lunes, 10 de noviembre de 2008

Mi libido, mi llanto desordenado y propio


La entropía de todas mis historias es eso, su envejecimiento o una medida de desorden. Del cuarto al salón o al sillón de leer, de los nervios a la calma como una especie de admitida decisión a una forma de ser que ya traía puesta. Y me vienen ahora de golpe historias, a la memoria, al pasado que no quiero, cuando dejaba que se hiciera más de noche para salir de casa buscando siempre la posibilidad del milagro nocturno, de ése, en el que no creo ahora en absoluto.

Salía con ropa fácil de entender -venga, os cuento- y si ahora tengo un taller de escritura, un escritorio desvergonzado y público, entonces tuve un rincón de lectura donde acudieron escritores con escritura ya estampada, cuyos libros estaban sobre mis mesas de ofrecimiento al público. Pero luego, cuando había conseguido al fin que la madrugada fuera más madrugada, aquellas figuras del teatro, disfrazadas de personajes imposibles esperaban el amanecer, terminando allí la ginebra y el whisky bien ganado; me robaban cuatro libros mientras yo le rozaba a la primera ama de la compañía su postura más provocativa y la última mirada de sus ojos de diario, la borrachera y las sobriedades que debíamos tener ambos.

Yo que soy un hombre tan amante del orden, que recojo cada noche de una mesa de estancias prolongadas, los periódicos viejos, dos ceniceros llenos de colillas, los restos de una cena que cada uno se prepara lo mejor para que pueda ser cena, allí queda sólo mi regalo en condición de colmenero, ya que los libros que leo y que anoto, que subrayo, que destrozo un poco, me los llevo puestos a la cama para poder leerlos hasta el tiempo que quiera, hasta lo que me deje lo que luego será el mejor despertar que tenga un sueño. ¿No lo habéis probado? Pregúntale a tu libro dónde te habías quedado, al levantarte, qué le pasaba a ese personaje, que hablaba poco, que esperaba junto a ella hacia dónde más se puede huir.

Se me van acabando todos los imperativos de orden, ahora ya me viene el envejecimiento del desorden. Nada menos, -casi lo escribo en cursiva, con soltura y sin especial cuidado- me voy acostumbrando a esa entropía en forma de caída porque el ser humano se acostumbra a todo y nosotros a él y no nos damos cuenta de su deterioro, de sus acumulaciones menos queridas.

A todo me estoy acostumbrando, a todo me voy a acostumbrar pero voy a conservar un pedazo propio inmaterial pero muy apreciado, poder deciros aquí lo que yo quiero: acordarme de un abrazo tierno, volver cada mañana a ver si tengo suerte con los libros y entrelazar las manos con quién tiene que dármelos; si es verdad que la vida acaba siendo algo, aunque sea lo mismo dentro de lo mismo.

A lo mejor es cierto eso que le leía hace días a Millás, en frase de un espía de John Le Carré: “nosotros no vivimos la realidad, pero la visitamos”. Pues en esa visita donde la voy limpiando de recuerdos voy a seguir explicando mi reclamación y mi queja permanente: necesito el receptáculo que es cada mujer -porque para mí todas lo son- detrás de cada escrito, de cada contestación. Me voy a detener aquí mucho más de lo que pensáis, os pienso contar una historia cuando responda cada vez, desordenado pero con la belleza propia que me otorga el lenguaje inexpresable y expresivo al mismo tiempo.

Pretendo contagiaros de palabras, ya que los besos los tenemos aparcados -no malgastarlos con cualquiera, -guardarme un poco de ellos-. Mi poso, mi descanso, mi inmortalidad va a estar aquí porque todas las enfermedades que pueda tener mi ánimo -ya se lo leí un día a Paniker- son todo enfermedades del lenguaje.

Mi libido es este sitio, mi máximo deseo, mi llanto desordenado y propio del que nunca supo nadie. Aquí, mi librería abierta toda la noche, donde gozar con los versos de los otros ya que yo no pude ser poeta. Mi camino y mi estancia hasta donde la vida me lleve. Ese llanto que he dicho, porque llorar bien cuesta, como todo.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Vente te diría Fran querido, vente a mí lado donde no hay cansancio, donde sólo quede los mejores años, perdernos sentirnos enloquecer, soñar, mírame, ¿cómo estás?, esta noche quiero que me abraces fuertemente en tus brazos soñare que el amor es para siempre, que nos encuentra a los dos, que la penumbra es un rayo de luz, vivimos atrapados en un haz de recuerdos... y así te tengo, el tiempo acaba de empezar, el tiempo no termina. Está noche quiero más que me abraces fuertemente que el amor es para siempre. Y así te tengo, el tiempo no termina, todo es una historia feliz...es el amor.

Te abrazo,

María.

Fran dijo...

Espero, María, que esta noche te hayas sentido abrazada como tú maravillosamente cuentas. No notábamos el tiempo, es verdad, era una temporalidad inexistente, una especie de eternidad que nos habíamos inventado los dos.

Sigamos así, noche tras noche, hasta que no pueda evitar volverlo hacer realidad un día.

Ya estás abrazada

Anónimo dijo...

No soy partidaria de recordar, las alegrias, las tristezas o desencantos, el pasado no tiene valor, dejo un rastro, pero no un presente, es como bien dices querer recordar lo leido, donde dejamos esa pagina, cuando en realidad estamos deseando terminar el tecto, llegando al final de las inquietudes q desperto, con la ilousiòn de empezar otra historia otro encuentro, otro abrazo, con o sin besos, pero con la mente clara q es lo q deseamos en esos momentos.No quiero revivir inquietudes, es como la fuerza de nuestras vidas, solo deseo un estar, un querer disfrutar del momento.Los detalles y el orden pasan a otro sin saber el porq a un lugar en la cola ( recuerdo un dicho de mi suegro, todos estamos en la cola, pero no sabemos cuando nos tocarà) asi, q los apuntes q sean reales, de como mucho en la mesa de trabajo, si , al alcance de las manos, para ser acariciados con las letras, y tù bièn lo sabes hacer, las respuestas, las tomas como amantes y ellas te dan la felicidad q es esos momentos, cuando las lees,el brillo a los ojos y las palpitaciones de un corazòn aun lleno de amor.Deja q la vida siga, pero q el polvo no borre las huellas.
Besos maria dolores.
mañana màs.

Fran dijo...

Todo este escritorio, María Dolores, está lleno de un canto al presente, recordar unos instantes de otra época también merece un respeto propio, el que tú mismo le das al final cuando dices “que el polvo no borre las huellas”.

No puede ser más cántico al presente esa librería que quiero tener abierta toda la noche, sin malgastar la memoria porque igual que a los adolescentes les salvan los sueños, lo que quieren hacer, a nosotros lo hecho, la memoria, aunque la vida sea hoy, esté llena del hoy.

Gracias por reconocerme esa búsqueda en los ojos ajenos aunque no los vea, esa necesidad de ser amante porque se es o no se es. No hay más alternativa. Y yo lo intento ser en cada respuesta que leo y que contesto. Cuando toca soy hombre de gestos, de duración de una mirada, fíjate, y dejo atrás las palabras, ya no me hacen falta. Busco en esa permanente condición de amante a la mujer ancha, acogedora como un gran hogar.

Besos de Fran, hoy

Anónimo dijo...

Los milagros no existen, querido amigo pero sé la experiencia y es la culpable de ese espacio labrado donde caben todas esas historias, historias que debe usted dejarlas volar, nunca permita que le quiten el sueño.
Fran, debió ser bello e inolvidable ese rincón de lectura, ya esos rincones se perdieron pero nunca morirán en nuestro recuerdo, vida en sí, se convirtió en un circo y el disfraz, es casi obligatorio, no perdamos la función, mientras nos quede un soplo de aliento.
Que privilegio, nunca mejor dicho, ya me agradaría quedarme dormida con ese libro entre las manos, a veces es tan tarde y estoy tan rendida que no puedo conciliar el sueño, todo llegará, eso espero, disfrute de ese placer y no se olvide de compartir esos secretos que guardan.
Aun escribiendo sin especial cuidado, para nosotros será un placer leerle pero no abuse de esa experiencia y siga ese orden, ese empeño por ser el primero, no le costará, estoy segura.
Si podemos contribuir en que ese pedazo se conserve, lo haremos encantada, creo que lo material va perdiendo importancia con la edad y hemos de disfrutar, con todo aquello que llene nuestro espacio.
Estaremos encantada de escuchar esa reclamación, esa queja por que eso es un cúmulo de lo que aprendió en su camino.
Ojalá seamos contagiada de ese rico lenguaje, me alegra que se sienta bien en este, su rincón favorito y espero nos permita seguir disfrutando con usted.

Un beso con su permiso y mis felicitaciones
Ley.

Fran dijo...

Ni creo en los milagros ni los necesito, Ley, y mucho menos su posibilidad me quitará el sueño. Abrazado se sueña a gusto y soñando -como he xplicado- se abraza divinamente.

Quedarse dormido leyendo no es ningún privilegio. Está al alcance de cualquiera. Hay noches que lamentablemente, por culpa del cansancio, mi duración de lectura es breve, pero jamás, apago la luz directamente. Yo observo que en tiempos de espera, no veo a la gente con un libro en la mano. Es porque no le gusta leer, no porque no puede.

Mi desorden viene y vendrá más todavía, pero da lo mismo: la vida es algo poco exacta y se va desarreglando, antigua y pertinaz, como una especie de intemperie a la que estamos sometidos.

Gracias por tu respuesta y tu beso y tu felicitación. Lo devuelvo, desde este anden, de este privilegio.

Anónimo dijo...

¡Me encanta, Fran! Soy incapaz de añadir una palabra, pero me encanta este escritorio desvergonzado y público, al que vengo para ver cómo estalla tu deseo en cada escrito que nos dejas.

¡Me encanta, Fran! Quizá sea tu forma implacable de narrar el paso del tiempo sobre tus días.

¡Me encanta, Fran! ¿Seré adicta al olor de tus cigarros que casi me alcanza?


Gracias por tener abierto siempre.

Un beso
J.María

Fran dijo...

No tengo pudor, J.María, porque me he impuesto la obligación diaria de decir lo que siento.

El tiempo pasa a mi lado y tú también, ambos con ese olor del tabaco que hace que dure todo más.

Un beso de Fran

Anónimo dijo...

Muchas veces deseamos llorar y cuesta conseguirlo, porq ya el repasar esos instantes q dejaron un zurco en nuestro camino, ya no vale la pena recorrerlo, hasta las lagrimas se secaron,cuando intento dejarlo a margèn de mi vida, es un intento a despedazar los sentimientos, pero no hay otra forma de seguir viviendo,< la melancolia al llegar el silencio nos invade, y la noche es una gran aliada, para tropezar una y otra vez con lo q fuimos y dejamos de ser, como el q se quita la camisa ante el pijama, pensando q dejamos sobre el sillòn la envoltura de ese dolor q merma nuestras horas de silencio imposible de enterrar. No nos queda otra........ seguir en pie, sin ser posible dejar la cabeza sobre la mesilla de noche, para descansar.
Besos maria dolores.

Fran dijo...

Ay, amiga María Dolores, claro que cuesta llorar pero hay que intentarlo como sea, sobre todo cuando llega la noche que tú dices a la que he explicado muchas veces que le tengo terror. Sé que esto se me acabará un día por la noche, como diciéndome, a mañana ya no tienes derecho.

Y esa nostalgia, una vez nos despojamos de todo, guarda lo que ha quedado por repetir. Una vez -te cuento- con alguien entre mis brazos, me preguntó, ¿y tú cuando duermes? Y yo le respondí ya habrá tiempo para dormir después.

Esta tarde me hacían falta tus palabras...para después.

Bersos de Fran