martes, 8 de abril de 2008

Cada uno envejece como quiere


A lo mejor un 31 de mayo de 2006 decidí empezar a envejecer con las letras en la piel cada vez, cada momento que soñaba aprender a escribir, inventándome la vida. Todo eso comenzó como ya lo hice desde niño, leyendo, leyéndole a la vida sus misterios que acababan siendo los míos. Me fascinó ir contando luego el asombro de cada palabra dicha en voz alta, porque siempre lo hago: escribo contándomelo.

Viene a ser como la lectura que recobra así su mayor misterio: recitada. Y eso vengo haciendolo desde ese 31 de mayo ya tan pasado, con cicatrices de cuerpo que necesitan luego quitarle los puntos, con esperas en mis entregas que no tuvieron su debido eco, todo lo más como en voz del novelista y cocinero Caparrós “la hospitalidad del bolero mal cantado”.

Pero tuve valor todo este tiempo: empecé por lo básico, que me gustaba el amor apasionado y ciego, a ser posible equivocado en esa penumbra nada estable pero que se alimenta a base de impulsos y oleadas. Quien los siente y los mantiene se emborracha con la grandeza regalada, más ha de entender que es todo prestado, nunca falso, pero prestado.

De eso es una cosa de lo que he estado desnudándome a ciegas, con nombre pero sin futuro, advertencia en la mano. Parecía que las cosas iban a ser muy sencillas, como a primera vista, pero luego en todos los casos han dejado una historia detrás que me ha hecho más viejo.

Y una página siguiente. Otra vez a contarlo, la soledad me hacía más valiente, decidido esa vez a salir intacto, pero no era así por aquello de los restos que quedan detrás. Con mi puñado de palabras podía pasar una de las dos cosas que gustaran hasta hacer daño. Pero era tan solo ese grupo de sensaciones que se habían producido lo que hacía biografía para mí y para quién las recibía.
Luego venían momentos siempre aparte: el sitio donde dejaba toda la literatura. Era y honda y buena y ahí no llegaba nadie, como una altura física que no tenía respuesta. Desde allí yo lo veía, sabía que había una forma de ir haciéndome viejo brillante, solemne. Me resultaba muy fácil y me sigue siéndolo: hay una literatura muy rica en la frase hecha, en lo que dice a veces la gente sin pensarlo, y ahí también llevaba ventaja. Era un rincón, un hueco demasiado brillante.

Siempre tuve, en cada encuentro, un extraño modo de andar, como si no encontrara la rima cuando siempre la había. Pero hasta eso me servía. Siempre tuve y todavía tengo desfiles de lujo: mi manera de estar, mi seguridad, improvisar lo que iba a gustar en cada especie de camino propio y ajeno. Cada vez que le escribía a alguien parecía una especie de pergamino antiguo, una manera de estar seguro de la tinta escrita cuando faltaba la mirada, el escalofrío de cualquier caricia. Así era mí andadura: me devoraban pero lo mío era acabar y consumir.

Mal sistema de envejecer despacio sobre todo en el capítulo humano: detrás de una hermosa foto hay un contenido igual de precioso, pero lo quería entregar cuando yo quisiera y hasta donde yo quisiera y cuando me he visto derrotado de reservas porque me las habían gastado y había que empezar otra vez en el desgaste de la espera para no tener ni el aspecto de un cariño con destino verdadero, he decidido definitivamente quedarme en el exilio, sin asomarme porque me queda un derecho propio que jamás debió deteriorármelo nadie sin pago justo, seguro, correspondido: lo que podía ser mi postura, mi aspiración, mi sueño todavía o simplemente el silencio.

No voy a gastar más palabras en ese ni en cualquier empeño, ni voy a llegar tarde, ni como siempre después, como un sol tardío que nunca acaba de ponerse con pinta de vejez mal explicada. Ya, ya sé que al final caemos todos, se trata de ir tirando o ir llegando, pero en este modo de envejecer de ahora, ni ofrecimientos ni explicaciones, tan solo seré militante de la voz y la palabra para culto propio, como señal de identidad sin fecha de caducidad.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo siempre seré militante y devota de tus palabras tan acertadas que son un consuelo para el alma. Sí querido, cada uno envejece como sabe y puede (obviando el factor genético)pero afortunados aquellos que pueden envejecer dejando a su paso el consuelo de la palabra, la sonrisa, y la compañía de la mano amiga.

Siempre un beso y el honor de saber de tú mirada.

María

Anónimo dijo...

¡¡Los caminos!!, los caminos que andamos, que no nos queda más remedio que andar, esos los llevamos lo mejor que podemos, no es cuestion de ir envejeciendo lo que nos hace mas debiles o más receptivos o mas sensibles, lo somos o no lo somos independientemente de la edad, ¡que más da que nos den un golpe con 30 años, con 40 o con 50! ¡¡que más da!! si el golpe en resumidas cuentas nos va a hacer el mismo daño, ya que la sensibilidad, la de licadeza de ánimo no nos la va a cambiar nadie.
Tu cuerpo se podrá ir quejando Fran, pero tu espiritu, ese que mantienes vivo, alegre e intruido, ese que lee, que vibra, que se ensueña con una mirada femenina o con unas piernas o unas axilas, ese no envejece porque no tiene edad.
Un besahuecos lleno de luz
Garanza

Fran dijo...

Ya sé que me lees mucho tiempo y me respondees con el afecto puesto. Envejecer puede hasta servirnos a todos y buscar la felicidad aunque parezca que vaya a ser tarde.

Quédate con lo mejor de mis palabras y de aquella mirada que no engañaba. Ya sabes además que me alegra que ahora tu vida lleve las mejores rutas cuando ahí, ahí te queda juventd.

Un beso casi mirándote.

Fran dijo...

Es cierto, los golpes siempre hacen daño tenga uno la edad que tenga. Y niras hacia delante y queda camino, mucho camino siempre.

No sabes lo que te agredezco tus palabras que ponderan mi espíritu. Necesito, Garanza, esa mirada, esas axilas, ese estilo, que me responda una mujer siempre. Lo haré hasta el final.

Un besahuecos contento de leete.

Anónimo dijo...

Hay cosas a las que algunas veces hemos de renunciar pero, siempre encontramos otra compensación en algo que nos proporciona un nuevo placer que, de estar completamente sanos, jamás habríamos descubierto.

Los golpes de la vida, los desengaños y el cansancio van dejando en nuestra existencia huellas y cicatrices mal curadas. Vamos perdiendo inocencia, espíritu de lucha y superación; nos volvemos más irónicos, resabiados y sembramos dudas por doquier. Aumenta en nosotros el recelo y la desconfianza, nos gusta más usar el freno que el acelerador.
Un abrazo Fran.
Ana

Fran dijo...

Toda tu segunda parte sobre los golpes de la vida es muy precisa. Se juntan, sabes, daños físicos y cicatrices morales de nuestra capacidad de recepción.

Con los daños físicos que arrastro muchos años, he conseguido una cosa, Ana, que lo importante no es curarse sino convivir con ellos.

Mi sensibilidad es menor, pero suficiente para valorar tus palabras aquí.

Un fuerte abrazo, Ana