martes, 10 de diciembre de 2013

APRETADO SIEMPRE A UN ATADO DE LIBROS


 
Aunque jamás llegaré a poder apretarlos todos, es lo primero , luego de olerlos, antes de su lectura, que te deslumbren y se queden a vivir contigo. Les di paso un primer día, siendo niño y formaron para siempre parte esencial de mi vida.

Por eso cuando leí el domingo un magnífico reportaje sobre las mejores librerías del mundo, desde Manhatan hasta Barcelona, de la mano de magníficos escritores como Muñoz Molina, Leila Guerriero, Guadalupe Nettel o Juan Gabriel Vázquez, entre otros, no pude evitar recordar esa parte maravillosa de mi vida que fue “Librería Romero”.
Mi cuna de libros, mi escaparate a la vida, mi rincón de lectura para muchos escritores que me honraron con su visita a mi "rincón de lectura", para todos aquellos que salieron de mi casa con un libro en la mano buscando un refugio, una aventura, ese sueño ligero que es la literatura.

Es cierto lo que afirman en el prólogo del reportaje que comento de El País, que a la tumba se lleva uno los amores, los amigos y los libros, e igualmente cierto que en cada viaje debiéramos hacer punto de encuentro en la mejor librería del país que estamos visitando. Dice Muñoz Molina que en "Stran", en Manhatan, puede uno  “por unos pocos dólares llevarse cualquier novedad u obra maestra” para poder leerla luego “sentado en la escalinata, o en uno de los bancos en los que se pasan el día gratis los haraganes y los pobres.”

Hablando de dinero yo fundé mi librería sin un céntimo, con libros en depósito, con los servicios de novedades que iban llegando y con la osadía de ser luego, nada menos, que un buen librero. Acabó siendo mi Babel, mis estudios de poeta, mi manera de ponerme luego, mis wiskis de madrugada con la gente del teatro que acudía al final de sus representaciones a comprarme algún libro que olvidarían pagarme con esa seguridad etílica y ese respeto hacia un amigo que pone entremedio cualquier libro.

Apretado y obligado siempre a un atado de libros, leyendo más que vendiendo. Todo libro es pasaje, un tatuaje permanente, un sitio para estar siempre acompañado; es la mentira de los sueños que nos inventan otros. Son las historias que nunca estamos hartos que nos las enseñen, es un placer loco, renovable, incansable. Es aburrirse un domingo por la tarde en el sofá de un salón con un libro abierto y tener tiempo para querer a una mujer hasta la esquina de los labios.

Es lo mejor que he hecho en la vida, de lo que entiendo porque me lo he aprendido entero: cómo estar mucho tiempo leyendo. Se te acaba la vida ya casi cerca y siempre te preguntas, ¿qué he hecho?

Pues aquellos años como librero me sirvieron para enterarme de lo que era la fantasía, para hacerla de mi familia y conseguir que mi tacto tuviera siempre el rigor con que leo un libro, con la más sutil sensualidad que tienen mis manos. Mi felicidad, escondida, inapelable, que a veces hasta da miedo.

La vida te hace ir perdiendo ilusiones recientes que te va negando el tiempo o tu propio abandono. Pero a mí me ha quedado, imborrable, al leer el domingo el suplemento de las mejores librerías del mundo, el recuerdo de ese largo pasaje de mi vida que dediqué como una hermosa profesión a lo que yo llamaría el arte de ser librero. De poder ofrecer en tu mano un buen libro que acabas de leer, de saber qué le gusta a quien tienes enfrente.

Aquello fue vivir, una fiesta completa y hermosa como una historia de amor que no sabes cómo empezarla y jamás la terminarás. Quizá por eso el "acércate a los libros" que cuelgo en la red sea la mejor manera de no decirle adiós.

miércoles, 16 de octubre de 2013

EXPLIQUÉ LO QUE HE SIDO





No era fácil, nunca lo es,  contar las cosas de uno, lo que formó más parte de su vida sobre todo si tu sentimiento tiene más longitud todavía que las palabras que usas. Tenía un bellísimo marco, y no sabían todavía aquellas mujeres que me acompañaban, que me iban a oír –igual que estaba haciendo yo con ellas- quién pensaba que yo era.
Les conté la verdad, no me situé a ningún nivel porque siempre he detestado las alturas o porque nuca llegué a ellas. Era necesario titularme lector, lo que he sido siempre, lo que jamás dejaré de ser mientras pueda. Ese es mi ropaje, mi presencia, yo mismo no me comprendería sin un libro en la mano y por eso reconozco, aunque pueda parecer un disparate, los libros que no he leído y que no sé si tendré tiempo para leer. Ya un día me lo dijo Josefina Aldecoa, ni lo intentes porque no lo vas a conseguir.

Hablé de mis antecedentes académicos casi como si fueran una antigüedad, mi paso de la vida de estudio a la de un duro trabajo, que sólo nombré a secas, me abstuve de decir que mi segundo apellido, años después, todavía está estampado por los despachos ocupados por gentes que no me conocieron pero que saben que siempre han sido ciertos en mí los versos de Benedetti, “ser en la vida romero/sólo romero/que camina siempre por caminos nuevos.”
Me los tuve que hacer más quietos, casi sólo mentales por culpa de una consecuencia de mis largos caminos anteriores. Por eso arrastro –no es preciso advertir aquello que todos comprobaban- lo que yo llamo con ironía, usando mis antecedentes jurídicos- “cadera perpetua”.

No dejé de advertir ante aquella concurrencia, que los mejores años de mi vida fueron como librero, aquella “Librería Romero” que ya no tengo, con cómicos de madrugada como mis mejores clientes, mezclando en el rincón del infierno con los libros del Index, las prohibiciones que caían sobre Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre, André Gide con botellas de buen whisky, conversaciones interminables para que mi madre le advirtiera a mi esposa que pasaba las noches fuera de casa.

Aquellas palabras mías ni las había pensado, aunque era lógico que nos las iban a reclamar a todos. Tuve eso sí, el derecho a hacer pública la carta que crucé con Soledad Puértolas en Marzo del año 2000. La llevaba en la mano, se la enseñé, la  releyó, vi restos de emoción por el motivo que ambos tuvimos al escribirnos. Mi gratitud hacia ella puso fin a mis palabras.

¿Pero expliqué lo qué he sido? Creo que no, porque uno no puede en unos minutos exponer con sus palabras, aunque intenté que acariciaran como a mí lo hacen en cada libro que leo para cubrir mis silencios, mis tiempos de espera que ya me impone la vida. Intenté recordar porque aunque hay que vivir el hoy, que no puedes pasar página de todo porque no recordar duele y no encontrar los recuerdos donde estaban aún duele más.

Quise, cada cosa propia que conté, dejarla en su debido sitio con honestidad. No sé si lo logré, pero lo que si me hubiera gustado es haber dado al menos la sensación de quién soy, que me quitaran la fachada que ya empieza a molestarme, y eso que ya la llevo deteriorada hace demasiado tiempo.

Pretendí explicar por qué estaba allí: por no perder la curiosidad, por aprender algo más de los demás, parecido a cuando paso cada página de un libro y un pensamiento, una imaginación ajena, me enriquece.

Aquellos “talleres islados” iban a ser una emoción nueva y me vale cualquiera siempre, las emociones recién estrenadas. Me tocó también hace demasiados años estrenar el dolor pero me alivia siempre recordar a Ovidio: “Sé paciente y fuerte, algún día este dolor te será útil.”. En ello estoy, en esa espera para la que hace falta mucha resistencia que tan bien califica Jaume Cabré cuando dice que "las cosas han sido como han sido y, si algo he aprendido en la vida, es que los hechos no pueden cambiarse por deseos: hay que tomarlos como vienen. En eso consiste la fortaleza."

Con mi propia fortaleza para lo que dije y me callé, así expliqué lo que he sido en esos talleres literarios de Menorca. Lo que no he conseguido ser, lo acepto y me lo callé.





jueves, 5 de septiembre de 2013

LO QUE TODAVÍA ME QUEDA POR HACER


 
Devolverle a todas mis palabras la deuda que tengo con ellas por el sitio de dónde vinieron y la calma que puse yo en buscarlas. A pesar de todo el tiempo transcurrido con ellas, buscándolas y hallándolas a costa de esos ojos, como los del poeta, cansados de café, me sigo asomando con ellos, a buscar más historias a través de las ventanas que me ha abierto la vida.

Me queda por hacer seguir la búsqueda y el encuentro con ellas. Eso se convierte en la manera de contar cualquier libro; en los miles de registros que he formado con ellas, en pedazos de páginas que no fui capaz de escribir nunca. Me queda quizá por hacer pienso lo mejor. Nunca tuve demasiada imaginación para el futuro, ni apenas me importó, me impuse a la fuerza ser un hombre de hoy, para eso nunca me ha faltado voluntad. No es que me sienta desengañado por el camino que he tenido que recorrer para llegar hasta aquí cada vez, es un tránsito, ya lo sé y cualquiera tiene su precio y hay que pagarlo.

Me quedan, cómo no, los libros por leer. Ese aire que tienen al estar por estrenar, ese olor tan puro y tan posible de recordar cada vez que los tengo en mis manos; saber de la inmediatez del libro siguiente; ser débil, absolutamente débil, cuando alguien con el suficiente criterio para decírmelo, me deja un nuevo libro a mi alcance, conoce mis gustos y mis debilidades, me lo pone con la proximidad que tiene mi mano y asegura que debo leerlo, que me gustará. Otros muchos esperarán entonces. Entre opiniones ajenas y descubrimientos propios qué pocas equivocaciones, en qué escasas ocasiones, dejé un libro sin terminar por completo su lectura. Sería un poco, como algo que tuviera pendiente y no terminara de hacer.

Me queda pendiente también,  poder frenar de una vez el desasosiego que produce dejar de hacer –igual que la lectura de un libro de que hablaba antes- aquello que miro sobre la mesa, de un trabajo hermoso y voluntario como siempre ha sido la ocupación plena, no dejar desaprovechada ninguna hora del día que ya no me devolverá nadie. El tiempo avanza solitario y perfecto, imposible detenerlo, tiene una exigencia y un poder que nunca me sirvieron para llamarle experiencia.

Le tengo tanto respeto al tiempo que cada vez entiendo mejor las palabras de Juan Cruz: "Se me está haciendo de noche/ en la mitad de la tarde/ no quiero volverme sombra/ quiero ser luz y quedarme."  Es el tiempo, la derrota más verdadera y contra ella no he encontrado mecanismos de defensa válidos. De ahí que vaya inventando, acorde con la estación, con el estado de mi cuerpo, con el espacio que voy ocupando cada vez, modos pendientes, cosas que hacer.

Antes comentaba mi insistencia de apoyarme en las palabras, ajenas primero, propias luego. Incluso me he impuesto obligaciones que ni debiera pensar en ellas, pero que pueden ser una tremenda obligación de mesura y buen entendimiento de futuro. Ya que me sobra sitio y a la vez infinidad de cosas que o nunca encontraré o que no tendrán utilidad ya posible, ir deshaciéndome de ellas: como si uno repasara infinidad de líneas escritas y se diera cuenta que ya no tienen sentido en la actualidad, expresaron entonces aquello que era necesario que dijera, pero que no tienen razón de ser ahora.

Sobran tantas cosas de la vida, que si esta se ha hecho estrecha o se va a acabando la voluntad de qué hacer con ella, utilizaré la propia limpieza de utensilios e intenciones para sentirme así luego más cómodo en el marco siempre de las cosas que tengo todavía pendientes por hacer. Tenerlas me exige vivir.

Cada vez que se cumple la típica fecha de cumplir un año más, sólo pienso en una cosa: que se haga corto el tiempo que falta para llegar al siguiente, igual que con un hermoso libro entre las manos anda uno pensando en el que va a leer inmediatamente. Cumplo años adrede, con la intención siempre de volverlo a hacer como si el siguiente fuera a ser más grande, no ya porque lo imponga el guarismo sino por la fuerza que yo le pongo adrede.

Lo que me queda todavía por hacer, es como una naturalidad propia que yo mismo he creado, una interpretación de mí mismo. No obstante la incertidumbre que me ocasiona el paso del tiempo es para mí como una interferencia y una taza de café. Mientras voy a ver si escribo de una vez lo que tengo pendiente, como una remota música incumplida, por sonar.

 

miércoles, 10 de julio de 2013

NO SE QUEMARÁ EL PAPEL (Carta a Juan Cruz)


 


Estos días, Juan, en mi riesgo al empezar el día, en mi hábito, mi secuencia ineludible, he encontrado mi defensa muchos ratos contigo, con tu empeño en evitar que lleguen a extinguirse esas dos especies, el periodismo, los libros, en suma la palabra escrita. Contigo, con tu última obra, he aprendido con su lectura una manera de defenderme frente a la proximidad, todavía proximidad, de esa edad que ya no es edad, ni tan siquiera vejez, sino una cercanía a lo que Lledó dices que llama “esperanza de vida.”
Si se quema del todo el papel antes de irme, habré sentido en carne propia mi destrucción. Qué hacer con las paredes llenas de libros de mi casa, con las horas de una vida entera dedicada a ellos. Es mi historia, la única, la verdadera, leer la  vida que otros contaron, como acabas de hacer tú con “Especies en extinción”.
Tu libro tiene “la gravedad de los instantes” con tanta gente que has conocido, con la que has pasado tus horas, tus cafés, tus copas para siempre, tu insistencia. Yo que siempre he amordazado casi mi propia escritura con las palabras ajenas, desde las metáforas que parece que un día inventó Paco Umbral para todos los demás; yo que siendo estudiante, mi Facultad no fue la de las disciplinas de Derecho, sino la de la pasión por la lectura arrastrada desde niño, he sentido con tu libro entre mis manos estos días, que la Literatura, hasta como simple amante apasionado, puede justificar toda una vida. Y en tu caso lo fue desde el periodismo a la edición y otra vez al periodismo, de forma brillante.
Los personajes que desfilan por tus páginas tienen a la vez la vida y la profesión que te contaban y la que tú les has dado en tu memoria, en la hermosa narración para devolvernos la seguridad que nunca terminará el papel por agotar su vida con nosotros. Es cierto que la imagen y el sonido está robándonos el tiempo y el sitio más antiguo, pero como dices “la vida es crónica y suceso”, como tú has sabido contar y como sabes seguir haciéndolo, es muy cierto que tu libro y tantas horas que llevas escribiendo en libros y periódicos, impedirán que las llamas se lleven tus recuerdos.
Me ha ayudado al leerte, Juan, a recuperar la propia importancia que siempre tuvo para mí la palabra escrita. Todos somos vulnerables al dolor y a la muerte, pero a mí me viene sirviendo la palabra ajena, el amor y el respeto hacia ella cuando he encontrado un valor detrás para recobrar cada mañana un mínimo de resistencia. No me calma al pensar en Dios, ni Dios, tan sólo siempre los libros, la palabra escrita, tu columna cuando detrás de tu periodismo siempre hubo algo más, literatura.
Llevas razón cuando te preguntas “¿cuántas personas  tienen la posibilidad de aceptar su propia muerte antes de morir?" Pues sin aceptarla, Juan, cada uno hemos de ser capaces de al menos convivir nuestra vida con aquello que nos haga posible ser felices con nuestra dedicación. Eso es lo que se traduce de tu libro, de tus memorias más que escritas, sentidas. Has sido capaz en tus más de 400 páginas de captar mi interés no ya por los  retratos profundos y llenos de interés que trazas junto a tantas figuras de la literatura de nuestro tiempo.
Tu hazaña para mí está, en que no hay una sola línea vacía de sentimiento. Es cierto como dice Muñoz Molina que no es automático el paso del sentimiento al acto, hay, efectivamente un abismo entre medio. En tu libro, en cambio, en tu hermosa defensa del papel, tienes tal poso de sentimiento que dan ganas de inmediato en convertirlo en realidad.
Me ha llenado de felicidad leerte, Juan. Gracias por defender mí tiempo en el papel. Ejercí muy escasa y temporalmente mi labor de crítico literario en las páginas de un periódico local y ya en este tiempo que no sé si llamarlo de vejez o de permanencia hasta me permito la osadía de decirle a la gente en la red, lo que leo, de sugerir dónde hay buena literatura. Es fácil, porque es contar por dónde transcurre mi vida.
Salgo de tu libro, fuerte en la idea que no se quemará nunca el papel. Como dijo Vila-matas, se sale de una vida, “como quien sale de una frase.” Para quedarme en la siguiente. De Tu “Especies en extinción” llegaríamos muy bien a “La playa del horizonte”, a ese bar que contabas que ya estaba “absolutamente lleno de pupilas dilatadas.”

martes, 18 de junio de 2013

NO ME EQUIVOCO CADA VEZ


 
Ahora ya siento, a la vuelta de un largo viaje a la inmensa ciudad de Berlín, como una especie de confirmación que mi propia resistencia es un punto y seguido, un largo renglón, una forma de sujetarme al último destino de mi vida.
No, no me equivoco cada vez por mucho que luego le tenga que devolver a la vejez, mi vejez; al cansancio  la necesidad del dolor que traje puesto desde allá, desde Berlín. Allí hubo días en que hice realidad la propia definición de Muñoz Molina: “La caminata es una forma de conocimiento y una manera de vivir, un ejercicio permanente de aproximación y lejanía.” Estos días han sido, mi forma de vivir, mi testimonio aunque cada uno descansa luego como puede ya que antes se ha buscado la ruina y el éxtasis como la ha podido entender.

Aunque parezca ya muy tarde no es suficiente tantas horas con un libro entre las mano esperando una especie de revelación que lo explique todo. Quedan aún casi todas las cosas por ver. Lo he notado muchas veces en que no me eran válidas las defensas para sentirme bien, el dolor tiene su dominio, su espacio libre y en ocasiones parece que se queda sin drenaje.

Da lo mismo, he estirado mi capacidad de resistencia pensando que era la misma que la de cualquier persona joven que caminaba junto a mí. Me esperaba, me sonreía, mientras yo irónicamente le decía ¿estás cansado? La quietud tiene en el fondo un trasfondo de derrota, y en cambio en el movimiento están las pasiones más asiduas, pasamos mejor las páginas de la vida, vamos construyendo la memoria para cuando necesitemos luego de ella.

He traído suficientes recuerdos en forma mezclada de satisfacción y agotamiento, he hecho posible todo aquello que aún me emociona, saber sobre lo que no sé, que me seduzca el paisaje aún sin ver, prolongar así mi propia edad con la necesidad de conocer. A la nada despreciable edad de seguir vivo conviene unirle las emociones que siempre tuve al pisar tierras nuevas, conocer gentes extrañas con extraño lenguaje. Estando allí eran del todo ciertas también mis ganas de volver, pero quise cada día prolongar lo que debía terminar,  le supe negar al cuerpo su reclamo ante la belleza de la desesperación.

Estos días, casi sin darme cuenta he utilizado la herramienta del conocimiento a base de la nueva cultura a la que le buscaba sitio. He juntado a la vez el libro abierto por la misma página más o menos como si fuera mi derrota, mi lujo y mi júbilo. Y al final de cada tarde, con ese indudable axioma que cada cual descansa como puede, me costaba encontrar el reposo, ni acostado me sentía quieto. En permanente doble fila, fuera de los hábitos, de los sitios de todos los días, de los rincones de casa entre los libros, de esa extraña constancia que tienen los hábitos de los días de venir uno tras otro. Siempre lo mismo.

Me he dejado, pues, lo mismo estos 8 días, me ha gustado mucho Berlín, lo que he podido saber de una ciudad dividida muchos años por un muro duro y vergonzoso. No he entendido muchas veces lo que me decían, otras en cambio, camareras argentinas me  explicaban, me decían cómo ir a donde quería ir.

Salir tanto de casa, tan fuerte y tan profundo para mis hábitos, mis maneras, mis dolorosas formas de ir hasta los sitios, ha tenido a la vez la brusquedad y la belleza de lo que uno a veces piensa que ya no lo puedes hacer. Sí que se puede, no me planteo si se debe, si puede suponer  una equivocación. Porque todavía no quiero tirar la toalla de la vida. Sé que hay una dura distancia que separa la realidad del deseo. Mi deseo era viajar de nuevo, largo y convencido que iba a llegar a los placeres que tienen los demás, que tuve tantas veces hace muchos años.

No hay excusa, ni vejez ni equivocación posible, hay una extraña complicidad entre lo que puedes y lo que quieres. Sigo pensando como Paniker que el mundo pertenece a quienes juegan fuerte. No dudo que lo he hecho porque resistencia y fortaleza deben entenderse.

Estos días me queda el sedimento que detecta mi edad, mis posibilidades. Pero me he quedado, como todas las veces con los ojos abiertos a la belleza de los sitios hermosos, la que no se calcula, se pisa una sola vez y te la  quedas para siempre.

martes, 21 de mayo de 2013

LA MEMORIA DE HACE UN RATO


 
A lo mejor esto es parecido al enorme cariño que le tenemos a alguien cuando la vida junto a esa persona se convierte en una costumbre caliente, el ruido habitual de sus pasos cerca de los nuestros, el encanto de una postura o el milagro de un roce. Los seres queridos forman nuestra memoria personal. Por qué me pregunto, si ahí existe una continuidad en la memoria, si recordamos igual un modo suyo de hace muchos años como el de ayer o el de hace un rato, no tenemos esa continuidad, se crea un agujero profundo cuando echamos mano de la memoria para referirnos, a contar cosas o hechos próximos: nombres que hemos utilizado tantas veces, sitios en los que coincidimos,  personas que acabamos de saludar por la calle sin saber quién era, relatos propios de nuestras vidas, libros que acabamos de leer o incluso que estamos leyendo.

Me duele, me duele enormemente tener tan deteriorada la memoria de hace un rato, carece de sentido, si hace sólo unas horas, si fue ayer mismo. Estoy dispuesto a admitir ir perdiendo mis defensas corporales, llegar tarde y mal a escalones cercanos no demasiado altos, perder velocidades que tuve en mi trabajo, durante mi ocio, al hacer deporte. Pero no es justo que los años me roben la memoria de lo que termino de hacer cuando tiene todavía una proximidad caliente, una cercanía reconocible por cualquiera. Me provoca una rabia madura, me vienen de pronto a mis ojos muchas de las lágrimas que he derramado desde entonces al ir dándome cuenta.

Paso junto parte de los libros que forman el entorno más valioso de mi casa, patentes en la imagen, rozo un lomo de cualquiera, apenas veo la sobrecubierta y sé qué libro es, dónde estuvo su belleza, el calor más íntimo de su lectura. Pero hay infinidad ya de ellos, en reino aparte, ya muchas decenas, que tienen la proximidad de su lectura o la llamada de su portada ante mis ojos hace un instante, su reclamo para hacer sitio en mi tiempo y una vez han pasado ya de largo mis ojos, he olvidado ese libro. No hay derecho, no tiene derecho la vida a deteriorárseme en la parte que más quiero.

Los demás han sido mi abrigo viejo y confortable, pero estos libros de ahora son mi reclamo, mi ilusión. Son el animal de mi intimidad y mi dignidad, la razón por la que han llegado a mis manos, mi recuerdo instantáneo, y olvidarlos es injusto e incomprensible. Si no he perdido todavía, ni creo que lo pierda jamás, ese deseo de incrementar mi cultura, de enriquecer el tiempo que queda con el lenguaje ajeno, es necesario que me quede en la memoria, que forme parte de la misma como si fuera esa antigua tan rica y poderosa todavía.

Lo aseguro, tengo en las manos manchas oscuras de vejez, pero son tan poderosas porque las han creado los libros que sujeté con ellas. A la vez son pulcras, no afectan a la memoria, simplemente quiero que se formen otras con aquellos otros libros que todavía me faltan por leer. Pero que sepa muy bien cuales son, que me acuerde para siempre de ellos, aunque no los haya leído, aunque estén pendientes todavía de la cirugía de mi ilusión, de la riqueza de mi lectura.

No sé lo qué hacer, quizá como un niño que se aprende los tiempos de los verbos, voy a tener que repetir una y otra vez cada título y el nombre del autor del libro que acabo de leer o del que estoy leyendo en este momento. Para poder repetirlo de nuevo todo de corrido, por favor, se lo pido a la vida, se lo niego a la vejez. No tiene derecho. Ya deterioró mis caderas de corredor de fondo demasiado pronto, he intentado siempre mantener algo ordenado los muebles de mi piso de arriba. Internet fue durante muchos años la ventana por la me asomaba a la vida ya que no podía salir a la calle, quieto en mi butaca de cuero donde era imprescindible leer.

M fuerza me ayudó a vencer muchas dificultades, ya no corro el viejo cauce del rio de mi ciudad, pero al menos camino por sus calles yo solo para poder ir a comprar un libro nuevo. Que alguien me diga dónde venden memorias de hoy, pero no de ningún escritor, sino la mía, la que he perdido con mis “pelos blanqueados por el tiempo” como un día nos contó Juan Cruz.

Tengo miedo a mi cuerpo porque es bastante malo, a esa fisura de la memoria por la que se me escapa lo reciente, lo que más me convoca, lo que más me llama y lo que más se me olvida. Creo que me entenderéis, he escrito mucho con el auxilio de las metáforas, pero para comprender la debilidad de mi memoria reciente no encuentro ninguna ni antigua ni muchos menos reciente.

lunes, 6 de mayo de 2013

QUÉ LLEVAMOS EN LOS BOLSILLOS


 
 
Llevo mi ánimo de lucha contra lo orgánico para sentir una forma de alivio al mezclar mis palabras con las de todos los demás. Por eso procuro llenarme los bolsillos de las mejores maneras amables posibles, como si fueran mis síes más rotundos en lugar de decir cada vez, lo siento. Es una especie de tacto que me queda en los dedos para poder compartirlo en forma de recuerdo, alejando cualquier tono que queja.

Ya abundan demasiado los lamentos porque cada uno tenemos un cargamento propio a medida acumulamos años que poco o nada interesa a los demás. Casi a diario nos brotan como unos dolores nuevos a añadir a los persistentes. Mejor que en una contabilidad de atrás para delante, creyendo en el futuro siempre aunque no sepamos nada de él, guardemos un elegante y beneficioso silencio. Es mejor el rechazo a voz en grito de males colectivos, callando con el silencio propio precisamente lo que encaja únicamente en nuestro esquema.
 
Esa es la especie de cultura que me salva siempre, que frena daños emocionales inmediatos e imprevistos, eso hace que el sentimiento de pesar se aminore. Porque sin embargo esa constante conversación que nos trae la gente a la que no se la pedimos, no sirve, más bien me produce un importante rechazo. Me vale, esa otra antigua como los  años, de valor y de enseñanza, positiva, que habla de las cosas buenas que llegan solas y aunque no duren sí que sirven como una riqueza para compartirla.

Me viene a la memoria, que habla de esas cosas que ocurren sin saberlo antes, el pensamiento de Borges diciendo que esas cosas comunes durarán más que nosotros, “no sabrán nunca que nos hemos ido.” Y me engancha esta idea poderosamente: la de qué sabrán de mí cuando me haya ido precisamente. Si me habrán valido para dejar recuerdo las mejores maneras en los más apreciados sitios. Qué habré dejado importante, es curioso pensarlo y quedarse con un breve espacio, en la mano con la amabilidad que hablaba antes.

Mi nivel de actividad, fuera el que fuera, siempre fue inmediato. Traje lo que se me pedía en la convivencia que iba generando sus mejores cauces. Busqué la forma de equiparar esa inmediatez con una calidad postrera más que equivalente, poderosa, importante.
 
Dejaré como préstamo permanente lo mejor que tienen quienes me siguen. Será importante resto, aunque parezca insignificante, dónde dejé mi olor, mis inconfundibles pasos, ya de tiempo, la forma de tocar las cosas, las que se me cayeron tantas veces, esa aparente torpeza que no era nada más que no aparentar un excesiva apariencia de posesión. Dejaré mi voz perdiendo tono y equilibrio, el tacto suave de mi carácter (para qué tenerlo malo, si puedes ofrecerlo mejor). La defensa de cosas y principios que quise defender siempre. Los libros que he leído y la pena que me dio los que dejé por leer.

Frente a todo lo orgánico, pues, poco presentable, la búsqueda de una civilización cómoda y de cariño. Mi costumbre de desear buenos días a cualquiera, mi insistencia en mirarle a los ojos, la poca resistencia a pedir una disculpa que me sirva de vestido general a la hora de cubrir los errores que todos vamos dejando.
 
Ya le tengo miedo a las horas, a toda clase de contabilidades, a poner tiempo para llegar a algo y no estar muy seguro de poder hacerlo porque todo me parece a plazo largo. Lo único que quiero es no cansarme de nada importante de lo que estoy haciendo, aquello que le haya otorgado la categoría de pasión ineludible.

Indudablemente lo es esa especie de diálogo con quien me cuenta su resistencia a soportar el silencio que impone tantas veces la vida, escribiendo, para que pueda yo luego leerlo. Esa es mi lucha, mi mejor tacto, mi enloquecimiento. Es también como un tesoro que llevo igualmente en los bolsillos.

 

 

 

martes, 9 de abril de 2013

ME TRAJE DE LA PLAYA EL ETERNO RESPETO


 
 
Han sido unos días en que tuve el mar más cerca, fui a él y me quedé en su proximidad porque hace ya tiempo que no convivo con sus aguas. A la playa acudo compartiendo otras vidas que también son propias, recuerdos de años que suponían un descanso enorme, una ruptura necesaria. Ahora en cambio, nada más alejarme de la rutina de mi amplio espacio, echo de menos éste porque dicen que la sensación de esa amplitud, induce a no salirte casi fuera ya.

En mi casa de siempre tengo los hábitos quietos y hermosos. Las localizaciones repetidas y amables, cómodas, quizás demasiado cómodas. Pero lo habitual trae a la vez el material oscuro de los años, como aportando datos en una especie de testamento actualizado o segunda memoria más cercana aunque poco fiable.

En la playa, menos cómodo, raspan los recuerdos, te acuerdas de señales hermosas, como por ejemplo, el eterno respeto que te siguen teniendo personas no obligadas, sin vínculo familiar alguno, y sin embargo la longitud que tienen los años marcados por periodos concretos –un verano, unas pascuas, aquellos inminentes fines de semana que reclamaban descanso- en esas breves temporadas, a estas alturas, existe la necesidad de repetirlas, echas la cuenta por si falta alguien y lo más importante, reparas que tú lo puedes contar.

Y en ese recorrido hacia personas que quisiste siempre y que ves ahora más deterioradas, más cerca de un final que vendrá para todos, al saber de nuevo de ellas, cerca, con el contacto hermoso de un roce, un hola, un adiós, un beso, junto con dolor y una inevitable pena propia, valoras al máximo ese respeto que te tuvieron siempre.

Pero es que supe ganármelo, y en los peores momentos de ellos, te lo devuelven. No hay ya tiempo para los aplazamientos, recoges de inmediato lo mejor del otro. Se me queda como un hermoso pensamiento la herramienta poderosa del afecto y la devolución en forma de respeto.

Eso es quizá lo mejor que he notado estos días desde la playa al regresar a mi sitio de vuelta, al sentido cómodo de la comodidad. Ha sido el mejor y más doloroso placer como una caliente sensación para frenar el dolor de notar a quienes me quisieron tan destruidos. De la playa, estos días es lo mejor que he podido vivir, junto a mis propias rutinas que allí, como en todas partes lleva ya uno a estas alturas, siempre puestas.

En el momento de irme, acudí a buscar ese  respeto de quien siempre me lo tuvo. Con un Don delante, innecesario, que jamás dejó de darme. No te notas más importante, es curioso, sino más humano al pensar que te lo mereces ni por razón social, ni cultural, ni económica. Te lo mereces y te lo saben dar paradójicamente como una exigencia, para que sepas serlo con humanidad, con dulzura, con cariño.

Le dije adiós deprisa para que no me notara un duro y especial sentimiento que tenía dentro, un dolor por verle sufrir. Me hubiera gustado saberle explicar que hay que inventarse algo en situaciones desesperadas. No supe hacerlo, tan sólo darle un beso y llevarme como siempre su respeto. Gracias, Pepe.

A José Muñoz, Conserje Permanente en Cruz del Sur.

 

miércoles, 6 de marzo de 2013

ENTRE LA GENEROSIDAD Y EL APRENDIZAJE


Apoyado en el milagro de un verso corto que siempre puedes encontrar en las palabras. Así llegué la otra tarde a un lugar que no sabía, me llevaban a medias, cansado y desorientado pero con la única guía que siempre utilizo, la palabra ajena para que termine siendo propia porque me quedo fuera, averiguando qué dijeron y por qué lo dijeron.

Llevaba entre mis manos unas hojas que había ido llenando para hablar nada menos que de un libro repartido de sexo. Es un libro distinto, tiene dentro la cocina que te vas a comer, el vino que sabrás beber y en las líneas descaradas pero tiernas de cada uno de los cuentos un sexo no obligado nunca como un deber, sino como un suceso. Y estaba claro, en todos ellos la ética amorosa femenina vencía a la masculina, mucho más básica.

Qué falta de vergüenza la mía, iba a hablar de unos cuentos donde no había habido ningún pudor al escribirlos porque no tenían cuerpo, llevaban cada uno el propio descaro como una emboscada nocturna de sexo sin resistencia alguna. Y mi osadía estaba leyéndolos primero y hablando de ellos luego al imaginarlos cada vez como se desliza el vestido de una mujer que quiere desvestirla un hombre con la debida parsimonia. Saltándose los turnos, como debe ser porque luego será ella la que emprenda la ruta de él.

Por ahí, por ahí debieron haber andado las cosas pero el lugar no lo permitieron. Lo que no podía era negarme a decir algo de un libro del que su mejor mérito era la idea, el planeamiento, el desarrollo, el ayuntamiento, una mezcla bien urdida que yo me había aprendido antes. Hice una pausa interior, me arriesgué luego con un fondo divertido de aquel sitio de ocio y esparcimiento –unas muchachas jugaban su partida de billar entre las risas de su simulación de un juego habitualmente masculino-, mientras en el exterior, una cabalgata animaba la calle, improvisaba la fiesta como un telón de la que teníamos dentro.

Sobre la mesa donde estaban los ejemplares del libro acudió pronto un generoso picoteo de vicio, salmón, paletilla de bellota, la exigencia de esos platos pequeños pero que nunca ponemos resistencia para coger algo del contenido de ellos, casi si nos descuidamos podemos encontrarlos enseguida un poco desprovistos, sin embargo había la suficiente generosidad para que al final cenáramos. Antes y mientras lo hacíamos, no tuve más remedio ante un grupo de amigos, que olvidarme casi del contenido del libro, de lo que de él había escrito, cuento a cuento, dejando algunos en blanco para el poder de la imaginación porque si en unos eran posibles “ejercicios táctiles por debajo del mantel y visuales por encima”, en otros en cambio hay como una  explosión de chocolate con el erotismo más intenso.

No callé, al menos, las palabras que tenía preparadas sobre la autora, las dejé tiernas, despacio sobre la mesa mientras ella las recogía sonriente al referirme a las propias de sus narraciones. Hablé del tacto que tiene el libro en la búsqueda del sexo siempre, que todavía amar hace milagros, desde dentro, desde fuera como si existir no fuera otra cosa que poder amar luego.

Fue una noche especial, merodeando en aquel lugar extraño y ajeno a los cuadros expuestos por su autora y a su libro. Mientras, aporté la generosidad que siempre tengo de dejar entre los demás las palabras que he leído, recogí el aprendizaje que en cualquier sitio existe cuando está todo dispuesto para hablar de un libro. Ese es mi presente permanente, me gusta hablar de éllos, convivir todos los ratos que tengo. Es el hoy que me lleva a veces hasta a situaciones y sitios inauditos, no me interesa el pasado. Proust dijo que “no sólo es fugaz, es que no se mueve de sitio.”

Yo sigo moviéndome hasta donde pueda y por donde pueda, algo iré derramando y algo aprendiendo. Mientras, mis intervalos, consisten en seguir leyendo hasta que me duelan los ojos, desarmados, y en verso de Vicente Gallego “en el reverso frío de los párpados secos.” Porque soy capaz de creer que ha sucedido lo que dicen las palabras de los otros. Aunque sea un verso corto.

miércoles, 6 de febrero de 2013

MI CAPACIDAD DE ASOMBRO


 
Me extraño yo mismo, pero todavía me queda un asombro sin orillas en la vida, lo conservo y me alimenta como una categoría de lo cotidiano. Paso tras paso desde que voy comenzando cada nuevo día, eso es ya un valor incontenible porque me sigue gustando mucho al comenzar, que las mañanas tengan la cotidianeidad que supone ninguna revolución, pues no la hay tan profunda como la de las cosas cotidianas y nada es tan sensato como repetir, cada día, algunos pequeños gestos.

Pues me asombro y me entusiasman esos gestos. Aún conservo y no quiero perderlo jamás, la infinita capacidad que debe tener el ser humano en el camino hacia el aprendizaje. Ayer mismo, bien temprano, llené un largo tiempo en un aula informática, yo que llevó bastantes años ya delante de un ordenador, atraído porque la magia de un teclado que me ha llevado a la posibilidad de poder decir lo que pienso a los demás. Nunca he considerado, ni mucho menos cuantificado hasta donde llegan esos “demás”, los pocos o los muchos que sean, son suficientes para mí.

Pero como os decía, al comprobar que mis conocimientos informáticos no eran suficientes para componer desde el área del símbolo de la manzana de Apple para con las posibilidades de un iPhoto, singular y único, aprendí a ser capaz de componer mis propios álbumes digitales, organizarlos y seleccionarlos antes que desde la nube, en streaming, permitiera desplazarlas de un dispositivo a otro sin cable alguno.

En el aula de esta mañana, one to one, cada uno, desplegábamos sobre la mesa con ordenadores propios o ajenos eso tan hermoso que aún me queda en la vida. Nunca me haré viejo, os lo aseguro, mientras me quede una capacidad de aprendizaje porque se aprende mientras se vive y además cuanto más aprendes menos temes.

Es curioso que terminé el día también en otra aula de aprendizaje: allí juntos, alumnos de tan variada edad, que merecíamos la categoría de alumnos para toda la vida. En una clínica Psicoanalítica, una escritora, Pepa Úbeda contaba a los presentes cómo y por qué había escrito “Una mentira de fábula con guisos y vinos eróticos para enamorar.” Curioso libro donde parlamentan y combinan los personajes de sus relatos cocina y erotismo, en el mejor sitio, como ella dice “con ejercicios táctiles por debajo del mantel y visuales por encima.” Cómo es posible desde una “ostra revestida de tocino ibérico”, llegar a “una explosión de chocolate caliente sobre fresas en su jugo.” Terminamos la sesión con la cata de un vino del país.

Me asombro de todo ello y quiero participar en tantas cosas que por eso me lamento muchas veces que me quedo corto, que no llego. Lucho contra el tiempo, contra los años, contra las limitaciones que cercenan a veces mi cuerpo porque la experiencia quiero que sólo me sirva para aprender más cosas. Quedarme entre las de cada día, asombrado, aprendiendo como quien sale de una frase pero se queda aún en la vida.

Entre el ruido de los besos y la risas propias y ajenas porque todavía el futuro me despierta emociones, me cautiva y me asombra. Quiero empezar cada mañana con la única llave válida para acceder a la sabiduría que es el propio deseo de saber. No me sirve únicamente la escena diaria, doméstica, del reparto de recuerdos. Quiero la pupila dilatada de aprender algo en cualquier sitio. Tengo como mi propio icloud por donde poder desplazarme para andar recogiendo desde el bisel literario de la palabra, de voz en voz, de gesto en gesto, de novedad en novedad.

Por eso conservo intacta mi capacidad de asombro. Busco un poema apropiado para cualquier situación. Me  sentí cómodo en los dos actos donde estuve ayer, bien distintos, ambos aleccionadores para recoger el placer que allí había. Si uno lo deja pasar, lo pierde para siempre. Penetro cada día en mis búsquedas y a la vez me absorben como si fuera un engranaje perfecto entre el placer de un hombre y una mujer.

Cautivo y asombrado a la vez por mi presente. El pasado, ya dijo Proust que no solo no es fugaz, sino que ni se mueve de sitio. Lo dejo a mis espaldas y sigo averiguando lo que puedo aprender hoy, sin prisa, casi diría que con la perfecta armonía que tiene una mujer para quitarse el vestido con la debida parsimonia.

 

 

miércoles, 9 de enero de 2013

LO QUE SOBREVIVE


 
 
Quizá pequeñas cosas sin importancia del momento pero que llegan para quedarse. No son las mejores, ni aquellas a las que les dimos sitio preferente, pero acaban fraguando casi en droga dura y acabas dependiendo de ellas, se crea una inevitable esclavitud. ¿Cómo es posible, te preguntas, que aquello tan aparentemente superfluo acabe mandando sobre mí? Pues así es, así lo vengo viviendo y sufriendo insistentemente. No, no siempre sobrevive lo más importante, en lo que pusimos más esfuerzo, a lo que le dimos más valor. Sobreviven momentos de desafuero, de queja de nuestro organismo porque al fin y al cabo llega un momento en la vida de todos que acaba mandando el cuerpo.

¿Dónde están, te preguntas, las ilusiones que fui creando con mi esfuerzo para que eso fuera resto, poso? Quizá es que las he ido consumiendo y me he ido quedando como digo con gestos de escaso valor pero que mandan, persisten en mi persona, en mi vida. Como el maquillaje de una mujer de cada día yo casi noto marcado en mi piel como una especie de tatuaje, a la vista de los íntimos, pero que tengo que cuidar para que no se desfigure.

A la hora de escribir sobre ello para darle a mis palabras al comienzo de un año más por delante el mejor tono posible, me quedaré con hechos propios cuyo valor no sé si alguien sabrá reconocerlos un día pero para mí tuvieron una importancia superior por supuesto a esas otras pequeñas cosas que hablaba antes, de su supervivencia,

Intentaré que sobreviva a la vez las muchas veces que he actuado bien, mi capacidad de adaptarme a situaciones difíciles, con lo que no se nace, se hace, se aprende. Si eres capaz de vencer adversidades, está claro que tiene poco de herencia y casi todo de triunfo personal. Buscar alguna forma de alegría hay que hacerlo con tiempo porque tarda en llegar, es plácida y lenta.

Tendré también el egoísmo que supone el que me guste mi forma de ser. A lo largo de la misma manera para que fuera sobreviviendo también, como de cosa pequeña a cosa grande, he sentido afín a Aristóteles que “amar es el querer el bien para alguien”, el último criterio, el mejor, detenerse, pararse, fijarse en los demás. Amé y amo profundamente a la vida, se lo dije más de una vez a ella misma como un pacto seguro, duradero para que también sobreviviera.

Al satisfacerme mi forma de existencia, es lógico que lo haya sido todo aquello con lo que me rodeé. He sido y sigo siendo cómplice permanente de la lectura, cada día, como un empuje celular, un hilo frágil de música antigua, un aprendizaje prolongado y cauteloso. Los libros me proporcionan el ardor que en tantas ocasiones falta, son piel envejecida ya, mi aroma a tabaco, mi forma de sentarme.

No quiero pues quedarme en cómo estáis leyendo, (porque esté convencido yo) que sobrevivan cosas sin importancia, que me vaya a quedar atrás con la palabras que fueron más fundamentales, con los hechos vitales que las cimentaron siempre. No es que sean mi monumento de auto justificación que tantas veces he necesitado, ni para subir mi autoestima, ni para absolverme en suma.

Lo que me ocurre escribiendo esta mañana, pensando en lo que puse y lo que queda es que no me sirve la alegría fingida de estos días. Sería preferible una amable rutina para obtener lo mejor en serenidad, en benevolencia. Todos podemos ser bellos y queridos en cualquier momento de la vida, no pongamos fechas, no deseemos felicidad necesariamente cuando traspasa el calendario un día y entonces a uno le entren estas ganas de sacar cuentas cuando siempre he sido de letras.

Demos un beso en cualquier otro momento para ver si se adhiere del todo la ternura, un beso a sabor definitivo pero que forme parte de una biografía todavía llena de ilusiones. Casi un beso en el cielo de la boca con una confianza infinita en lo que sobreviva de mi biografía.

Voy a intentar seguir haciendo lo mismo, como si estuviera leyendo en la calma de una biblioteca pública. Lo mismo, quede lo que quede, con mi carácter, más que pensando en la inteligencia a lo mejor por falta de ella. Haciendo lo mismo, digo, o porque me interesa o porque no tengo más remedio: mi propio maquillaje que sea el correcto, para ello no necesito colorete. Las ranuras que aún me quedan ya se cerrarán, como debe de ser, de dentro a fuera.

Para que fuera, a la vista se quede en esta larga caminata, sobreviviendo, como un cariño exclusivo, suave, milenario para todo aquel que me lea.