sábado, 1 de noviembre de 2008

Le he contestado, elige tú el sitio, yo prefiero en la boca.


Tenía que solucionar la resistencia de los recientes recuerdos para que ya no fueran recuerdos. Elegí primero esa especie de hogar que no se encuentra en el espacio sino en las personas, en la manera de estar dentro. Me compré en mi librería, desde mi estante de reserva propia, “Los objetos nos llaman” de Juan José Millás. Dice que son relatos como “cerillas viejas que iluminan habitaciones antiguas”, como un café inolvidable, ya os diré.

Lo que me urge contaros fue mi encuentro con ella, ya ni me acuerdo ni de su ropa sobre ropa porque nunca pierdo la intención de desnudarla, pero sí me queda el último contacto, no sé si al devolverme el cambio porque pienso que no había cambio. Nos dimos ambos el mismo pago: la mano sobre el mostrador, los dedos traviesamente entrecruzados, ambos pusimos codicia y buenos modales, media cuarta de mano en la otra media, hubo como una especie de fervor en la caricia mientras nos mirábamos.

Enamórate más de mí, le dije, porque yo ya cumplí la parte propia, pongo cada vez al verte toda la parsimonia, me he aprendido tu cintura suave y tu pecho vibrante. Te toca a ti convertir cada roce en un ineludible proyecto de quererme, ofréceme tu pelo recogido como una invitación en la nuca incitando tus labios abiertos y tus ojos cerrados.

De eso hablamos, descarados y tiernos, me pareció que duró mucho tiempo la mano sobre su mano, fue todo un comportamiento, exquisito, lleno de cultura y entre las palabras algún atisbo de las del sexo. Qué comedia en la tienda, sin nadie cerca, notándonos mejor, comunicándonos como una terrible coincidencia: yo comprando un libro, perturbado esta vez más por la mujer que por el libro.

Tendré además que contaros cómo terminé la mañana: ella ejerce su profesión en una clínica lujosa. Mis visitas son largas, ambos las prolongamos adrede. Existe la comunicación de treinta años entre medio, eso crea un perfil que hace del hombre para la mujer como una aparición recién llegada, plena de historia, súbita, profunda, milagrosa. Treinta años no son nada para ella si sabes ponerle tu piel cerca, tus mejores maneras educadas y tiernas hasta hacerla vulnerable, cargada de talento y de desidia.

Terminamos cada vez, cada encuentro con unos besos de despedida junto a la puerta. Ayer no podía ser, había gente fuera y me dijo, nos besamos aquí, a lo que yo le contesté equivocando la intención, elige tú el sitio, yo prefiero en la boca.

La abracé de tal manera que tuvo que preguntarme, ¿te quedan fuerzas para hacerlo de nuevo? Claro que sí, le respondí, esta vez será más fácil. Juntamos el abrazo y el beso, casi sin utilizar las manos, sin pizca de oposición. La abracé y la besé con esos besos adherentes en que uno espera que precisamente se adhiera la ternura. Le enseñé cómo se deben abrazar y besar los desconocidos: que la boca del hombre parezca tener siempre pendiente algo que llevarse a su boca, el cielo del paladar de ella, los pezones claros, transparentes, con urgencia, como una garantía de placer no pactado.

Le dejé mi confianza, mi amistad, la saliva todavía joven y permanente de mis labios, la manera de terminar un beso para que vuelva a repetirse; la profundidad de mi boca, hasta imaginarme siempre hablándole, como una vida en caída libre que ella supo detener preguntándome ¿dónde nos besamos de nuevo?, aturdida de ganas, sin saber bien el sitio y la boca entre abierta.

Ya he cumplido mi pacto: las razones son esas, del beso, tener que preguntar el sitio y la boca mejor dispuesta. Y lo que sea el abrazo,-antes o luego, porque a la vez tiene demasiado fuego- que nada se oponga, que lo sostenga la lujuria y el deseo.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé cómo lo haces admirado Fran pero tus palabras siempre sueltas y soñantes invitan a la mirada, a la mano que acompaña siempre la mano en cada instante de la vida, ¿cómo haces Fran, para enamorar al lector?, Dímelo, prometo guardarte el secreto.
Un hombre y una mujer son más que dos entre las manos, No sé cómo lo haces admirado Fran pero tus palabras siempre sueltas y soñantes invitan a la mirada, a la mano que acompaña siempre la mano en cada instante de la vida, ¿cómo haces Fran, para enamorar al lector?, Dímelo, prometo guardarte el secreto.
Un hombre y una mujer son más que dos entre las manos.No sé cómo lo haces admirado Fran pero tus palabras siempre sueltas y soñantes invitan a la mirada, a la mano que acompaña siempre la mano en cada instante de la vida, ¿cómo haces Fran, para enamorar al lector?, Dímelo, prometo guardarte el secreto.
Un hombre y una mujer son más que dos entre las manos, entre la sensualidad, entre el erotismo, es lo que engalana el recuerdo que favorece la sonrisa.

Siempre encandilada y rendida ante tú pluma,

María

Anónimo dijo...

Caray, intensa mañana, sería injusto que esa persona que le atiende, que le aprecia y que le proporciona con agrado todos esos libros que vos compra, no lea este texto lleno de fantasías y bello como la mejor poesía, yo diría casi poesía pura como vos habrá podido comprobar, no son muchos mis conocimientos literarios y he de cuidar mis respuesta, aun así, yo se lo haría llegar y ella le regalaría una sonrisa y lo felicitaría, yo al menos, no dudaría en hacerlo.
Y hablando de felicitar, le dejo mis más sinceras y mi cariño.

Un besote con su permiso
Ley.

Fran dijo...

María, porque soy un ser enamorado y quisiera que fuera cierto eso que dices que enamorara al lector -mejor lectora- y a la mujer amiga, querida, acariciada en la vida.

Sí, un hombre y una mujer son más que dos entre las manos, es cierto, pero cuando tuve casi entrelazados mis dedos con los ella -con un libro de testigo- pensé simplemente que era una mujer y yo un hombre con toda la importancia que eso supone.

Y la belleza que tienen siempre mis palabras, dices que rendida ante mi pluma, pues recuerda que me rendiste ante tu belleza.

Tu querido Fran

Fran dijo...

Me lee muchas veces, Ley, porque entre ambos están entreladas las manos y a la vez los libros.

Nunca fui poeta, eso es generosidad tuya el decirlo y tus conocimientos a mí me valen.

Besos siempre autorizados.

Anónimo dijo...

¡Bonita mañana, Fran!
Y bonitas palabras, como siempre.
Gracias por ellas.
Un abrazo

J.María

Anónimo dijo...

Esos encuentros, los q te dan la luz, los q sin querer compartes un instante, dando paso a entrelazar los dedos,con la amiga, con la amada del personaje, sin tregua,intentando despojarla de sus pensamientos.
Q pensarà ella?.
Tu lugar siempre serà de amante, junto con los libros.
Besos maria dolores.

Fran dijo...

Sí, J.Maria, fue bonita la mañana y la necesita mi espíritu y mi tacto.

Besos de Fran

Fran dijo...

Muy bien los calificas, María Dolores, "encuentros sin tregua". Y una vez entrelazados, ya no sé lo que pensará ella, sólo yo que necesitaba esos dedos.