jueves, 31 de enero de 2008

A degüello


Por Tristao

Alcalá de Henares es una localidad de tipo medio, así en cuanto a superficie como a población, con Universidad de rancio abolengo y que no para lejos der Madrid. Y el día de San Antón –consagrado a los animales, a los que se tilda de seres inferiores, amaneció en duelo por consecuencia de un suceso sangriento.

En una calle del extrarradio, con bloques de vivienda de hormigón desperdigados entre gasolineras y desmontes y en un pisito modesto, vivía una familia compuesta de Yolanda (Yoli), de 44 años, separada, un músico cubano de 33 y el hijo menor de aquella, de una unión anterior: Andrés, de 11 años. A decir de los vecinos, era una familia normal, sin hacer bulla, sin que se oyeran altercados –sólo música salsera, ni dar qué hablar. Y a la tarde de San Antón, vuelto el niño del Colegio recién y a consecuencia de una disputa –al parecer una escena de celos, murieron los dos, madre e hijo, a manos del cubano, acuchillada ella, estrangulado el menor cuando empezaba a mostrar el fruto en flor.

Qué vapores negros subirían a la cabeza del cubano, para obnubilarle el entendimiento y hacerle perder el juicio hasta el extremo de convertirlo en una bestia sanguinaria. Yolanda había concebido dos hijos de su primera pareja –ésta era la número 3, el mayor de 22, que habitaba independiente puerta con puerta. Ni a éste, ni a Andrés les gustaba el novio cubano de su madre. Porque ellos comprenden como lógico la temporalidad de la convivencia, que se rompa el vínculo y que, como todo, toque su fin –lo de “hasta que la muerte nos separe” sólo lo predican los que de eso “no gastan”, se emparejan a salta la mata, indiferenciadamente y en la más absoluta impunidad, y se encierran luego en su celda, limpios de polvo y paja y caiga quien caiga. Lo que digieren peor los hijos es “el amiguito de turno de la mamá”, con el que se ven forzados a convivir o a sufrir sus ínfulas de padre de cartón piedra –por si no hubieran tenido bastante y de sobra con uno.

La emancipación de la mujer ha llegado ya a colmo; ahora es el turno del niño, al que hay que dejar en paz que viva su vida -que derecho tiene; y si se le protege su facultad de decir “no”, igualmente habría que reconocerle su derecho a decir "sí", sin limitaciones al calendario; que llega pronto el momento en que no necesitan de tutela alguna: el que precisa es el tutor.

La pareja de marras era morganática, ni ya por la diferencia racial y cultural –que no es manca, sino por el tajo sin fondo de la edad. Que la mujer se resista a asumir su menopausia, vale; pero que no se la haga pagar a la prole, llevándose a casa a un individuo once años menor que ella, con nutrida hoja de antecedentes penales por agresión sexual. Porque parece fundado presumir que fue la decidida reacción en defensa de su madre, la que hizo que Andresín terminara sus días en su primera floración, como una paloma en degüello que se comen las alimañas en un cantero del parque. Leo que al cubano el niño le venía sobrando y que la madre iba a echarlo de casa. Ya lo hizo.

Y me vengo a lamentar ahora de la suerte negra del chaval sin pleno convencimiento, que deplorar un solo hecho real es blasfemar del Universo, que sólo muere joven aquel a quien ama un dios. Me pregunto qué quedará de él, por dónde anda, si habrá pasado a la indiferencia, a confundirse con el magma, a la espera intemporal de asumir de nuevo el yo, con más fortuna esta vez. ¡Oh Dios! –si es que hay Dios: así quisiera que fuera. Preguntas éstas lastimeras que quedan sin respuesta.

Despierta la ciudad. Hasta la cama me llega el trajín del tráfico mañanero, la algarabía de pájaros moribundos que es mi música interior, mi pena. Que yo andaba altivo y desdeñoso y éste revés del final de Andrés me tiene humilde.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ella no fue, entre todas, la más bella,
pero me dio el amor más hondo y largo.
Otras me amaron más; y, sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.
Acaso fue porque la amé de lejos,
como una estrella desde mi ventana...
Y la estrella que brilla más lejana
nos parece que tiene más reflejos
Tuve su amor como una cosa ajena
como una playa cada vez más sola,
que únicamente guarda de la ola
una humedad de sal sobre la arena
Ella estuvo en mis brazos sin ser mía,
como el agua en cántaro sediento,
como un perfume que se fue en el viento
y que vuelve en el viento todavía
Me penetró su sed insatisfecha
como un arado sobre llanura,
abriendo en su fugaz desgarradura
la esperanza feliz de la cosecha.

Ella fue lo cercano en lo remoto,
pero llenaba todo lo vacío,
como el viento en las velas del navío,
como la luz en el espejo roto.

Por eso aún pienso en la mujer aquella,
la que me dio el amor más hondo y largo...
Nunca fue mía. No era la más bella.
Otras me amaron más... Y, sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.

José Ángel Buesa
Leo y pienso que, todo es nuevo.
En mi pensamiento estas sediento.
Ana