miércoles, 3 de octubre de 2007

La memoria recurre

La memoria recurre cuando no tiene más remedio al presente recién ido o que es de otra manera. Hueles, piensas, aprovechas a veces la noche que sufres por motivos bien terrestres, los que aporta tu propio caminar, esa cojera que te empeñas en decir que no nota nadie, eres pátina vieja de saber hacerse viejo. La memoria que tiene mal prestigio hace falta a veces como una especie de tacto, propio y ajeno para tener calma, para recordar antigüedades bien recientes, que no sientas como un aviso de pérdida de confianza.

Pero con memoria o sin ella yo no quiero llegar a un derroche de melancolía sin cauce, sin lenguaje. El lenguaje me costó mucho tiempo aprenderlo, me parece que casi toda la vida, mucho esfuerzo saber lo que quería y poderlo decir luego. Con el lenguaje me perfumo cada día porque huele bien la ternura que aporta y tengo todavía muy tierna esa ternura. No la quiero perder o que sea tan solo una especie de piel para rogar los regresos.

Y me queda ternura porque la memoria me aporta cada día la forma de empeñarme en ángulos tan estrechos como es querer a alguien. Son amores de pieles, sin tocarse la piel, son amores ganados con los ojos cerrados muchas veces porque ya no me cabían tantas lágrimas, porque ya no me caben tantas lágrimas.

Pero como quien tiene que volver al trabajo de nuevo, vuelvo a recorrer las mismas calles: me avisa algún amigo que de un túnel sube un coche por la rampa, deprisa, que no avisa, debe ser un amigo que tampoco se ha dado cuenta de mi oculta cojera; yo lo espero, llega el coche a la superficie, tiene suficiente luz de nuevo y pisa un acelerador que le llevará pronto a cualquier parte. Vuelvo a estar en los sitios donde tengo la sonrisa ganada cuando entro, hasta el roce apenas de una mano, un eco, un descubrimiento saber que hay quién me quiere.

Estoy trabajando de nuevo precisamente en el uso y disfrute del lenguaje: ese escritorio público testimonio de mi escritorio privado; un libro de versos de los que tardamos tantas veces en entender que ya los habíamos leído; una novela alegato político donde el padre de Blancanieves hace un cuento, escribe un largo cuento de cómo comportarse los individuos en la vida. A veces hasta, es curioso te cuenta que su abuela censuraba el acto, pero no la persona que lo había cometido, los separaba porque si no los separaba decía ya no quedaba confianza, el valor de rectificar, el aprendizaje, la manera de alargar la mano de nuevo .

Pero a la vez que estoy de nuevo trabajando, trabajando para tener otra vez trabajo me voy con más precisión dándome cuenta que quizá envejecer sea que se te vayan cerrado las carpetas sin que se abra ninguna nueva porque ya carecería totalmente de sentido. Y en ese trabajo ya con fecha de caducidad impresa te das cuenta lo que ocurre: no es que sea justo o injusto lo que ocurra, la razón es siempre inverosímil, tiene un precio muy caro que no debe pagar nadie porque nadie debería de tener nunca razón.

Esto avanza, lo malo es que esto avanza, me he de fijar con más detalle en los túneles oscuros de donde salen los coches, ver si aprendo por fin a caminar no tan despacio porque lo demás me gana el paso: el reparto del dolor en los cuerpos, el mañana que llevábamos dentro que se nos está haciendo pequeño y esas equivocaciones, nuestras, de los demás, de la propia vida ¡qué más da! Nunca debemos repetirlas ya porque me falta tiempo, no me queda casi espacio y lo que es más triste uno que ha malgastado la ilusión ajena que creó, es preciso que se invente cómo la vuelvan a anhelar de nuevo. Si quieren, tengo agotados los esfuerzos.

Pero con todos estos síntomas, con un presente al menos diferente, sigo sintiendo una sensación extraña con sabor antiguo pero con idéntico prestigio, el que traje, el que gasté por el camino. Era nada menos que algo demasiado importante en la vida de un hombre apenas un poco viejo, amigo indisoluble de la pasión y la ternura.

Me bastaría quizá, una mano de noche que me reinventaba a mi mismo el amor cada vez como un territorio escondido, un lenguaje que no voy a perder, la maquinaria de mi existencia, la misma, la misma que tenía. Eso no lo voy a perder, es como mi misma piel aunque no quiera nadie hacer uso de ella.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A dónde irán todas las palabras que nos guardamos?, todo lo que dejamos sin decir y siempre nos arrepentimos de no haber dicho... esos reproches y malos recuerdos q nos empeñamos en intentar olvidar pero q en los momentos de dolor y rabia aparecen tan claramente en nuestra mente... todas esas palabras son las q nos hacen sufrir, son el dolor de los recuerdos q se clavan en el corazón y hacen más dolorosa las heridas.
Precioso, escrito,siempre sincero y discreto en tus palabras.
Jamas envejeceras porque la palabra tiene puertas abiertas a la verdad y razón.
Mi cariño ANA

Fran dijo...

Pues junto con lo que hemos dicho y no debíamos haber dicho, Ana; junto con los recuerdos que no los puede mejorar ya la vida y quellos que nos hacen daño.

Todo es un conjunto en nuestro corazón, todo es una mezcla pero cada auno debe saber diferenciar donde estuvo precisamente la belleza.

Intento no envejecer, Ana, que el lenguaje me deje, mal vivir, pero a la vez testimonie una honesta condición de hombre bueno que jamás perdí aún en medio de las humanas equivocaciones.

Tu cariño me vale, no lo sabes, no lo sabes.

El mío se me nota demasiado siempre hacia todas las personas de bien que he conocido.