
Voy a seguir haciéndolo hasta que me quede la impresión de eternidad cuando miro a las mujeres, la inquietud todavía libre en las regiones más septentrionales, la necesidad de que me sigan infiltrando ilusiones porque jamás se me terminarán las ilusiones, mecanismos de las cosas por saber, instantes de verdades que duraron sólo eso, instantes.
Lo he dicho muchas veces: no me voy a quedar ya con el silencio. Si es preciso, como hacía de niño recitaré mis sentimientos como versos aprendidos, versos dichos en voz alta cuando dormía, sólo, con dos cuartos a los lados, uno el del padre, otro el de la madre, dignidades sociales que nunca podían entonces separarse.
Arrastro tantas cosas, que hice mal en callármelas. Y ahora ya muy tarde, 71 años después he venido, estoy viniendo a decíroslas como consecuencia de esa cita de Umbral que le he leído a Inés Matute: “Hay una voz, la voz de la agonía, que/ la llevamos dentro toda la vida;”…Pues esa voz, esa agonía, esa soledad que os contaba ya no puedo llevarla más tiempo dentro.
Puestos a contar todavía no me acuerdo muy bien si supe lo que es la pasión, por eso ahora ando imaginándomela a todas horas, sin censuras ni carencias. Me tengo ya que imaginar lo que debía a ser con veinte años jadear, jurar y llorar con una mujer dentro, porque no hay que penetrar a las mujeres, nos llevan todas dentro, no nos engañemos. Jugamos a su antojo voluntariamente porque saben más lujuria, más formas de ponerse, más sabidurías alojadas desde cada punto de entrada.
Quiero vivir lo que me quede con los dedos sobre el trigo de la rabadilla de la soledad bien entendida. Quiero escribir lo que aquí quede sin vergüenza porque ya me vendrá la vergüenza luego cuando lo lea, cuando se me escapen las hojas del periódico anterior de mi vida en los años años que escribía en los periódicos. Quiero dejar la estupidez fuera de lo que piensen los demás, hay quién ni me piensa, ni me considera, ni me cuenta, me dejan estar en la soledad, que yo mismo les exijo porque bien poco me dan en su lugar.
Quiero la autonomía de los viejos que no se han hecho viejos, mirar todavía los pechos sólidos, redondos y erguidos que tienen todas las mujeres que miro. Cinco segundos de agrado mirándolos y mil momentos recordándolos. No soy un viejo verde, soy en todo caso un hombre en tono verde, ese que proporciona el nerviosismo perpetuo que se te acabe la vida, que se te termine el silencio.