viernes, 16 de mayo de 2008

Amoríos


Por Tristao


Para Fran

“El rayo y el amor
La ropa sana y quemado el corazón.”

Le conocí una tarde desapacible por demás. Me lo crucé apenas puse el pie en aquel boliche que ocupaba JARIT en la calle Buenos Aires, joven, muy joven, la ropa pegada, el pelo negro zaino ensortijado magrebí. Sobre la T-shirt, áspera y sudada que traslucía el pezón, una bandera verde y roja, con la media luna y la estrella que simboliza la libertad, bajo las siglas R.A.D.S. (1) Pasamos al bar; en una mesita verde adosada a la pared nos sentamos cuatro. Pagaba él.

Había entrado a apuntarme para hacer con ellos un Campo de Trabajo entre los refugiados de Tinduf. Y, un mes después, me lo tropecé otra vez allí, en ropa de faena, que es como decir sin ropa, sin vello, los ojos negros como las noches sin luna de Essaouira, que pasan por ser las más negras de toda el África negra.

De rodillas, como quien te está pidiendo favor, me dijo que era para él cuestión de vida o muerte adquirir la nacionalidad española, no dejar pasar la ocasión de un contrato prometedor, que te sale al paso no más que una vez en la vida; me pidió que me casara con él ese mismo mes.

Si se lo digo a mi madre me mata. Pero en la noche en claro y sofocante de Tinduf, ardí por los cuatro costados, cuerpo de muchacha núbil que lo recorre un ciempiés. Sabía un punto más que el diablo. De naturaleza eréctil y picado del alacrán, iba al rebusco en monte áspero, como hace el jabalí, fiero cuando le irritan, apacible y tierno si está saciao, escupiendo lava por allá por donde pasa. Todavía dura la calentura. Hizo bueno el proverbio de que cuando una hembra hace el amor con un árabe, ya no lo vuelve a hacer con un blanquiñoso, cuerpo de hombre y alma de mujer.

El día de clausura del campamento, resfriaba ya el tiempo. Nos despedimos con el parabrisas húmedo, el rocío que arroja de sí el áncora al zarpar. Declinaba el sol a la vez que me amortecía, cortó el aire el muecín llamando a la oración. Y no lo he vuelto a ver más. Era mucho pedir, mucho cielo. No hay noche que no ponga bajo la almohada un ramito de laurel, pensando en él.
(1) República Árabe Saharahui Democrática

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si es novela, nos quedamos con ganas de saber el final, si es realidad, como creo que es, sería un testimonio difícil de olvidar, con mis humildes conocimientos, sólo puedo respondes, bellísimo, no deje usted de compartir sus letras, son letras de alguien que recorrió un largo y abrupto camino.

Un besote, Ley.

Fran dijo...

El sitio donde ocurren las cosas, ocupa sitio. Y está en ese texto sin palabra de más ni de menos. Su aspecto y su ropaje, lo que son razones.

Si se lo dices a tu madre te mata. Todos tenemos motivos para que nos maten pero seguimos viviendo.

No sólo debió quedarte la calentura que cuando viene dura sino que das a conocer que en el corazón de los amantes –amantes de lo que nos trae la vida, nadie puede saber lo que sucede en su corazón, por eso derogado queda para siempre ni el derecho a pensar en nosotros.

Tenemos de respuesta anticipada: la única felicidad es escribir lo que mal obedecen los labios cuando el corazón siente y murmura.