oates partí desde cada uno de ellos y noté el olor a cuerpos, cuerpos adultos, a “levadura viciada”. Pensé con ella que es cierto “una mujer desnuda muy cerca de un hombre siempre parece tan…inesperada de algún modo."


Debí empezar desde ahí porque mi credibilidad con dichas palabras es absoluta: surge lo inesperado de algún modo, o el abrazo para hacer el amor luego, con tiempo de espera, de sexo sin hacer para convertirlo con el penúltimo roce de la piel, en sexo cargado de sexo, socavando el amor como una pornografía estornudada y un placer de tacones de aguja, un inolvidable sitio húmedo.


También en muchos cuentos es imprescindible la muerte, una muerte que siempre duele: un suicidio, un asesinato con sus dosis de humillación e indignación; un hombre observando a su ex mujer a través de la mirilla de un fusil; el muchacho orgulloso de su cuchillo que conserva el ADN de los hombres muertos. Aquí parece que se juega sólo a la ruleta rusa porque es el juego que se menciona más veces y el catálogo de armas de sus personajes hace que sus dueños sean dueños, no simples ocasionales poseedores.


He leído, pues, de todo. He pecado con cada adulterio, pero sin renunciar con los adúlteros a la búsqueda permanente de la felicidad; me he desesperado al ver que es igual, cómo declina el cuerpo y te resta cada vez en el amor, en la impudicia de tus sueños. Están patentes de cada mujer su atractivo y su destino, cada tentativa, cada manera que tienen de acercarse para terminar luego en el sueño imposible de una cama. Todo lo más allí –como antes contaba- para nadar hasta la orilla o quedarse definitivamente fuera.


Las siluetas de las mujeres de Oates te matan casi de verlas, te dejan sin olvidos o haces noche para siempre. Su sensualidad –bien que lo explica- no es del todo sino de las partes, como con cada prenda fuera, insustituible el sitio, su diseño para hacer el amor cada vez notando la pasión bajo la piel. Cada mujer es un destino que alguien puede tener. “La mayoría de las vidas quedan en nada. ¿Por qué no aceptarlo?”


Pues acepté y pequé con ellos entre las letras asombrosas de esta mujer. Transgredí con ella, palpé cada alternativa como quien puede perder a su ser querido, me agarré a ellas, me fui haciendo piel de su propia piel. De la mano de sus letras fue cierto: "Mi instinto me lo había traído al lugar adecuado. Éste es el borde del abismo."


Luego de leerla, sólo queda el abismo o volver a hacerlo. Parecido quizá a acercarse al otro y si no llega la mano, el sexo, la boca, seguro que estará la posibilidad de amar con el lenguaje como una contradicción entre la carne y el espíritu sin vencedores ni vencidos.

miércoles, 5 de mayo de 2010

ME FASCINAN


Tendré que explicarme a mí mismo un día el porqué de mi fascinación, de esa feria propia que es como una hechicería, un dominio irresistible. No he llegado nunca –a las pruebas me remito como se suele decir- a fascinar de verdad a nadie con la labia o la mirada, he estado mejor dotado para padecerlo siendo yo el fascinado, el deslumbrado.



Celebro una fiesta cada vez que alguien ha dejado cerca de mí su afecto desparramado. Sigo teniendo, a pie de página: el goce de la intimidad; el torrente de palabras para volar; la ternura de leer a mi lado  más allá de los silencios; ese rincón compartido de la lectura y la vida; o un humilde y encogido corazón. Sigo teniéndolo, ya lo he dicho de nuevo, sigo necesitándolo.


Pero mientras tanto acudo a la llamada de una Bibliotecaria: “tengo libros para ti”, dejo llenar de nuevo mi ficha de allí varios días vacía con cinco obras nuevas que aún no han estado esperando su sitio en mi mesa: “Historia del pelo” de Paul Auster, como un enfermo a perderlo; “La maestra de piano” de Janice Lee con la belleza euroasiática y arrolladora de Trudy Liang; “Diario de una mujer adúltera” de Curt Levian,  ese triángulo de sensualidad y secretos, de amores perdidos entre Guido y Charlie con ella; “Las teorías salvajes”, la primera y escandalosa historia de la era weblog (no tendré que explicar lo que significa); o esos cuentos maravillosos de Yoyce Carol Oates, “Infiel”, una historia profunda y variada cada uno de ellos.


Pero no vine a hablar hoy, de estos u otros libros, vine a confesar que me fascinó que me los prestaran ayer, cuando alguno de ellos volverá a la Biblioteca sin leer o los adquiridos por mí seguirán esperando ya demasiado tiempo. Vine a explicar que cuando al final de estas líneas, en la weblogmanía que sufrimos ya tantos no tenga las palabras que necesito, he de hacer como ayer al salir de la Biblioteca: eludir cualquier bolsa para llevarlo, salir con los cinco libros, difícilmente sujetos por mis brazos y recorrer el camino hasta mi coche como con un fanatismo cumplido, una seducción en que había caído que es igual a una historia aunque se viva como un relámpago sin historia apenas.


Necesito la fascinación, la seducción a cada hora: o me la proporciona una mujer, practicante innata como algo hormonal, me trae sus palabras con el temblor de una insinuación cierta, o he de protegerme en la “espera” de los libros por leer, pasearlos al salir de la biblioteca.


Me urge el atractivo ajeno para no caer de lleno en los libros como una vieja religión, como la única respuesta, como mi propia fascinación, mi manera de envejecer acumulando libros leídos y libros por leer. Me hace falta la secuencia hermosísima de las palabras ajenas destinadas para mí. Sé que tengo –me lo dejaron escrito hace bien poco- el cariño que merezco siempre, pues que me lo vuelvan a dar.


La vida –lo he dicho alguna vez- sólo respeta a los fuertes, el amor los vuelve vulnerables y previsibles. Soy consciente que ando perdiendo las ganas, la actividad, fornicar hasta con las debilidades. Cada respuesta que doy tiene el mismo color, idéntico tono de reclamación. Pues lo que no tuve suficientemente antes, todavía tengo tiempo de volverlo a tener.


Ayer paseaba orgulloso y dolorido por mis piernas con los libros de la Biblioteca bajo el brazo, seducido por ellos. Me detuve un momento en la puerta del coche y pensé ¿no vendrá nadie a acariciarlos conmigo? Sigo siendo el mismo. Me surge a ratos la tristeza de los que quisimos ser poetas y no pudimos serlo, lo peor es que me la noten desde lejos como si fuera una renuncia a que me devuelvan los abrazos que me pasé parte de mi vida dando.


No puedo más a la vez de excitación y de tristeza, de echar de menos la fiesta del contrario, la respiración que acorta las distancias para habituarme de nuevo a las presencias tras una escuela de aprendizaje de nuevo si hace falta. Mientras, como desnudo esperando los abrazos de alguien, no puedo soportar la vida abierta sin llenar, por eso acudo mientras al enorme destino de los libros, hasta ver venir de nuevo ese deseo tan enorme que siempre tengo dentro como un alboroto de la carne y el entendimiento

sábado, 1 de mayo de 2010

"ESCRIBIMOS CUANDO NO VIVIMOS"


La expresión no es mía, pero la hago propia porque la necesito para explicar lo que hace unos días me decía una amiga desbordada de afecto y además de sabiduría: “Menos mal que te queda la lectura y la escritura y tu gran devoción hacia ellas, que es un privilegio.” Ya en otra ocasión su pensamiento estuvo aquí prendido de forma anónima.



El título de lo que hoy quiero contar –también entrecomilladlo- es de uno de los mejores poetas de lengua castellana, todavía de mi tiempo: Francisco Brines, de la generación de los 50, recién premiado con el Reina Sofía y que ya lo fue de la Crítica en el 67 y de Literatura Española en el 99 entre otros. Sus palabras las he hecho mías, entresacadas de una entrevista en el diario “El País” el pasado 29 de abril. Y las enlazo adrede con las de mi amiga, menos mal que me queda la lectura y la escritura.


En este sitio de escritura, voy a hacer hoy punto y aparte para siempre, y el motivo me lo ha provocado también palabras ajenas comentando mi último post: “con el cariño que mereces”. Me lo quedo y me lo creo porque viene de quien viene, que hace ya muchos años en aquel foro “La torre de Babel” –desaparecido- de ya.com me leía en silencio, sin un solo comentario, sin importarle donde hubiera una respuesta y de quién era. Tenía en cuenta, y sigue teniendo en cuenta, mi palabra, mi intención, mi necesidad, mi consuelo, mi temperamento tan verbal, mi reposo con el olvido que sea necesario en cada momento, la droga de mis libros, parecida a los parches de morfina de mi pecho.


Tengo delante hoy ese libro inolvidable de Paco Brines “Las brasas”, con el que obtuvo el premio Adonais en 1959: “Inclina la cabeza, y en su gesto/nada adivinaría nadie; él/sabe que las tristezas son inútiles/ y que es estéril la alegría. Vive/amando, como un loco que creyera/en la tristeza de hoy, o en la alegría/ de mañana”…


Me he pasado demasiado tiempo, inclinando primero la cabeza y explicando que me pesaba la tristeza aunque fuera inútil –ya lo pude comprobar- aunque fuera capaz, medio loco al menos, que debiera haber escrito para mí solo y jamás haberme entregado, una a una, a las respuestas ajenas; que iba a dar como consecuencia de ellas mucho más de lo que recibiera y aunque jamás supe sacar cuentas, la vejez te obliga como a buscar un sitio de retirada, donde uno se sienta a gusto solo, en que todo con la propia envergadura que tengamos debiéramos hacerlo y deshacerlo sin contarlo.


Llegué a pensar para el amor que puse entre las líneas que de verdad no se las quedó nadie, iba a poder yo solo con todo, hasta con la inutilidad de la tristeza del verso de Brines. Y no fue así, me costó demasiado tiempo darme cuenta pero aquí he venido a explicarlo para siempre.


Así, como está ahora sobre mi mesa, junto al teclado, el libro de poemas de Paco Brines, irán estando los que vengan. No me hará falta palabra ajena alguna, seré únicamente lo que soy: el amante permanente de la literatura; me iré haciendo cada vez más drogadicto, nada más necesitaré, con cada libro que tenga cerca aprenderé a hacerme viejo para merecer el verso de Brines:


…”Es un hombre
cansado de esperar, que tiene viejo
su torpe corazón, y que a los ojos
no le suben las lágrimas que siente.”


Esperaré con mi amante de siempre, con mi “devoción y mi privilegio” y con la más inolvidable respuesta: “con el cariño que mereces”.


Ni un solo sentimiento más, no son necesarios. Es suficiente, el libro de hoy, por ejemplo: “Las brasas” de Francisco Brines”. Premio Adonais de 1959. Colección Adonais. CLXXIII. Ediciones Rialp. Madrid, 1960. 55 páginas. Una pequeña joya de mi amplia biblioteca. Justificación de la tirada: “De esta primera edición, se han hecho mil ejemplares en papel de edición y ciento veinte en papel especial del I al L para los suscriptores de honor.”


Hoy se suelen buscar otros honores. No me suben las lágrimas que siento. No hacen falta porque nadie puede saber lo que ocurre en mi corazón con los ojos cerrados y cerrada también la información para siempre.


Hasta el próximo libro. Os dejo que tengo que irme a leer. Si hay una página en la red que se llama, acercatealoslibros, aquí el único privilegio que me queda es tenerlos más cerca ya.