lunes, 25 de agosto de 2008

HISTORIAS DE MUJER PÉRFIDA Y DESAMOR


Por “El Gavilán de Rumbau”

Cantaba los domingos, el atardecer, a esa hora en que se apagan las teles y la gente sale al fresco, por ver de estirar las piernas y acallar las penas. Se ponía en un recodo de la Calle La Cerviz, a espaldas de la catedral, zona peatonal de poco trasiego en festivo y a esa hora –lo que adecuaba felizmente al hilillo de su voz, pero acababa siendo desdicha a la hora de hacer recuento.

La parte vieja de la Ciudad andaba en fiesta, plagada de buhoneros, de gente malhadada y sin cuartel, variopinta, sí, pero unida por la desgracia de haber nacido a deshora y del revés. Él se despintaba, en cambio, de todos los demás, igual que fuere un príncipe que pasa de civil entre el populacho.

Se sentaba sobre un poyo bajo soportales, en los aledaños de la Catedral, con su guitarra entre piernas, por el camal abierto del short asomando sin querer intimidad; y cantaba con desgana, derrotao, una voz inaudible, quebrada, que arrastraba en las flexiones hasta dejarla huérfana, deshilachada, se aniñaba. Cantaba lo fregada que es la vida, el desengaño, historias de infortunios y amores atravesaos, de mujeres que no son de fiar, a las que llega siempre el día de tener que perdonar.

Desconfiando del poder recaudatorio de su música, la acompañaba cuidando de una absoluta soledad en el entorno, de alguna que otra mirada entreverada y sonrisa cómplice, que dedicaba de vez en vez, a los escasos transeúntes que enfilaban tránsfugas la bocacalle.

Andaba yo muy bajo aquella tarde, yo diría, más bien, desesperao. De tiempo atrás, que me venía repitiendo el horror con que aguardaba el día en que no hubiera niños en mi casa. No sabía lo que haría para llenar con algo el vacío de mi vida, el material vacío de mi casa. Por primera vez al cabo de tantos años, llevaba un mes viviendo solo. Y al pasar por La Cerviz, allí tirao, a la sombra de la torre mora, el pibe cantaba “Flaca”, una tonada porteña, una milonga, lo vi tan lindo, desengañao, cantando para sí, pasando por entero de todos los que pasábamos.

Me senté distante, dándole frente –por preservar la soledad buscada, le escuché paralizado. Me fijaba en quien le daba, pasó una mujer de negro, que debió ser joven, con las uñas plateadas, se saludaron, la sonrisa de él delataba haber amanecido juntos más de una vez, enredaos, “que no me ha sabido a nada” –como rezaba la letra de su canción.
-Te dan más por ti que por tu música, porteño –le dije; y tú lo sabes mejor que nadie. Yo tengo que verte cantar; si no te miro, me vale menos que nada.

-Soy Río platense. Sí, las mujeres, cuando salen de la catedral me echan.
-Mujeres frustradas y en retiro, tú tan pulcro, con el pelo cortao y peinao como Dios manda, ven en ti al hijo que no tuvieron y ya no pueden tener.
Y no se cansaba de cantar el alma en pena. Porque siempre era lo mismo, el mismo desasosiego y desarraigo, la misma historia que acabó fregada. Yo me hice de él un patrón a mi medida, que andaba por la vida solo –por más parentela y mugre que pudiera rodearle, lejos del mar, del Buenos Aires querido; sensible a los halagos engañosos de la hembra, buscaba en ella la madre que nunca tuvo. Debió sufrir un revés, un fatal desengaño, quizá la mujer de negro rufián, de mirada torva y uñas plateadas. Y cantaba en desagravio para sí, ahogando su desdicha entre aires y milongas, pasando por entero de los que pasaban.

-¿Conoces la leyenda del flautista de Hamelín, al que se llamó para que librara al pueblo, infestado de ratas y se las llevó con su música detrás?
Lo que nadie pudo prever es que se llevara a los niños, también. No dejó uno. Tú haces lo mismo, porteño, te llevas la calderilla y a mujeres en el climaterio y pobres viejos, como yo detrás. Y me miraba sin bajar la guardia, reticente y con recelo.

Así que cada domingo, a la hora que sabía habitual, iba yo a verle -más que oírle cantar; y él no venía. Y así un Domingo y otro, y un mes y un año. Hasta que un día me sorprendió un aguacero en La Cerviz. A cobijo de los soportales, aguardando a que aplacara –ensillando hasta que aclare, como dicen ellos, se me acerca un compinche, ¿sabes?, me dice, el flautista se quitó la vida.

Me lo temía. La lluvia trae siempre consigo estas cosas.

Pero fue pura patraña. Porque andaba el verano por acabar, que una tarde que me fui dando un rodeo por las tapias de la Catedral por ver de entretener mis males y olvidar, me lo volví a encontrar, sentado en los aledaños con su guitarra entre piernas, algo ajado, sí, sin aquel brillo de su mirada intencionada, en menoscabo; pero la misma voz desteñida, del color y el sabor de la desgana, la misma historia de siempre de mujer pérfida a la que hay que perdonar, de noches que no supieron a nada, cantando sin piedad el desencanto. Que el amor es un disco rayao, no más que una canción que se te va en humo y deja la cicatriz, que no merece las lágrimas de un chico.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando has visitado ese país te das cuenta q ya paso la época de la melancolía de la espera a ver lo ojos y talle de la mujer q en su día se fue con el al cobijo aprovechando su frazada y al amanecer vuela para retornar si le sale flete en otra.....la vida era asì y sus barrios el màs entrañable donde atracaban los barcos llegados de Italia o España y alli en sus casas de colores y chapa, por aprovechar lo q los barcos deben convivir,compartir y daban paso a las ilusiones entre cantos y bailes.hasta convertirlos en porteños y dar paso a sus milongas,tangos de arrabales q ellos traían al regresar de sus trabajos.y asi se fue formando La Boca lo q hoy llaman los porteños República de La Boca.. por su ir y venir, trasiego de turistas y maleantes a la espera de poder mangar y no dar paso a la intimidad de sus habitantes.Aun atracan barcos, pero el deterioro es visible y la falta de limpieza...pero no deja de tener su encanto y te atreves a pasar por sus rincones y participar en los bailes , escuchar sus voces ,aunq ya no te sean tan melancolicas y sì estén llenas de un teatro de la vida, no es extraño a veces ver correr y la policía entrar...........pero no se deja de añorar lo q en su dia fue.Al escuchar eso q les quiere salir de las entrañas, por no dejar pasar la tradición y el lenguaje.
Besos maria dolores.
PD. yo les amo.

Anónimo dijo...

Querido amigo, a estas personas, por desgracia nunca le salen las cuenta y supongo que en según que épocas, aun sería más crudo. Me agradaría saber cuales son las mujeres que han de ser perdonadas? Creo que el camino es tan largo y abrupto que se ganan el perdón pero comprendo a lo que se refiere.
La música del compañero había de ser bastante mala pero contada con ese punto de humor hasta nos pararíamos a escucharla, pero no me quedo acepta de ese sentimiento, de volver a casa sin esos sonidos de risas, los que terminan en provocar una irritación a los padres, he vivido esa sensación y no me agrada recordarla.
Dicen querido amigo, que a veces se bebe para olvidar, también se puede cantar o llorar, por qué no? Lo mío fue más simple pero no menos preocupante, me aferré a esta fría pantalla y pensé que sería capaz de llenar ese hueco de las enfermedades, del vacio de esas risas pero no fue así, un día desperté y vi que tenía que seguir luchando.
En estos relatos, querido amigo, es difícil saber que es verdad, que es fantasía pero según como se cuenten, son más verdad que fantasías y vos hace que se vivan, me encantan estos relatos, a demás, ese peinado relamido como decimos en mi tierra, me recuerda mi profesor de bellas artes, a demás está siempre con Rosario, su pueblo, ese mar de plata que nos conocemos sin haberlos visto, ese truhan, ese señor, es bello leerle, querido amigo.

¿sabes?, me dice, el flautista se quitó la vida.

Me lo temía. La lluvia trae siempre consigo estas cosas.
Jajaja perdone pero contado de esta forma no puedo contener la risa Pero fue pura patraña. Porque anadaba el verano por acabar, que una tarde que me fui dando un rodeo por las tapias de la Catedral por ver de entretener mis males y olvidar, me lo volví a encontrar, sentado en los aledaños con su guitarra entre piernas, algo ajado, sí, sin aquel brillo de su mirada intencionada, en menoscabo; pero la misma voz desteñida, del color y el sabor de la desgana, la misma historia de siempre de mujer pérfida a la que hay que perdonar, de noches que no supieron a nada, cantando sin piedad el desencanto. Que el amor es un disco rayao, no más que una canción que se te va en humo y deja la cicatriz, que no merece las lágrimas de un chico.
Al final logró usted hacerme llorar, me alegro que el pobre hombre no hubiese fallecido y me alegra que siga usted compartiendo estas historias con todos nosotros.

Un besote, con su permiso
Ley.