jueves, 10 de mayo de 2007

Las misma cercanía

Te fuiste unos momentos de mi lado, como si hubieras cogido un tren diferente de la vida, quizá yo mismo fui el causante indicándotelo como un guía desorientado o demasiado hambriento. Quise enseguida rectificar con las palabras cuando lo nuestro no tiene nada que ver con el lenguaje, usamos códigos diferentes que no entiende la gente. Pero no hizo falta, fue tal la lluvia de necesidades que sentimos, que te noté de nuevo de inmediato a mi lado, nunca dejaste de estarlo porque hay magias que no se pueden dividir nunca en dos pedazos.

Alcé la mano para saludarte en la fascinación que habíamos creado y observé que esa mano me saludaba a mí mismo, era la misma de devolverla por las noches –tres líneas escuetas y un teclado al que le he enseñado teclear casi en silencio-.

Esos momentos fuera de mi lado no me quedaba ni memoria para recordar mi nombre, te llamaba por señas, señas decididas para mantener algo similar a la tersura de una cama bien hecha. Volví a emplear mi pequeña mecánica, la ira de la melancolía, la imaginación despedazada, el ensueño de volver a hacer, nada especial, lo mismo de todos los días: un gesto en las mañanas prolongadas, unas palabras sueltas en las tardes y el intento del canal del sueño cuando no teníamos todavía sueño.

Te diste cuenta: empezamos a repetir, idénticos gestos, maneras, insistencias, un lenguaje travieso y generoso, el instinto de los pasos cortos, tus mareos, ese empeño en callártelos, todo, todo de nuevo. Llevamos una liturgia aprendida demasiado tiempo, con un prestigio a cuestas que no puede quitárnoslo nadie, un poderío como fragmentos de la vida dispuestos a nuestro antojo, apartados, out, pero vivos cuando viene el regocijo, sin señales especiales de compañías imposibles, con veracidades a oscuras muchas veces que suenan a mentiras ajenas, da lo mismo para mantenerse algo vivos en el mismo camino.

Ves, hoy estoy escribiendo como si fuera un relato: una partida en un tren diferente, unas voces, un reencuentro casi al instante, porque ahí el tiempo ha jugado su mejor pasada, la brevedad de eso que se llama el instante, la cortedad insoportable de volver a tener los hechos ciertos que teníamos, cómodos, conformes casi inmediatamente. Ves, estoy como escribiendo una historia que no tiene historia, nada que contar y nada que ocultar, nada que entender. Nunca fue mi oficio contar historias inventadas, recuerdos de la vida que no tuve, sitios y maneras de andar por caminos que nunca anduve. Tengo ya el hilo corto, y siempre cuento el mío, rebobino y vuelvo a tenerlo cada vez, cada mañana.

Pues terminamos el relato sin tener ni relato, momentos diferentes, breves, duros eso sí, pero la tranquilidad de saber volver al sitio nuestro, sin tener que darse explicaciones porque hace tiempo lo que se podía explicar ya nos lo explicamos. Hace tiempo que nunca separamos los raíles de la vida, por eso no supimos, nos lo gritamos, para nada, como hace la gente verdadera de sentimientos verdaderos, para poder recuperarlos luego.

No había relato, tan siquiera, como un niño lleno de un alma de la que nunca tiene bastante, una forma de pedirlo diferente y de nuevo en el mismo camino que es difícil, dolores que sin embargo al final siempre aportan algo de equilibrio, inestabilidades aparentes, el poder engañoso de violentar las distancias y al final la misma cercanía, sin pensar que el carácter no es una forma de destino, si no por el contrario, protegerse, cada vez y cada día de la misma manera, con la misma moral, con idéntica cultura.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Nuestro tren siempre es el mismo, solo que a veces tomamos un vagón diferente. Pero nuestros gestos, el conocimiento de cada uno en relación al otro es suficiente para saber que aún en instantes especiales seguimos siendo lo que somos... un tren de vivencias, de ilusiones un tren compartido de esperanas y cariño.

Tu texto es precioso, pero no por el lenguaje, que es insuperable, sino por todo el sentimiento que describe.

Gracias, tú sabes porqué.

Fran dijo...

No podemos negar que compartimos un tren ya muy cargado de vivencias, y su apertura y su final siempre es el mismo, el cariño, la identidad en el respeto, el apoyo, el gesto adulto aunque el mío sea a veces tan de niño.

Acertaste en la respuesta: he puesto todo el sentimiento que tenía. Aún me resta.