
Me llega el verano por varios sitios a la vez: en la página de los libros que he leído me adhiero a Bolaño -el chileno de 1953 y muerto bien deprisa en el 2003, con su asombroso alarde de audacia y poderío narrativo de su “2666”. Estoy de acuerdo con él cuando dice que uno nunca termina de leer, igual que “uno nunca termina de vivir aunque la muerte sea un hecho cierto.”
Me aplaza la vida el verano cambiante de mis lugares eternos y conocidos por otros que al menos no son tan propios; me aleja de esas caras de casi todos los días que toman vacaciones sin permiso porque yo necesitaría seguir mirándolas; o los hábitos, y eso que los hombres no tenemos por costumbre quedarnos, huimos, olvidamos, no sabemos cómo.
Me ha creado una pausa esta mañana la riqueza de un abrazo emocionado, tener que buscar una dirección postal para que “Pan de mendigo” pudiera de nuevo estampar la agonía de su palabra seca y honda con las dos clases de tragedia que él cuenta que la vida tiene encima: “una, es lograr lo que te propones; y la otra él no lograrlo.” Tanto da porque es lo mismo. Me lo dejó por escrito unos minutos antes, antes que alargáramos un abrazo en éste sitio cálido donde todo puede durar, eso, más de diez minutos.
Hemos dejado entre medias la hendidura por donde contarnos nuestras cosas porque se han quedado pendientes demasiadas, esa rosa estampada de rojo para su “dulce de membrillo” o las charlas heroicas de salud, hoy te empeñaste en convencerme de tu secreto para ti: “creer que no se está enfermo y vivir como si se estuviera sano.” Me hubieras hecho falta esta tarde, “Pan de mendigo”, para no tensarme otra vez inútilmente en esas ásperas salas de espera, donde no se sabe nunca bien lo que esperas.
Y mientras, aquí también este verano, estará no ya por temperatura sino por ganas de acogida y de aventura, éste sitio cálido que he inventado para un grupo de amigos y amigas, este escritorio para escribir como a dos velas lo que pienso, lo que termino de creerme, lo que ha estado muchas veces y sigue estándolo en las palabras de respuesta o en los silencios que hay detrás, tan callados como hermosos de quienes a la vez que me leen, me entienden y me quieren.
No me hace falta nada más en este sitio diferente, propio, anhelante, único: la mano ajena que me toma la mano; querer y que me quieran con esa inquebrantable tautología del deseo; soñar en el día siguiente si es posible desde hoy antes de que se haga tarde; ya no vivir más hacia atrás, sino por delante aunque me duela hasta el aire que respiro, seducido por el sueño –se me ocurre arrimando el ascua a las metáforas, de una mujer mal desnuda y soñante.
No me hace falta nada más en este sitio diferente, propio, anhelante, único: la mano ajena que me toma la mano; querer y que me quieran con esa inquebrantable tautología del deseo; soñar en el día siguiente si es posible desde hoy antes de que se haga tarde; ya no vivir más hacia atrás, sino por delante aunque me duela hasta el aire que respiro, seducido por el sueño –se me ocurre arrimando el ascua a las metáforas, de una mujer mal desnuda y soñante.
Nada más, que me aplacen lo que sea pero que no me roben el amor ni a empujones, de mi sitio que conserva hasta el olor que tiene cuando llegas.