sábado, 10 de noviembre de 2007

Como un relato sin memoria


Tengo miedo que no haya una gran diferencia entre el miedo y la vejez. Esta mañana sentí miedo, no sé bien a qué, y lo más próximo era la vejez. Con la extravagancia de los enamorados o los desesperados –alguna vez ya me referí a ello- cumplí las estancias de mi propia estancia en la vida. Quizá arrastraba dudas de falta de palabras luego de mis rituales, temblores que tengo a veces, ecos de la memoria que resuenan en un corredor, según versos de Eliot, en dirección a una puerta que nunca abriré del todo. Me he equipado para arreglar todas estas cosas en la ficción, en la ficción ajena como un recordatorio de un relato sin memoria.

Puede que esta vez ni yo mismo me explique y me entienda del todo, será ese miedo, esa compañía ya insistente de la vejez que tiene en cuenta poca gente. Vivimos con la certeza de que envejecemos, que no será nada bueno, bonito ni alegre, que no lo es y no sé cómo arreglarlo, no existe marcha atrás, cada pausa, cada día sin la satisfacción que debe tener cada día es parecido a un desmayo, a un concepto de la vida que se pierde, a un silencio caro que uno mantiene a base de sensaciones obsequiadas.

Entraré pues en el relato, me dije a mí mismo para quitarme el miedo que me vino tan pronto, tan de mañana. La calle tiene como un deseo de irse a la calle siempre, para ver si allí con la desnudez de los que pasan se siente uno como aspirante a un despliegue de caricias que le vendrán luego. La calle tiene sitios fijos que escojo muy bien. Hay gente a la que acudo sin necesitarla propiamente porque me faltan caricias y a ellos a quién destinarlas; a las que les gusta mi verbo y a mí el tono de su boca amada; a la que le urgen las miradas y yo me siento sobrado aún del placer de perturbarlas. Hay ganas de persona y yo ando necesitado de palabra.

Hábitos con los periódicos en la mano, insistencia en mirar las tareas qué hacer en la agenda del teléfono móvil cuando es sábado y no hay tareas ni casi teléfonos funcionando. Sentir la extrañeza de pasar quizá por dónde nunca debo pasar: la autoayuda de los libros, sin fecha de caducidad, todos los días en su sitio para que yo luego en casa no les encuentre más espacio que lo más cerca posible de mi lado.

Nada me sirvió, ni la propia calle con su claridad impaciente, ni darme cuenta de la oscuridad de mi codicia con forma de liturgia cuando nunca debió ser una liturgia, sino un acto de regalo, una celebración a la que no debí tener acceso, una necesidad demasiado amplia como los amantes que se besan y se besan no porque se quieren sino más aún porque lo necesitan.

Vivo de lo limpio, de lo hipido, de lo que no tiene vicio y eso entraña miedos como el de hacerse viejo, de no tener siempre a mano lo que puede evitarlo. Es ajeno a lo simple, a lo que entiende un niño porque tiene un sentido que se puede descifrar fácilmente, pero porque me encuentro dentro de una epopeya cálida y jubilosa a la vez egoísta, con una unicidad, una ebriedad en el lenguaje que lo aporto para tenerlo a medias.

Vuelvo a casa con la misma complicidad de mis sentimientos, extrañado de mis gestos cuando ya son viejos, pero que recorrería de nuevo largos caminos para tener un recuerdo, un beso en la envergadura de mi memoria, una tolerancia a la inquietud que sólo tenemos los inquietos. Y esos somos, no sé si los mejores pero lo que más sufrimos y más dispuestos estamos a dar hasta nuestro propio aliento.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando somos jovenes nos parece que el tiempo nunca va a pasar, que el cuerpo, salud y vitalidad jamás llegarán a alterarse; sin embargo, de repente, cuando menos lo esperamos, descubrimos un momento en que es difícil agacharse para recoger algo, subir una escalera, en fin, una serie de cosas que antes hacíamos sin dificultad.
Fran,tu tienes algo positivo ,a tu favor;la actividad de tu mente,los libros que te hablan,el mar que te escucha y acaricia,la música que oyes ...son tantoas cosas que te acompañan día a día.La vejez es un proceso que nos llegar a todos y es precisamente hoy cuando hay que poner en práctica todos los recursos necesarios para vivir este ciclo natural de la vida con la mejor salud y ánimo posible.
Un abrazo .
Ana

Fran dijo...

Tus palabras son una lección verdaderamente, Ana. Tengo lo que dice mi médica, la cabeza bien amueblada.

Pero precisamente por intentar que así sea me duelen cada día más las cosas, las articulaciones, todos mis huesos, Ana: tengo miedo, me escondo de la vida y tengo en este cuarto junto al pc, al lado del dormitorio, una vieja butaca italiana de piel que se está haciendo vieja conmigo.

Cada vez es más cómoda, cada vez se llora en ella mejor a solas desde antes que empieza la madrugada incluso.

Gracias por tus palabras, como siempre de ayuda.

Un abrazo

Anónimo dijo...

EL CANSANCIO DE VIDA...

¿Quién no ha sentido en algún momento de su vida tristeza, amargura o resentimiento?.
Nadie escapa a estos sentimientos, y el sentirlos de vez en cuando es normal, es parte de nuestra naturaleza humana.
Llorar, es bastante sano, cuando se trata de un acontecimiento eventual, el llanto es parte de la liberación.
Pero ¿qué pasa cuando estas emociones quedan alojadas en nuestro corazón de manera permanente?, ¿cuando el dolor, la amargura y la tristeza representan nuestra propia personalidad??.
Hoy en día los males provenientes del corazón son muy comunes; los rompimientos familiares, la frustración, la represión, el fracaso y lo que llamaríamos "el cansancio de vida" se apodera de nosotros, cuando vemos que a pesar de nuestro esfuerzo, las cosas "nunca funcionan", "todo nos sale mal" porque "la vida ha sido muy injusta con nosotros".
Es entonces cuando el resentimiento, la autocompasión y la tristeza, pueden quedar instalados, en nuestro corazón de manera permanente.
Esta actitud hace que todo en la vida lo veamos a través de un "cristal empañado", es decir, nuestra perspectiva de vida se torna gris, ya no vemos la belleza de la vida, los buenos momentos se vuelven indiferentes ante nosotros, dejamos ir oportunidades y empezamos a crear una realidad falsa al creer que "nadie nos quiere" o "todos quieren hacerme daño", nuestra visión actúa y distorsiona todo desde nuestro cristal empañado.
El guardar por mucho tiempo esta actitud o este sentimiento, además de prolongar nuestro sufrimiento, nos trae como consecuencia enfermedades derivadas de "un corazón triste"
Ningún medicamento, dieta o ejercicio pueden evitar o curar enfermedades si no nos conectamos con la alegría de vivir, con el amor a la vida.
La alegría es la única medicina para un corazón que revive constantemente en su presente las heridas del pasado. Sin la alegría, nuestra vida se frena, nuestros pasos se alentan, ya no queremos saber de nada.
Estamos tan deprimidos y con un constante dolor de piernas, que ya no podemos dar un paso más.
Sufrimos también a causa de nuestra soledad por tener nuestro corazón cerrado al amor.
No sabemos darlo, mucho menos recibirlo.
Seguimos sufriendo porque las pastillas no son suficientes para un corazón que frena el amor, que lo tiene por esencia, pero no lo deja salir (se ahoga y se asfixia hasta morir).
Lo he leido y quiero compartir contigo.
buenas nochesy feliz descanso.
Ana

Anónimo dijo...

Hoy solamente vengo a dejarte un beso, porque todo, o quizá lo poco que podría añadir a tu hermoso texto y a las verdades que dice nuestra querida Ana, creo que te lo he dicho en pocas palabras, o quizá en mis muchos silencios.

UN BESO, así con mayúsculas...

Fran dijo...

El sufrimiento como la felicidad forma parte de la vida humana, Ana y los momentos que traen una cosa y otra, hay que admitirlos.

No tengo fuerzas para contestarte nada mejor.

Un gran beso

Fran dijo...

Siempre un beso tuyo, Bolboreta, es algo especial y esta tarde, ésta tarde tiene traquilidad y grandiosidad.

El mío es más humilde pero igual de verdadero.

Anónimo dijo...

Conviene sacarse punta cada mañana, pese al espanto de ver cómo se agota uno. Lo complicado de sacarse punta es saber cuánto te tienes que afilar para escribir lo suficientemente claro sin romperte antes de que hayas acabado la novela o la vida. Pero eso constituye un ejercicio de conciencia, y quizá de consciencia, bastante saludable. Animo.Asi, nos habla.juan José Millas
Un abrazo con el cariño de
ANA

Fran dijo...

Pues me rompo cada vez, Ana, y me seguiré rompiendo en cada palabra que me salga de dentro. Ese además va a ser mi camino, como una especie de sufrimiento que no se nota demasiado. Tan solo la impresión de un enorme cansancio.

Todo mi cariño también