jueves, 26 de junio de 2008

La perla del Papaloapan


Colaboración de Rubén

Enjuto de carnes, chupado de huesos, ceniza de pelo, de luna tostado, mostrando un torso desnudo escamas por pecho, desbriznándose a modo de fina escarcha mezquinos pelos. Salvador de Aristofanes, más conocido por los niños en el pueblo de Tlacotalpan como Gavilán el del puerto.

-A mi me alumbró la mar- espetaba con una alegría boba y sin rodeos.
Prolijo de habla se inventaba palabras que solo él entendía dejando restos de espuma entre la sutura vencida de sus labios. El tiempo se le había comido los dientes mascando cada una de las voces que salían de su garganta. Perfilándose con flojedad su rostro al cielo se vanagloriaba de su propia ceguera perjurando no haber visto nunca las estrellas. De párpados caídos, trémulos al hablar, de improviso se le derrotaban lágrimas huérfanas.

-Saladas- farfullaba cuando las recogía con su lengua.
-A mi me alumbró la mar- repetía de nuevo en una mundanal salmodia, llevado por una inhalación tan profunda que el oxígeno atolondraba las sienes de su cerebro y al exhalar, su aliento había agarrado el vaho del salitre y las olas desgastadas del mar.

Se desvivía contando historias. Sus dedos cenceños garabateaban danzando en el vacío, recostada su cabeza ligeramente hacía el infinito, como leyendo en las nubes o si las rescatara husmeándolas del Sotavento, algunas eran de trazos increíbles, otras celosamente desesperanzadoras pero todas, imposibles sin duda alguna.

-Hoy os voy a narrar la historia de un marinero ciego enamorado de las alas de una gaviota…-.

Él siempre declaró que lo trajo el huracán Gilberto, que andaba pescando cuando los fuertes vientos despedazaron su barca y lo arrancaron del mar enviándolo río adentro dejándole por herencia una sanguínea nostalgia de filiación marina.

Un día sin sol, ni sombras, ni luna desapareció como se vino, nadie pareció echarlo de menos. El mismo Sotavento casi barrió su nombre y los febriles restos de su memoria. Pero de vez en cuando, después de la temporada de huracanes, de aquellos que fueron niños y aún de los que todavía se atreven a serlo, de repente se asoman cuando alumbra el atardecer perfilándose sus siluetas en el puerto, allí, en la orilla de la perla del Papaloapan, pensando que tal vez el mar lo devolverá río arriba de nuevo, con racimos de historias, todas imposibles eso es cierto.

*rio de las mariposas (Veracruz).

P.D: Dedicado al Gavilán de la calle Rumbau.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gavilán el del puerto, son personas que los olvida el tiempo para ejemplo o reflexión del hombre.
Hoy os voy a narrar la historia de un marinero ciego, enamorado de las alas de una gaviota.
La historia la llevaba el marinero en su mirada fija y la poesía, usted al contemplarle. Aun estará esperando la caricia de una ola.
Sus textos jamás serán historias por que son como la vida misma, contada en la mejor de las prosas, mis más sinceras felicitaciones.

Un beso, ley.

Anónimo dijo...

Para Ley.
Sinceremente agradezco su percepción a la hora de leer entre líneas, esta historia tiene su propio transfondo,su retazo de vida que me hizo ir hasta el mismo río de las mariposas en Tlacotalpan y aunar aún mas la amistad con el Gavilán.
Gracias Ley.
Un cálido abrazo.