martes, 18 de septiembre de 2007

La flor de su sexo


Aquel encuentro no fue un cumplimiento de la lujuria comprimida, nos lo habíamos imaginado antes, todo el tiempo, en cada abrazo inventado, en cada postura obscena, en los besos atropellados como si fuéramos a ser ambos enamorados y adúlteros. Ya era hora, quise saber de ella hacia dentro y desde dentro, dejar el gusto enredado entre sus muslos, camino obligado a ese punto inagotable de deseo que siempre tiene el hombre. Me lo había estado inventando, tenía prohibido contarlo, ni tan siquiera el sueño de mis dedos dentro en una búsqueda repetida y repartida.

Me tenía prohibido ni soñar que la soñaba, desde el día que le conté el secreto de mi deseo me convertí en su persona cautiva y vulnerable, pero con una vulnerabilidad que daba gusto hablar de ella: imponía los silencios para que cupieran los besos; cuando la tenia cerca mis manos suplicaban siempre el rigor de mis caricias más maduras, más hechas, pero que iban a tener en cada hueco de su piel la manera de recuperar una juventud que no quise nunca que se me olvidara.

Habíamos quedado en la hora inamovible del crepúsculo, un poco antes que la piel te pida el roce. Iba consistir en un acontecimiento que no podría explicar luego. Me negaste, ¿te acuerdas? que pusiera de título el hueco más íntimo que tiene una mujer y tus dos apellidos detrás, o al menos tu nombre aunque iba a ser fácil para cualquiera adivinar a que cuerpo me refería y la rotunda cercanía que íbamos ya tiempo gastando entre las palabras públicas porque se trataba de las más privadas.

Te vi llegar y a mi mente se le ha olvidado la ropa que llevabas, fijarse demasiado iba a prolongar el necesario tiempo para poder quitártela. Te vi llegar, compañera de sueños y de ratos apasionados, o a veces simples relatos de lo cotidiano rico si lo comparten dos seres encontrados, mantenidos entre los lazos de las palabras sin capricho, con cariño, con la enorme posibilidad de ayudarse.

Te vi llegar para estarte conmigo un rato, para que me enseñaras lugares de tu naturaleza en los que yo soñaba, donde dormía a veces abrazado, pero sólo eso, soñando. Lo bueno que tiene ser mujer es que cuando nos vimos tú tenías de antiguo mi reposo y mi sueño y a la vez el ansia en tu cuerpo. Yo de fuera a dentro para quedarme dentro, salir algún momento y admirarte cada línea, cada hueco obsceno, cada pliegue desplegable. Desde fuera con mi deseo ardiente, todavía joven y tú en la edad y con las formas más perfectas que puede tener una mujer.

Abrazados sin mediar palabra, renunciamos a las palabras, sin mirarnos la ropa decidimos quitarnos la ropa. Testigos habían muchos alrededor, lo recuerdas, gente de la calle que ya vaticinaban, éste hombre va a saber del todo de ella. Sólo a la vita de nuestro encuentro. Pero luego se empieza en un momento, se terminan las sábanas para perder bien la honestidad y nos espera una noche luego, donde por primera vez no iba a hacer falta el sueño.

Quise ya de una vez la flor de tu sexo, la manera de abrirte, la sugerencia contenida de que te dieras la vuelta. Quise ser contigo un poeta que con el verso de su lengua iba a hacerte temblar con tres palabras, solo con tres palabras allí dentro, en la gruta preciosa de tu cuerpo. Las caricias de tu deseo a cambio eran como carmín corrido por el mío, un lenguaje para limpiar luego el semen más hermoso de una historia de amor.

Fue necesario conocer nuestros bajos hermosos e insatisfechos, el sexo tiene zonas inevitables y cuando me hube terminado el mundo de tus senos, de tus senos completos, te requerí el camino. Traía todavía de tus pechos mis manos temblorosas, húmedas y silenciosas para buscar tus muslos calientes y solícitos. Como ves no nos importó el orden porque en cada momento de la noche conservamos un deseo semejante a un mar antiguo que propicia el amor desprovisto de vergüenza.

Recuerdo lo peor, irme entre un beso y el de después, con la lengua posada en el cielo del paladar. Fue un momento amargo de amargura. Nunca entre los dos ha habido mentiras, siempre la honestidad de un diálogo a la luz de la página suelta que se repite con tanta insistencia para que no se acabe nunca. Esta vez fue como las palabras: vuelta y vuelta, como la manera que fui conociéndote por dentro. Me quedó sólo al irme con el ruido cremoso de los besos, la manera de saber de un coño de mujer que recordaré para siempre, el enredo en el abanico de tus piernas.

Nada más, nada menos, como una forma de enriquecerme antes de la última parada.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Solo un maestro de la palabra y los sentimientos es capaz de hacer bello la descripción del encuentro sexual con su amada.

Tu acabas de lograrlo... ella,es una mujer afortunada por ser la receptora de una pasión semejante a la que acabas de dejar plasmada.

Un beso.

Anónimo dijo...

Ha sido un placer leerte,porque la imaginación me obliga a dibujarte,me da la dulce libertad de juntar las ternuras,de calcar las ansias y borrar las soledades...Me has dejado sin palabras,tanto derroche de amor ,solo se puede satisfacer en esa explosión de Amor mutua.
En mi silencio,lanzo allí donde estés ,un beso.
Ana

Fran dijo...

No tengo más maestría que expresar lo que siento o hasta lo que soy capaz de sentir.

La pasión es muy hermosa, Bolboreta y hay que alimentarla y transmitirla, con la elemental honestidad de valorar todo lo que te puedan dar y hasta dónde.

Un beso

Fran dijo...

Ya sé que me lees con gusto. Puedes perfectamente dibujarme con lo que he escrito, dibujarme en tu sana imaginación.

Estoy donde siempre, Ana, ofreciendo lo que tengo y como soy.

Un beso