martes, 2 de diciembre de 2008

MEMORIA Y DESGRAVIO DE MI MADRE


Por Corazón de quita y pon

A las internautas que habitualmente
pinchan el blog de Fran

Mi madre quedó siempre fuera del alcance y demoras de mi memoria, de los atisbos de mi imaginación; no digo ya del Olimpo de mis dioses, sino del círculo de los más allegados a quienes, al correr del tiempo, he dedicado al menos una palabra de amor. De modo que pudiera parecer que en el reparto le asigné la peor parte, el desecho de mis afectos. Si de nilño me preguntaban “¿a quién quieres más a tu padre o a tu madre?”, contestaba invariablemente que a ninguno de los dos. Pero sí a mi padre he venido a comprenderlo al hacerme viejo, a mi madre ni eso.

Si es verdad que “Genoveva Luján” es, de principio a fin, una semblanza de ella, en cierta ocasión se me espetó que ningún hijo ha escrito nunca nada tan despiadado de su madre. Aún dando por bueno el reproche, pude replicar que el relato está enhebrado en la fascinación que ejerció sobre mí una mujer impar, y en el amor inconfesado que le profesé. Porque, al fin y al cabo, qué es el odio sino incomprensión, qué otra cosa que un malentendido.

Y no me quisiera morir sin arañar en los recuerdos y dejar escrito, mal que bien y de una vez por todas, cuatro palabras, que falta hacen, que la desagravien. Porque yo no creo que ella viva, no creo en lo que nos obligaron a creer y ella creía. Pienso, en cambio, que el ser al morir se desintegra. Pero donde quiera que pudiera estar, lo que fuera que pudiera ser, la fuerza más inoperante entre las fuerzas, a menudo le atribuyo algo bueno que me pasa, se me hace como si me devolviera bien por mal; ¿o es que le ocurre lo mismo que a mí, que no puede vivir -quiero decir morir del todo, del remordimiento?

En “Genoveva Luján” me empeñé en dejarla dibujada para siempre en el jardín de Lauria, un enclave frondoso a las espaldas de la finca en que nací y en el mismo corazón de la ciudad, oloroso a magnolios y acacias en flor, a donde bajaba mi madre, al caer la tarde, con la mucama y los niños, joven aún, desdeñosa, fresca y arrogante, falda plisada de mohair, blusa de organza y se sentaba a la amazona, sobre el borde de la alberca, con el mundo a sus pies y su novela rosa.

Pero más que hago y se me vuelven los recuerdos rancios, los dedos se me antojan huéspedes; la veo de mal talante, regañándome, me privaba por sistema de cuanto me hacía feliz, prevalece el lado oscuro de las cosas, su continua frustración por haber creído que la vida es rosa.

Una noche, acabaron de cenar los niños, se hizo hora de acostarlos y la mamá no llegaba. La mucama no se atrevió a suplantarla y meternos en la cama. Nos caíamos de sueño en la salita redonda, cuando se abrió la puerta y entró sin decir palabra, anegada en llanto: había muerto el Notario.

Se le cayó el mundo encima; sin la presencia protectora de su padre se quedaba en descampado y sola, enfrentada al rencor y al desengaño de un matrimonio burgués en almoneda. No le quedó otro recurso que la novela rosa, instalarse en el recuerdo de cuando era hermosa y el chofer del señor Notario la llevaba en la limusina al mar, mientras ella, blusa camisera y falda hasta el borceguí, en pago a su servidor consentía en dejarse mirar por el espejo retrovisor.

Pero no quiero volver a las andadas, que hoy he venido a ver sólo el lado bueno de las cosas, a agachar la cabeza y tragar por dentro. Cuando llegaba el verano, nos íbamos a Valverde del Júcar por tres meses. “Villa Zoraida” era un santuario de mi padre, que construyó piedra a piedra el suyo, poniéndole por nombre el de la niña muerta; con los mismos árboles frutales, el granado, el limonero, un nisperero, que plantara en vida en el jardín mi abuelo. Pero mi madre quiso dejar allí también su impronta. De entre todas las flores, no había para ella otra comparable al jazmín blanco -no el chiquito, amarillento y terso, sino el desalmado y blanco, el nevado, que se desparrama de solo mirarlo. Había hecho plantar enredaderas a diestro y siniestro y, al caer la tarde, el sol ya en menoscabo y la flor recobrando su frescura, los recogía en un pañuelo blanco y enhebraba uno a uno, delicadamente con la aguja en su regazo, hasta formar un tacho, un pomo de blancura perfumada, que adhería a la punta del escote de su blusa, también blanco.

Así la veré siempre. De tal manera que, medio siglo que ha pasado y me basta caminar junto a una tapia en verano y el olor a jazmín, tan frecuente en estos pagos, me trae de golpe el recuerdo de mi madre, arrogante, desdeñosa, todavía hermosa, junto al jazminero blanco.

Y eso fue, en fin de cuentas, su vida: un tacho de jazmín, que dura fresco desde que se pone el sol hasta que cierra la noche; después se achica y degrada, se marchita; y, al rato, no es nada.


8 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Muy bonito!
Gracias.
A fin de cuentas somos eso... nada.
Abrazos.
J.María

Anónimo dijo...

Suelo recoger alguna rama y ponerla en el jarron en casa, en la tarde noche cuando empiezan unas abrir y otras se quedan para el dia siguiente, perfuma el baño, alli es donde las suelo poner,diminutas pero con la fragancia de mujer discreta q deja rastro a su paso por la vida.
Los recuerdos o repaso de unos dias atras, se desgranan aportando bueno y malo, oscuridad y luz.
Besos maria dolores.

Anónimo dijo...

Querido amigo, la vida es recuerdo, a veces nos agradaría dejarla en paz pero es parte de nosotros y por dura que haya sido nuestra niñez, siempre quedan los olores y sabores de aquel tiempo, por malos que fuesen siempre permanecerán en nuestros corazones.
Un placer leerle, gracias por compartirlo

Un beso, ley.

Anónimo dijo...

Pasa, el tiempo pasa lentamente. La melodía de nuestra vida suena con ritmo sereno, ambientándola. Los recuerdos le ponen letra, configurando nuestra historia. Es nuestro comic, nuestas memorias, nuestra biografía. El recuerdo de nuestra infancia, del colegio, los olores... El recuerdo de nuestro primer amor, del primer beso, los sabores... El recuerdo de nuestros mejores momentos, de los peores... Cada instante, cada capitulo que la vida ha hecho ya historia.
Un placer leerte en esta lluviosa tarde.
Ana

Anónimo dijo...

Hace tiempo que pensé en interrumpir mi cvolaboración al blog de Fran -por razones obvias. Si no lo he hecho todavía es por Fran mismo y por usted.

Corazón de quita y pon

Anónimo dijo...

La verdad, querido amigo que es muy halagador pero a veces es bueno compartir aficiones y recuerdos, esto nos ayuda un poco a recorrer el camino.

Un besote y mi cariño

Anónimo dijo...

Me llegó, me llegó de verdad. Desde Porto Alegre, retruco con este poema de un uruguayo, que me parece cae como anillo al dedo a "Memoria y desagravio de mi madre". Salúte !!!!

Testamento


Soy una huella dactilar que se esconde entre


pliegues aceitosos de ciertas especies
de sábanas hoteleras cómplices de adulterio




Soy una huella dactilar que recorre a la hora del alba


la escarcha delicada depositada sobre las losas
imprecisas y despreocupadas de los cementerios




Soy una huella dactilar esculpida eternamente


en la comisura jugosa de los labios infantiles
de una novia que se dejó morir de angustia




Soy una huella dactilar que está a punto de fenecer


Xosé de Enríquez

Anónimo dijo...

Gracias por el poema del urugujayo "Huellas dactilares"

Corazón de quita y pon