jueves, 18 de octubre de 2007

Necesito la gloria siempre


La gloria puede tenerla o sentirla uno o carecer de ella, traértela la vida o quitártela y volvértela a devolver. Yo necesito la gloria siempre, la pido, la demando porque hace que mi edad verdadera, deje de serlo y me convierta en ese alguien con sueños que todavía puede vivirlos.

La gloria a veces te la traen de gratis personas que tienen poderes, hasta dominios sobre uno, que aceptas y te enorgulleces. Tiene para mí de todo: ese café sin azúcar de la mañana que Chirbes le llama a la vida, ¡mira por donde!; una especie de empuje que me hace levantar los brazos cuando me los noto caídos, alguien con poder y autoridad, con una extraña mezcla de exigencia y dulzura que resulta ser quien me los levanta.

Además me imponen como un deber, una obligación de adulto todavía niño de mantener ese esfuerzo por la propia necesidad y satisfacción, un tono de mi cuerpo a través de la palabra en una edad difícil de substituir ya. Estar bien como si hubiera cavado cimientos para mi mejor construcción, artesano de mis propios sueños pero a diario, cada noche, como ese regalo con sabor a gloria regalado y persistente.

Con tiempo para pensar estos días pasados, he notado la vejez peor, todo lo notaba peyorativo, hasta las cosas: tiempo que se prolongaba, como de sobra, prestado, días que no venían demasiado a cuento; cansancio hasta en la sangre, escaso de palabras cuando ellas son siempre como tirantes que me sujetan.

Pero me retornó la gloria, palpando debajo de la sábana a ciegas de la vida y encontrando de nuevo su cintura. Una cintura de mujer puede ser la felicidad de la frecuencia, volver como decía a ser de tan maduro otra vez niño, la inquietud por apurar los segundos y que me vuelvan a parecer buenos, de nuevo interminables segundos de hermosura. A lo mejor los recuperaba de un rostro de mujer, de un pliegue interminable por el último beso dado, del poder de unas axilas que aportan nerviosismo, preámbulo de felicidad.

Toda esta gloria reventada entre las manos no necesita confirmación, he tenido de nuevo el valor de esa certeza, soy como un hombre que nunca hubiera visto una mujer y quisiera saberlo todo sobre ellas. Voy sabiendo, voy aprendiendo de su poder y su sabiduría, me siento desnudo como si eso hiciera falta para que me abrazaran, voy madurando hasta saber del todo lo que había detrás, ese instante cotidiano que lo tengo de nuevo regalado.

Vivir con todo esto, vivir de esa manera, autoexigente para mí mismo, generoso en lo ajeno es la necesidad más amplia que todavía siento. De nuevo, pues, mi pequeña mecánica de los libros abiertos, de los sueños con sueños, de las miradas furtivas a la belleza que responde al término belleza; otra vez de capa alta, en lugar de caída, tono de placer solitario, pero narrable; la soledad de mis habitaciones maduras donde hubo tanta historia que han hecho mi historia; todo lo mejor de mi memoria libre, soñadora y tierna porque no sé si pongo en su sitio las palabras, lo que estoy seguro es que siempre las pongo tiernas porque no quise aprenderme otras.

No sabía de joven que la memoria tardaría tanto tiempo en dejarme libre, que recobraría estos instantes faltos de decoro si es preciso pero hermosos y respetables, que lo iría recobrando poco a poco todo. A los jóvenes les salvan los sueños, a los viejos, la memoria. Ésta que me trajo de nuevo la gloria regalada y única como mi único equilibrio, ancha y agradable, acogedora como un gran hogar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Fran,cuando tengo días-como tu-donde la palabra se oculta y el silencio se viste de sentimientos,leo a este gran poeta italiano,Giacomo Leopardi.En mi juventud,me contagió su melancolía,pero siempre me ha ayudado a madurar ideas,sentimientos,a sentir paz en momentos de cansancio,a disfrutar de un café con sabor amargo,gozar los momentos bellos y desafiarse a si mismo ante las adversidades.
los tiempos no podemos conjugarlos sin la experiencia de entender que cada minuto que transcurre no volverá, es atraparlo intensamente, porque forma parte del tiempo que sabemos que ha quedado en el ayer.
llegando a una cierta madurez,es sentir que nuestro existir no fue vano y en la medida en que nos atrevamos a dar lo mejor de nosotros en cada momento, logremos manifestar la grandeza de nuestra alma para amar.
te dejo este bello pensamiento de mi poeta preferido.

«Los secretos del corazón humano
son a veces tan profundos
que no se pueden penetrar fácilmente;
por esta razón,
los mejores momentos de un amor
son aquellos en que te asalta
una serena y dulce melancolía;
cuando lloras
y no sabes por qué;
cuando reposadamente te resignas
ante una desventura sin saber cuál es;
cuando gozas con una nadería
y sonríes con menos todavía...»

En la ternura de tus palabras quiero descansar.
Ana

Fran dijo...

Desde luego tus respuestas, Ana, las tengo que leer con paciencia porque vienen siempre a hacerle compañía al hueco del sentimiento.

Se me escapa el tiempo y por eso necesito la gloria de cada momento, cuando no la tengo, he de buscarla y esperarla porque sé que me la darán. Ése es, indiscutiblemente, tiempo de madurez.

Gracias por el bellísimo poema de Leopardi, su melancolía, sus lagrimas, su desventura y luego su sonrisa.

Siempre dejo tras mis palabras la posibilidad de estar al lado, intento que a quien las lea le sirvan de descanso y descansar yo también con ellas.Nunca escribo nada que no me haga falta decirlo.

Un beso

Anónimo dijo...

Amigo, mi amigo:
Déjame seguir siendo este silencio
que se viste de risa en las mañanas,
cuando el sol, como un regalo luminoso y cálido
me derrite la vida de alegría.

Déjame que yo siga persiguiendo respuestas
y esculcando en mi alma
para hallar mis estrellas,
para saber cuánto de luna
o de lucero tengo
o si soy, simplemente,
una nada que sueña.

Déjame seguir siendo monacal y pequeña,
hermana de la hormiga,
amiga de los libros,
de las noches muy noches
y de mi misma dueña.

Déjame ser un poco triste,
un tanto extraña,
un mucho libre en mi bosque
de dudas y preguntas.

¿No ves que estoy creciendo,
mirándome por dentro,
buscándome en la calma?

No te asombres, amigo...
Mejor déjame seguir siendo
este silencio que se viste de risa en las mañanas.

Beatriz Rivera

Fran dijo...

El poema de esa gran poeta colombiana es impresionante.

Sólo cabe la respuesta de quedarme cada uno de sus versos ya que yo no conseguí ser nunca poeta.

Yo también donde estaban, sigo esperando respuestas.

Gracias

Un beso