sábado, 28 de agosto de 2010

SIEMPRE HAY UN ACTIVO Y UN PASIVO


Es lo que pienso escribiendo una última mañana del verano frente a este mar, desde esta terraza. ¿Último con relación a qué? ¿Tan solo a una estación de un año? ¿Última mañana, sin saber cuántas me van a quedar? No está nada claro que cualquier fragmento de nuestra vida sea precisamente una historia cerrada con un principio y un final. Quizá esto que siento ahora, mirando al mar, sea tan solo un gesto, un temor a cualquier final, como si hubiera pasado este verano con unos cuantos días, una docena de aguardientes y un millón de palabras por decir.
Me vengo callando muchas adrede, por eso en familia valgo tan poco, me notan más los de fuera, los que se dan cuenta de mi necesidad de comprar un libro, de mirar obscenamente a una amiga para no terminar nunca con la obscenidad en mis entrañas, con mi voz precipitada que no se entiende bien adrede. De ahí mis silencios gratuitos pero hermosos y propios, cuando todos van demostrando así cuánto más saben, que atrás me voy quedando.
Tengo, no obstante, la lengua húmeda y caliente, la infinita riqueza del lenguaje de los sentimientos con su registro, con las sutiles señales de la carne, del intento. Pero dije muy poco este verano, viví como siempre la barata felicidad diaria que me voy construyendo a base de mañanas como esta, desde aquí, mirando lo propio, viviendo la verdadera libertad, que es sin duda alguna eximirse de las obligaciones que a uno le atan en la vida, le implican necesariamente. De ahí mi desprestigio colectivo y mis antojos de hacerme la vida a la medida del libro que tengo entre las manos. Hasta, es curioso, cuando se habla de libros, me callo, me los leo yo solo, los cuento en Internet o hasta a sus propios autores, finjo como que no me interesa el tema, que no sé apenas nada, qué más da que salga en la conversación el poco valor del cuento que suele darle la gente, cuando llevo años enamorado de ellos y este mes próximo todas las páginas de mi propia página van a estar dedicadas totalmente a su cultivo.
Como con eso, me pasa con muchas cosas. Ya luché por mis razones mucho tiempo, ahora paso la palabra al que me sigue, asuma la posible ignorancia de muchas cosas que todos tenemos y prefiero mi sitio de silencio elegido, que ese sea mi pasivo, porque mi activo ya lo puse con todas mis capacidades en el foro difícil de la vida muchos años, cuando la estuve construyendo para aquellos que vinieran detrás por razón de vida, tuvieran así su comienzo, arrancaran más fácil, encontraran más puertas abiertas.
Aquí y ahora si hago cuentas del activo y el pasivo que tenemos todos no sé si me salen bien o mal, prefiero no hacerlas, ya dije muchas veces que soy hombre de letras, que se me dan mal los números y si se trata de entender las conductas, ahí puede que durante muchos tiempo no haya salido peor parado. Activo y pasivo, por si no tengo ocasión de volver a plateármelo en otro periodo, hoy es la última mañana, el penúltimo mar al menos que me queda por mirar porque justo antes de irme lo miraré de nuevo. Me llevo el aroma de su tiempo, su humedad hermosa, mi dolor insistente de huesos, el cansancio que produce la resistencia a hacerse viejo, mi ética de lector todo el verano, mi "engagement" moral con los libros, mi sonrisa contenida con que he sabido siempre responder a la ternura que notaba en cualquier mujer madura que fue mi amiga tantas veces, tantos veranos.
Ayer, os confesaré, me devolvieron un piropo, luego de mirar insistentemente a los ojos: -te quiero ver el verano que viene, le dije, siempre me harás falta. Antes de su respuesta, surgió un abrazo espontáneo, sincero y la lentitud con que supo responderme: -tampoco faltes tú y ni una sola palabra de las que dices a una mujer.
¿Será cierto que los buenos propósitos detienen a la muerte? Eso opina “El bailarín ruso de Montecarlo” del cubano Abilio Estévez.  No lo sé, la muerte no debe poner fin a la vida, debe darle conformidad a todos esos propósitos que tuvimos, debe hacerlos ciertos, con su activo y su pasivo, el que me llevo a a casa hoy mismo para seguir construyéndolo de nuevo sin tener este mar delante. Vuelvo a casa porque además se hace más corto ya el día, me tarda en llegar la mañana y al contrario la noche viene antes y me admira, me asusta.
Además la belleza del mar que tengo tan cerca, su riqueza, la siento más cuando no puedo verlo en la ciudad, como si fuera la seguridad de la orilla.

domingo, 22 de agosto de 2010

LEO PARA BUSCAR EL LÍMITE

Por eso lo único que necesito es más tiempo para seguir leyendo. Y no lo encuentro, ni en la mejor biblioteca de la tierra, ni en el campo, ni en la playa, ni en el vientre de una mujer, ni en un polvo caliente, despacio, abierto. Leo libros buenos, me los compro sufriendo porque no tengo bastante dinero para todos los que quiero, los elijo con tiento, sé antes de ellos cómo son, qué tienen, mis libreras conocen qué me gustará, hasta a veces me preguntan -adivinando un problema- ¿qué buscas? y me lo encuentran y eso que antes le he avisado a la chica que lleva el vaquero más hermoso de la tierra, gastado y viejo, lleva cuidado, porque si eres capaz de encontrarme un buen libro de cuentos que sea el primero que haya escrito su autor, soy capaz de besarte de tal manera que sea una forma inequívoca de habértelo agradecido luego.



Hay otro apartado, y es descubrir autores nuevos, buena literatura que anda esperando su punto de salida, es un blog “con la boca abierta y derrotada” como en “Los recuerdos para Olga” de Lara Moreno, por ejemplo: un post con las uñas de ella amenazándome, para acabar luego derrotado una vez leído, y decir ya no escribo más, porque así voy a tener más tiempo para leer, voy a encontrar el límite y podré morirme luego. Con los recuerdos aparte porque vienen solos luego, por todos los orificios del cuerpo. Por ejemplo, los del cuento de Lara cuando pierde él una tarde el equilibrio: “para que la follara sin ruido y sin prisas, y sin tripas, y yo lo hice, -dice- me dejé llevar por su vientre, que me atrapó y me masticó el sexo.” Ese es otro apartado que por mucho que lea a mí nadie me ha masticado el sexo ni me ha follado con la boca abierta y derrotada. Es un fallo, por eso necesito para todo más tiempo.


A Inés Mendoza le leía que “la fantasía es un lugar donde llueve.” A mí me llueve cada vez más esa fantasía pero necesito la más estricta honestidad de quién la lea y si no la tengo quiero que el menos me recuerde siempre bien. Dice Eloy Tizón que hacen falta las palabras para decir la pena y para inventar la vida, pues eso me pasa, escribo cuando algo me pena porque la felicidad no da para la escritura, escribo cuando busco, invento la vida que me queda que va siendo ya poca.


Y aquí he sabido ofrecerme como el hombre más entero que tengo dentro. Necesito a tope como una metáfora urgente y necesaria, la calidad de la mujer más tierna, es la literatura más rica que pude haber leído y que necesito leer todavía. El libro es mi delirio, mi sueño obsceno, la manera de prolongar esto. Quizá por eso este mes dedicándome de lleno al mejor cuento joven de la literatura española del siglo XXI, me he sentido feliz, lleno; así, si me venía una derrota me iba a pillar menos cansado, más preparado. Hace días comentaba con un corredor de fondo amigo, de los dolores que sentía y me trajo a la mesa en donde estábamos hablando aquella frase de un buen corredor: “el dolor es inevitable, el sufrimiento opcional”, el que quieras, hasta donde estés dispuesto a tolerar, a sufrir.


Tengo niveles, pero da la casualidad que me falta tiempo para el más rico empeño, lo que ha dado siempre vida a mi vida: tiempo para leer. No insistas, me dijo un día Josefina Aldecoa, nunca leerás un ápice de lo que quieres leer. Ni un ápice, ¡qué cruel y exacta fuiste! mientras te notaba en la boca los cientos de cuentos de Ignacio antes de morirse, porque él mismo hizo por morirse.


Al menos, pues, hasta donde llegue, nadie añadirá más derrota a mis derrotas. Las leeré antes en las páginas del libro que ando leyendo; ni sacará lo peor de mí para obtener su beneficio. ¡Ya hubo bastantes! Entregas gratuitas ninguna, todo previo limpio pago de una caricia sana, de un gesto que no admita la peor forma de situarse.


De momento ahora, me quedaré, buscando el límite, con el delirio de un libro que añada más delirio, más sueño, detrás de mi gesto más honesto. Lo que tiene de bueno buscar el límite al libro es que resulta al fin como una pasión, y las pasiones te las tiene que palpar alguien hasta que terminen verdaderamente apasionándote. Sin remedio, para percibir por ejemplo el eterno misterio femenino que siempre tienen ellas intacto como un “canalillo profundo y firme” que diría Andreu Martín. Aunque uno va notando ya gastada su elegancia o que de tanto darle vueltas a los sentimientos, el cerebro va teniendo poco que hacer.


Sigo librando mi propia batalla aunque de otra manera, siempre prácticamente desde el libro. Desde su límite, o el mío propio leyendo.

CUATRO ANGELITOS TIENE MI CAMA

Imagen elegida por Fran

POR CORREVEIDILE


En un vagón de coche-cama, el pasajero que ocupa la litera superior, nada más acostarse empieza a susurrar sus preces:



-Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la Virgen María y el Espíritu Santo.


Cuatro angelitos tiene mi cama...


Y fue entonces que el tren chocó violentamente contra un mercancías aparcado, dando con el pasajero devoto en tierra.


-Se veía venir –le espetó el de la litera de abajo, se acuesta usted con tantas gente…


Y a cuento de qué viene el chiste, si es tan contrario a todo lo que sigue –si es que se puede saber.


Nuestro héroe de tres al cuarto reúne las cuatro condiciones del consumado pájaro solitario:


-no tienen el color bien definido.


-no soporta compañía ni aun de su mismo plumaje.


-canta suavemente.


-y vuela a lo más alto –sobre todo eso, como hace el águila real, que se aproxima hasta tal punto al sol que deja que ardan las plumas con tal de que el ojo goce.


Se había separado de su mujer después de veinte años de vida en común –lo que era un decir del páramo de un matrimonio burgués la avenido y en descampado, de muerte compartida –serían los términos adecuados. Con su hijo prácticamente que no se hablaba. Tenía, sí, un único nieto, el amor de su vida, aunque apenas si le veía. Y puso el Océano por medio, emigró a la América latina, a Bolivia, por más señas.


Vivía en Suere. Fue pronto preso, sí, de la belleza volcánica de la raza chueca, que le quitó la tierra debajo de sus pies, le hizo renacer de sus cenias y le devolvió las ganas de vivir. Pero la tierra extraña acababa por quemar, se veía siempre como ajeno, vagaba de acá para allá, sin encontrar nunca su lugar. Por si fuera poco, había perdido ha y de modo irreversible –como se pierde siempre, la juventud, que no es el comienzo de nada, sino al contrario, una agonía, que al menor descuido uno ya es viejo.


Hasta que un día, un día aciago de esos que no debían de hallar nunca lugar, recibió un telegrama de su hijo: “Sebastián murió accidente moto stop. Enterrado ayer Stop Saludos.” Lo que le cayó como una losa que acababa con su ya escasa movilidad y le dejaba listo para el moridero.


La vida empieza de dos en adelante, la palabra clave es compartir, venimos a este mundo a aliviar la soledad de otro. “Llega un momento en que, más allá de la tristeza que acarrea, la soledad adquiere una dureza mineral, una desnudez impúdica, genera un grado de insensibilidad tal, que se adivina que la muerte ronda.” Que el bien y el mal primero que vienen dan señal.


El consumado pájaro solitario –al igual que la higuera estéril, redundan, están de más. Se hace con ellos una gavilla y se la arroja al fuego purificador. Y aquí paz y allá gloria, nadie más se acuerda de él.


Su religión del pecado, el rechinar de dientes y el fuego eterno, se le mostraba incapaz de llenar el vacío de su vida, de aliviar el espanto de su orfandad. Las Iglesias vacías convertidas en museos de pago, pregonaban a voz en grito que Dios hacía siglos que se había mudado a vivir a otro lugar. De modo y manera que acabó por comprender que no le quedaba otra alternativa que aguardar; aguardar, aquietando con la mano el corazón que, cuando menos lo piensas, te cae del cielo inadvertido el sosiego de la muerte.

sábado, 14 de agosto de 2010

LA METÁFORA, ESA AMIGA


No sé si será verdad que la metáfora es la elocuencia del mundo, o si es un disimulo de siglos anteriores, si será cierto lo que decía Umbral que escribir eran unas cuantas metáforas y poco más, pero siempre en mi escritura fui amigo de ellas, y ahora estos días como queriendo hacer un punto y aparte necesario e inevitable, os voy a ir contando lo que veo, pero disimulando con una magnitud en las comparaciones, con letra grande cuando haga falta, insertando todo aquello que nada menos me causó estupor. Del estupor se puede vivir, altera el ritmo cardíaco pero luego te das cuenta que eso es la inspiración, tu música interior, tu deseo casi suicida por un atardecer que es capaz de enloquecerte como haría una mujer sin querer, sin proponérselo. Hoy he sido capaz de escribirle a alguien, eres como una pasión, no sé, no te lo puedo explicar.


Indudablemente antes había un punto y aparte. Luego tiene que haberlo también. Porque creo que doy lo que tengo. Mi duda es mi pasión y mi pasión es mi misión por la vida.



A fin de cuentas todo esto es nada más que una resaca, como una de esas pocas veces que llego hasta la playa y allí noto hasta lo carnal que tiene el agua por las muchas mujeres que se han mojado del todo; porque yo mira que he dicho verdades y mentiras sobre la misma arena -un pedazo que siempre teníamos acotado para nosotros- junto a este mar donde se han hecho mis hijos, hijos; he vivido al llegar tantos fines de semana estresado, sinsabores de quienes me mandaban mal en el trabajo aunque sabían que acabaría dejándolo tan bien hecho que todavía ahora, entre esos mismos despachos, se nota la huella de mi apellido literario; allí yo era ese “romero” de León Felipe que creaba caminos nuevos. Por eso he sabido enseñar a mucha gente que el trabajo es el trabajo, ahora y siempre para el que lo quiera, para el que lo quiere.


También me acuerdo que aquí siempre se hacía el amor despacio, con un orgullo que superaba a la ternura, con una mirada que amaba y liberaba, le entregaba al otro todo y se ponía a su dulce disposición olvidando cualquier carencia. Hacíamos el amor en camas más pequeñas pero como si fueran cumbres repartidas para el uno y para el otro. Hacíamos el amor contándonos metáforas sin el áspero roce de las sábanas y con la exigencia que tienen las noches de verano. Hacíamos el amor bien desnudos.


Para acordarme de todas estas cosas, para hacer punto y aparte, me he quedado un día, con la excusa de una comida fuera y que no todos cabíamos en el coche, sólo por el Mareny, hablando con la gente que he encontrado, comprando un bocadillo para comérmelo luego que convirtiera con un chico informático los videos de la tableta gráfica de Adobe CS5, colgados en la red, para poder pintar luego como los clásicos.


Porque algo clásico soy aquí después de más de treinta años comprando mi primer apartamento con el miedo de no poder pagarlo, a medida que lo iban construyendo. Soy un clásico aquí con el que he conseguido que mi cuerpo viva a punto de cualquier obscenidad con tal de no sentir dolor, obstinado, insobornable, pero empeñado en tener ese soplo de vida que me aferra a la vida como si fuera la metáfora más bella que he encontrado a la hora de decirla: amar ese lado de las cosas insistente cuando se están terminando y queda poco rato para poder elegir.


Puesto a ello, tendré derecho a decir que estoy deseando que llegue Septiembre como a la espera de un sosiego maduro, igual que aquel que veía en casa de mis padres, en los adornos de los metales dorados. Pero mientras llega Septiembre pues haré como Julián Barnés en El loro de Flaubert” que decía: “Para pintar el vino, el amor, las mujeres o la gloria, es necesario no ser borracho ni amante ni marido ni soldado raso. Entremezclado con la vida, es difícil verla correctamente, la sufres o la gozas demasiado.”


Pues da lo mismo, voy a seguir sufriéndola o gozándola aunque sea demasiado.

JOSUE



POR CORREVEIDILE

El balcón de “Tejidos e Hilaturas de Rodriguez de Carvajal Hermanos”, que Doña María nos tenía reservados, enfrentaba la estatua ecuestre en bronce y tamaño natural de San Martín, en la fachada de la Parroquia de su advocación, desnudo el mendigo que implora al jinete, partiendo éste magnánimo con su espada su manto a la morisca, por darle abrigo y reconfortarle.



Íbamos la familia, esa urdimbre de añagazas, hipocresías y tragaderas que viene a ser la familia cristiana. Íbamos a ver pasar desde allí, el día de la fiesta, la Procesión del Corpus.


Medio siglo después levanto la vista añorante al balcón cuando lo cruzo. Aún me queda el olor a murta y alhucema del pavimento regado recién, el desficio de ver a la niña de la casa en sazón, deambulando de acá para allá, sin poder llegarle con la mano y besar el santo.


Con eso y todo, a pesar de los pesares y de apuntar el ánimo rijoso, el corazón, de niño. Porque me encandilaba cuando, entre los personajes bíblicos, llegaba Josué, del que cuentan que pidió ayuda al Señor para vencer a sus enemigos que ocupaban la tierra de Canaa y Jeovah le mostró su apoyo de forma simbólica, deteniendo la marcha progresiva del sol para darle tiempo a escapar con su tropa.


Altivo y desdeñoso, vestido de centurión romano, desnudos sería más propio decir, sus muslos poderosos, caminaba en avanzada y solitario, despegado de toda la comparsa, alzando con su mano izquierda un sol radiante en oro y apuntándole con la derecha con su espada flamígera, digamos que cada veinte pasos del recorrido; de modo que podía presumirse fundadamente el verle por tres veces representar la pantomina. Y ahora mismo que no sé qué sería, si la magia de poder detener el tiempo, lo inverosimil de la floritura, o la desnudez del soldado, lo que ensimismaba a la pobre criatura en aquellas tardes cándidas y desconsoladas de la floración.


A media procesión, antes que desfilara la torrentera de seminaristas, Doña María se esforzaba por hacer los honores de un balcón a otro. Y sintiéndose obligada a agasajar a sus huéspedes y romper así la monotonía de la larga espera, aparecían sus criadas, con cofia y de punto en blanco, portando bandejas de lata con canapés, “petit choux” de crema y chocolate y así, “María, por Dios, no tenías por qué haberte molestado”, era el comentario de mi madre. “Chica, calla, no tiene ninguna importancia y lo hago muy a gusto”, contestaba la anfitriona mientras yo no les quitaba ojo a las pantorrillas de las aldeanas, a punto de caramelo, que nos servían.


Cuando sonaba la campanilla anunciando que asomaba, entre una nube de incienso, la Custodia, se te quedaba la tarde entre las manos, anochecía, se recogía el personal, en medio de un silencio de muerte, al paso del santísimo Sacramento, subía hasta el balcón el olor a pétalos de rosa que se pudren y adormecía. Para acabar, instantes después, disuelto todo en el sopor profundo y la desgana de la vuelta a casa, a rastras y a contrapelo, a regañadientes con la parentela. A enterrarse vivo en casa y, el año que viene, más.

lunes, 9 de agosto de 2010

ECHO DE MENOS CAMINAR COMO UN POEMA


Pero en el fondo he dado buen resultado. Cuando me preguntan, cómo estás, aquellos que me veían tan mal, les digo, bien, sin entrar en detalles, y algunos ya no pueden ni preguntármelo. Aquí cada año el mar se lleva de la arena como a algunos paseantes de antiguo, que mataban la tarde mientras yo les recriminaba el poco tiempo que a todos nos quedaba. Por eso digo, que en el fondo he dado buen resultado, no puedo ocultar mis menudos pasos, la exigente sensación de inseguridad, esa falta de tono regio y severo que tienen los poemas al leerlos y creértelos. Además es un aviso, adivinan la llegada de algo tierno, existe un armonía en ellos y a la vez una elegancia, que yo ya no la tengo.



Echo de menos demasiadas cosas estos días, busco esos silencios que tienen algunos ratos, durante un rato. No me acerco a la playa porque en la playa parece como si el hueso dolorido le ganase el terreno al músculo y si este ya se queja, mejor es que no se le acerque el hueso. Necesito cada vez que vuelvo de un silencio, o cuando escribo un post donde a la vez cuento que cumplo años, sentir muy cerca un mensaje tierno, sé que está escrito bajo, en los comentarios, pero lo tengo que volver a leer de nuevo: desde la que llega la primera para celebrar brillantemente, como hace siempre esa mariposa de mis sueños el polvo de permanencia o pensar -con qué precisión y belleza me lo dijeron- que en cada abrazo que le he dado a las mujeres me he ido quedando con la edad de ellas para ir dejándolas mis palabras que consideran vestidas de fiesta de gala.


Tengo hasta ganas de volver a mi sitio sin que quede verano ni para escribir porque eso puede ser la mejor señal de felicidad interior, terminar desde donde siempre los hechos acabados o no terminar ninguno. Yo lo siento, por la gente que no veo más que de tarde en tarde, pero alteran mi vida porque ponen delante la suya, paso de ser alguien a algo, detrás estará el cariño, no lo dudo, pero a lo mejor es que no sienten necesidad de decírmelo y a mí me hace mucha falta. Ahí esta el error, el más profundo error que provoca la naturaleza, por muchos polvos que le eche uno cada lunes o cualquier día de la semana a la vida: debiéramos de ser considerados igual que hace veinte o treinta o cuarenta años, provocar interés por nosotros, por lo que pensamos, porque podemos, quizá, hasta enseñarles todavía algo. Y ahora no es así, manda una naturaleza mucho más arrugada e impresentable, con formas de caminar ajenas por completo a la elegancia de un poema, con una mente que se va repetir diciendo una y otra vez las mismas cosas y por eso es mejor que a uno ya no le escuchen, ya ser algo en lugar de alguien.


Por eso me quiero ir como a mi lugar de origen, ya sé que este también lo fue durante muchos años, épocas enteras de mi vida, y que mi gente fue creciendo y aprendiendo y descansando a la orilla de este mar tranquilo, de espuma banca como una vagina marcada bajo la seda, pero necesito mi sitio, mi lugar, esa permanencia de que hablaba hace días pero más adherida a mi persona, a mis costumbres; a que el silencio -hasta con la persona más entrañable cerca- sea propio, elegante, no un descuido como intencionado que noto aquí y ahora.


Es evidente que no sé explicarlo, o no quiero o no puedo pero podría decir muchas cosas que van a vivir luego quienes quizá me las provoquen ahora, pero en el fondo me da lo mismo, al final el alma no descansa hasta dejar saldadas todas las cuentas. No es que se trate de una cuenta pendiente, me da lo mismo quién tendrá que asumir más alto pago, yo vengo pagando ya hace mucho tiempo sin que mucha gente lo sepa o se percate, aquí no aparece la casilla de saldo por ninguna parte, existe como un vacío, como una larga distancia, como si se hubiera creado ese duro muro de la maratón en el kilómetro 35, que quién lo pasa llega hasta el final. De verdad no quiero sentir tan dura la distancia, yo alargo muchas veces y de muchas maneras la mano de la concordia, pero está el hueco sin cubrir y me consta que no será por falta de cariño, pues entonces para eso existe el lenguaje que elimina los territorios escondidos, que me permitiría sentirme igual de cómodo sin mis cosas de todos los días.


Me permitirían levantar la mirada y encontrar mirada, hacer que mi propio cuerpo inagotablemente deteriorado pudiera al dar cuatro pasos parecer un poema. Que no tengan que ser los demás los que vengan a explicarme que estoy dando un buen resultado a base de muchos años de lucha y de esfuerzo. Me rompieron, me limitaron, me cortaron parte del camino desde hace ya demasiado tiempo y aquí me tienen, aquí me tenéis para darle celos a la decepción, brillo a lo que lo fue perdiendo, doy señales de un reflejo viejo y opaco pero todavía persistente.


Yo no puedo dejar de echar de menos que nadie ya escuche mi valor de ser “alguien” por lo que los demás tuvieron la posibilidad de dar luego sus brillantes pasos. Pero no quiero quedarme tan pronto tan apagado, tener que asomarme una y otra vez a la ventana de delante de Internet, ni notar la oscuridad antes de tiempo. Necesito despertar todavía el interés con las palabras propicias que tantas veces pienso que podrían servir, si tuviera respuesta en otras pupilas.

Este es el ángulo de mi verano, los días que voy pasando como trazos breves en lugar de caminar buscando un equilibrio que cada vez siento menos. Ese es mi silencio y mi estupor diario.

MANDELA CUMPLE 92 AÑOS

POR CORREVEIDILE


El 18 de Julio, Madiva cumplió 92 años, Madiva como le llamaban de chico. Y aliento la esperanza de morir antes que él-a pesar de tener muchos menos, para no sentir la orfandad, el vacío de ver que Mandela se va. Fundada esperanza, porque Mandela no es viejo, es joven, joven de verdad. La juventud es eso, su sonrisa, que no es prefabricada ni de quita y pon, sino que sale de dentro, de su amor a la vida y a los demás. –La fotografía está tomada en el césped del “Soccer” de Johanesburgo, en la final del Mundial de Fútbol 2010, con temperatura, ese día, de cero grados.



Sartre saludó al “Ché”, a su muerte, como el hombre más completo de su tiempo. Idéntico elogio cuadra, medio siglo después, con Mandela. Tengo por seguro que, si se le preguntara sobre su muerte, contestaría: “¿cómo voy a morir con lo que hay que hacer?” Porque Mandela continua en activo, en plena y fructífera actividad.


Larga vida a Madiva, viejo sabio africano, Premio Nobel de la Paz, Ex Presidente durante dos mandatos de la República de Sud-África, Padre de la Patria –yo me atrevería a decir de la humanidad oprimida.