
Pues con nuestra conducta ante la vida ocurre otro tanto, el tiempo es algo más que tiempo y enamora la voz del poeta Colinas:
A lo mejor queda eso solo, casi sin tocarse nadie pero con mimo y a la vez con audacia, sabiendo que dejaste capacidades a las que llegaron pocos y a la vez, sin ápice de orgullo, siempre esperando.
A ratitos mi destino será que me olviden, ya fui capaz de ir contando lo que me pasaba y cuando me enfrenté cara a cara con la necesidad de amar, la lección para sacar de la vida lo que saques. Es complicado, más o menos vas a acabar en derrota, pero tendrás que seguir teniendo en tus labios el sabor deshecho de algún corazón.
Mentir y mentirse cuesta, pero es inevitable: amo y miento pero seré capaz con una palabra de entrar en otra vida y una vez allí ni me puedo escapar ni dejarán que me escape, con un gesto dulce y sabio ando lleno de mujeres. Es mi mérito, es la evidencia de haber sentido. Ya me sale esta escritura: es que amo para poderme despedir luego pero sin salir nunca fuera de con quién estaba dentro.
Y quiero reclamar antes de despedirme de nada ni de nadie una enorme cantidad de carencias. Debieron darme más y de más, hubiera enriquecido mi lenguaje, un arma propia arrojadiza hasta para contar el sexo: follar sin tocarse. Por eso sigo teniendo la necesidad de un destino entendido, prólogo de una despedida, tierna, sin ambages como siempre lo hice.
No lo puedo callar, ni lo callaré jamás: hay una manera de estar junto a alguien sabiendo que no puedes permitírtelo; que un día vendrá un luego porque no puede ser y no será, por eso trae su final. Lo sigo recordando –miento, con la cara cambiada: ya no es recuerdo sino necesidad. Tuve un mimo, una codicia, sólo mirándole los ojos que se me han quedado de lleno entre un par de metáforas y las veces de silencio. Había un gesto, una palabra, una manera de imponerlo que imponía vergüenza hasta en la propia mirada. Era puro detalle, nada menos que detalle. A lo mejor es verdad, dice el poeta que sólo lo perdido se posee eternamente.
Envejezco y tengo que amar y despedirme, amar más de lo que amé y despedirme temblando por si acaso me estoy despidiendo. Amar mezclando las lenguas como hacen los amantes y cogiéndose las nucas porque allí está la insistencia, la seguridad de lo que haces. Envejecer como si no tuviera años sino las palabras que he dicho, los libros que he leído, las veces que no me han entendido.
Amar y despedirse como el destino del hombre en palabras de Neruda. Eso dice Juan Cruz en esos años que cuenta porque muchas veces se lo pidieron. A mí no me lo ha pedido nadie pero estoy en esa tesitura, ya lo he dicho antes que tengo que envejecer –no lo remedia nadie, y amar es un ejercicio físico que me permite mi cuerpo ya que otros muchos no me deja hacerlos. Será alguna postura o una manera de inventarse lo que va a acabar siendo una forma de ponerse cómodo con alguien a tu lado. Sin tocarse, bueno, casi sin tocarse.
Amar y despedirse -¡qué fastidio no consigo quitarme las ilusiones de encima. Amar hasta que pierda la capacidad de hablar, de decir lo que quiero decir: la nostalgia de una caricia, de una piel, de un después. Y despedirse porque todos somos un relato, hemos formado un cuento con las palabras que nos han acabado formando.