lunes, 4 de febrero de 2008

No quiero que pase definitivamente todo


Antes de irse para siempre Ángel González ha dejado escritos un conjunto de poemas que será su libro póstumo, su legado, y he leído tres de ellos, rescatados de un periódico de ayer.
Dice con la solemnidad que le caracteriza que “no hay prisa”:

“Deja que pasen estos años, /son pocos ya, sé paciente y espera/ con la seguridad de que con ellos/ habrá pasado/ definitivamente todo.”

Preferí ser muchas veces impaciente, me lo echaban en cara, pero ahora quiero volverlo a ser porque habla González de una seguridad, peligrosa y paciente en la que luego “habrá pasado/ definitivamente todo.”

Pues no quiero que pase lo más mínimo, quiero hacer nuevamente mía mi impaciencia, recuperar si es preciso cosas olvidadas adrede, señales que al recordarlas me devuelven al sitio donde se llora también adrede.

Es curioso, hasta un pequeño mecanismo del que hablé una vez entre estas líneas por su origen –un obsequio con origen no lo tiene todo el mundo; por su uso después, una música que me llegaba cada noche, sin escogerla, obsequiada también, me impulsaba muchas veces a intentar sacar ventaja hasta al amor.

He pasado muchos días como quién ha llorado entiende, que ni la música me acompañaba en mi caída: “Y me vuelvo a caer desde mí mismo/ al vacío, a la nada.” De nuevo Ángel González.

Pero como quiero que no pase definitivamente todo, he disfrazado los enseres más queridos, el entrañable obsequio con origen lo he puesto otra vez en marcha, a otra hora, como si así fuera una manera distinta de oír música, lo utilizo muy de mañana, -al contratio que antes para vencer el insomnio de las madrugadas, para suprimir la más mínima posibilidad de que vaya a cumplirse esa ausencia de prisa del poeta, esa paciencia, esa espera. Mi iPod me devuelve precisamente la paciencia, me acompaña en la espera.

Porque me resisto, cuesta hacerlo, piensas en tu escaso valor cuando entregabas tu completo territorio, tu tristeza, tu soledad que creías te entendían y te la quitaban, la sucesión con interés de las noches y los días, la manera de esperar propia e impaciente. Detrás estaba la esencial e inevitable lentitud que ya tiene la vida, mi pretexto cada vez que me necesitaban. Que no era suficientemente cierto, pues se pudo terminar y dejarlo estar en un simple recuerdo.

Pero yo con mi actitud, despertada en los versos del poeta, he tomado la decisión de que antes que pase definitivamente todo y nadie pregunte ya qué tal te va la cosa, aún me queda quizá en los ojos, como prendida, la alegría que puede todavía aportarme cualquiera, la ilusión, la caricia a un hombre que fue capaz de darlo también “definitivamente todo”.

Es curioso, me vino sin esperarlo esta mañana, casi como una forma de comenzar el camino de recuperar ilusiones perdidas, un encuentro con el papel por en medio, -dinA4 verdad, me dijo ella y un capricho en forma de Faber Castell, un capricho por volver a verla. .

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay cosas personales que podemos detener......El tiempo,no....
El tiempo no fluye en mí, se estira y estira. Ahora estoy en momento de descanso y mi tiempo se diluye en el vacío. Luego tendré que ir al trabajo y dejaré de pensar en esto, las funciones del trabajo tendrán ocupada mi mente, ya no me sentiré como ahora, pero volverá el tiempo de descanso, y volveré a hacerme la misma pregunta, "¿qué hacer?" Entonces me engañaré a mí misma y me diré: voy a ocupar mi mente con algunos entretenimientos, voy a divertirme, voy a apartar este vacío de mí. Y así lo hago, busco entretenerme, y busco rodearme de gente, mi mente se distrae por unos instantes, río, siento y me dejo llevar.
No dejes pasar este intento,Fran.
Te aprecia.
Ana

Fran dijo...

Ya lo hago, Ana, la gente es alimento para mí, sobre todo ahora con el calzado ya gastado y el silencio y el descanso sin dejar de hacer el mismo hueco que no llenaré jamás. Jamás.

Gracias siempre