martes, 15 de mayo de 2007

Alumno de ella



Hoy me convendría no hablar de mí mismo, prefiero dejar todos mis tonos sueltos y hablar del mundo ajeno, de alguien que me lo enseña a ratos cumpliendo a secas la altísima responsabilidad de vivir.

No es suficiente una cultivada capacidad de lucha y mantenimiento, quiero ser becario de una enseñanza más difícil, más comprometida: llegar con el mejor maquillaje, los atuendos más dispuestos a donde sólo espera, nada menos que capacidades para seguir viviendo, sin preguntarse qué dejo en el camino, porque me puedo quedar entre medio de ése mismo camino, y sin embargo hasta el mundo para esa prodigiosa enseñante de la vida, le parece bien hecho.

Es íntima, difícil de conocer, espontánea, ajena a intimidades que no sirven ni a los íntimos pero invitada ideal para cualquier intercambio. Desprende autoridad, gracia y belleza, es una madrina de masas en la individualidad, una estrella del espectáculo personal para poder acercarse luego a ella. Invencible para no darse nunca por vencida porque el vencimiento siempre es aplazamiento, pura estirpe celta, con la misma tradición gallega del autor del Quijote.

Aparece cada vez como con una pintura nueva sobre pintura ya corrida, ésa la deja para espectadores lejanos que no supieron acercarse ni llamarla por su nombre, puro de luz, iluminada. Ocurre, si por el contrario sientes la cercanía cerca sin medir las distancias que pueden producir esos instantes únicos de los ojos en los ojos, que es la plenitud de la mirada, entonces eso también forma parte como una doctrina de la vida que predica y practica responsable de seguir viviendo.

Jamás leí una línea de ella desarmada, siempre tuvieron ida y vuelta por el rigor de su enseñanza, entra y sale escribiendo, breve, rotunda, una palabra suya suelta viene nada menos de sus posibilidades con contabilidad de sueños en ese escenario personal, duro, implacable. Parece que ya lo dejó atrás para siempre, que fue tal su fortaleza, que tiene tanta resistencia que ya no tiene escenas áridas, nunca supo contarlas pero sí, sin explicarlas, esquivar cualquier miedo absurdo que tenemos los demás.

Dificultades para qué os quiero, dadme fuerzas, devolverme el porqué sois dificultades -parece decirle cada vez con su lenguaje propio, a todas sus posibilidades- como un aburrimiento hambriento para poder seguir viviendo. Así le planta cara a la vida, hace cuando te lo cuenta que cada emoción tenga el soporte de ser la primera emoción, recupera cada vez la primera vez, y eso nadie lo hacemos, nadie sabemos hacerlo, preferimos inventarnos otras veces.

Por eso quiero ser alumno de ella, desnudo, emocionado y medio perdido en la selva de las emociones. Quiero que me enseñe a dejar impagadas las facturas elevadas de los malos recuerdos a mi nombre; la estrategia de sonreírle siempre a cualquier cosa; quiero una beca de aprendizaje en los lugares extensos e insistentes de las enfermedades que no las curan los años, las hacen impertinentes. Quiero su capacidad de ser capaz, no sé, de lo que venga, de las cosas que se acercan para hacernos daño porque enseña la prodigiosa manera de no tener que alejarse.

Quiero y necesito su insistencia en el aprendizaje de la vida porque uno tiene que vivir más de cien años. Me he acicalado para esperarlos por encima de cualquier circunstancia. Tengo siempre todo listo: ese mundo de afectos en un rincón tranquilo, fijándome siempre en el amor aunque sea en los anuncios, en el amor sobre todo a la vida por la altísima responsabilidad que tenemos de estar vivos.

Si alguien se da por aludido por lo que digo, que lo haga, que se de por aludido.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustaría ser la maestra de ese alumno aventajado que es capaz de mirarla con esa veneración casi infantil pero entregado como un amante sumiso.

Déjame sentirme aludida, porque en este caso es el educando el que aventaja al educando.

Déjame sentirme la protagonista de este relativo tuyo, lleno de vida.

Desde mi rincón te abrazo en la vida.

Fran dijo...

Porque eres esa maestra he sido capaz de escribir esas líneas. Llevo ya suficiente tiempo aprendiendo.

Te debes, pues, sentir aludida. Eres tú ese escenario de capacidades al que miro.

Llevas razón, vida no me falta, siempre tuve fuerzas, pero te debo una seguridad y una admiración.

Abracémemnos a la vida.