sábado, 29 de septiembre de 2007

Dejar de tocarse

Cuando un hombre y una mujer dejan de tocarse con las manos, buscando el sitio, con la intención, con las palabras mismas, dejan de ser ese mundo tan sugerente que supone siempre el simple hecho de ser hombre y mujer de alguna manera unidos.

No es tan difícil, hasta puede consistir la rutina de las palabras dichas a medias o escuchadas apenas, puede ser un trámite mínimo de dejar de otorgarle el fervor que siempre debe llevar una caricia como si los dedos se detuvieran de repente y crearan un instante de espera muy distinto de cuando supone ¡quédate! y se quedan los dedos.

Es el privilegio y la obligación que tienen los cuerpos, su espectáculo conmovedor cediendo a su registro. Sin él se ha perdido un derecho sin contrato establecido desde los ojos hasta sentenciar un trazado personal entre dos personas. Los cuerpos crean a modo de citas clandestinas, poderes que vienen luego, resúmenes del mundo de cada persona, posibilidades de mejora cuando otros recursos han fallado o ni tan siquiera los tuvimos.

Los cuerpos deben hablar, hacen muchas veces daño pero son capaces de mejorar toda una vida, son zonas repartidas entre dos pieles y la piel siempre es exigente, quizá anticipe simplemente un silencio tras otro que viene luego que jamás debe producirse. Son formas siempre establecidas de deseo que un hombre y una mujer no deben perder jamás, nos es cuestión de cantidad, es que exista, que esté siempre presente.

Si dejan de tocarse se convierten en historias incompletas de amores y desamores donde éstos últimos tiene un papel destructivo y literario y digo literario porque está llena la literatura de saberse deseados fuera de toda costumbre, de todo principio en blanco para terminar el océano perdido como un personaje abierto a los fracasos.

Hace falta conservar la desnudez de desnudarse, complejo asunto, pero que nunca debe ser inútil; la palabra que haya que decir a tiempo; el interés por lo que no interesa, hasta la propia contradicción de las ideas, inválidas si uno lleva el proceso de la desnudez con rigor y sin opinión. Es preciso que sepa que me van a seguir tocando en cualquier momento o que yo pueda alargar el brazo y encontrar otro brazo, un reiterado rendimiento, una disposición inaudita, insultante, a acariciarse, a abrazarse, a hablar, a ver qué hacer con las palabras, a ver luego qué es es lo que pasa.

Sólo eso y nada menos que eso, a cambio de nada o de casi nada, balanzas de medición ninguna, rutas a seguir las que tracen las manos, los cuerpos abandonados, hasta casi viejos, un paisaje, un recorrido que nunca debe uno perder. La distinción de educarse entre los cuerpos, de saber que son importantes, que sostienen muchas veces inseguridades y dudas. Igual que cada dolor puede traer un recuerdo, forma parte de ellos saber si lo ignoraste porque supiste acercarte luego a la nostalgia que siempre dejan las manos, su poder perturbador.

Allí donde la palabra se agosta, sólo queda la corriente de una piel a otra piel, la extraña maquinaria de los cuerpos que aunque deteriorados a veces tienen nada menos que el prestigio que tuvieron un día hasta quietos. Todo lo hacían posible. Ahora sólo cabe que se sigan tocando los cuerpos aunque la memoria esté vacía de los detalles, de las posturas.

Tocarse un hombre y una mujer es el memorándum de sus vidas, una emoción que hasta desaparecida nunca debe olvidarse.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bonita y certera frase has escrito para resumir tu artículo de hoy: " tocarse los cuerpos de un hombre y una mujer es el memorandum de su vida"

Cuánta razón llevas, cuando uno no se siente atraído es que casi todos los caminos del entendimiento, de la unión, han quedado cerrados para siempre. Es necesario recuperar cada roce, cada estímulo que nos transmite sentir el calor de la mano que nos busca, sabiendo de antemano que es lo que busca y como sabrá encontarlo.

Como siempre, tienes razón, cuando un hombre y una mujer dejan de tocarse es que algo ha muerto y no es recuperable.

No me cansaré nunca de decirte, que eres el trovador de los sentimientos y la pasión que tienes a flor de piel

Un beso.

Fran dijo...

Es que si no te tocas, te sigues tocando, no te acuerdas de nada, bolboreta, de nada de tu vida con alguien.

Casi no sirve para nada, nada. La piel ha tenido siempre una autoridad indiscutible.

Canto sentimientos, sí, porque me tranquiliza, porque se me escapan, porque también son cosa de piel o de falta de ella.

Un beso

Anónimo dijo...

Mi Nada te habla Fran:
¡Alójense en mi espalda tus abrazos! Que desemboquen tus caricias en mis lagos, que me bañen tus besos con palabras y que me cubran tus manos mezcladas con mis ocasos, que me arrope tu silencio en mi alborada y que nunca me falle la memoria para devolverte cada día mi gratitud, mi inspiración y este rayito de luz que despejan mis ansiedades...

Cuando tus secretos no quepan más dentro de ti, amenazando romper los diques de tu alma, recuerda que existe alguien dispuesta a recogerlos y guardarlos con el cariño y la dignidad que tú esperas. ANA

Fran dijo...

A nadie que pida mis abrazos se los he negado jamás, ni mis caricias profundas y verdaderas ni la más profunda muestra de cariño como te mereces y tú lo sabes desde antiguo en páginas y páginas dedicadas incluso a personas que no tuvieron el respeto y el cariño que tú has demostrado.

Pero soy mala recomendación, Ana. Muchos momentos mi alma está a punto de estallar, muchos momentos he mostrado mi torpeza porque no sé hacerlo mejor. No pongo en duda tus exquisitas maneras, eres tú la que debe dudar que yo sepa hacerlo porque no lo he sabido hacer jamás.

Un beso.