jueves, 31 de enero de 2008

La victoria de las derrotas

Hace días lo dijiste, nos hemos encontrado entre las palabras –es normal, no creas, porque allí suele estar casi todo. De todos modos vienes siempre hasta mí con unas límpidas bolsas blancas de papel, ni arrugadas por el uso, tal vez tengan en un hueco la insistencia de tu mano por llevarlas. Dentro de ellas, cada vez, cualquier imagen me sorprende más. Bien reciente: “Like starled, linens and underwear flap in the Meditteranean sun baking old Palermo's rugged Albergheria" , antesala de este escrito, o "Palermo, Sicily, 1027" y tu frase al reverso que no tiene más registro que tu propia memoria. Se tambalea mi persona y la de cualquiera: “Cada uno es como Dios lo ha hecho y, a veces peor.”

Tú tienes en ese encuentro de palabras, añoranzas de las que yo no me acuerdo, propias de la vida que vivimos, eres para mí ese país antiguo de los recuerdos que todos tenemos, las voces que nos acompañaron como sentencias cumplidas. Cada día que me las cuentas ando almacenándolas. A pesar de la edad no hablamos de enfermedades, nos miramos y llegamos el otro día ambos a la conclusión que era cierta, aquella frase de nuestro padre: "la salud se ve". Cuando le preguntaban si era médico, siempre contestaba, "lo menos que puedo." Ni comentamos la sexualidad que aún nos queda, enhiesta, culmen de nuestro vicio.

Hablamos de lo que han escrito los demás, de esos autores que ya no leo y que fueron haciendo tantos años, biblioteca en mi biblioteca. El otro día Hemingway el hombre hecho pedazos pero ajeno a la derrota, o el propio Borges cuando sentenció: "Mi padre escribió, pero tuvo la decencia de no publicar jamás." Tú aún lo has hecho con esos micro relatos precisos para tu expresión de cada momento. En cambio, yo ya lo ves, me refugio en este mundo de escribir deprisa, que a alguien le guste una metáfora y luego ya no queda más, sino la insistencia, ese "tropo que consiste en usar las palabras con sentido distinto del que tiene propiamente, pero que guarda con éste una relación descubierta por la imaginación" (María Moliner)

Si me quita la imaginación y el sentimiento al decirlas, al decírselas a alguien, no me queda casi nada. Me he de esconder medio abrazado para que cuando se terminen la ilusiones y se conviertan en recuerdos bien recientes, un horror, espanto, esa senectud de la memoria, que al final no valdrá nada lo que vengo escribiendo más de quince años en este sugestivo escritorio público. No tienen apoyatura verdadera porque si una vez creo haberla encontrado, me quedo de repente sin ella. Te acuerdas, "el andamiaje de los sentimientos" que me leíste y te gustaba.

Prefiero, qué duda ya me cabe, habernos reencontrado entre las palabras. Ya se me va terminando esta forma de escribir, ir a decirlo y no decirlo del todo que casi no se entiende, como si lo tuviera todo aún sin decidir porque son muchas más las cosas que no se dicen que las que se dicen. Y no pasa nada, le queda a uno la desesperación del ángulo de que hablaba Pascal Quinard. Soporto nada menos que las heridas que ya no se desangran por el hueco del recuerdo. Nos las vamos curando entre palabras, con una desnudez sumisa frente a ellas que oculta un fondo de congoja y de derrota imposible de explicar.

Es lo de menos: las derrotas son las únicas victorias que valen la pena. No sé si te lo dije




4 comentarios:

Anónimo dijo...

"Las palabras bondadosas pueden ser breves y fáciles de decir, pero sus resonancias son verdaderamente infinitas".
Madre Teresa
Me fascina tu palabra.
Ana

Fran dijo...

¡Ay, Ana! si no tuviera estas líneas cada vez que cuelgo un escrito que poco, qué pobre me sentiría.

Anónimo dijo...

No es soledad la que tienes Fran,yo,califico tu actitud "hambre de letras"Se necesitan.Tu,no eres pobre,siempre tienes la despensa del conocimiento y de la palabra,llena.
Hoy he leido.....
No sé si la vida es corta o demasiado larga para nosotros.
Mas sé, que nada de lo que vivimos tiene sentido,
si no tocamos el corazón de las personas.
Muchas veces basta ser:
Mimo que abraza,
brazo que envuelve,
palabra que conforta,
silencio que respeta,
alegría que contagia,
lágrima que corre,
mirada que acaricia,
deseo que sacia,
amor que promueve.
Y eso no es cosa del otro mundo,
es lo que da sentido a la vida.
Es lo que hace que ella no sea ni corta, ni demasiado larga;
si no que sea intensa, verdadera,
pura ... mientras dura!
Feliz aquel que transfiere lo que sabe y aprende lo que enseña.
Te aprecia.
Ana

Fran dijo...

No se puede contestar a las bellas palabras que me prestas, porque en efecto tengo siempre hambre de ellas pero no tengo a quién dárselas.

Te devuelvo, pues en esta vida corta, sobre todo, "la lágrima que corre", "la mirada que acaricia", todo, todo, porque llevas razón, "es lo que da sentido a la vida."

No dejes que se empobreza la mía tanto, tanto, tú lo sabes por qué. No lo puedo evitar, Ana.

Un beso emocionado