sábado, 22 de septiembre de 2007

Mi única resistencia

Mi única resistencia es la que me permite mantener las ilusiones. Ya dije una vez que el día que perdiera una de ellas, eso tendría un gran parecido con el final. Vivo de ellas, vivo para ellas. Todo eso porque habito ya en el lado débil de la vida, porque voy tolerando cada vez peor soledades que ella misma te impone o uno las busca. Le tengo miedo al tiempo, a su poder y a su insidia, me impone ya la sensación de llegar a algún límite y no poder sobrepasarlo, como si fueran los del cuerpo, casi tan dolorosos. Al menos esos los conozco, me los sé y cómo tolerarlos.

Pero he de resistirme, digo, a perder ninguna ilusión porque no podré recuperarlas, ya no tendré tiempo ni sabré cómo hacerlo. Eso me conduciría a tal grado de abandono parecido al final, como dice Vila-Matas “con matices de desesperación absoluta” o peor aún que no quede ni la esperanza de desesperarte.

¿Y qué ilusiones puedo perder? Pues me atreveré a decirlas aquí que es como una especie de ventana medio entornada por si llueve. Me ilusiona escribir y decirle a unos pocos que me leen, qué he escrito. Escribiendo, muchas veces, evitas angustiarte del todo, sacarlo todo fuera para que el último día alguien lo borre todo también. Me ilusiona cansarme, dejar por hacer al final del día muchas cosas que quería haber hecho, cansarme de una manera quizá exagerada, impropia de los años, precisamente porque me quedan pocos años.

Me ilusiona el libro siempre abierto, que alguien cualquier día pueda leer el mismo libro porque lo avisé en mi sitio, en esa ventana de mi escritorio que no tiene vergüenzas, que se alimenta de mis propios impulsos, casi excentricidades impropias de mi persona pero que las he hecho propias, descarado, insolente, pero veraz. Cuento siempre una historia, de alguna manera mía, porque me gustaría vivirla o al menos, lo que hago, escribirla. Es mi manera de sugerir un libro, es la literatura de mi página de literatura también.

Cuando escribo algo con un tono casi impropio, el tono lo pongo yo porque tengo el legítima derecho de la palabra que no me quita nadie. Si me retrato es que es un retrato, es mi rostro, las vacilaciones de mí caminar. La forma de no dar a nadie ejemplo sino esperar quizá de una respuesta una verdad que no sabía, algo para añadir y mejorar el estilo y el contenido.

Solo quiero que me alcance mi poder de resistencia para cubrir todas esas ilusiones, las que no pueda hoy serán para mañana aunque eso no me gusta e intento acabarlas cada día con un programa duro que me marco, duro por su voluntariedad, por mi propia insistencia.
Es en mi vida la que muchas veces no entiendo qué clase de vida llevo, donde se quedarán los huecos, el cansancio de los esfuerzos, las metas a las que no llego pero acompañado de las ilusiones que me tienen que durar hasta siempre. Esa vida que no entiendo en tantas ocasiones y no sé explicar siempre con claridad en el fondo es una especie de enfrentamiento con lo que más quiero. Es verdad que la literatura desde Cervantes es una lucha contra la vida. Yo cada libro que termino me hace enfrentarme conmigo mismo, con cosas que pensaba o en las que creía. Aunque sea una novela, es una historia de la vida que podría ser mía.

Por eso quisiera, de un pequeño racimo de ilusiones no perder ninguna, tener la suficiente fuerza para ello, pero sobre todo que jamás el libro entre mis manos o lo que escriba luego se quede en el olvido antes de tiempo, antes de que lo que haya leído y escrito, que luego sea tiempo de lo que fue mi vida, ilusiones que estuve defendiendo hasta que llegara el momento de no tener ya nada que defender. Umbral ya dijo que “no sabemos si alguien representa algo o nada en nuestra vida hasta que se muere."

Mientras necesito una anónima resistencia hasta lo impensado, lo reprimido, a cualquier tipo de miedo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

En otra ocasión dijiste que "nunca acabarías tu novela". Estoy convencida de ello, porque en tu novela, aparte de todos los avatares diarios que van cubriendo las páginas de tu vida, aparecen estos otros, de sorpresa y cuando no es así, lo alimentas con tus ilusiones.

Tu no puedes perder tus ilusiones porque tu propio ser es una extensión de tus ilusiones, vives porque te ilusionas, y en cada una de las metas que te impones, sacrificas todos los esfuerzos necesarios para llegar a ellas. Tu ilusión no es llegar, es caminar, por ello, amigo mio nunca desaparecerá de ti la ilusión de poner los pies para dar el siguiente paso.

Se que me entiendes porque hemos hablado mucho de todo esto. Sabes que te entiendo, te comprendo y desde aqui, desde donde estoy, tan lejos pero tan cerca, creo ser otra ilusión más para mantenerme en tu pensamiento.

Eres un ejemplo y modelo a seguir. Lo digo con todo el orgullo de quien te conoce y te valora en tu justa medida.

Eres un ser impresionante, por ello tu mundo está hecho de realidades (a veces duras ) compartiendo espacio con tus ilusiones.

Un beso

Anónimo dijo...

Entre las orillas del dolor y el placer fluye el río de la vida.
.Sólo cuando la mente se niega a fluir con la vida y se estanca en las orillas, se convierte en un problema.
Fluir con la vida quiere decir aceptación;
dejar llegar lo que viene y dejar ir lo que se va.
Tú no eres lo que sucede, eres a quien le sucede.Eres
vida,cultura,manjar de todo el que se acerca a los libros con hambre de aprender.Nunca se sabe lo suficiente,siempre aprendemos de los demás y de ti ....se aprende todo.
A través de los sinsabores de la vida,deslizo mi beso.
Ana

Fran dijo...

No acabaré mi novela, Bolboreta, porque mi novela es mi vida y el final no puedes escribirlo.

Si, claro que conoces la idiosincracia de mis ilusiones, mi duro camino muchas veces, mi ansía por tenerlas, por eso no quiero perder ni una de ellas.

Cómo no vas a ser tú una ilusión, si ese diálogo tan comprensivo, aunque algo impida que sea total, pero es necesario e irrenunciable ya buena amiga.

En cuanto a lo que dices sobre mi capacidad de ser un ejemplo, ahí discrepo contigo. Mi valor es mi espera, mi manera de entender pero jamás a nadie le podré enseñar. No le conviene, no le conviene nada.

No es falsa modestia. Soy un ser muy desgastado ya, que eso sí, se resiste a serlo del todo y que nunca dejará de ofrecer todo lo que le quede dentro. Y menos a personas como tú que llevan la enseñanza en su propia vida.

Un beso

Fran dijo...

Sí dolor y placer, Ana, van siempre juntos y hay que aceptar y buscar, uno y el otro.

He aceptado de la vida mucho, hasta que se fuera un pedazo mío, de mis propias entrañas.

No sé si soy cultura, pero la busco, la necesito donde esté para aprender. Aprendo de la gente joven, aprendo hasta de quienes o no supieron entenderme o yo a ellos.

Aprendo, sobre todo, luego de escribir algo sobre lo que he aprendido, cuando cualquier persona sana y culta me enseña en sus respuestas.

Gracias por tu beso, que te devuelvo.