viernes, 24 de agosto de 2007

Por la calle Baja


Normalmente en mis escritos de la red suelo contar más, cosas de mis sentimientos, de mi mundo interno, que hechos realmente sucedidos en mi vida cotidiana. Hoy voy a invertir los términos. Contaré mi paseo la otra mañana por la parte vieja de la ciudad, en pleno barrio del Carmen, en el Tosalt, recorrí a pie, porque es el único medio por toda aquella zona, en busca, en la calle Baja, de dos librerías que en plena canícula acababan de abrir dos libreros. Se han extinguido en mi ciudad y empleo el término “librero” en todo su preciso significado. Yo lo fui en mis tiempos inmediatamente posteriores a la Universidad y recuerdo esa época como la más hermosa de mi vida.

Me costó llegar hasta la primera de las librerías, recorrer partes de la ciudad que ya no recordaba, zonas viejas pero vivas. La primera de las librerías que buscaba estaba cerrada con una reja pero que me permitió entrever su interior, y el rótulo explicativo en una nota externa junto a la puerta no dejaba lugar a dudas: se trataba de un taller de poesía, los libros de poemas amontonados hasta en el suelo, fuera en la nota explicativa a que me referí, hablaba de un horario vespertino y nocturno dedicado unos días a enseñar a recitar poesía, otros a explicarla –como si tuviera alguna explicación ese mundo-, también había un día dedicado a los niños, me imagino que para inculcarles el amor a los versos de un poema, antes y después de hacerse poema.

Seguí caminando, sin hacer demasiado caso a mis caderas, tenaces, insistentes de su presencia en mi cuerpo hace ya casi veinte años, en la búsqueda de la otra librería. La calle Baja, como su paralela, la calle Alta, es corta, pero al no localizarla entré en una tienda a medio abrir dedicada a la venta de discos. Un posible cliente con pinta de extranjero atendió a mi pregunta: -The librery?. Me indicó la que acababa de abandonar y parecía no saber nada más o mi inglés no me permitió completar mi interrogación. Apareció una hermosa muchacha con una ceñida camiseta violeta y un short, no me fijé de qué color. Bajo su camiseta noté dos pechos antigravatorios. Se ofreció para responder a mi indagación a acompañarme, claro le dije, sin pensar en nada más, en nada más. Caminamos unos metros y comprobamos que la otra librería estaba también cerrada y únicamente abría por las tardes, según indicaba su horario.

Era lógico, ya que el barrio del Carmen, es por la noche cuando tiene vida, una vida sin horas muertas, una vida nocturna como un escenario oscuro de posibilidades, sin desperfectos ni renuncias con el poder que tiene la noche cuando se impone: una salvación a lo que nos traen luego los días durante el día.

Inicié mi camino de regreso, me fui fijando en los gestos de la gente por la calle Baja que ya no recordaba, me detuve en una vieja tienda de ropa usada. Un precioso perro galgo que la protegía, demandó mi caricia cuando me acerqué a mirar su escaparate. El dueño, de aspecto apacible, me dijo al verme: -qué, con mi perro viendo lo que vendo? y le respondí, sí aquí estamos los dos. Ya de lejos miré con insistencia la calle que acaba de abandonar, la calle Baja, la vieja calle Baja.

Pensé que aún estaba allí hacía mucho más de cien años, casi los que quiero cumplir, por eso volveré otra vez a ver si me encuentro de nuevo a aquella muchacha de la tienda de discos, nuestra despedida fue en silencio, la más rica forma que tienen las despedidas, le rocé el brazo que ella misma me alargaba al darle las gracias por su compañía; buscaré de nuevo también a mi amigo el perro galgo y su amo; intentaré si está ya abierta que en la primera librería me expliquen entre medio de unos cuantos poemas, cómo se aprende a leer poesía, no sé, volveré por volver, a esa especie de calma que aún me queda por ver dónde queda, sin dejar de buscarla.

Por la calle Baja, me sentí bien la otra mañana, fuera de mi barrio, lejos de mi casa, pero cerca, cerca de esa calma. Quizá la encuentre en el recorrido en busca de esas dos nuevas librerías, paraíso donde he leído en una reseña del periódico, no venden los libros por venderlos, me han contado que hay un sillón donde ojearlos, donde me pueden dejar ser de nuevo librero, como en aquellas madrugadas en la “Librería Romero” con los cómicos que recogía al final de sus representaciones en los teatros de mi ciudad para hablarles de los libros que yo había sabido leer mejor que nadie.

Ellos me entendían, me compraban libros sin pagármelos, pero se sabían de memoria aquellos versos de Leon Felipe que había a la entrada: “…ser en la vida romero, sólo romero/ que camina siempre por caminos nuevos”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin duda ese largo paseo te ha llenado de vida. Te ha devuelto a un mundo que bulle cada día, cada segundo dejándose llevar por la ligera levedad del paso del tiempo.

Sin duda has descubierto otros seres que están ahí, cada día.

Me hubiera gustado dar ese paseo a tu lado, de tu mano, aunque creo que ya lo he hecho, mientras he leído tu relato.

Un beso...

Fran dijo...

Lo hiciste, bolboreta, lo hiciste, porque precisamente eso es lo que buscaba, vida, y la compartí contigo. Es muy bella esa parte antigua de mi ciudad, tan bella como tú.

Volveremos cualquier tarde, volveremos.

Un beso

Anónimo dijo...

No dudo.Fue un paseo placido en el que el tiempo acompañó tus pasos con una agradable brisa, fueron tus invitados de lujo en este paseo por el bario del Carmen.Un barrio prácticamente conocido,para ti y en el que pudiste disfrutar muchísimo, paseando entre sus silenciosas calles y sus inquietantes sombras.
Las librerías.... desprenden unión y simbiosis entre culturas.
Eso es lo que volverás a repetir porque ,te esperan muchos años de vida.
Entre letras se desprende...Un beso.Ana

Fran dijo...

Me quedo con dos cosas de tu respuesta, Ana: "que las librerías... desprenden unión y simbiosis entre culturas" y tu confianza en mi larga vida.

Me pesan ya los años, aunque son muchas las actividades voluntarias que emprenddo, pero la vida intentó limitarme antes de tiempo, mucho antes de tiempo.

Gracias. Un beso