miércoles, 15 de agosto de 2007

Se me agotan las pilas


No sé si lo habrá sentido alguien de vosotros alguna vez, pero hay ciertos momentos de cansancio en que uno nota que su propia fuente de alimentación, lo mejor que tiene, la siente más agotada. Y no encuentro relevo, ni es hora ya de buscarlo. Es cierto que el verano me pesa por algo más que el clima, se trata de una propia temperatura no buscada que ciertamente me deteriora bastante. Pero no es solo eso, a veces se nos juntan factores, síntomas, se nos acaban incluso los rincones para el sufrimiento individual pálido pero honesto.

Hace días, incluso, llamé insistentemente a una puerta donde había genes propios, sangre de la misma clase detrás, y nadie me respondía. No lo pude evitar, vinieron a mi mente recuerdos dolorosos: una puerta -la mía propia- donde al cruzarla hallé la casa vacía y debía haber alguien. Pero no había nadie, absolutamente nadie. En el caso que cuento, he sabido a tiempo de tirar al suelo esa otra puerta, que su dueño se había cambiado de donde estaba a otro sitio, a otro sitio que todavía desconozco.

Es tan solo un ejemplo que no tiene nada que ver y que voy a mezclar con uno de mis habituales suspiros.Esta tarde más bien quería referirme como siempre nuevamente a un libro que acabo de leer, que me trae de frente secuelas y consecuencias de un mundo que todavía estoy viviendo hace mucho tiempo y que no era así precisamente el que buscaba. Algo dije el otro día sobre iniciativas, sobre preguntas en lugar de respuestas.

A propósito de una novela de una persona conocida en el mundo de la red, dice su personaje: "(A veces necesito tratar con otras personas, pero al tiempo, rehuyo el contacto físico. Hoy por hoy internet es la solución idónea)” No es cierto, no me ha sido cierto. No eludo ese contacto real, físico, si se tiene que producir he dado ese paso al mismo conservando mi sitio, mis maneras, mi vida. Pero quizá esos otros contactos que cargan las pilas continuamente, que me alimenta donde me falta alimento lo veo de otra manera a como lo he tenido.

Casi utilizando el desacuerdo con esa puerta que me encontraba cerrada estos días -puerta casi propia- necesito no tener que llamar a ninguna, tenerlas todas siempre abiertas, es un modo insistente, muchas veces agobiante pero para mis sones de alarma, necesario. Internet puede acercarte hasta ciertas personas que sabes que te entienden más que tu propia gente, contar cosas que has venido callando, vida que has vivido y que algunos múltiples detalles han pasado desapercibidos.

Y encuentras las víctimas de tus sentimientos, de tus sufrimientos, incluso, cometes casi pecados deshonestos porque sigues llamando a las puertas donde tienes la mejor respuesta que pudieras soñar, pero anhelas aún más: no llamar y que te llamen. No eres ni mejor ni peor en un chat a puerta abierta, quieres que todos tengan los mismos medios que tú tienes, y los utilicen, y se los inventen si hace falta –la técnica no tiene límites, los descubres cada día- te pueden ayudar.

Pero sigues llegando y aunque te siguen respondiendo insistes y pecas, como en un mal evangelio, y sabes otra vez lo que es pasar mal la tarde o la noche o cualquier momento libre. Debe ser un error, un mal planteamiento lo que dice mi novelista amiga, si quieres tratar con otras personas, páralas por la calle, tómalas del brazo aunque no las conozcas igual que haces en la red, intercambia las tarjetas de vista sin tener que concretar las visitas –deberes y obligaciones, ninguno- pero si el pliegue de una boca, una insistencia en la sonrisa, una altura que ni te has fijado en averiguar te dice “algo” ya tienes bastante, no pidas nada más, asume tu papel como el otro día aquí alguien escribía, da todo lo que puedas y no pidas nada a cambio.

Pido perdón por no saber hacerlo y cuando entre estos momentos del verano vuelva a cruzar esa puerta que decía no sé todavía dónde está, la puerta nada menos de un hermano que tiene muy buena pinta, casi de hombre joven, quizá porque supo aprender a vivir sólo, tono tostado, minutos escasos a mi lado, el símbolo de un abrazo pequeño luego, que me diga es que vivo en otro lado, prometo ser mejor que en internet, pedirle menos, devolverle el abrazo y saber otra vez cuál es su calle, su número porque tengo miedo, tengo ya el mismo miedo de estar sintiendo vivir solo y no acabar de contármelo cómo es eso.

A él no le hace falta Internet, ni sabe lo que es eso, ni quiso saberlo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

-si quieres tratar con otras personas, páralas por la calle, tómalas del brazo aunque no las conozcas igual que haces en la red-Precioso Fran,lo que has escrito.Te he leído con nostalgia,he legado hace unas horas de un largo viaje,lo he pasado bien,pero me ha dejado espinas en el alma.Recordaba el umbral de la puerta iluminada por esa silueta,que ya nunca veré pero,cerré los ojos y atrapé en un abrazo su sonrisa y traté de envasar sus besos,como si se tratara de una caja de bombones,dulces y sabor a licor.
Me he traído lo mejor que tenía: su olor a jazmín,las caricias que sus delicadas manos me acariciaban y el susurro de esa cariñosa palabra, "mi niña" .
Me ocurre lo mismo que a ti -se me agotan las pilas-Es que sigo emocionada por todo lo que he vivido estos días.
En la nube de mi soledad,te recuerdo.
ANA

Fran dijo...

Pues por lo que cuentas que has vivido, has debido cargar tus pilas y me alegro de ello mucho.

Quédate con el recuerdo de esa sonrisa, de esos abrazos, de esos besos y ese olor a jazmín.

Procura conservarlo al menos en tu mente, ya no está sola.

Un beso