martes, 1 de mayo de 2007

El significado del abrazo
















El abrazo puede ser la búsqueda de una seducción o su culminación, una presencia que no se la convoca, como tampoco a una emoción, y viene, por el contrario, cuando uno menos se lo espera. O la respuesta que estamos siempre condenados a buscar, una iniciación, un término. Hasta cabe la imaginación de pedir ese abrazo y que la respuesta sea, hace ya tiempo que te tengo abrazado.
Tiene una elegancia y un rito del que carece el beso, una profundidad, una duración, un acoplamiento de los cuerpos necesario y exigente. Prefiero que me abracen a que me besen por la entrega que supone, por la comodidad, como quedarse sin vestidos, como si no lleváramos nada, solo el tacto, la postura, casi el hábito en forma de maestría.

Los besos tienen la forma inquieta de las palabras, los abrazos la serenidad y la seguridad de dejar siempre alguno pendiente. Su prestigio no depende ni de su duración ni del contacto. Tienen tanta hegemonía que permiten la única posibilidad de dormir desnudo, para hacerlo solo necesitas que alguien te abrace en un acomodo carnal de lo más confortable.

Si necesito el amor siempre como ser humano, me hace falta el abrazo, ancho, agradable con la presión precisa que necesita cada cuerpo. En mi petición de amor alguien me explicaba una manera de vencer el dolor: suspirando y abrazándose. De esa manera rompe uno el revés del dolor, le queda la desmemoria de la memoria, el territorio prestado de notarse en las miradas; el crecimiento de una madurez joven, la experiencia que se te escurre a veces sino te la soporta nadie, nadie con quien abrazarte.

Quiero cada día mi mejor y mi último amor, no he cambiado, ni cambiaré y me permiten la tozudez. Viviré de esas imágenes como las de los rostros que retoco cada tarde con los filtros gausianos que tienen la delicadeza de evitarme la noche. Vivo y vine para con ese invento que proporciona la vida del abrazo superar los años ya pasados y los que faltan; para abrazado apreciar el peso, el sudor y la edad de la persona abrazada. Me quedo en este andén de escritos míos para contar las cosas cómo las siento: o una aparición recién llegada o la plena historia de uno súbita y profunda.

Seré siempre así, a veces superándolo todo, otras fundido en un sollozo porque uno es mucho más hombre cuando llora cierto, seguro, inconsolable, sin que le puedan quitar ya el motivo. Luego tiene que venir el suspiro, el abrazo con un significado deslumbrante, abrumador. Ése es el término: o abrumas y deslumbras abrazando o deja los brazos sueltos porque no pueden servirle a nadie.

En cualquier novela de esa literatura inabarcable que quiero abarcar un día, en ese aprendizaje que jamás daré por concluido hay abrazos que arrebatan las caderas de una hembra; que traspasan el tabique de una lujuria bien ganada; hay una somnolencia de animales satisfechos; una forma de quemar todas las mentiras de la vida y convertirlas en deseo. En el abrazo hay un lenguaje de la piel cuando la piel se entrega, un intencionado cautiverio vulnerable, como una especie de llegada a la última parada.

-¿No me abrazas?
-Hace tiempo que te tengo abrazado.

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