viernes, 13 de junio de 2008

Jardín Corregidora


Colaboración de Ruben

Hace mucho tiempo que no le veo, pero cada día que paso por la estatua de la Corregidora allì en un jardìn de Querètaro me obligo a echarlo de menos. Cinco o seis años de niño como mucho, nunca podría imaginármelo de viejo, pero hace mucho tiempo que no le veo y no es el peso del tiempo, sino su vacío el que aún en tiempo de la canícula, hace que me consuma de frío. En el desamparo de su rostro tenía labrado el epitafio absurdo de su infortunio, bajo un silencio ajeno e infame nos devolvía al barlovento de sus ojos una mirada de un vacío infinito, mirada de ojos de mundo, el nuestro. Ni respondía a ningún nombre, pero se acercaba despacio si en cualquier ajena mano, encontraba restos de comida o miserables pesos de desconsuelo. Analfabeto para aquellos que piensan que con dominar el lenguaje leído y escrito ya esta todo sabido. Hay miradas que guardan silencios que hablan todos los idiomas del universo. Ser huérfano fue su primer oficio aprendido a los dos años y medio. Nunca conoció el nombre de sus padres y si los tuvo ni le alcanzó recuerdo. Tardó tiempo en descubrir que todo lo vivo tuvo su progenitor, y aún tardó mucho en creerlo y cuando por fin lo asimiló, ya era a tarde para buscarlos, si el destino le proveyó de olvido, el fuego de su espíritu le reveló su condición de humano buscando ese calor perdido, ese cálido aliento innato que todos buscan darlo o como la mayoría, recibirlo.

-¿Qué has comido hoy?-.
-Agua- me respondió.
Yo lo vi, mejor dicho tuve la grandísima suerte de verlo. Una noche sin cielo, crujiendo el velo de nubes bajo el espanto pedregoso de los relámpagos. Completamente empapado, por manto la lluvia cubriendo su cuerpo. Lo desperté preocupado, infeliz e incauto. Vivía de sus sueños, durmiendo sobre los lomos alados de una de las cuatro águilas que cubren los cuatro ángulos del monumento a la Corregidora, diría que tenía un dulce ensueño, o no debería estar vivo, tamaña serenidad yo nunca la he visto entre humanos. Quise engañarme porque dudar me supo a poco, no es de este mundo, pero cuando despertaron sus ojos, desparecieron todos mis miedos. No era de este mundo, afirmé y me volví loco.

De esto ya hace mucho tiempo que no lo veo, pero cada día que respiro el cielo no puedo evitar echarlo de menos, es como si lo llevara en el latir del corazón, en el tuétano de mis huesos, en las lágrimas sin llanto, en la brisa que levanta el silencio. Aún no puedo quebrar de mi pensamiento aquello que cuando me agarró confianza me contó a la sombra de un roto de cielo.

De su pasado no solía hablar y sin embargo su mirada estaba arrasada de una nostalgia ancestral.

-Las águilas me adoptaron- dijo con naturalidad.
Cada noche dormía en los lomos de una de ellas, cada una bautizada con un nombre que no me atrevo a revelar. Según él y a su modo de explicarse, aseguraba que todas tenían su propia personalidad, su genio y su genialidad. Decía que cuando dormía siempre soñaba volar. Él se encargaba por las mañanas de limpiar de suciedad las águilas del monumento, de preservar las hormigas que deambulaban por las escalinatas que suben al mismo, decía que todo el monumento era un grandísimo hormiguero de hormigas rojas, a veces las sentía moverse cuando subía descalzo por los escalones, pero nunca piso alguna y ellas siempre respetaron y compartieron el mismo hogar. Escondía en los orificios de los cañones que están en cada una de las águilas sus cosas personales, muda medio limpia, doblada y cuidadosamente guardada, bolas de trapo con lo que hacía malabares en algún perezoso semáforo del casco viejo de la ciudad y algunos pesos que ya no podía alcanzar. Lo vi sólo dos veces y envejecí toda una vida siendo incapaz de olvidarlo. Desde entonces ya llovió mucho. Una vez, en una de tantas noches de lluvia en soledad, me acerqué sin esperanzas al jardìn Corregidora, las calles relumbraban mojadas, no hube alcanzado la sombra que deja la estatua a la luz de la luna cuando escuché el férreo crujir de unos hierros retorciéndose en chirridos oxidados desprendiéndose del suelo y un desentumido aleteo, sereno, de brillo metálico y cuatro sombras, siluetas esbeltas, recortadas en el sahumerio de las nubes del cielo al contraluz de los luceros dando círculos perfectos y en el eco infinito unas llamadas como si buscaran algo, nunca estuve seguro de ello… Kia, Kia, Kia, Kia.

Si alguna vez fijan su atención en las águilas del monumento, digo, verán como son permisivas con todos los niños, dejando que las suban y acaricien con sus manos. Yo sé de plano que les recuerdan a su hijo al que una vez adoptaron, no como a un hijo ilegítimo, sino como si fuera suyo, el de todos, el nuestro.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Analfabeto para aquellos que piensan que con dominar el lenguaje leído y escrito ya esta todo sabido. Hay miradas que guardan silencios que hablan todos los idiomas del universo.

Querido amigo, en respuestas al ándaluz, sería así, !caray viejo que bonito! Sus relatos nunca serán el pasado, están llenos de vida y de realidad, los relata con nostagia pero no, con lamentos, es así come deberíamos ver el pasado.
Se le apercia fuerte, amigo, a veces lo dudo y otras casi lo afirmaría, una fortaleza fuera de lo normal, una persona especial, seguiremos viajando por esa noches y le responderé humildemente como mejor sepa, si usted me lo permite.

Un besote y mi cariño
Ley.

Anónimo dijo...

Las aguilas son uno de los pájaros que yo más admiro, son fuertes, potentes, ¿como no van a dejar que un pequeño se refúgie entre sus alas?
No pensaré en lo que fué del chiquillo.
Pensaré en que ese Aguila de metal, por las noches y entre sus sueños, le fué guiando poco a poco para cruzar los cielos con alas nuevas, alas que le enseñen a vivir aunque no sepa leer, alas grandes que le sostengan entre las miserias de la vida que le roza o le castiga.
Si, estoy segura de que ese niño es ahora fuerte como el aguila que lo sostuvo una noche de lluvia.
Gracias por su descrito, es hermoso.
Garanza

Anónimo dijo...

Me haces recordar ese paseo por Querètaro, con una calma especial y sus aguilas recordandola Independencia de tan hermoso y amado pais, gusta sentarse y contemplar el paso de sus gentes y disfrutar de sus encuentros amigables,"orale".
Besos maria dolores.

Conteste a este ,tù escrito, pero no se q paso.

Anónimo dijo...

Para Ley.

Amigo, quisiera agradecer tus palabras, porque por fin para mi el cìrculo queda completamente cerrado. Pienso que compartir es la mejor manera de enriquecerse, aunque no sea una riqueza ostentosa, sino mas bien benèvola y universal porque de algùn modo nos iguala a todos por igual y a su vez nos beneficia. Trato de ver la escritura como una respiraciòn profunda y plena que me permite no sòlo vivir, sino disfrutar de la vida y con ello ir poco a poco creciendo de dentro a fuera porque entre otras cosas en eso consiste el acto de la creatividad cualquier que sea el modo, dirigir la energìa, crecer en ella, pero esa energìa serìa incompleta sino pudiera ser compartida, es por eso que ahora pienso que por fin se ha cerrado el ciclo, cuando alguien accede a algo que has echo y parte de ti pasa a formar parte de esa persona tamizado con su propio sentimiento y de algùn modo parte de esa persona empieza a cohabitar contigo en una fusiòn mutua y sutil, compartiendo un poco de nosotros mismos, empapandonos de universalidad, en definitiva ir aprendièndo a reconocernos en los demàs como si fuèramos nosotros mismos.
Es por tanto que tus palabras y tu silencio, ahora, estàn creciendo conmigo.
Paz y agradecimiento
Rubèn.

Anónimo dijo...

Para Garanza.
Pienso que todos tenemos un àguila (por decirlo de algun modo) que nos guia o protege, pero en el fondo lo importante es no tener miedo, sino abrir bien los ojos porque si afinamos la mirada del corazòn aùn sin desplegar nuestros pàrpados, veremos que el silencio se convierte en voz y lo que nos dice no serà nada nuevo, sino algo que habìamos olvidado.
Para mi, ese niño somos todos en una realidad mas compleja e intima, el hombre que narra la historia, nuestros miedos y el àguila es la vida que se contempla a si misma.
Gracias por tus palabras.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Para Marìa Dolores.
Lo primero que sentì cuando lleguè al aeropuerto de Benito Juàrez en DF fue, estoy en casa. Nacì en España, pero viajando descubrì que el Sol es el mismo en todas partes. Mèxico es un sitio especial, con una energìa increible, Querètaro es una ciudad hermosa como bien dices, aqui vivo desde hace mas de un año. Pero con el tiempo uno aprende que la belleza nace de dentro afuera y no deja de ser sino una elecciòn propia al momento de apreciar las cosas. Pero con el tiempo uno aprende que todo lugar es especial, cada ciudad, cada esquina, cada rincòn, cada grano de arena, cada micra de materia en esta Tierra, en este Universo, en la vida y allì donde uno vaya siempre habrà algo de èl esperàndole porque jamàs habremos salido de casa que es la vida en sus infinitas manifestaciones.
Agradecido por tus palabras.
Un abrazote.
Rubèn.