martes, 1 de mayo de 2007

La energía de mi casa


Siento como muy ciertas las palabras de Natividad Preciado cuando dice en su última novela, “sé que las casas conservan la energía de sus habitantes”. Mi casa, no es solo una propiedad, es un poderío, quizá porque me devuelve en bien estar las horas y las cosas que le dedico todavía. Hay un ocio muy importante apoyado en sus paredes, una comodidad, un sitio para cada cosa, todas sus puertas abiertas para que sus más de 200 metros parezcan aún más, para que nada los limite.

Mi casa ha vivido conmigo amarguras y tiempos lentos, siempre en ella procuré que sus habitantes tuvieran sus espacios, huecos propios donde vivir para luego compartirlos, y ahora que tan solo dos personas la ocupamos habitualmente no nos sobra sitio, ni nos falta, nos aporta las seguridad que no tenemos fuera, nos da una riqueza a nuestras actitudes y un lugar incomparable en el más lujoso espacio de este mundo.

Ya es nuestro viaje, una madurez reforzada, sitios donde apoyarse cuando mis pasos me fallan, una seguridad para el final que lo notas lejos cuando no debe estar demasiado. Para que en sus peores horas que son las que me trae la noche, tenga frente a ellas una defensa. Esa posesión y esa seguridad son una especie de codicia sana, una indudable preferencia. El mundo ya me ha enseñado en ciudades y pueblos parte de lo que podía ver y aprender, mi casa me va a permitir vivir lo que me queda por vivir, leer los libros pendientes, cambiarlos de sitio, ordenar su desorden.

Si fuera capaz de contar unas cuantas cosas de las que he vivido en esta casa estarían felizmente juntos mis recuerdos de la infancia ajena, ese momento de despedida en que te adjudica la vida el derecho a la soledad bien ordenada; contaría los actuales respetos de una convivencia prolongada por las calidades de quienes convivimos; los sitios propios intransferibles, documentos, libros, recuerdos, papeles sueltos, paredes mal pintadas porque las despintó la vida y sobre todo una comodidad inagotablemente hermosa que no soy capaz de encontrar vaya donde vaya.

Mi fortuna es mi casa, mi vida es mi casa, mi memoria es mi casa, el pasado y el futuro que me quede es mi casa. No hay remedio, pero lo acepto satisfecho como si estuviera todo aún por decidir cuando quedan tan pocas cosas ya. Mi casa son solo ya dos personas y qué placer se pueden dar casi sin querer con un mero ejercicio difícil pero muy bien pagado como si la convivencia fuera copular con una necesidad más amplia que la puramente física.

Hay una liturgia y una necesidad en esa convivencia si se llega a ella pero hace falta el apoyo espeso de las paredes de la casa, ir cubriendo así las necesidades del día y en una casa amplia y querida el deseo es siempre una búsqueda, un ángulo en el pasillo al que quisimos por primera vez y seguimos queriendo. Hay una necesidad de envejecer con la casa para envejecer menos o quizá más despacio. El proceso no se puede evitar, es como si quisiera que no se hiciera de noche, que no se me terminara el libro que estoy leyendo. O evitar también que mi difícil andadura sea cada vez más difícil.

Los males y los bienes que me quedan los voy a compartir en el sitio más hermoso que fui un día capaz de visitar y todavía puedo conservar: mi casa. Para que me de esa energía que me va quitando la vida. Es aunque pueda parecer lo contrario mi espacio libre, atractivo, que me permite todavía como alguien me pedía, seguir cultivando mi ocio más cultivado, la lectura y desde allí seguir sugiriendo libros que luego quizá no lea nadie.

Le debía este homenaje a mi casa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Entiendo tu homenaje. La casa es una prolongación de nosotros mismos, no es la casa, es el hogar. Por eso necesitamos volver siempre a ella cuando la hemos dejado. Ella guarda nuestra intimidad. Sin ella somos como los guerreros sin armadura, indenfensos a la intemperie y listos para ser atacados y derribados.

La casa nos hace fuertes, es la raiz que sostiene el árbol.

Por ello entiendo el sentimiento que tienes cuando hablas de tu casa.

Fran dijo...

Ese simil de los guerreros sin armadura me lo quedo, es muy válido.

Yo me siento mejor que nunca en esa raiz donde construí mi vida, donde sigo viviendo, donde dejaré los últimos vestigios y la última intimidad: en mi casa.

Un beso casero